Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 29 de octubre de 2019

SEGUIMOS SIN GOBIERNO



Todavía no he subido al piso de arriba. Diez días y no soy capaz de poner un pie en las escaleras. Semana y media desde que te marchaste y ya he organizado este nuevo mundo mío. Es un mundo oscuro. No lo digo figuradamente. Es oscuro de verdad. He bajado todas las persianas y vivo en una penumbra tranquilizadora, tan solo rota por el resplandor del televisor. Distingo el día y la noche en función de la programación. Sobrevivo solo con copos de maíz y galletas saladas. Sé que esto tiene que acabar. Solo es un cuarto vacío. Hoy subiré arriba. Qué tontería, como si se pudiese subir abajo. Pienso seguir así. Hasta que me aburra de esa programación eterna habitada por videntes que me recuerdan que, si soy Aries, no merezco que vuelvas. Que nada corta mejor que un juego de cuchillos japoneses.

   Sé que me dirás que tengo que acabar con esto. Subir las persianas. Las escaleras. Enfrentarme a ese cuarto vacío. Esto es lo que tiene hablar con un contestador. Hablo y hablo, mientras me imagino lo que tú dirías. Que suba. Que soy una dramática. Y yo podría enfadarme. Pero no. Mira tú que, por una vez, tengo que darte la razón. Vale, lo haré. No hoy, claro. Lo haré mañana. Hoy no puedo. Aún no. Solo son diez días. Y mañana, once. Lo haré mañana. Prometido.

   Subo el volumen del televisor. Todo sigue igual.

   Seguimos sin Gobierno.

   Nadie debería vivir sin un banco de abdominales.

   Te echo de menos.
ARANTZA PORTABALES - "Deje su mensaje después de la señal" - (2017)


Imágenes: C. J. Tañedo

sábado, 26 de octubre de 2019

ALGO QUE NO ES DE ESTE MUNDO


Mi madre no cree en acumular posesiones, dice que la lastran. Las pocas cosas que conserva, sin embargo, las custodia con fanatismo.

   Está sentada en una silla con un libro en la  falda y lleva el albornoz que hace unos años Tommy le regaló por Navidad. Es de un verde vivo, estampado con renos saltarines. Sigue llevando su pelo rojizo largo y liso. Está veteado de canas, como si acabara de peinárselo con azúcar. Es una mujer menuda, con un aire de niña abandonada, carita redonda, nariz respingona y mejillas pecosas.

   Cada vez que la veo me asombra qué joven parece por fuera. He visto a gente más mayor que ella con la cara estragada por la edad, pero que tras su máscara de arrugas conservan el destello de la juventud en la mirada. Mi madre es lo contrario. Ha envejecido por dentro. Su cutis parece relativamente intacto, pero sus ojos, en otros tiempos verdes y vivarachos, han adquirido un tono gris apagado, del color del hielo de un estanque.

   Solo recuperan la vitalidad cuando pasa por un episodio maniaco, y entonces centellean con una intensidad siniestra, que imagino le llena la cabeza con la misma clase de ardor que cuando se te han helado los dedos y empiezas a recuperar el tacto en una habitación caldeada. Sé que en esos momentos ve algo que no es de este mundo.
TAWNI O'DELL - "Uno de los nuestros" - (2014)

Imágenes: Nadine Lundahl

martes, 22 de octubre de 2019

OLGA TOKARZUK - "Sobre los huesos de los muertos"


Pie Grande era mi vecino, nuestras casas estaban separadas por apenas medio kilómetro, pero raras fueron las ocasiones en las que tuve contacto con él por fortuna. Lo veía más bien desde lejos: su menuda y fibrosa figura, siempre tambaleante, se deslizaba sobre el fondo del paisaje. Mientras caminaba murmuraba para sí y a veces el viento de la meseta me hacía llegar jirones de aquel monólogo simple y predecible. Su vocabulario estaba compuesto principalmente de palabrotas a las que añadía nombres propios.



