Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 31 de enero de 2022

PERO SABÍA QUE CONTROLABAN EL MUNDO

 


Eo oyó las voces de los humanos. Ascendían y descendían agudas, creando armónicos extraños. Los elefantes se comunican de varios modos. Usan las orejas y la trompa a corta distancia. También emiten infrasonidos no audibles para aquellos y pueden comunicarse a diez o quince kilómetros de distancia. Pisan la tierra para transmitir ondas sísmicas que alcanzan más de treinta kilómetros de distancia. Pero nada era comparable con lo que podían hacer los animales de dos piernas. Sentía su eco inmenso, podía notar el tacto de las ruedas de los vehículos a través de sus patas. Las ondas generadas por el ser humano, inaudibles para este, eran ensordecedoras y copaban el ambiente allá donde se produjeran. Estos se unían como los pájaros y al unísono creaban una estructura de sonido que se alzaba al cielo. Podían encerrar en ella al mundo entero con sus mentes calculadoras y monstruosamente creativas, porque no le cabía duda de que eran monstruos. No podía discernir hasta dónde llegaba su poder, pero sabía que controlaban el mundo y, pese a ser el animal más grande sobre la tierra, él no era más que un guisante frente a tal despliegue de fuerza.

LUIS CEREZO - "Eo" - (2015)

Imágenes: Alexis Diaz

sábado, 29 de enero de 2022

FABRICADO CON REMIENDOS DE JAZZ


 Le conocí hace dos años cuando yo aún vivía en el Harlem Español y mantuvimos una conversación sobre jazz en tres tiempos, entre el piso 0 y -3, durante tres días distintos. Su enorme cuerpo negro estaba encajado en una esquina del ascensor tras una especie de pupitre que se había esforzado en hacer habitable: un ventilador de juguete que apuntaba hacia la sudorosa cabezota de titán, un cactus pálido que demostraba su capacidad para sobrevivir en cualquier parte y un equipo de música del cuaternario que escupía, testarudo, el saxo de Dexter Gordon. Tenía apoyado el codo sobre el mostrador con una de las mangas de la camisa del uniforme remangada, dejando entrever el brazo que parecía el tronco de un árbol viejo sobre el que hubieran acuchillado mensajes de amor los pandilleros del barrio.

   Cuando entré, se abanicaba con un ejemplar arrugado de Los Vengadores, congestionado, pero sin perder la sonrisa. Me llamó la atención su forma de abordar a los viajeros, destemplados a esas horas, con un buenos días amigos, abróchense los cinturones, y que antes de hundir su dedazo color cacao en el botón ya había conseguido robar alguna sonrisa pesada. ¡Vamos, hijos! Decidle buenos días al viejo Barry y sabré que no estáis muertos. Para mi sorpresa, cuando alcanzamos el primer piso escuché un tímido pero disciplinado buenos días, de un coro extravagante de funcionarios, oficinistas, estudiantes y una monja que seguían envasados en el ascensor. Barry abrió las puertas jaleando al grupo, ¡a la arena, gladiadores, Nueva York os espera!, mientras algunos de ellos, los más orgullosos, disimulaban una sonrisa.



   Me quedé solo para continuar hasta el piso 0. Sentía cómo él me observaba con una mezcla de guasa y compasión difícil de soportar en silencio. Así que cuando mi estómago intuyó la parada le miré directo a los ojos, algo impensable en esta ciudad si no quieres follar o batirte en duelo, y sentencié:

   —La verdadera música de Dexter Gordon está en el silencio. En su último aliento dentro del saxo.

   Sus ojos me observaron oscuros, casi inválidos por los derrames, preñados por la experiencia.

   —Dexter Gordon era un alcohólico —contestó, creo que con orgullo.

   Al día siguiente cuando entré en el ascensor, Barry estaba sentado en el mismo lugar, lanzando su voz de trombón a los viajeros mientras el ventilador removía a duras penas el aire sofocante de su cubículo, solo respirable gracias a que flotaba también el limpio quejido de Billie Holiday.

   Cuando apretó el botón de la planta 0 y me miró, supe que me recordaba. Y para no decepcionarle demasiado me acerqué a la puerta y afirmé que Billie Holiday había sido la voz más apasionada del jazz, a lo que él respondió con una sonrisa:

   —Billie era una drogadicta neurótica.

   La tercera y última entrega de esta charla fue la que nos unió para siempre. Y no por el hecho de que nos pusiéramos de acuerdo sobre nuestros gustos musicales, sino porque cuando Barry entró tarareando a Louis Armstrong a las seis de la mañana para comenzar su turno, yo ya estaba allí, esperándole como la secuela cutre de una mala noche, en el suelo, recostado contra la pared igual que un fardo de huesos y con la cara reventada a golpes. Uno de tantos episodios nocturnos que luego recordaba en blanco y que se repetían siempre que cenaba juego y alcohol. Cuando se me acercó su enorme cuerpo uniformado, me cubrí instintivamente la cabeza con las manos, pero al reconocerle escupí en el suelo un coágulo de sangre y articulé como pude:

   —La garganta de Armstrong era el más perfecto instrumento del jazz.

