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jueves, 30 de diciembre de 2021

CUANDO LÁZARO ANDUVO


Cuando Lázaro anduvo, las autoridades sanitarias advertían que fumar podía matar. Lo hacían imprimiendo leyendas precautorias en los paquetes de cigarrillos, bien grandes para que no pasaran inadvertidas y para que espantaran al leerlas. Se pretendía con ello desincentivar el consumo estadístico de tabaco, a fin de reducir el elevado coste clínico que los enfermos de tabaquismo ocasionaban a la Seguridad Social: «Fumar puede ser causa de una muerte lenta y dolorosa».

   Lázaro fumó de joven, en esa edad azafranada de la adolescencia en la que el carácter se forja imitando los comportamientos de los adultos. En las pandillas de su barrio fumar era esencial para ser aceptado y él nunca tuvo escrúpulos en seguir el dictado ajeno, en observar las reglas, incluso las no escritas, y en formar parte de la masa predominante que durante toda su vida le había llevado en aluvión hacia esa ninguna parte en la que ahora se encontraba. Fumaba entonces y también tenía un mechero Zippo con el que hacía las virguerías propias de la edad. Lo encendía frotándoselo en el vaquero o chascando el pulgar en la rueda del encendido. Claro está que por aquel entonces el tabaco no era perseguido a conciencia por las autoridades sanitarias y el hábito de fumar formaba parte de ese universo masculino en el que todos los muchachos deseaban cuanto antes ingresar.



   A Lázaro, sin embargo, jamás le sentaron bien los cigarrillos. El humo le resecaba la garganta y, por tener el tabique nasal desviado a causa de un golpe que se diera de niño contra un banco de piedra jugando al fútbol en una calle de su barrio, también le dificultaba el respirar. Así que, al poco de entrar en la escuela técnica, dejó de fumar. Es cierto que, de vez en cuando, tras el banquete en una boda o a veces en los toros, si le invitaba su cuñado, solía fumarse un puro muy a gusto, pero eran circunstancias esporádicas y lo hacía más que nada dejándose llevar por el uso social antes que por la adicción a la nicotina. Cuando se incorporó en la camilla después de muerto y pidió un cigarrillo, su mujer se quedó atónita. «¿Cómo va a ponerse a fumar en un hospital si está prohibido?», fue lo primero que le dio a Margarita por pensar antes de estallar en llantos de alegría.

   Los camilleros que le llevaban a la sala de velatorios pensaron al principio que se trataba de una broma. Alguien debía de estar filmándoles con una cámara oculta y sus caras habrían salido tan risibles como descompuestas por la sorpresa del muerto que resucita pidiendo tabaco. Todo era muy realista, sin embargo: la viuda llorando de alegría abrazada a su cuñada, ésta mirando al muerto sin dar crédito aún a lo que sus ojos contemplaban y la otra hermana arrodillada en el suelo con las manos apretadas en posición de rezo y la cabeza alzada hacia lo alto, diciendo a voz en grito: «¡Milagro, es un milagro, gracias, Dios mío, es un milagro!».

FERNANDO ROYUELA - "Cuando Lázaro anduvo" - (2012)


Imágenes: Jimmy Ernst

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