Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 30 de diciembre de 2021

CUANDO LÁZARO ANDUVO


Cuando Lázaro anduvo, las autoridades sanitarias advertían que fumar podía matar. Lo hacían imprimiendo leyendas precautorias en los paquetes de cigarrillos, bien grandes para que no pasaran inadvertidas y para que espantaran al leerlas. Se pretendía con ello desincentivar el consumo estadístico de tabaco, a fin de reducir el elevado coste clínico que los enfermos de tabaquismo ocasionaban a la Seguridad Social: «Fumar puede ser causa de una muerte lenta y dolorosa».

   Lázaro fumó de joven, en esa edad azafranada de la adolescencia en la que el carácter se forja imitando los comportamientos de los adultos. En las pandillas de su barrio fumar era esencial para ser aceptado y él nunca tuvo escrúpulos en seguir el dictado ajeno, en observar las reglas, incluso las no escritas, y en formar parte de la masa predominante que durante toda su vida le había llevado en aluvión hacia esa ninguna parte en la que ahora se encontraba. Fumaba entonces y también tenía un mechero Zippo con el que hacía las virguerías propias de la edad. Lo encendía frotándoselo en el vaquero o chascando el pulgar en la rueda del encendido. Claro está que por aquel entonces el tabaco no era perseguido a conciencia por las autoridades sanitarias y el hábito de fumar formaba parte de ese universo masculino en el que todos los muchachos deseaban cuanto antes ingresar.



   A Lázaro, sin embargo, jamás le sentaron bien los cigarrillos. El humo le resecaba la garganta y, por tener el tabique nasal desviado a causa de un golpe que se diera de niño contra un banco de piedra jugando al fútbol en una calle de su barrio, también le dificultaba el respirar. Así que, al poco de entrar en la escuela técnica, dejó de fumar. Es cierto que, de vez en cuando, tras el banquete en una boda o a veces en los toros, si le invitaba su cuñado, solía fumarse un puro muy a gusto, pero eran circunstancias esporádicas y lo hacía más que nada dejándose llevar por el uso social antes que por la adicción a la nicotina. Cuando se incorporó en la camilla después de muerto y pidió un cigarrillo, su mujer se quedó atónita. «¿Cómo va a ponerse a fumar en un hospital si está prohibido?», fue lo primero que le dio a Margarita por pensar antes de estallar en llantos de alegría.

   Los camilleros que le llevaban a la sala de velatorios pensaron al principio que se trataba de una broma. Alguien debía de estar filmándoles con una cámara oculta y sus caras habrían salido tan risibles como descompuestas por la sorpresa del muerto que resucita pidiendo tabaco. Todo era muy realista, sin embargo: la viuda llorando de alegría abrazada a su cuñada, ésta mirando al muerto sin dar crédito aún a lo que sus ojos contemplaban y la otra hermana arrodillada en el suelo con las manos apretadas en posición de rezo y la cabeza alzada hacia lo alto, diciendo a voz en grito: «¡Milagro, es un milagro, gracias, Dios mío, es un milagro!».

FERNANDO ROYUELA - "Cuando Lázaro anduvo" - (2012)


Imágenes: Jimmy Ernst

martes, 28 de diciembre de 2021

SÍ HAY MUNDO, PERO YA ES OTRO MUNDO


Un día, Larca, encantada todavía con el triciclo que acaban de regalarle, bien peinada y vestida porque saldrán a comer al restaurante favorito de la calle de Orizaba hoy que es su cumpleaños, se acerca accionando las ruedas sobre las duelas del pasillo. Su cara es hermosa, terriblemente hermosa, como las de los niños en las películas de terror. Pero sus padres nunca han tenido miedo de ella porque son gente tranquila. Además, lo que tanto les pesa no les deja espacio para la imaginación.

   —¿Qué es eso papá?

   —Es un corazón.

   —¿Es tuyo?

   —Casi.

   —¿Por qué está ahí?

   —Porque no hemos conseguido trasplantarlo.

   —¿Qué es trasplantarlo?

   —Es ponerlo en un cuerpo vivo para que vuelva a latir de nuevo.

   —¿Qué es latir?

   —Vivir.

   —¿Está muerto?

   —Casi.

   —¿Tú estás muerto?

   —Casi.

   —¿Yo estoy muerta?

   —México está muerto, este es su corazón.



   —¿Quién lo mató?

   —No sé, ya no me acuerdo.

   —¿Por qué ya no te acuerdas?

   —Porque estoy confundido.

   —Pero entonces, ¿en dónde vivimos?

   —No sé, estoy confundido.

   Larca se acerca y con su mano roza el vidrio. Su palma se ilumina con el reflejo de la luz que entra desde el ventanal y pega sobre el líquido. Algunas trizas flotan alrededor de la víscera y su ondear la fascina. Su padre tiene un libro sobre las piernas y observa a su hija con sus ojos aumentados tras los lentes.

   —¿Me lo regalas?

   —Sí.

   —¿Quién te lo dio?

   —Mi madre.

   —¿Y quién se lo dio a ella?

   —Su padre.

   —¿Y a él?

   —Él se lo compró a un señor que era anticuario.

   —¿Es de verdad?

   —Sí.

   —¿De qué animal es?

   —Es de una persona, de un ser humano.



   —¿Y por qué lo pusieron en agua?

   —Es formol, un líquido especial que impide que se pudra.

   —¿De quién era?

   —De un joven que fue sacrificado.

   —¿Por qué?

   —Para sacarle el corazón.

