Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 28 de marzo de 2023

NO ES CUESTIÓN DE MODALES


En la oficina hay tres hombres y una mujer, además de ella y Lilith. Dos de los primeros llevan la parte contable y el tercero se encarga de informatizar todo el trabajo. La otra mujer, Dina, es una muchacha del interior que llegó hace un año más o menos. Elena recuerda la primera vez que la vio. Entró con cara de gorrión caído y una flacura impresionante. El jefe la hizo pasar a su despacho pero no le dijo que tomara asiento y la pobre, muerta del susto, se quedó de pie, temblándole al silencio que el muy cerdo se complacía en teatralizar mientras fingía examinar una hoja donde había cuatro o cinco líneas nada más, que eran todo el currículum que había podido presentar. Así la tuvo unos minutos, mirándola por encima del papel, con los anteojos caídos sobre el caballete de su nariz de carroñero, divirtiéndose con el miedo que le infundía y, cuándo no, aprovechando para medirle el busto con los ojos, tomarle las dimensiones de la cadera e imaginar unas cuantas porquerías. Elena también recuerda el breve diálogo que mantuvieron aquellos dos en el despacho y cómo la desesperación pudo más que la dignidad, y qué parecidos a los animales pueden volverse los seres humanos cuando sus necesidades básicas no están satisfechas.



   —No sirve.

   —Pero ¿por qué? Me dijeron que necesitaba…

   —Sí, te habrán dicho, pero el que toma la decisión soy yo. Ese era el requisito primario, pero además hay otras cosas, presencia, buen trato, no olvides que es para trabajar recibiendo gente y atendiendo el teléfono, no cualquiera…

   —Yo necesito trabajar. Recién llegué de mi pueblo y necesito el dinero, ¿entiende? No tengo adónde ir, ni familia, ni amigos, estoy sola. Puedo hacerlo bien, tengo buenos modales.

   —Sí, pero ¿cómo diría? No es cuestión de modales, es un asunto de actitud, digamos de… de que vas a ser la voz, la cara de la empresa, y esta no es una empresa cualquiera, movemos plata fuerte, se cocinan negocios importantes, no sé si soy claro. Además, nena, vamos a ser francos, tu aspecto no ayuda, no ayuda. Acá viene gente grande, políticos, ejecutivos. La recepcionista tiene que tener otro estilo, algo más sofisticado.

   —Puedo conseguir ropa…

   —Eso es lo de menos, la ropa te la damos nosotros. Es más una cuestión de apariencia general. A ver cómo te explico. Cuando llega el cliente, la recepcionista es lo primero que ve, es la primera impresión que tiene de la empresa. Tiene que ser una mujer llamativa, seductora. ¿Entendés?

Después de esto Elena no pudo oír más porque la muchacha entendió, giró sobre sus talones, cerró la puerta y pasó llave de adentro. Diez minutos después salía del despacho; caminó hasta el escritorio vacío y tomó posesión del cargo que hasta hoy ocupa. El jefe salió unos segundos después, estaba rojo, sudaba y había olvidado subirse el cierre del pantalón. Desde entonces juegan al mismo juego cada mes: alrededor del quince, cuando se pagan los sueldos, él la llama, ella se levanta en silencio y entra, cierra la puerta con llave y a los pocos minutos emerge serena, sin una sombra de emoción o de asco.

CLAUDIA AMENGUAL - "La rosa de Jericó" - (2005)


Imágenes: Alexey Kondakov

viernes, 24 de marzo de 2023

ELLOS SON ELLOS Y YO SOY YO


Desaparecía de golpe. Estaba —pongamos— la cena a punto, la familia reunida alrededor de la mesa y él se escabullía. Cuando iban a servir la sopa se daban cuenta. Gritaban llamándolo, salían al jardín para buscar. No lo encontraban ya. Él, protegido por las altas adelfas, los observaba reteniendo el aliento, los oía mudo y con hambre, con una curiosidad profunda. Inmerso en la oscuridad del jardín se sentía un ser aparte. Y ellos, sus padres, sus hermanos, eran extraños, gente ajena. Y cuando, cansados de dar vueltas, proseguían la comida, se acercaba de puntillas a los vidrios del comedor para espiarlos. Era emocionante, tremendo. Algo así como asistir a una cena de aparecidos, difuntos todos, hablando de él, pronunciando su nombre. Se clavaba las uñas en el brazo y el dolor que sentía le hacía tomar conciencia de sí mismo, lo sumergía en un intenso gozo. Aspiraba con alegría el aire de la noche, escuchaba anhelante los pequeños ruidos entre los que se mezclaba un reptar cauteloso que no sabía si era real.