   Conocía cada palmo de terreno de esta región, parece ser que había nacido en estas tierras y nunca había llegado más allá de Kłodzko. Lo sabía todo sobre el bosque: qué podía darle dinero, a quién debía venderle qué cosa. Setas, moras, madera robada, yesca para el fuego, lazos y trampas, la carrera anual de vehículos todoterreno, las partidas de caza. El bosque proveía a aquel gnomo, y él tendría que haberlo respetado, pero no lo hizo. Una vez, en agosto, durante una época de sequía, prendió fuego a un gran campo de arándanos. Llamé a los bomberos pero no lograron salvar gran cosa. Nunca llegué a saber por qué lo hizo. En verano vagabundeaba por los alrededores con una sierra y talaba los árboles que se hallaban en la flor de la vida. Cuando le llamé la atención de la manera más educada posible, se limitó a responder, controlando su ira con dificultad:

 —¡Largo de aquí, vieja chocha!
   Sólo que usó peores palabras. Ganaba un dinero extra con lo que robaba, recogía o trapicheaba aquí y allá. Cuando los veraneantes dejaban en el patio una linterna o unas tijeras para podar, Pie Grande siempre encontraba el momento y arramblaba con todo lo que se podía convertir en dinero. En mi opinión, debió ser castigado en más de una ocasión, e incluso acabar en la cárcel. No sé cómo lo hacía, pero siempre salía impune. Quizá cuidaba de él algún ángel; ya se sabe que de vez en cuando se ponen del lado equivocado.

OLGA TOKARZUK - "Sobre los huesos de los muertos" - (2009)

Imágenes: Laura Ball
                                                            

sábado, 19 de octubre de 2019

¿POR QUÉ NO SE ME OCURRIÓ A MÍ ESO?


Hace unos años, el artista inglés Damien Hirst compró un tiburón tigre muerto, lo introdujo en una enorme vitrina o urna de acero y cristal, lo bañó en formol, le dio el pomposo título de La imposibilidad física de la muerte en la mente de un ser vivo y lo vendió por más de un millón de euros. Cada vez que pienso en ello, me tiro de los pelos. ¿Por qué no se me ocurrió a mí eso?



   A mi juicio, el arte conceptual está basado en meras ocurrencias, ideas chocantes o provocativas, que sorprendan, escandalicen y, con un poco de suerte, asqueen (una de las primeras obras de Hirst era una caja de cristal que contenía una cabeza podrida de vaca, devorada por moscas y gusanos vivos). Que sea nuevo y diferente es lo único que importa. En el siglo XXI, la vieja consigna de épater le bourgeois sigue funcionando, ricos y ricas enjoyadas y cargadas de pieles, se dan de tortas por tener el privilegio de adquirir una de esas estúpidas obras. De modo que sí, desdeño el arte conceptual, me parece una inmensa tomadura de pelo; al fin y al cabo, su inventor, Marcel Duchamp, el artífice del famoso orinal, lo concebía como una gran broma, jamás se lo tomó en serio. Pero es una buena manera de ganar dinero.
CLARA USÓN - "Corazón de napalm" - (2009)


Imágenes: Damien Hirst

martes, 15 de octubre de 2019

CORAZÓN DE NAPALM


Era un gran hombre, Sid Vicious. Fede compuso un collage con sus fotos (él, que siempre se había negado a hacer trabajos manuales en clase), y lo clavó con chinchetas en una pared de su habitación del piso de Barcelona. En una de sus fotografías se ve a un Sid niño, sonriente y bien peinado, con la corbata rayada del colegio. En otra tiene el pelo de punta, la cabeza ladeada y hace una mueca divertida con la boca. En una en blanco y negro, un primer plano, se le ve de perfil: se está metiendo un pico. Y en la foto preferida de Fede, Sid Vicious, el torso desnudo, está tocando el bajo; tiene la nariz, la boca y la barbilla manchadas de sangre, que también le salpicaba el pecho y le cae en surcos sobre los brazos; algún fan del público ha debido de tirarle una botella de cerveza durante el concierto. 



A Fede le hubiera encantado asistir a uno y lanzarle una lata a Sid Vicious. «I was born to lose / I was born to lose / I was born to lose», repetía Sid Vicious, y él se identificaba con su letanía. Él, Fede, sin la menor duda, también había nacido para perder, estaba perdiendo desde el primer día. «Soy el chico olvidado del mundo / con el corazón lleno de napalm / El que está buscando / buscando qué destruir…», amenazaba Sid Vicious en otra canción, aunque la mejor era My Way. Cada vez que la oía, se le erizaba la piel. Empezaba lenta, se desgranaban perezosos los acordes de una guitarra, una voz histriónica y burlona cantaba alargando las sílabas, pero de pronto hacían su entrada las guitarras eléctricas y el ritmo se volvía frenético; era ese frenesí lo que lo arrebataba, destrucción, parecía decir, caos, destrucción y velocidad, de eso se trata. 