   —¿Y para qué le sacaron el corazón?

   —Para que el mundo no se extinga.

   —¿Qué es extinga?

   —Para que no se apague.

   —¿Y no se apagó?

   —No sé, creo que sí.

   —¿Y entonces qué pasó?

   —Muchas cosas, no te puedo explicar, es muy complicado.

   —¿Entonces ya no hay mundo?

   —Sí, sí hay mundo, pero ya es otro mundo. Vámonos.

CARLA FAESLER - "Formol" - (2014)


Imágenes: Aydin Aghdasloo

domingo, 26 de diciembre de 2021

CODICIÁIS ORO Y SEMBRÁIS CENIZA

 


Codiciáis oro y sembráis ceniza.

   Ensuciáis la belleza, destruís la inocencia.

   Hacéis correr por doquier grandes torrentes de lodo. El odio es vuestro alimento, la indiferencia vuestra brújula. Sois criaturas del sueño, siempre dormidas, hasta cuando creéis que estáis despiertas. Sois el fruto de unos tiempos soñolientos. Vuestras emociones son efímeras, como mariposas calcinadas por la luz del día cuando apenas han salido del capullo. Vuestras manos moldean vuestra vida con una arcilla seca e inconsistente. La soledad os devora. El egoísmo os engorda. Dais la espalda a vuestros hermanos y perdéis el alma. Vuestra naturaleza está hecha de olvido.

   ¿Cómo juzgarán vuestra época los siglos futuros?

   La historia que sigue es tan real como podáis serlo vosotros. Sucedió aquí como podría haber sucedido en cualquier otro sitio. Sería demasiado fácil pensar que ocurrió lejos. Los nombres de los individuos que la pueblan no tienen la menor importancia. Podrían cambiarse. Podrían sustituirse por los vuestros. Sois tan parecidos, surgidos todos del mismo molde inalterable…


   Estoy seguro de que tarde o temprano os haréis una pregunta lógica: ¿Fue testigo de lo que nos cuenta? Os respondo: Sí, lo fui. Como vosotros, que sin embargo no quisisteis verlo. Vosotros nunca queréis ver. Yo soy quien os lo recuerda. Soy el que molesta. El que no se pierde detalle. Lo veo todo. Lo sé todo. Pero no soy nada, y eso es lo que pienso seguir siendo. No soy ni hombre ni mujer. Soy la voz, nada más. Os contaré la historia desde la sombra.

   Los hechos que voy a relatar ocurrieron ayer. Hace unos días. Hace uno o dos años. No más. Digo «ayer», pero creo que debería decir «hoy». A las personas no les gusta el ayer. Viven en el presente y sueñan con los días del mañana.

   La historia transcurre en una isla. Una isla cualquiera. Ni grande ni bonita. No muy alejada del país del que depende, pero que la olvida, y próxima a un continente distinto de aquel al que pertenece, pero al que ella ignora.

   Una isla del Archipiélago del Perro.

PHILIPPE CLAUDEL - "El archipiélago del Perro" - (2018)


Imágenes: Tommy Ingberg

viernes, 24 de diciembre de 2021

EN LA PISTA DE HEATHROW


En la pista de Heathrow, un pasaje entero esperaba a que lo llevaran por los aires. La auxiliar de vuelo se paró en mitad del pasillo y se puso a acompañar la grabación con sus gestos y su atrezo. Amarrada a su asiento, la masa de desconocidos guardaba un silencio como el de los feligreses durante la lectura de la liturgia. La azafata nos enseñó el chaleco salvavidas con su tubito, las salidas de emergencia, la máscara de oxígeno que colgaba de un trozo de goma transparente. Nos guio por la posibilidad de muerte y de desastre como el sacerdote guía a los fieles entre los pormenores del cielo y del purgatorio; y nadie saltó para tratar de escapar mientras aún estaba a tiempo. Lo que todos hicimos, en cambio, fue escuchar o escuchar a medias mientras pensábamos en otra cosa, como si esa combinación de ceremonia y hado funesto nos hubiera otorgado una firmeza especial. Cuando la voz grabada llegó a la parte de las máscaras de oxígeno, el silencio no se rompió: nadie protestó ni intervino para discrepar del mandamiento de no ocuparse de los demás hasta que cada uno se hubiera ocupado de sí mismo. Aunque yo no estaba muy segura de que ese mandamiento fuera del todo correcto.


   A un lado tenía a un chico moreno que columpiaba las rodillas y cuyos gordos pulgares se movían a toda velocidad por la pantalla de una videoconsola. Al otro se sentaba un hombre bajito y muy moreno, con un traje de lino claro y, cual penacho, un mechón plateado. Afuera, la ampulosa tarde de verano seguía atrapada en la pista de despegue; pequeños vehículos correteaban sueltos por la llana lejanía patinando y girando y describiendo círculos, igual que juguetes, y más lejos todavía se veía el hilo de plata de la autopista que discurría y centelleaba como un arroyo delimitado por los monótonos campos. El avión empezó a moverse, a avanzar lentamente, y el paisaje, como si cobrara vida de repente, desfiló ante la ventanilla, primero despacio y luego más deprisa, hasta que con mucho trabajo, medio indeciso, el aparato se elevó separándose de la tierra. Hubo un momento durante el cual pareció imposible que aquello pudiera suceder. Pero sucedió.