   El resopló mientras me ayudaba a sentarme en su silla y me tendía una botella de agua que bebí de un trago.

   —Armstrong era un puto negro.

   Y no hubo más que hablar esa mañana porque de un plumazo se me había revelado aquel hombre, un gigante fabricado con remiendos de jazz: compartía con Dexter su mala vida, con Billie su corazón herido y con Armstrong que era el negro más negro de Nueva York.

VANESSA MONTFORT - "Mitología de Nueva York" - (2010)


Imágenes: Tim Tadder

jueves, 27 de enero de 2022

MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO

 


Dijiste: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36), y sin embargo, tus máximos representantes han sido desde hace siglos monarcas de un reino. Y lo remachabas diciendo: «Si mi reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que yo no fuese entregado a los judíos».

   Tu reino, Jesús de Nazaret, no fue de este mundo, pero el de tus representantes sí. Hasta hace muy poco han tenido ejércitos que han combatido por ellos y por defender sus posesiones terrenales; y sus soldados no eran simbólicos y «de carnaval» como son en la actualidad los de la guardia suiza en el Vaticano, sino que eran con mucha frecuencia fanáticos voluntarios o feroces mercenarios que en ocasiones realizaron matanzas que hubiesen avergonzado a cualquier tirano.

   El suyo es un reino con palacios y museos; un reino con embajadores, con recaudadores de impuestos, con códigos de justicia y con penalidades para aquellos que no cumplan las leyes; un reino con bancos y con banqueros tramposos y avaros —aunque estén ordenados in sacris— a los que no les importa en qué invierten el dinero del reino, con tal de que produzca buenos dividendos; un reino en donde no sólo se politiquea internamente en los palacios vaticanos, sino que se lleva la política y las influencias a todos los otros Gobiernos en donde hay súbditos cristianos; un reino en donde por siglos se cobraron tributos directos —yendo contra lo que tú habías dicho— y en donde en la actualidad se cobra por los servicios espirituales que se prestan. Los bautizos, las misas, los entierros y las bodas tienen tarifas como en cualquier oficina del gobierno. Tu reino espiritual, Jesús de Nazaret, tus representantes lo han convertido en un reino de este mundo. Si eres Dios, ¿no pudiste preverlo?



   Tan en serio han tomado su papel de reyes y de señores de este mundo que desde muy temprano en la historia se preocuparon de agenciarse territorios arrebatándoselos a las buenas o a las malas a otros reyes y señores más débiles que ellos. Nuestro catolicísimo Felipe II tuvo que hacerle la guerra a uno de ellos (Paulo IV), que quiso usurparle sus posesiones en Italia; y si nos pusiésemos a enumerar todas las guerras que tus representantes, grandes y pequeños, han hecho con el único objeto de conseguir o de defender tierras y ciudades, no terminaríamos.

   ¡Qué mal ejemplo, Jesús de Nazaret, han dado tus pontífices a lo largo de la historia! ¿Cómo no los asististe de una manera especial, tal como lo habías prometido, para que respetasen tu voluntad y no hiciesen caricatura o burla de tus palabras? Dijiste: «Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo tienen nidos, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lu 9,58). Tus representantes están muy lejos de imitar tu ejemplo en cuanto a vivienda. No sólo los pontífices romanos han vivido siempre en suntuosas mansiones, sino que hasta los cientos de obispos de todo el mundo distan mucho de no tener dónde reclinar la cabeza. Y esto se ha hecho tan común y normal que sus moradas se llaman ordinariamente «palacio episcopal».

SALVADOR FREIXEDO - "Interpelación a Jesús de Nazaret" - (1989)


Imágenes: Shane Drinkwater

martes, 25 de enero de 2022

LA ACOMPAÑO A LA CLÍNICA

 


La acompaño a la clínica. Es un edificio espantoso entre otros edificios espantosos. Se alzan sobre la bahía como icebergs fulgurantes que aprisionan ideas, cuerpos, afanes. Vemos la punta superior: bufetes de abogados, empresas tecnológicas e informáticas, corporaciones. El resto, la parte escondida, navega bajo los mares del tercer mundo. En una segunda planta de uno de esos monstruos de vidrio, la clínica de reproducción asistida. Samsa entra resuelta. No ha hecho falta que me lo pidiera, ambas hemos dado por hecho que a partir de ahora yo iré a donde vaya ella. Es una perspectiva desalentadora, pero es así. Nos hacen pasar a una sala de espera. Cuando se sienta, con la americana bien planchada, el pelo perfecto y los ojos pintados, es como si tomase posesión de la sala, como si se proclamase reina. Me doy cuenta de que con ella todo funciona así. Desprende un poder sutil, casi tierno, flexible y bello, pero resistente como la seda de las telarañas. Te atrae tanto como te apresa, te permite removerte, pero no abandonarla.