Se había ocupado de conseguir la traducción de su letra al español, al igual que hizo con las demás canciones de su ídolo. Se molestó en ir una tarde a clase de inglés (la profesora, Miss Gladys, no le reconoció y se opuso a que se sentara al pupitre; hacía cuatro meses que Fede faltaba a su aula); a su término, Fede le pidió a Miss Gladys que le tradujera la letra de My Way. No le costaba nada, puesto que era inglesa, pero la mujer puso pegas, «esta canción no es adecuada para ti», le dijo, después de leerla, y, añadió, «francamente, no me gusta, es obscena». Fede porfió y durante tres semanas no se perdió una clase de inglés. No llegó a hacer los deberes (por no sentar un mal precedente), pero parecía prestar atención y permanecía en silencio, lo cual, viniendo de él, era un homenaje. A la vieja, Miss Gladys, esa deferencia le conmovió y accedió a traducir la canción, quizá como estímulo para retener a ese alumno esquivo.



  
     Y ahora el final está cerca

     Me enfrento a la última cortina


     Escucha, vulva, no soy ningún invertido…



   decía la versión de Miss Gladys, que dejó a Fede perplejo. ¿Qué tipo de insulto era «vulva»? ¿Qué quería decir «invertido»?

   Ian, un amigo escocés de su madre, poeta y peluquero supermoña, que llevaba quince años viviendo en Barcelona, se lo aclaró, si bien a regañadientes: no apreciaba a los punks, tan ruidosos y vulgares (y absolutamente pasados de moda, como le recalcó varias veces), y menos aún a Sid Vicious, ese esquizoide homofóbico. No obstante, acabó por traducirle, pero bien (no como Miss Gladys), la letra de My Way, que en su nueva versión rezaba así:

 
     Y ahora que se acerca el final

     Y está a punto de caer el último telón


     ¡Hey, chocho, que yo no soy maricón!…




CLARA USÓN - "Corazón de napalm" - (2009)


Imágenes: Jie Ma

sábado, 12 de octubre de 2019

SONIDOS PERFECTOS


Hay ciertos sonidos concretos que son perfectos. Una pelota de tenis, una bola de golf golpeada en el punto justo. Una volea alta en un guante de cuero. La caída lenta y sorda de un K.O. Me derrito con una apertura perfecta en una mesa de billar, un tiro seco en la banda seguido por tres o cuatro deslices silenciosos y chasquidos consecutivos. Los roces de la tiza acariciando el taco. El billar es erótico lo mires por donde lo mires. Normalmente a la luz tenue palpitante de una rocola.



¿Si soy fiel a mis convicciones? Ni siquiera puedo retener una idea más de cinco minutos. Igual que la radio de una camioneta. Voy surcando la carretera… Waylon Jennings, Stevie Wonder…, paso un badén y, pum, aparece un predicador de Clint, Texas. Proyecta tu mirda hacia el cielo. ¿Mirada? ¿Mierda? De un día para el otro el autobús 40 cambia. Algunos días viaja gente de Chaucer, de Damon Runyon. Un festín de Brueghel. Me siento cerca de todos ellos, en paz con ellos. Somos un vívido tapiz de viajeros, hasta que hay una epidemia y nos convertimos en víctimas del síndrome de Tourette, atrapadas en una cápsula sofocante, para siempre. A veces todo el mundo está cansado. Un autobús entero hecho polvo. Pesadas bolsas de la compra. Carros aparatosos, cochecitos. Jadeando al subir los escalones, pasándose de parada dormidos, la gente se desploma, se mece agarrada sin fuerzas a las barras como algas lánguidas.
LUCIA BERLIN - "Una noche en el paraíso" - (2018)


Imágenes: Gernot Schwarz

viernes, 11 de octubre de 2019

PETER HANDKE - "El miedo del portero al penalty"


En la caja de ahorros cambió la moneda que desde hacía mucho tiempo llevaba siempre encima. Intentó cambiar también un billete brasileño, pero en la caja de ahorros no compraban esa moneda; además, no tenían la cotización del cambio.