RACHEL CUSK - "A contraluz" - (2014)


Imágenes: Morten Lasskogen

jueves, 23 de diciembre de 2021

LAS COSAS QUE LOS MUERTOS DEJAN TRAS ELLOS

 


Las cosas que los muertos dejan tras ellos. Esa vida privada, inmune a la fatalidad, de los objetos, las reliquias, las posesiones. La estúpida permanencia de una cuna, un peluche, un sonajero. La inerte materia de la que están hechos un pijama de bebé, la tetina de un biberón, la pila ya para siempre idéntica de los pañales.

   Cuando Antares regresó a casa, cuando cruzó aquel umbral que llevaba años siendo un lugar seguro, las correspondencias cambiaron, el mapa giró en un vértigo loco, se deslizó un idioma desconocido en el léxico familiar. Cómo seguir llamando habitación del niño a aquel cenotafio inmundo; cómo seguir viendo la bañera vacía como una promesa de juegos; qué disciplina del sueño y de la vigilia aplicar a las noches de pronto sin llantos, hambre ni compasión.

   La paternidad es una provincia pedagógica; la orfandad es una escuela desolada. El discípulo, aquel que ha aprendido por necesidad y por sentido del deber las obligaciones de ser padre, se convierte en un salvaje a quien los pronombres fallan, los sustantivos hieren, los verbos esquivan. 


   La casa, la ficción de un hogar estable, se transforma en una jungla donde amenazan animales impíos. Se vuelve la mirada con la esperanza de encontrar un gesto reconocible, pero se halla sólo una ausencia blanca y absurda, el insoportable ruido de fondo de un mundo hueco.

   Por eso, cuando el niño murió, su realidad se descompuso.

   El posesivo su es la clave, porque lo más doloroso de la experiencia de la muerte es constatar algo que se sabe desde siempre, pero que jamás se acata con resignación. Que el mundo trascurre ajeno a nuestros anhelos y padecimientos; que precisamente porque el mundo permanece indemne ante cada pequeña catástrofe, son mi mundo, su mundo, nuestros personales e innegociables mundos los que se desmoronan.

   Aquella primera noche. Cómo olvidarla. Cómo decirla.

   Aquella primera noche en que los perros ladraban en la penumbra algo parecido a su desamparo, y dentro de la gran casa vacía, donde ya nunca brillaría la risa, Antares comenzó otra especie de búsqueda.

  RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN - "Niños en el tiempo" - (2014)


Imágenes: Cássio Markowski

lunes, 20 de diciembre de 2021

¿QUÉ COLOR ES MÁS FEO?

 


La oficina de salud mental quedaba sobre la calle Florida. Por la ventana se veían unos comercios sucios, dos o tres neones apagados y las típicas cajas de aire acondicionado reventando las fachadas. ¿Qué venden esos quioscos? ¿Quién compra tantas flores en Buenos Aires? Sentada en una silla de cuerina que me hacía transpirar las piernas, acaté las órdenes de la psicóloga y dibujé un hombre bajo la lluvia. Un hombre con paraguas. Eso está bien, sí, solo que el hombrecito —de estricto traje y corbata— estaba parado sobre la nada misma: nada de piso, nada firme donde apoyar sus zapatos lustrados, y las gotas no nacían de nubes tormentosas sino del borde de una hoja blanca como un abismo. Dibujé una casa con las ventanas chanfleadas y sin chimenea. Dibujé una familia disfuncional, sin padre y sin perro. Dibujé una persona con orejas, sí, solo que sus manos eran demasiado pequeñas, apenas un garabato en la punta del brazo, y sus pies desproporcionados. Hice rayas, círculos, arbolitos cagados por pájaros, huevos en las ramas. Contesté trescientas preguntas de opción múltiple: «A veces me siento sin esperanza. A veces creo que la vida no tiene sentido. A veces pienso en la muerte. A veces tengo miedo. A veces lloro sin razón».



   Elegí colores. Descifré manchas de Rorschach. (¿Qué color es más feo: el amarillo histérico, el negro, el marroncito vómito?). A veces me siento una boluda, señora psicóloga, creo que me contradigo. Siempre me contradigo. Ella me mira. Señora psicóloga, ¿quién compra flores en Buenos Aires un lunes a las tres de la mañana? ¿Alguno de sus amantes le compró una yerbera un martes de madrugada? Porque Jesús está ahí —el peruano de las flores, no el que usted piensa—. Jesús vino desde Cuzco para dormir con un tubolux en la cara y la cabeza colgando hacia atrás. Hace frío y tiene los brazos cruzados en el pecho, se autoabraza. ¿Cómo definiría usted el perfil psicológico de alguien que se autoabraza y no vende una sola flor en toda la noche? Pero no hago preguntas; ni siquiera a Jesús, cuando le compro una menta porque no me animo a preguntarle si de verdad vende droga y no puedo confesarle que a veces tengo pensamientos de muerte.