 Me ase la mano y enciendo tres cigarrillos con el pensamiento. No los fumo, sólo los enciendo y doy una calada larguísima, los apuro sin respirar. Las sillas son cómodas. Las revistas, recientes. Los suelos, claros y brillantes. Las plantas, bien cuidadas, parecen artificiales. Es el lugar perfecto para ella, encaja en él por una suerte de derecho innato. Otra pareja se sienta frente a nosotras, también rondan la cuarentena. La ropa limpia, acabada de desdoblar, las manos asidas por una especie de protocolo consuetudinario. Hojean una revista que pretende aconsejar cómo ser buenos padres y madres. La fotografía de la portada, un hombre y una mujer con la cara extraviada de los sectarios y un recién nacido en los brazos, me repugna aún más que la idea de que alguien preñe a Samsa con una jeringa y una donación orgánica. Si algún día ella aparece con un manual así, tendremos un problema gordo, de esos que ni troceándolo muy fino pasaría por el colador del amor.

EVA BALTASAR - "Boulder" - (2020)


Imágenes: Steffen Dam

domingo, 23 de enero de 2022

PORQUE AQUEL OLOR

 


La mujer. Una isla color canela sobre las baldosas.

   La mujer desnuda.


   (debe ser normal, debe ser común, chico de doce años,

   yo, yo ese mediodía,

   chico que toca la puerta de su amigo del colegio y queda suspendido en el aire, queda enmudecido, al ver que una mujer salvajemente hermosa abre y con voz apagada


   pasa adelante, Alberto está en el cuarto y te espera y en la nevera hay unas croquetas para hacer y hay algo de pollo y refresco y si les apetece tienen dinero que les puse en la mesa por si quieren comprar una pizza y me voy un beso adiós adiós


   porque el beso en la mejilla me dejó inmóvil, gélido, ¿qué clase de madre era esa?, ¿cómo podía una madre tener ojos encendidos como los de un gato, ojos como brasas, y esa blusa ceñida en la que los pechos se alzaban como barquillos de helado, y esa cintura estrecha, esas piernas felices que debían silenciar el mundo cada vez que la falda se alzaba un poco?)



   La puerta del apartamento.

   Los dos amigos que suben con prisa y carcajadas la escalera.


   (la incongruencia del mundo, el universo paralelo al que accedemos por azar, ¿nunca les ha ocurrido? un sitio donde las madres no son señoras con camisas anchas, colores amarillentos en el pelo, crucifijos, dietas de lechuga, prensa rosa, bolsas del mercado, olor a pimentón, cebollines,

   porque aquel olor,

   la madre de Alberto era un olor cremoso, un olor cítrico y acaramelado que flotaba como una nube y que era su anuncio, la orilla de un olor, la esponjosidad de un olor, el olor mismo, y luego la madre de Alberto,

   ella misma,

   olorosa junto a nosotros, caminando descalza con unos pies que algún pintor italiano hubiese deseado para sus «madonnas», unos pies perfectos, unos dedos gráciles flotando sobre el suelo del apartamento, aquel apartamento cubierto de libros, muchos traducidos por la madre de Alberto, muchos editados por la madre de Alberto, que era hermosa, descalza, políglota.

JUAN CARLOS MÉNDEZ GUÉDEZ - "Hasta luego, míster Salinger" - (2007)

Imágenes: Micaela Lattanzio

viernes, 21 de enero de 2022

NADIE DEBE SABER QUE SOY UN HIKIKOMORI

 


Soy afortunado porque hasta el día de hoy me han dejado en paz. A otros les obligan a salir. Les prometen una reincorporación. Les prometen una recuperación. Trabajo. Éxito. Con esas débiles promesas en los labios les hacen regresar, paso a paso, a la sociedad, ese gran colectivo. Uno se acostumbra a ser complaciente. A estar en armonía con ella. Pero yo soy afortunado. No cuentan conmigo. No me envían a un trabajador social para que intente convencerme durante horas, desde el otro lado de la puerta de la habitación. Los libros y artículos de periódico que apenas hojeo, el aftershave de mi padre, de nuevo un golpe sordo, la huella de los dedos de mi madre en una bolita de arroz. Esa mínima porción de vida es suficiente, es lo más que puedo soportar. Se me consiente. Esta es la suerte que tengo. Ser parte de una familia que consiente mi encierro. Por vergüenza, entiéndase bien. Nadie debe saber que soy un hikikomori. Al vecino le dijeron que estoy de intercambio en América, y cuando volví a salir a la calle, le dijeron que había regresado y que necesitaba algo de tiempo para aclimatarme de nuevo al país. Es la suerte que tengo, formar parte de una familia que se avergüenza de mí.



   Y tal vez es esta suerte la caracterización más decisiva de un hikikomori. La suerte de liberarse por tiempo indeterminado del acontecer y de ser acontecido, del juego interrelacionado de la causa y el efecto. Permanecer sin una meta humana a la vista y sin la voluntad de alcanzarla, en un espacio informe en el que no pasa nada. Una bola que permanece fuera de juego sin que ninguna otra la ponga en movimiento. En cuanto uno se encierra con llave, cae de la tupida malla de contactos y relaciones, y siente alivio por no tener que hacer nada al respecto. La liberación consiste en que ya no es necesario seguir contribuyendo. Finalmente, uno acaba confesando que el mundo le es por completo indiferente.