   No siempre se comportó así. Durante su primera infancia había sido una criatura comunicativa y cordial, que buscaba el afecto de los demás con sonrisas y pequeñas bondades, obedeciendo. Pero una mañana le ocurrió algo. Se fabricaba una cabaña con ramas de laurel y peladas varas de morera que había dejado el jardinero amontonadas después de la poda. A lo lejos, cerca de la casa, entre el verde del césped, vio correr a sus hermanas, oyó la voz de la madre llamándolas por sus nombres. Y en aquel momento lo invadió una evidencia turbadora, igual que si él fuera una vasija y alguien lo estuviera llenando de un líquido cálido y transparente. Una revelación que no sabía de dónde llegaba: «Ellos son ellos —pronunció— y yo soy yo». Y su voz entre la olor picante del laurel, sonó a conjuro y casi notó derretirse aquella masa densa como melaza que lo había unido hasta ese preciso momento a su madre, a sus hermanos y a su abuela. Era curioso porque a la vez que se sentía desoladamente solo, flotante en medio de no sabía qué éter, se supo absolutamente dueño de unas fuerzas impensadas, dependiente de sí mismo, sin hilos que lo ataran a ningún otro ser. Cambió. «Como si le hubieran reemplazado», repetía la madre con estupefacción consternada. Huía siguiendo el cauce del río: a embarcarse en una nave pirata. O construía, sin ayuda de nadie, una balsa con troncos de árbol para pescar, recorrer los océanos, ser Robinson Crusoe. A veces pasaba semanas perdido y lo encontraban en la montaña, alimentándose de lagartos, de huevos de pájaro y fruta verde, cantando a grito pelado para ahuyentar fantasmas y muertos. Otras, registraban los montes, las cisternas, con antorchas, desesperados, sin poder hallarlo y, súbitamente, se presentaba sin querer explicar dónde había estado. Buscaba algo inconcreto con inquietud excitada, algo que él presentía pero que no sabía ni dónde estaba ni qué era.

CONCHA ALÓS - "Rey de gatos" - (1972)


Imágenes: Jane Housham

martes, 21 de marzo de 2023

EN EL ZOO FUE TODO DISTINTO


En el zoo fue todo distinto. Todo comenzó en el zoo; en el olor del zoo, en el nerviosismo con que nos bajamos del minibús.

     Todo lo nuevo: el zoo. Todo lo violento: el zoo.

     Y pensar que el mundo puede concentrarse en un colmillo, y que ese colmillo se ve a través de los labios, que le sale un poco el colmillo al animal, y es blanco, que está hecho para hundirse en la carne, y que el lobo, que es en realidad malo, parece bueno detrás de la reja… Entonces se mira cómo han crecido el uno para el otro, la reja y el lobo, cómo se ha vuelto manso el lobo y la sombra le ha amarilleado el pelo, cómo se le ha concentrado el bosque en los ojos. Nos dejaban poner la mano hasta tocar casi la barandilla para que sintiéramos miedo y dijéramos:

     «¿Te imaginas que no hay reja? ¿Eh? ¿Te imaginas?»

     Parecía que el lobo nos oía y nos entendía porque levantaba el hocico y la mirada se le colmaba de saliva y tenía ganas de saltar sobre nosotras.

     ¿Y qué los elefantes? ¿Y los rinocerontes? ¿Y las focas? No, las focas eran previsibles y hacían monerías, daban golpes a la pelota y luego recibían su premio de pescado, pero el elefante estaba cansado de cacahuetes y tenía una piel muy gruesa, y nos teníamos que poner todas a gritar para que nos hiciera caso. Entonces levantaba una mirada agotada, bebía sin sed del barreño sucio, se acercaba pesado como si todo le estorbara y cada paso fuese un gran esfuerzo, por eso perdía siempre y nosotras sentíamos más compasión por el elefante que por la foca, porque era más grande y más triste, porque nos parecíamos más.



     Marina estaba inquieta. Lo estuvo desde que salimos aquella mañana, desde que nos levantamos y nos duchamos. Luego, ante los pavos reales, se quedó pasmada. Nosotras estábamos cerca y sentimos su inquietud. Y era a la vez como si su inquietud la transfigurase, la hiciese luminosa y brillante.

     «¿Qué miras, Marina?»

     «Los pavos reales, son bonitos los pavos reales. Son bonitos, sí. Son bonitos y a la vez no son bonitos, y miran con sus miles de ojos en la cola.»

     Misteriosamente todas fuimos acercándonos a ella, sin pretenderlo. Una enorme atracción nos empujaba a desear su contacto, a buscar su voz, a desear sus gestos. Ya no queríamos a los animales, ni el miedo del lobo, ni la quietud del elefante, ni la gracia brillante de los delfines, queríamos el contacto de Marina, y no sabíamos qué hacer para arrojarnos a ese desierto.