FERNANDA TRÍAS - "La ciudad invencible" - (2014)


Imágenes: Shoshanah Dubiner

sábado, 18 de diciembre de 2021

TODO EL MUNDO DEBERÍA TENER UN TELÉFONO


Figúrese usted que a través de los teléfonos, colgados o descolgados, se recibieran en la central los ruidos y conversaciones de todas las casas, le dijo un día Polo. ¿Qué ventajas tendríamos? Cualquier rumor amenazante para el orden público y privado llegaría en todo momento a oídos de la policía. Hay que extender el uso del teléfono, dijo Polo. ¿Quién tiene hoy teléfono? Casi nadie. ¡Estamos en 1963! Estamos en el futuro, en la era de los viajes espaciales, vuelan por el cosmos Gagarin, Titov y Glenn, y aquí nadie tiene teléfono. Es inadmisible, pero superable. Hay que poner un teléfono en cada mano. Como si fuera una pulsera, un reloj, un anillo, un grillete. ¿Tiene todo el mundo un documento nacional de identidad, es decir, una ficha con huella dactilar y foto a disposición de la policía? Con la misma urgencia y obligatoriedad todo el mundo debería tener un teléfono conectado a un organismo central de control. Así será la policía futura, créame, querido Saura, dijo Polo, y bebió un poco más de vino. La organización policial es un sistema nervioso. Los órganos de los sentidos transmiten información a la médula espinal, al cerebro, a la Jefatura, y el cerebro decide y transmite al sistema nervioso autónomo y somático la respuesta adecuada a la circunstancia: los músculos reaccionan. El brazo policial se mueve. Los hilos del teléfono funcionarán como neuronas y nervios. ¿Entiende?

     Y no sólo hay que contar con el teléfono. Creo en el misterio de las ondas electromagnéticas. Creo en la inmaterialidad de la materia, dijo Polo, y lanzó una risotada entusiasta. ¿Ve usted posible dotar de capacidad emisora a los receptores de radio y televisión? Es posible. Se hará. Cada televisor será un ojo y un oído. Lo primero es poner en cada casa un televisor, una pantalla. Es una necesidad nacional...

JUSTO NAVARRO - "Gran Granada" - (2015)


Imágenes: Paul Kingsley Squire

jueves, 16 de diciembre de 2021

LA GENTE NO SABE LO QUE ES ESTAR EN PRISIÓN


La gente no sabe lo que es estar en prisión. Piensan que se vive bien allí. Que te dan de comer, que tienes médicos, calefacción, que hay opciones para estudiar o aprender un oficio. Incluso algunos, los menos, se acostumbran a esa vida extraña y antinatural, y luego no saben estar en la calle, pero eso es porque no tienen un lugar al que volver. O no pueden estar a solas con ellos mismos. Lo más duro es enfrentarte a la realidad, algo que a la mayoría nos cuesta demasiado. Otros ya no distinguen lo que es real y lo que no.

 Lo que nadie imagina es lo que duele oír el ruido de la reja cerrándose a tus espaldas; no entienden lo terrible que es estar obligado a convivir con otros que a su vez deben soportar tu presencia, y saber que eso va a ser así durante días, meses, años. Todo forma parte de la condena. Porque allí el tiempo se estira hasta el infinito, y te levantas, te acuestas y vuelves a levantarte, y siempre es el mismo día. También sé que ninguno de los que estamos dentro somos unos santos. Yo el primero. Acepto que debamos pagar por lo que hemos hecho y que hay gente que merece pasarse la vida en la trena. Gente que lleva la rabia, la violencia, el dolor, tatuados en el alma. He conocido a unos cuantos.

GRAZIELLA MORENO - "El salto de la araña" - (2020)


Imágenes: Jenica Heintzelman

martes, 14 de diciembre de 2021

LA FATALIDAD DEL INSOMNIO


 Díaz Grey y la implacable supervivencia de sus ojos brillantes, de la casi totalmente desentendida expresión testimonial de su cara flaca, lisa y roída. Díaz Grey apenas móvil en el gran sillón de la enorme, absurda sala de la casa construida par Jeremías Petrus, tantos años antes, tantas veces apuntalada, mantenida en una farsa de salud por maestros y peones albañiles, nunca distinta de los caprichosos, difíciles planos originales dictados por las frías resoluciones y furia del mismo Petrus. El caserón sobre pilares que ahora era suyo por derecho de conquista inquerida. Díaz Grey diciendo, diciéndome:

   —Dejé de verla cuando ella tenía tres años y conservo todas las fotografías que pude conseguir, casi desde su nacimiento hasta esa edad. Después, muy espaciados me llegaron otros retratos, otras caras que iban trepando bruscamente las edades, no se sabía hacia dónde, pero sí alejándose de lo que yo había visto y querido, de lo que me era posible recordar. Con permiso de Brausen, naturalmente. Y éstas, aquellas caras nuevas, me eran, a cada lerda llegada del correo, a cada año, más incomprensibles, menos más, mucho más alejadas de algo que importaba, sin dudas, más que ella o que yo: mi amor a la niña de tres años. 



   Sí. Las nuevas caras separadas de mi amor o de mi amor por el recuerdo y por el sufrimiento de este recuerdo. Con una regularidad cíclica sustituía los naipes de mis solitarios nocturnos; los solitarios con que atravesaba lentamente y no convencido la fatalidad del insomnio y los rumores familiares del amanecer. Claro, las fotografías boca abajo nunca fueron tantas como los naipes. Era, es, la única trampa que me permito. Era, es, siempre el llamado suave, irresistible de una necesidad viciosa. Más tarde vendrían las pastillas, a veces la jeringa, el sueño hasta el mediodía. Pero, antes, era forzoso que cediera, que me echara hacia atrás en la silla, que pusiera el llavero sobre la mesa y lo acariciara con el índice hasta tocar la llave del cajón del escritorio. Sacaba el sobre de las fotos, apilaba las fotos, los naipes del nuevo solitario y seguía mi juego, un juego que siempre moría sin dejarme saber si había ganado o perdido. Luego desparramaba las fotos, ahora mirándome, las que eran mías y las que iban acelerando su huida. Aunque intemporal, aunque sabiéndome esclavo del sueño de un infeliz paranoico, respetaba la cronología. Cada retrato tiene en el dorso una fecha diminuta, hecha con mis números de miope.