   Cuando entró Bloch, el empleado estaba contando monedas, después las envolvía en una especie de cartucho cilíndrico y les ponía una goma alrededor. Bloch puso el billete encima del mostrador. Al lado había una caja de música de juguete; hasta que no la hubo mirado por segunda vez, Bloch no se dio cuenta de que en realidad era una hucha para un fin benéfico. El empleado levantó la vista sin dejar de contar. Bloch, sin que nadie se lo hubiera pedido, empujó el billete por debajo del cristal de la ventanilla. El empleado estaba ocupado en colocar los cartuchos en una hilera. Bloch se agachó y sopló hasta que el billete fue a parar delante del empleado, entonces el empleado desdobló el billete, lo alisó con el puño y lo palpó con las yemas de los dedos. Bloch vio que tenía las yemas de los dedos un poco ennegrecidas. En ese momento salió otro empleado de la habitación interior; para poder atestiguar, pensó Bloch. Pidió que le metieran las monedas del cambio —ni siquiera había dado para un billete— en una bolsa de papel, y volvió a empujar las monedas por debajo del cristal.



 El empleado puso las monedas, igual que había apilado los cartuchos, en una bolsa de papel y empujó la bolsa hacia Bloch. A Bloch se le ocurrió que si todo el mundo pedía que le metiesen el dinero en bolsitas, al cabo de cierto tiempo la caja de ahorros estaría arruinada. También se podía hacer lo mismo con las otras compras: ¿cabía dentro de lo posible que el consumo de material de embalaje llevara a los negocios paulatinamente a la quiebra? De cualquier manera, resultaba agradable imaginárselo.
PETER HANDKE - "El miedo del portero al penalty" - (1970)


Imágenes: Salustiano García Cruz

lunes, 7 de octubre de 2019

MUIRAKITAN



Dalton la extrajo del bolsillo y la mostró a sus amigos. Joan dejó caer el folleto y la tomó para verla mejor, acercándosela a los ojos, de cara al sol.

   —Es un amuleto —precisó Dalton.

   Joan adquirió una expresión entre sonriente y asombrada. Lina apeló a sus reservas de civilización para no demostrar mucho interés y Azor miraba la piedra con ojos escrutadores. Un amuleto puede o no tener significación para las gentes, en un sentido personal, pero aun el más incrédulo admite que lleva una carga de misterio. En este caso, su cualidad mágica estaba reforzada por la actitud de Dalton, por cuanto había dicho y hecho, y era muy singular que a esa pequeña piedra estuvieran ligados sucesos que relacionaba con la suerte y el destino. El grupo estaba poseído de una curiosidad atenta y las palabras «interesante», «extraño», «original», aparecieron repetidamente, combinadas en frases breves. Dalton mostraba un aire de singular complacencia ante la reacción de sus amigos. Si bien analizaban la piedra con cuidado, demostraban un interés real y podía atribuírsele todo ello, una vez más, a los poderes ocultos que el amuleto llevaba en sí.

   —Es un muirakitan —dijo Azor.

   —¿Qué? —exclamó Lina, como si la extraña palabra la asombrara.

   —Un muirakitan —repitió Azor.



  El raro nombre aumentó el interés. En el fondo de las palabras reside una dosis de magia que el hombre ha desvalorizado a fuerza de derrocharlas. Algunas religiones antiguas tienen palabras cuya pronunciación adecuada, a la cual se llega por el perfeccionamiento individual, da gracia y poderes sobrenaturales. Otras religiones siguen utilizando un idioma especial que no entiende el común de los fieles. En los comienzos del lenguaje, el hecho de poder dar nombre a las cosas, de poseerlas por medio de la voz, debió tener para el hombre un encanto maravilloso y en alguna forma oculto. El mundo comenzó a ser dominado en virtud de la palabra. El vacilante ser humano pudo orientarse por la voz. Y es revelador que en las viejas historias existan palabras mágicas que abren puertas, destruyen obstáculos, rinden voluntades y cuyo secreto no se explica jamás. El prestigio ancestral de la palabra revive ante las voces extrañas, como si su particular sonido abriera puertas cerradas en el alma.

   —Parece una palabra muy remota —comentó Lina.