MILENA MICHIKO FLAšAR - "Le llamé Corbata" - ( 2012)

Imágenes: Mariano Pascual

miércoles, 19 de enero de 2022

ESA COINCIDENCIA DE PRIMEROS

 


En estos tiempos que corren, y no es necesario que seamos precisos acerca de la fecha exacta, pero, en cualquier caso, muy a principios de año, un hombre joven, de poco más de treinta años, alto —un metro ochenta y tantos—, con el pelo negro como la tinta y una cara pálida, seria, de facciones finas, acudió a una cita de negocios y descubrió a un hombre ahorcado.

   Lorimer Black miró horrorizado a Mr Dupree, con la mente convertida al instante en un clamor de alarma y conmoción pero curiosamente inerte al mismo tiempo —los síntomas enfrentados de un tipo de pánico mental, supuso. Mr Dupree se había colgado de una cañería finamente revestida que cruzaba el techo de la pequeña antesala detrás de la recepción. Una escalerita de mano de aluminio estaba tumbada de lado bajo el compás ligeramente abierto de sus pies (Lorimer advirtió que los zapatos marrones necesitaban un buen cepillado). Mr Dupree era simultáneamente la primera persona muerta que veía en su vida, su primer suicidio y su primer ahorcado, y Lorimer encontró esa coincidencia de primeros profundamente inquietante.



   Su mirada viajó hacia arriba con reticencia, desde las desgastadas puntas de los pies de Mr Dupree, haciendo una pausa breve en la zona de la entrepierna —donde no fue capaz de distinguir ningún rastro de la erección proverbial y espontánea de los ahorcados— y se dirigió hacia el rostro. La cabeza de Mr Dupree colgaba demasiado baja sobre el pecho y tenía una expresión de sueño y de abatimiento, como la que llevan los viajeros agotados que se quedan dormidos en vagones con excesiva calefacción, con la espalda recta contra asientos mal diseñados. Si hubieran tenido delante a Mr Dupree echándose una cabezadita en el tren de las seis y doce de Liverpool Street, con la cabeza ladeada en esa postura incómoda, les hubiera dolido la anticipación del dolor que le esperaba en el cuello al despertarse.

WILLIAM BOYD - "Armadillo" - (1998)


Imágenes: Mary Iverson
 

lunes, 17 de enero de 2022

BIENVENIDO A TU CÁPSULA DEL TIEMPO

 


Las Aerolíneas Timequake existían porque un niño llamado Reddy, Reddy Dolden, había pasado demasiado tiempo jugando a Dirige Tu Propia Aerolínea, un videojuego de estrategia del que solo se habían vendido treinta y seis unidades en todo el mundo. Las otras nueve mil novecientas sesenta y cuatro se habían destruido impunemente, y su creador, un tipo llamado Jerry, Jerry Dix, que lo había perdido todo por culpa de aquel estúpido juego, se había (GLUM) suicidado. Pero nadie se había enterado. Solo un niño, un niño llamado Reddy Dolden, que más tarde sería el propietario de Aerolíneas Timequake (BIENVENIDO A TU CÁPSULA DEL TIEMPO), la tercera compañía aérea del mundo, lloraría su muerte abrazado a su avión de peluche.



   Aquella misma noche, la noche del 27 de octubre de 1997, el niño, Reddy Dolden, decidiría que su primer Boeing 767 real se llamaría Jerry. Jerry Dix. Y que algún día sus pasajeros, sus pasajeros reales, podrían llevarse a casa un Jerry Dix de juguete, en su más asequible versión muñeco piloto o en su más auténtica versión Boeing 767 de peluche. Una década más tarde, Reddy Dolden cumpliría su promesa al adquirir el primer avión de su flota y llamarle Jerry. Pero aún tendría que pasar otra década para que la versión avión de peluche del malogrado Dix se convirtiera en el objeto de merchandising aéreo más vendido del mundo. Cuando eso ocurriera, Reddy Dolden tendría tanto dinero que no solo habría olvidado que una vez había sido un niño sin blanca que dormía abrazado a su avión de peluche sino que habría dejado de soñar, porque ¿qué sentido tiene hacerlo cuando eres el Genio de la Lámpara?

   Porque algo así era Reddy Dolden.

   Podía cumplir deseos.

   Oh, bueno, ya me entienden.

   El dinero los cumplía por él.

LAURA FERNÁNDEZ - "Connerland" - (2018)


Imágenes: Sergio Mora

sábado, 15 de enero de 2022

LAS TÍPICAS METÁFORAS OVINAS



Vienen de nuevo los catequistas, pero esta vez sin la mujer. Son los mismos dos muchachitos de siempre, el que tuerce la boca y el que dice poco y nada, y aunque objetivamente nada distinto hay en ellos, lucen más tiesos y más anodinos, vanos granaderos en el frío, postes rectos de un campo sin alambrar. A punto estoy de preguntarles por ella: dónde está, qué le pasó, por qué no vino. Pero no alcanzo a hacerlo; son ellos los que empiezan de inmediato con sus sermones monocordes y engañosos; incluso el que nunca habló, ahora habla, la voz le sale en un hilo delgadito y sin matices, silba palabras que no esperan ser escuchadas.