JUAN CARLOS ONETTI - "La muerte y la niña" - (1973)


Imágenes: Sandra Rilova

domingo, 12 de diciembre de 2021

INVENTAR CUENTOS

 


Desde que dejó de ir a la escuela, a Sorpresa se le redobló su afición por inventar cuentos. Los pocos que había podido leer o le habían contado se los sabía ya tan de memoria que no le divertían. Pero había sacado una cosa en consecuencia: tanto en los cuentos que recordaban los viejos como en los que el maestro les daba a leer o les contaba, siempre había un momento en que alguien salía de viaje, y ese momento era como un imán que hacía girar a su alrededor los demás argumentos; a partir de entonces cambiaba todo. Los protagonistas del cuento se ponían en camino para salir en busca de algo que deseaban mucho o les deparaba el azar. Unas veces encontraban lo que iban buscando y otras no, daba igual. Lo importante era el viaje y las cosas nuevas que aprendían o veían al hacerlo. Yendo de acá para allá se transformaban en otros. Era como si viajaran precisamente para cambiar la vida que padecían al empezar el cuento. Y para poderlo contar.


   —Si no pasa algo nuevo, no hay nada que contar. ¿Qué cuento vas a sacar de las cosas que te pasan todos los días? —le decía Sorpresa a Pizco, el chico del herrero, que siempre la escuchaba con los ojos muy abiertos.

   Era un muchacho guapo y coloradote, de manos muy grandes y hábiles para toda clase de tareas, los pies ágiles y curtidos para subir descalzo a los riscos más escarpados, diestro en el juego de pelota, vivaracho para entender cualquier recado y cumplirlo con ligereza, despierto frente a los peligros, excelente cazador. A Sorpresa le halagaba que un chico bastante mayor que ella prefiriera su compañía a la de nadie, y era un alivio poder contar con él y saber que le guardaba siempre todos los secretos. Si no fuera por Pizco, no tendría a quien contarle cuentos. Pero la verdad es que no estaba segura de que entendiera bien lo que le decía, y a veces le parecía un poco tonto. Si le pedía, por ejemplo, que se escaparan juntos una noche a ver el mar, le ponía unos inconvenientes absurdos, como decir que el mar estaba a muchas leguas de allí y que no podrían estar de vuelta al día siguiente. Y eso qué más daba. Ya se vería. A quién se le ocurre pensar en volver cuando emprende una aventura. Era una respuesta que nunca habría dado nadie en un cuento.

CARMEN MARTÍN GAITE - "Dos cuentos maravillosos" - (2009)


Imágenes: Shaun Tan

viernes, 10 de diciembre de 2021

LAS PALABRAS SON LOS ANIMALES DEL LENGUAJE

 


 El cementerio de Montjuic tenía un sector cortado y oculto por unas telas metálicas, pues hacía poco que se derrumbó un bloque de nichos y estaban los muertos tirados por el suelo y se habían mezclado sus huesos. Lo mismo que hay barrios de vivos hay barrios de muertos y también les pasan desgracias de vez en cuando. Al entierro de Carl Malone habíamos ido algunos miembros del programa y otro escritor de novelas de kiosco y su mujer, con quienes Malone mantuvo amistad durante décadas. Y nadie más. Al final, no tuvo dinero ni para pagarse una lápida.

   —Las palabras son los animales del lenguaje —dijo De Diego.

   Era un mediodía frío y gris, pero había dejado de llover. Una y otra vez, rompía el silencio sepulcral la sirena de una excavadora que maniobraba entre los cascotes de los nichos derrumbados. Una despedida de derribo en un cementerio en ruinas. Escribir es un oficio solitario que se practica entre escombros. Cuando ya nos íbamos, De Diego se volvió al nicho, una placa de cemento sin nada escrito, y lo fotografió con su móvil.



   —Las palabras son lo más parecido a los animales que conozco —insistió—. Las hay cautivas, las hay en libertad, las hay salvajes. Aúllan, gritan, rugen. Campan a sus anchas en su territorio y fuera de él se hacen raras. También pueden clasificarse por especie, género, familia.

   —Es más práctico por categorías gramaticales —dije.

   —Pues me parece una manera muy artificial de intentar comprenderlas. Están vivas. Les debería servir la misma taxonomía que al resto de las criaturas.

   —Igual sí, igual existen palabras de sangre fría y palabras de sangre caliente.

   —Ostras, Javier, creo que tendríamos que fundar la ciencia de las criptopalabras. Las palabras excluidas, incomprensibles en cualquier idioma. Palabras que solo alguien, solo algunos, han oído una vez, de pasada, casualmente, o que ninguna persona ha oído jamás, pero aun así se supone que existen porque han dejado un rastro.

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR - "La noche fenomenal" - (2019)


Imágenes: Raku Inoue

miércoles, 8 de diciembre de 2021

UN MAR DE CONTRADICCIONES

 


   Aunque no hay ni una sola mujer con la que me casaría a excepción de mi hermana Baby, porque me parecen todas unas gansas, sí hay muchos hombres con los que lo haría. Como Henry Fonda, por ejemplo, o como Lorenzo el Magnífico. A decir verdad, mi tipo de hombre lo imagino un poco como Cristo. El Cristo de Giotto.