   —Lo es —acotó Azor, añadiendo—: muy lejana en el tiempo…
CIRO ALEGRÍA - "Cuentos quirománticos" - (1978)


Imágenes: Russ Rowland

sábado, 5 de octubre de 2019

UNA INSOLENCIA MUY EFECTIVA


El portero del edificio de al lado los miraba de reojo, estudiándolos. A ella la había visto un millón de veces, siempre sola, pero ésta era la primera vez que lo veía a él, y no le gustó la forma en que le hablaba. De pie en la puerta de entrada al edificio, el portero hacía un gran esfuerzo por oír la conversación; escuchaba pedacitos de cosas, frases sueltas, tales como «¿A quién votaste?», «Ah, no, el voto es secreto», y sentía que le subía por la garganta una oleada de indignación: era evidente que el desconocido seducía «adrede» a la mucama de los Blinder.

   En el barrio carecían de código, pero todo hacía pensar que tenían uno. No lo había, pero funcionaba igual. Era un código instintivo, que estaba más allá de lo evidente (la calidad de la ropa, el color de la piel y del pelo, la dicción, la manera de andar) y que, por supuesto, incluía al personal doméstico. En líneas generales, lo que se hacía era «marcar» a los cuerpos extraños, principalmente con la vista, transmitiéndoles la sensación de ser vigilados: una insolencia muy efectiva, avalada y practicada por todo el barrio, incluido un buen número de mascotas. De hecho, el portero dejó muy pronto de observarlos de reojo para empezar a mirarlos abiertamente, e incluso dio un paso hacia ellos para oír mejor lo que decían.

   No oyó mucho: en ese momento José María y Rosa se despidieron. Lo único que alcanzó a oír claramente fue la promesa que se hicieron de verse otra vez. Rosa dio una rápida carrerita hacia la mansión. José María la miró un momento y después dio media vuelta y se dirigió hacia la obra.
SERGIO BIZZIO - "Rabia" - (2004)

Imágenes: Wes Magyar 

jueves, 3 de octubre de 2019

UN CIGARRILO PARA ACOMPAÑARSE


Se siente solo.

   Piensa que una persona nunca está más sola que cuando no puede dormir.

   La pieza inhóspita que arrienda, en el segundo piso de una casona antigua, acentúa su soledad, sobre todo las paredes desnudas y el techo tan alto. Le dan ganas de fumar. Se acuerda de sus tiempos de fumador empedernido: el Belmont entre los dedos, el carbunclo de la brasa rojeando en la penumbra, el humo gris creando fantasmas en el aire. Qué bien se sentía un cigarrillo para acompañarse, sobre todo a esas horas de la noche en que el insomnio vuelve irreal al mundo. El cigarrillo era el ancla que lo afirmaba a la corporeidad, el cordón umbilical que lo mantenía atado a la nave madre que es la existencia.



   Bebe otro sorbo de té y se imagina sacando el primer cigarrillo, siente el olor de la cajetilla nueva, oye el clic del encendedor, ve el rescoldo humeando en la punta del cilindro y hasta le parece paladear el sabor tibio del humo en la boca.

   Le da un soplido a su mechón blanco.

   ¿Por qué cresta dejó de fumar? Ni siquiera lo tiene tan claro. A veces cree que se trató de un acto suicida, como dejar de comer. Diez meses se iban a cumplir ya desde el momento de su separación, el mismo tiempo que no se fumaba un pucho.

   Pone los pies sobre la mesita de centro.

   Bosteza.



   De súbito, como a través del agujero neblinoso del bostezo, se da cuenta de algo que ya venía intuyendo hacía rato: que extraña más el cigarrillo que a su ex mujer. Eso es, piensa (y casi grita ¡Eureka!), ahí está la madre del cordero, había dejado el cigarrillo justamente para eso —tal vez de manera inconsciente, pero para eso—: para sentir más las ganas de fumar que las de estar con su ex mujer, para añorar más el cigarrillo entre sus dedos que a su ex entre sus brazos. Sobre todo el cigarrillo de las ocasiones especiales: el saboreado después del té, por ejemplo; o el conversado en una rueda de amigos en una noche de cervezas; o el mejor de todos, el cigarrillo poscoito, ese gozado con la mirada aún perdida en las entretelas del placer, mientras la cabeza de ella descansa apoyada en el pecho sudado de él, o viceversa.
HERNÁN RIVERA LETELIER - "La muerte tiene olor a pachulí" - (2016)

Imágenes: Katharina Jung