   Quieren saber si he tenido tiempo de leer el folleto que me dejaron la vez pasada. Les digo que no, que no lo he leído, que no he tenido tiempo. Me sugieren que lo haga: si abro mi alma a la palabra del Señor, me sentiré (conjugan en futuro) en paz conmigo mismo. Yo lamento lucir ahora tan fastidiado, y hasta quisiera revelarles a estos dos monigotes la razón de ese fastidio, que es que vinieron sin la mujer. Lo lamento porque si les lanzo mi propia verdad, que es que estoy perfectamente en paz conmigo mismo desde que vine a vivir a Bahía Blanca, no van a creerme: me veo ahora un tanto alterado y sin sosiego, propenso a mover mucho las manos al expresarme, proclive al balbuceo, muy listo a interrumpir.



   Su feroz parsimonia en el decir es lo que acaba de una vez por irritarme. Son profesionales consumados en el arte de la calma chicha; no habrá cosa que yo diga o haga que pueda llegar a sacarlos de ese lago de equilibrio en el que flotan. De tan apacibles, me exasperan; y en el fondo parecen saberlo. Quién sabe si no es ésa su estrategia: despojarme de mi paz para después ofrecerme la suya. Proceden igual que su iglesia: primero fabrican el malestar para después dispensar el alivio. Y yo podría soportar todo eso, como de hecho lo he venido soportando; pero hoy llegan a mi puerta y no estaba con ellos la mujer: ni el pelo en bucle sobre la nuca ni la nuca despejada por el pelo recogido. ¿Serían capaces de responderme, si yo les preguntara por ella?

   Dicen que Dios conoce bien cada secreto que esconde mi alma. A veces dicen alma y a veces dicen conciencia, pero siempre dicen secreto y siempre dicen Dios. Se equivocan: están pensando en el secreto tradicional, en las formas habituales del secreto. Que funciona de este modo: ocultando su contenido pero revelando su propia existencia. El secreto por lo común se activa así; guarda algo, lo esconde, lo escamotea, pero al mismo tiempo que tapa y mezquina algo, otra cosa está dando a ver, y esa cosa es que existe el propio secreto, que hay algo justamente que está siendo guardado, escondido, escamoteado. Si existe un Dios y conoce los secretos, conoce esa clase de secretos, los imperfectos. Porque los secretos perfectos no son cofres imposibles de abrir que no dejan saber qué es lo que guardan, sino cofres invisibles o intocables que no dejan saber que ellos mismos existen, que no permiten que aparezca ni tan siquiera la curiosidad, ni tan siquiera la pregunta.



   Escucho con crispación las típicas metáforas ovinas; el pastor, el rebaño, la pobre oveja extraviada. A todos les dicen las mismas cosas de siempre, no es que se hayan formado alguna idea en particular acerca de mí o de mi vida. Recitan a cada vecino su monserga idéntica y venenosa, todo en nombre de la bondad. Impulsado al fin por la presión de mi impaciencia, les suelto improperios mezclados: les hablo del gusano que se arrastra y no puede quejarse si lo pisan, maldigo la desgracia de la transvaloración de los valores, escupo sobre la moral del débil, me cago en la trampa sutil del remordimiento inducido.

   Ellos dos todo lo escuchan, serenos y receptivos. No hay cosa que no sean capaces de comprender y de aceptar. Advierto por eso que lo mejor es no prolongar ya más la charla.

   —Si tiro la primera piedra —les digo—, es porque estoy exento de culpa.

   Cierro mi puerta sin suavidad.

MARTÍN KOHAN - "Bahía Blanca" - (2012)


Imágenes: Guajiro Bampo

jueves, 13 de enero de 2022

UNAS SUSTANCIAS TÓXICAS LLAMADAS IDEAS

 


Con todo, lo peor son los daños neurológicos. La mente de los seres humanos segrega constantemente unas sustancias tóxicas, llamadas ideas, que llegan a invadir todo el organismo. No hay persona humana que no arrastre el peso de un montón de ideas en la cabeza. En realidad, tener alguna idea no es malo; pero los humanos, en lugar de tener cada vez una sola idea, persistente y clara, como hacen los gatos, tienen muchas ideas a la vez, por un exceso de secreción de su mente.

   La abundancia de ideas hace que estas se enmarañen y produzcan un estado de confusión permanente, aislamiento con respecto al entorno, déficit cognitivo con respecto a algunas señales evidentes (son incapaces de presentir los terremotos y las tormentas, no perciben el peligro inminente y, en consecuencia, nunca se ponen a salvo a tiempo: los peligros les sorprenden siempre y por ello sufren muchos accidentes); ante una situación de riesgo, en vez de huir y ponerse a salvo en el lugar seguro habitual, se entretienen en analizar qué está pasando y pretenden entenderlo, por lo cual, cuando quieren reaccionar, ya es demasiado tarde. Eso hace que los seres humanos estén muy mal preparados para afrontar los peligros de la existencia: ante un peligro, producen ideas en lugar de actuar.