   Tengo tendencia a adorar a los hombres delgados y espirituales, como mi padre, a quien nunca conocí y al que solo he visto en fotografías. Además, me siento irresistiblemente atraída por los señores de cierta edad, con el cabello entre gris y blanco, y con aire de sabios. Quizá porque mi tío, mi padre adoptivo, era así, parecido a Albert Einstein.

   Ante estos señores, que se parecen a mi tío, siento el deseo de sentarme en sus rodillas y que me abracen. Según mis compañeras de clase sufro complejos varios y amores incestuosos. Ven sexo por todas partes, y son capaces de decir verdaderas idioteces al respecto. Incluso se escandalizaron cuando confesé que Jesús es mi tipo de hombre. Por otra parte, también me gustan mucho los hombres gordos. Esta es una tercera categoría de hombres entre cuyos brazos quiero estar y dejarme abrazar. Como Buda, para entendernos. Aunque haya recibido una educación cristiana.


   Los señores gordos ejercen en mí una fascinación particular, me tranquilizan. Si me casase con un hombre como Jesús necesitaría tener también cerca a uno como Buda. Al primero lo adoraría y el segundo me adoraría. Mis amigas dicen que soy inmoral. Según ellas, seré ninfómana incluso antes de haberme acostado con un hombre. El caso es que tengo una tremenda necesidad de afecto y quisiera que todos, digo todos, me abrazaran y me acariciaran. También soy epiléptica, aunque el médico no encuentra lesiones. Siempre tengo fiebre, pero cuando él llega desaparece. Siempre estoy cansada, casi no veo y no puedo estudiar, pero cuando voy al oculista, dice que veo estupendamente.

   Por otra parte, no sé cómo explicar estas contradicciones: ¿cómo conciliar el deseo que tengo de matarlos a todos, uno tras otro, empezando por mi tutor, con ese otro deseo que siento de que me abrace todo el mundo? Soy, efectivamente, muy contradictoria. Un mar de contradicciones. Por ejemplo, ¿cómo explicar que lo que más me gustaría es ser un hombre, pero que jamás me casaría con una mujer? ¿Cómo explicar que amo de la misma forma a San Francisco y a Robespierre?

   Es posible que mi enorme necesidad de afecto se deba a que mis padres están muertos.

   Personalmente, de los chicos de mi edad no me interesa nada en absoluto.

   Siempre obsesionados con sus padres. No entiendo por qué no mantienen a raya a sus padres.

   En este punto me contradigo de nuevo porque, en realidad, me ponen celosísima mis compañeros que tienen un padre y una madre, mientras que Baby y yo tenemos únicamente un tutor, un abogado que se ocupa de nuestro patrimonio y nada más.

LORENZA MAZZETTI - "Rabia" - (1963)


Imágenes: Courtney Brims

lunes, 6 de diciembre de 2021

ZOOLOGÍA FANTÁSTICA

 


   Hacía un par de semanas que la dirección de la revista pensaba que hiciera un reportaje acerca del llamado chupacabras, existente en el norte como se decía, hasta que tomé la decisión de aceptar el encargo, pues, conforme a los datos, era difícil tragarse que hubiera un animal así, propio de las falsas creencias que a veces nos envuelven. Chile no deja de ser un país, a pesar de su escepticismo, proclive a los grandes engaños, aunque también a otros menores, como era éste desde luego, pero que tal vez algo significaba en el alma nacional, una rareza a los ojos de la gente, como en el pasado fuera la existencia de andarines o de bandidos en el sur. Aprovechando en el ámbito personal que estaba solo, tras separarme de la perra de mi mujer, de la cual no deseaba saber más, abatido por su comportamiento, no tuve inconveniente en asumir la investigación periodística y, antes de viajar ilusionado con el cambio de escenario, dediqué unas tardes a revisar las noticias al respecto aparecidas en la prensa, sobre todo de provincia, aparte de averiguar en las redes sociales, concluyendo que los sucesos principales que implicaban al chupacabras se originaban en la región de Copiapó adentro, en lugares más o menos cercanos a pueblos como Lleumo y Tierra Amarilla. Las referencias que surgían, entrevistados diversos supuestos testigos, casi todos campesinos, algunos mineros, resultaban difíciles de aceptar, producto de cierta inclinación a la zoología fantástica o a una imaginación afecta a la ufología, de acuerdo a las imágenes que se proyectaban del chupacabras, siendo sus víctimas preferidas, como además señalaban, los animales de corral de distintas parcelas de cultivo, atacados por unos colmillos y garras que no perdonaban. No constituían, sin embargo, unas jaurías de perros salvajes propias del desierto, sino como explicaban unas criaturas de piernas largas a semejanza del avestruz, pelones de lomo, acompañadas de un agudo pico de varios centímetros, si bien al comparar esas semblanzas aparecían diferencias, junto también a su identidad desconocida, acerca de la cual alguien de importancia científica, ligado a un centro astronómico próximo a La Serena, había señalado tiempo atrás de que era el producto de una experiencia fallida de la NASA, escapada de su control la naturaleza genética que se creara.

GERMÁN MARÍN - "Tierra Amarilla" - (2014)


Imágenes: Tomás Sánchez

sábado, 4 de diciembre de 2021

LOS PEQUEÑOS NO GANAN A LOS GRANDES

 


   —Gracias. Estáis en algo grande, ¿verdad?

   —Algo, digamos, mediano.

   Curto comía despacio, como si a pesar del hambre le costara insertar cada cucharada dentro de su cuerpo.