   Otra consecuencia de esa saturación de ideas en el cerebro es que los seres humanos son en general incapaces de hacer cosas tan sencillas como acomodarse y dejar la mente en blanco. Les resulta dificilísimo —por no decir imposible— conseguir un estado tan simple como es no pensar. Ni que decir tiene que eso les imposibilita para vivir el presente: su cuerpo está aquí y su cabeza está siempre en el lugar inexistente del pasado o del futuro adonde les llevan sus ideas.

   En los casos más graves de la enfermedad Razón, las ideas llegan incluso a impedir el sueño. Cuando los gatos hacen sus excursiones nocturnas, muchas veces oyen con claridad a los seres humanos revolviéndose en sus camas, dando vueltas sobre sí mismos: son las ideas, que les impiden descansar, como si tumbados a oscuras a las cuatro de la mañana pudieran resolver algunos de los problemas que ellos imaginan que les aquejan, y que la mayor parte de las veces no son sino secreciones producto de su Razón. Solo son capaces de conciliar el sueño cuando empieza a amanecer y suena el despertador.

PALOMA DÍAZ-MAS - "Lo que aprendemos de los gatos" - (2014)


Imágenes: Vladimir Zotov

martes, 11 de enero de 2022

EL MISMO CHICO CORRIENTE DE SIEMPRE

 


Íbamos a cenar en un restaurante. No diré en cuál, porque si lo digo puede que la próxima vez esté lleno de gente que quiera ver si hemos vuelto. Había reservado Serge. De las reservas siempre se ocupa él. El restaurante es uno de esos a los que hay que llamar con tres meses de antelación, o seis u ocho, ya he perdido la cuenta. Yo jamás querría saber con tres meses de antelación adónde iré a cenar una noche determinada, pero parece que hay gente a quien eso no le importa nada. Si dentro de unos siglos los historiadores quieren saber cuán idiota era la humanidad a comienzos del siglo XXI, no tendrán más que echar un vistazo a los ordenadores de los llamados restaurantes selectos, porque resulta que todos esos datos se guardan. Si la vez anterior el señor L. estuvo dispuesto a esperar tres meses por una mesa junto a la ventana, bien esperará ahora cinco por una mesa al lado de la puerta de los servicios. En esos restaurantes, a eso se lo llama «llevar los datos de los clientes».



   Serge jamás reserva con tres meses de antelación. Suele hacerlo el mismo día; se lo toma como un juego, dice. Hay restaurantes que siempre dejan una mesa libre para personas como Serge Lohman, y este es uno de ellos. Uno de muchos, por cierto. Cabría preguntarse si en todo el país queda algún restaurante donde no pierdan los papeles al oír el nombre de Serge Lohman al teléfono. Claro que no llama él en persona, eso se lo deja a su secretaria o a alguno de sus colaboradores más cercanos. «No te preocupes —me aseguró cuando nos telefoneamos hace unos días—. Allí me conocen. Conseguiré mesa.» Yo sólo le había preguntado si volveríamos a llamarnos en caso de que no tuviesen sitio, y adónde podríamos ir entonces. Su voz, al otro lado de la línea, tenía cierto tono compasivo; casi me pareció ver cómo negaba con la cabeza. Un juego.

   Si había algo que no me apetecía esa noche era estar presente cuando el propietario del restaurante o el maître de turno saliese a recibir a Serge Lohman como si de un viejo conocido se tratase, ver cómo una camarera lo conducía hasta la mejor mesa junto al jardín y cómo Serge simulaba que todo aquello no tenía la menor importancia, que en el fondo seguía siendo el mismo chico corriente de siempre, y que por eso se sentía tan a gusto entre la gente corriente.

HERMAN KOCH - "La cena" - (2009)


Imágenes: Kristen Meyer

domingo, 9 de enero de 2022

TODA VIDA TIENE SU ALUNIZAJE

 


D comenzó su carrera vendiendo artículos para ferretería: clavos, serruchos, martillos, picaportes y ojos mágicos para puertas, marca Kramp.

   Cuando por primera vez salió con su maletín de la pensión en la que vivía, no se atrevió a entrar a la ferretería principal de la ciudad, que en ese entonces era un pueblo, hasta haber pasado frente a ella treinta y ocho veces.

   Ese primer intento de venta coincidió con el día en que el hombre pisó la Luna. Los vecinos se juntaron a ver el alunizaje en un proyector que el alcalde sacó desde el balcón de su oficina, y que lanzó la imagen sobre una sábana blanca. Como no había audio, de fondo tocó la banda de los bomberos.

   En el momento en que D vio a Neil Armstrong dar el paso hacia la Luna, pensó que, con decisión y el traje adecuado, todo era posible.



   Así que al día siguiente, al finalizar el paseo número treinta y nueve, entró a la ferretería, con los zapatos más lustrados que se vieron en la historia de la ciudad, a ofrecer al encargado los productos Kramp. Clavos, serruchos, martillos, picaportes y ojos para puertas. No vendió nada, pero le dijeron que volviera a la semana siguiente.

   D fue a tomar un café y anotó en una servilleta: toda vida tiene su alunizaje.