   —No quiero que me cuentes, pero tampoco me apetece recoger vuestros restos y meterlos en una cajita. Los pequeños no ganan a los grandes, no es pesimismo, querido, es inteligencia.

   —La tortuga no gana a la liebre.

   —Lo has captado.

   —Más vale fuerza que maña.

   —Muy bien, muy bien.

   —¿David y Goliat?

   —Bah, nadie sabe si fue así. Va un gigante, lucha contra un pequeño pastor y el gigante gana, ¿quién querría oír eso?

   —Pero ha habido casos reales.

   —A ver.

   —El Alcorcón contra el Real Madrid, Cuba, Vietnam.

   —Quita, ganar es imponer tu modelo, que los niños quieran ser del Alcorcón, que Hanoi fuese la capital del mundo.

   —Me estás diciendo que no vale la pena.

   —Si no sé lo que es. —Curto terminó su plato—. Además, lo haréis de todas formas, y yo tendré que ir con la cajita. ¿Por qué te has metido en esto?

   —Supongo que por la risa.

   —Yeah! Ahora ¿puedes ser más claro?

   —Empecé proponiéndome no tomar en serio el tiempo que tenemos, y he acabado viéndonos como trozos de carne que se va a pudrir, vamos, la gusanera. —El abogado sonrió encogiéndose de hombros—. Conclusión: mientras dure la vida quiero que no me obliguen a avergonzarme. Así que un poco de seriedad sería un bálsamo, supongo.

BELÉN GOPEGUI - "Acceso no autorizado" - (2011)


Imágenes: Jim Naughten

jueves, 2 de diciembre de 2021

NARCOLEPSIA PSÍQUICA


  —Seguro tiraron el arma en la laguna. —El comisario hablaba, medio extraviado—. Hay muchos cuchillos en el fondo del río. De chico me zambullía y siempre encontraba alguno…

   —¿Cuchillos?

   —Cuchillos y muertos. Un cementerio. Suicidas, borrachos, indios, mujeres. Cadáveres y cadáveres bajo la laguna. Vi un viejo, un día, el pelo largo y blanco, le había seguido creciendo y parecía un tul en el agua transparente. —Se detuvo—. En el agua el cuerpo no se corrompe, la ropa sí, por eso los muertos flotan desnudos entre los yuyos. He visto muertos pálidos, de pie, con los ojos abiertos, como grandes peces blancos en un acuario.

   ¿Lo había visto o lo había soñado? Tenía de golpe esas visiones, Croce, y Saldías se daba cuenta de que el comisario ya estaba en otro lugar, durante un instante nomás, hablando con alguien que no estaba ahí, escuchando voces, masticando con furia el toscanito apagado.

   —No muy lejos, allá, en la pesadilla del futuro, salen del agua —dijo enigmático, y sonrió, como si despertara.

   Se miraron. Saldías lo estimaba y entendía que de pronto se perdiera en sus pensamientos. Era un momento, pero siempre volvía, como si tuviera narcolepsia psíquica. El cadáver de Durán, cada vez más blanco y más rígido, era como una estatua de yeso.

RICARDO PIGLIA - "Blanco perfecto" - (2010)


Imágenes: Daniel Convenant

martes, 30 de noviembre de 2021

DOS SEGUNDOS DE MÁS

 


   En 1972 se añadieron dos segundos al tiempo. Ese año Gran Bretaña aprobó su adhesión al Mercado Común y se presentó al festival de Eurovisión con un tema de los New Seekers titulado Beg, Steal or Borrow. Esos dos segundos se añadieron porque era un año bisiesto y se había producido un desajuste en el tiempo debido al movimiento de la Tierra. Los New Seekers no ganaron en Eurovisión, pero eso nada tuvo que ver con el movimiento de la Tierra ni con los dos segundos de más.

   La adición de tiempo aterraba a Byron Hemmings. A sus once años, imaginación no le faltaba. Se quedaba despierto en la cama, figurándose que llegaba el tan temido momento, y se le aceleraba el corazón. Vigilaba los relojes, tratando de sorprenderlos in fraganti.

   —¿Cuándo lo harán? —preguntó un día a su madre.

   Apostada ante la nueva encimera del desayuno, ésta cortaba manzanas a dados. El sol entraba a raudales por las puertas acristaladas, dibujando en el suelo una cuadrícula tan nítida que el chico jugaba a pisar los recuadros.

   —Seguramente mientras estemos dormidos —contestó.

   —¿Mientras estemos dormidos? —Aquello era aún peor de lo que creía.

   —O quizá mientras estemos despiertos. —Byron sospechó que en realidad su madre no lo sabía—. Dos segundos no son nada —añadió ella con una sonrisa—. Anda, acábate el Sunquick. —Tenía la mirada reluciente, llevaba la falda planchada, y se había secado el pelo.


   Byron se había enterado de los segundos de más por su amigo James Lowe. James era el chico más listo que Byron conocía, leía el Times a diario. La adición de dos segundos era de lo más emocionante, según James. Primero el hombre había conseguido llegar a la Luna y ahora se disponía a alterar el paso del tiempo. Pero ¿cómo podían dos segundos surgir de pronto, como salidos de la nada? Era como intentar añadir algo que en realidad no existía. No era seguro. Cuando Byron se lo señaló, James se limitó a sonreír. «Eso es el progreso», dijo.

   Byron escribió cuatro cartas, una al diputado adscrito a su jurisdicción, otra a la NASA, otra a los editores del Libro Guinness de los Récords, y la cuarta y última a la BBC, a la atención del señor Roy Castle. Luego se las dio a su madre para que las echara al correo, asegurándole que se trataba de algo importante.