   Cuando, más tarde, D le contó a su padre que el hombre había llegado a la Luna, este le dijo que eso era una soberana farsa, que Dios había creado al hombre con los pies en la tierra y sin alas, y que todo lo demás eran mentiras del presidente de Estados Unidos.

   Como fuera, a la semana siguiente D dio un paso en nombre de su propia humanidad: vendió media docena de serruchos y una de ojos para puertas. Al salir de la ferretería con su pedido dentro del maletín, sintió que toda felicidad, grande o pequeña, merecía ser proyectada en la plaza de una ciudad.

MARÍA JOSÉ FERRADA - "Kramp" - (2017)


Imágenes: Shaun Tan

viernes, 7 de enero de 2022

AHORA LO HACE TODO EL MUNDO

 


—¿Me prometes que dejarás de hacerlo?

   —¿Leer cosas de internet?

   —Me da igual lo que leas. Pero cuando tú y yo nos comuniquemos, quiero que sea directamente. Tú me escribes a mí y yo te escribo a ti. Tú me haces preguntas y yo te las contesto. Y dejas de recibir noticias mías a través de terceros.

   —Pero, Mercer, diriges un negocio. Necesitas participar en la red. Esos son tus clientes, y es así como se expresan y como sabes que te está yendo bien.

   Por la mente de Mae revoloteaba media docena de herramientas del Círculo que ella sabía que lo ayudarían a él en su empresa. Pero Mercer era un tipo sin éxito. Un tipo sin éxito que se las apañaba para llevarlo con arrogancia.


   —Pero es que no es verdad, Mae. No es verdad. Yo sé que tengo éxito si vendo lámparas. Si la gente me las encarga y yo las fabrico y ellos me las pagan. Si tienen algo que decir después, me pueden llamar o escribirme. O sea, todas esas cosas en las que tú trabajas no son más que cotilleos. Es gente hablando de otra gente a sus espaldas. Eso es la gran mayoría de las redes sociales, las reseñas, los comentarios y tal. Vuestras herramientas han elevado los cotilleos, los rumores y las conjeturas al nivel de la comunicación válida de masas, y además, es para putos pringaos.

   Mae soltó aire por la nariz.

   —Me encanta cuando haces eso —dijo él—. ¿Significa que no tienes respuesta? Mira, hace veinte años no molaba demasiado llevar reloj con calculadora, ¿verdad? Y pasarte todo el día encerrado en casa jugando con tu reloj calculadora indicaba muy a las claras que no te iba muy bien en la vida social. Y juicios del tipo «Me gusta» y «No me gusta» y las sonrisitas y las caritas enfadadas se limitaban al primer año de la secundaria. Alguien te escribía una notita que decía: «¿Te gustan los unicornios y las pegatinas?». Y tú decías: «¡Sí, me gustan los unicornios y las pegatinas! ¡Sonrisa!». Ese rollo. Pero ya no solo lo hacen los chavales de primero de instituto, ahora lo hace todo el mundo, y a veces me da la impresión de que he entrado en una zona invertida, en un mundo-espejo donde los rollos más pringaos del mundo se han vuelto completamente dominantes. El mundo se ha vuelto pringao.

DAVE EGGERS - "El Círculo" - (2013)

Imágenes: Sarang Bhagat

miércoles, 5 de enero de 2022

REZÓ SUS ORACIONES Y SE PUSO A DORMIR

 


En la calle volvió a sentirse preocupado. «Es posible que esté dejando de quererme» se dijo, «o será que las mujeres son así». Las estrellas se veían muy altas entre los edificios y el calor del día se estaba desprendiendo de las casas. Subió silenciosamente la escalera de la pensión pues había luz bajo la puerta de los paraguayos y no tenía ganas de oír sus eternas historias de prisiones y torturas. Junto al espejo tenía una foto de la casa de la estancia con toda su familia agrupada al frente: abrió el cajón de la cómoda y sacó lentamente la pistola de entre las camisas. Era pesada. El corazón empezó a latirle mientras la sentía en la mano, oscura y tan pesada. «Es mía» pensó. Levantó los ojos hasta el espejo y se vio igual a los héroes de las historietas y del cine. ¡Cuánto le había costado ir pagándosela al maldito ese, no quería ni pensarlo! «Es mía» dijo a media voz. Tuvo el impulso de llevársela a la cama y dormir con ella bajo la almohada, pero después de abrirla y cerrarla y de apretar varias veces el gatillo volvió a meterla entre la ropa. «¡Qué imbécil!», murmuró al recordar la pregunta de Carlitos sobre el plan del sábado. Ya sin camisa hinchó varias veces los músculos ante el espejo, contento de su apariencia, del brillo de su medalla de bautismo sobre el pecho, y abriendo de nuevo el cajón sacó la pistola. Con la mano en la cadera y la boca apretada hizo ademán de tirar y lo repitió tanto que, aburrido, rezó sus oraciones y se puso a dormir.

SARA GALLARDO - "Pantalones azules" - (1963)

Imágenes: Alekzander Zagorulko

lunes, 3 de enero de 2022

UN REGUERO DE DESGRACIAS

 


Puedo hablarle de mi amigo Andrew, el científico cognitivo. Pero no es agradable. Una noche se presentó con un bebé en brazos ante la puerta de su exmujer, Martha. Porque Briony, su joven y encantadora esposa posterior a Martha, había muerto.

   ¿De qué?

   A eso ya llegaremos. No puedo hacer esto yo solo, dijo Andrew cuando Martha fijó la mirada en él desde el umbral de la puerta abierta. Casualmente esa noche nevaba, y Martha quedó subyugada por los blandos copos, semejantes a diminutas criaturas, que se posaban en la visera de la gorra de los Yankees que llevaba Andrew. Así era Martha, siempre encandilada por detalles periféricos como si les pusiera música. Incluso en circunstancias normales, era una persona de reacciones lentas, y te miraba con una expresión de incredulidad en sus ojos saltones, grandes y oscuros. Después llegaba la sonrisa, o el gesto de asentimiento, o el cabeceo. Mientras tanto el calor de su casa escapaba por la puerta abierta y empañaba las gafas de Andrew. Él permanecía allí inmóvil detrás de sus lentes empañadas como un ciego bajo la nieve, carente de toda voluntad, cuando por fin ella tendió los brazos, cogió con delicadeza al bebé bien arropado, retrocedió y le cerró la puerta en las narices.

   Eso ocurrió, ¿dónde?



   Martha vivía por entonces en New Rochelle, un barrio residencial de las afueras de Nueva York con casas grandes de distintos estilos —tudor, colonial holandés, neogriego—, construidas en su mayoría a lo largo de las décadas de 1920 y 1930, edificaciones apartadas de la calle, siendo los árboles predominantes los arces reales, altos y viejos. Andrew corrió hasta su coche y regresó con un maxicosi, una maleta y dos bolsas de plástico con los artículos necesarios para un bebé. Aporreó la puerta: ¡Martha, Martha! Tiene seis meses, tiene un nombre, tiene una partida de nacimiento. Está todo aquí, abre la puerta, Martha, por favor; no pretendo abandonar a mi hija, ¡solo necesito un poco de ayuda, necesito ayuda!

   La puerta se abrió y apareció el marido de Martha, un hombre corpulento. Deja todo eso en el suelo, Andrew, dijo. Andrew obedeció, y el marido corpulento de Martha volvió a plantarle al bebé en los brazos. Siempre has sido una calamidad, dijo el marido corpulento de Martha. Lamento la muerte de tu joven esposa pero me figuro que ha muerto por alguno de esos estúpidos errores tuyos, alguna negligencia inoportuna, uno de tus experimentos mentales o tus famosas distracciones intelectuales, pero en cualquier caso algo que nos recordaría a todos ese don tuyo para dejar a tu paso un reguero de desgracias.

E. L. DOCTOROW - "El cerebro de Andrew" - (2014)


Imágenes: Joan Ponc

sábado, 1 de enero de 2022

MÁS QUE GUAPA ERA VISTOSA

 


Polo se acordaba bien de ese día; le hizo gracia ver a la doña manejando y al marido relegado al asiento del copiloto, cuando la ventanilla descendió con un zumbido y un vaho de aire gélido le golpeó el rostro sudado. La mujer llevaba lentes oscuros que escondían por completo sus ojos y en cuya superficie Polo podía verse reflejado, mientras ella le explicaba quiénes eran y qué hacían allí, su boca pintada de rojo escandaloso, los brazos desnudos cubiertos de brazaletes plateados que tintinearon como canillones de viento cuando Polo finalmente alzó la pluma de acceso y ella agitó su mano para agradecerle. Una doña como tantas otras, equis, a él nunca lo había impresionado. Igualita a las demás señoras que vivían en las residencias blancas de tejas falsas del fraccionamiento: siempre de lentes oscuros, siempre frescas y lozanas tras los vidrios polarizados de sus inmensas camionetas, los cabellos planchados y teñidos, las uñas impecablemente arregladas, pero nada del otro mundo cuando uno las veía de cerca; vaya, nada para volverse loco como el pinche gordo, de verdad que ni era pa’tanto. 



   Seguramente la conocerían por fotos; el marido era famoso, tenía un programa en la tele, a cada rato salían los cuatro en las páginas de sociales de los periódicos: él, calvo y chaparro, vestido siempre de saco y camisa de manga larga a pesar del maldito calor, los dos chamacos remilgados y ella, acaparando la atención con sus labios encamados y aquellos ojos chisposos que parecían sonreírte en silencio, entre retozones y malévolos, las cejas arqueadas en un mohín de complicidad coqueta, más alta en plataformas que el marido, la mano en la cintura, el pelo suelto hasta los hombros y el cuello adornado con vueltas de collares vistosos. Esa era la palabra que mejor la describía: más que guapa era vistosa, llamativa, como hecha nomás para clavarle los ojos, con sus curvas esculpidas en el gimnasio y las piernas descubiertas hasta medio muslo, en faldas de seda cruda o shorts de lino pálido que contrastaban con el fulgor apiñonado de su piel siempre bronceada.

FERNANDA MELCHOR - "Páradais" - (2021)


Imágenes: Rafael Silveira