   Recibió una fotografía firmada de Roy Castle y un folleto profusamente ilustrado sobre el alunizaje del Apolo 15, pero ni una sola referencia a los dos segundos de más.

RACHEL JOYCE - "El año que duró dos segundos" - (2013)


Imágenes: Steeven Salvat

domingo, 28 de noviembre de 2021

EN EL CAMPO


   En el campo, la vieja granja de Mato Rujo permanecía a ciegas, esculpida en negro contra la luz de la tarde. La única mancha sobre el perfil desocupado de la llanura.

   Los cuatro hombres llegaron en un viejo Mercedes. La carretera estaba excavada y era dificultosa —una carretera pobre de montaña—. Desde la granja, Manuel Roca los vio.

   Se acercó a la ventana. Primero vio la columna de polvo levantándose sobre el perfil del maizal. Luego oyó el ruido del motor. Ya nadie tenía coche, en aquella zona. Manuel Roca lo sabía. Vio el Mercedes asomarse a lo lejos y después desaparecer tras una hilera de encinas. Luego ya no siguió mirando.

   Regresó hacia la mesa y puso la mano sobre la cabeza de su hija. Levántate, le dijo. Sacó una llave del bolsillo, la dejó sobre la mesa y con la cabeza le hizo una seña al hijo. Deprisa, le dijo su hijo. Eran niños, dos niños.


   En la encrucijada del torrente, el viejo Mercedes evitó la carretera de la granja y prosiguió hacia Álvarez, haciendo como que se alejaba. Los cuatro hombres viajaban en silencio. El que conducía llevaba una especie de uniforme. El otro hombre que se sentaba delante llevaba un traje de color blanco roto. Planchado. Fumaba un cigarrillo francés. Aminora, dijo.

   Manuel Roca oyó el ruido alejándose hacia Álvarez. ¿A quién se creen ésos que van a engañar?, pensó. Vio a su hijo entrar otra vez en la habitación con un rifle en una mano y con otro bajo el brazo. Déjalos ahí, dijo. Luego se dio la vuelta hacia su hija. Ven, Nina. No tengas miedo. Ven aquí.

   El hombre elegante apagó el cigarrillo en el salpicadero del Mercedes, luego dijo al que conducía que se parara. Aquí está bien, dijo. Y haz que este cacharro se calle de una vez. Se oyó el ruido del freno de mano, como una cadena que se dejara caer en un pozo. Luego, nada más. El campo parecía que hubiese sido tragado por una calma inescrutable.

   Habría sido mejor haber ido directamente a su encuentro, dijo uno de los dos que estaban sentados detrás. Ahora tendrá tiempo para escaparse, dijo. Empuñaba una pistola. No era más que un muchacho. Lo llamaban Tito.

   No se escapará, dijo el hombre elegante. Está hasta los cojones de escapar. Vamos.

ALESSANDRO BARICCO - "Sin sangre" - (2002)

Imágenes: Nicholas Moegly

viernes, 26 de noviembre de 2021

EN LO DE PAPÁ

 


   Si hoy no fuera un día especial, Julián tomaría el juego de llaves de algún departamento de la inmobiliaria, cerraría el tablero, bajaría la persiana, apagaría las luces y saldría. Así lo hizo cada noche desde que se separó de Silvia, cinco meses atrás. Apenas con unas pocas pertenencias dentro del bolso de Estudiantes de La Plata que, miente, usa para hacer deporte. Pero hoy cumple años Tomás, su hijo mayor, y Silvia lo conminó a que, como parte del festejo, duerma con él por primera vez desde la separación. En realidad, sus dos hijos dormirán con él, Tomás y Anita. Silvia fue terminante. Él no atinó a esgrimir ninguna de las tantas excusas que puso en esos meses con la intención de no dar una dirección exacta. Hasta hacía poco había funcionado, pero ya no. Incluso parecía desvanecida la ventaja que solía tener en cualquier negociación frente a Silvia por el hecho de que era ella quien había tomado la decisión de dar por finalizado su matrimonio.


  Desde el día en que le dijo «quiero que te vayas», él había quedado girando en falso sin entender qué había pasado para tener que desarmar lo que habían construido juntos durante quince años. ¿Lo habían construido juntos? ¿En qué consistía esa supuesta construcción? No podía encontrar respuesta. Aún hoy seguía sin entender y con la esperanza de que a Silvia se le pasara lo que fuera que la había llevado a echarlo de la casa. Lo que fuera, hasta otro hombre. Y ese era el motivo por el que Julián no se decidía a resolver el problema de dónde vivir, como corresponde que haga un marido que se separa: cinco meses después, no se sentía separado. Es más, había creído que el cumpleaños de Tomás lo pasarían todos juntos, él, Silvia y los chicos, en su casa, la casa de todos. Pensó que era la ocasión ideal para el reencuentro. Pero en cambio Silvia parecía haber pensado exactamente lo contrario. Fue terminante e incluso se lo dijo a los chicos antes que a él, probablemente para no dejarle alternativa. «Hoy duermen en lo de papá». Sin sospechar que aún no había «lo de papá». O que «lo de papá» no era un lugar fijo sino escoger una llave del tablero de la inmobiliaria para rotar de departamento en departamento y acostarse adentro de una bolsa de dormir.

CLAUDIA PIÑEIRO - "Quién no" - (2018)

Imágenes: Mariano Pascual