     Teníamos ganas de decir: «¿Dónde estás, Marina?»

     Y sin embargo estaba allí, junto a nosotras, derramándose, mirando los pavos reales, sabíamos que iba a decirnos algo, y nosotras estábamos sedientas de esa palabra. Si nos hubiese dicho: «Abandonadlo todo y arrojaos al lobo», lo habríamos hecho. Si nos hubiera dicho: «Abalanzaos todas sobre el pavo real y asesinadlo», lo habríamos hecho también.



     «Esta noche haremos un juego», dijo.

     «¿Qué juego, Marina?»

     «Un juego que yo me sé.»

     «¿Y cómo es?»

     «Esta noche lo hacemos.»

     «¿No nos puedes decir nada?»

     «No, esta noche.»

     El resto de la excursión se tiñó también de esa inquietud de la espera. Era necesaria la espera. Y en la hora de comer vimos cómo alimentaban a los tigres, cómo ellos también estaban inquietos, y un hombre entraba por una esquina mientras el otro los despistaba por la otra, y dejaba allí pedazos enormes de carne cruda. Detrás de la caja, mientras el hombre salía, algo crujió, y de pronto los tigres se abalanzaron sobre la carne. Eran tres. Se enroscaron como una hiedra en torno a la comida. Las espinas dorsales se unieron en un solo ramo de carne y furia hasta formar una sola criatura fantástica de tres cabezas que comía. Los hocicos se mancharon de sangre. Nos habían dicho que los tigres eran bonitos, nos habían mentido.

     En el autobús nos pusimos a cantar pero seguimos viendo las bocas de los tigres, los colmillos del lobo, el desamparo del mono que quería ser hombre y no podía, el olor del elefante, la piel plastificada del delfín.

ANDRÉS BARBA - "Las manos pequeñas" - (2008)


Imágenes: Kristin Kwan

sábado, 18 de marzo de 2023

EL ARTISTA SIEMPRE OLVIDA BORRAR SUS HUELLAS

 


Por eso me mezclo con el equipo en vez de acudir junto a Germán y charlo y sonrío y gasto bromas blancas sobre las meteduras de pata que al final el montador podrá subsanar, las tomas falsas que habría que archivar para esas noches en que estamos tristes y queremos reír, lo mal que encajaban los invitados mis ironías y cómo, según todos, me propasé con ellos sacándoles los colores, poniéndoles en algún aprieto y haciéndoles hablar, más que de sus películas, de sus manías.

   Lo cierto es que tienen un poco de razón, no puedo negarlo, mi pasado como periodista cultural me traiciona y siempre voy un poco más allá de lo que le gustaría al entrevistado. Es fruto de mi profesión, que me enseñó a percibir que se puede saber mucho de un creador, casi todo, por el contenido de sus obras o el modo de enfocar su arte, por la manera de cantar o interpretar, por el especial estilo al pintar o los rastros que deja entre líneas un escritor. Y es que el artista siempre olvida borrar sus huellas, las pistas sobre sus complejos, los recuerdos velados sembrados al azar, los indicios perdidos involuntariamente sobre sus aspiraciones, su frustración, sus sueños y sus penas.

   Yo, para su desdicha, sé interpretarlos y descifrarlos.

   Y lo peor es que sigo haciéndolo. Soy una mujer oscura, muchos dirán que cruel y malsana, y como no puedo dormir cocino y leo en las madrugadas, también veo películas, y escucho música y en ocasiones me entretengo destripando seres vivos y obras de arte para, como los augures y las pitonisas, averiguar lo que se oculta en sus entrañas, agazapado entre las notas y los colores, al margen de las letras y las palabras, bajo lo que no se oye ni se dice, más allá de lo que se calla.

MERCEDES CASTRO - "Mantis" - (2010)


Imágenes: Claire Lindner

miércoles, 15 de marzo de 2023

ERAN SEIS CAJAS DE MADERA


Un día ella lo llevó al pequeño cuarto donde Almida y el sacristán guardan el dinero, en el segundo piso, padre, donde era seguro que no aparecería ningún extraño, y él permitió que sus manos lo tomaran de las manos y lo alentaran a seguir tras ella. En el salón de estudio, detrás de una puertecilla discretamente disimulada con tres lienzos sin enmarcar, se asomaron a las cajas del dinero. Eran seis cajas de madera, rectangulares, sin candado, alineadas a lo largo del pequeño cuarto secreto. Alrededor, tapizando las paredes hasta el techo, había un montón de misales que la parroquia imprimió para regalar en las Primeras Comuniones. En un rincón, arrumadas en desorden, empolvadas y desvencijadas, siete o diez biblias yacían negras, enormes y olvidadas. Las seis cajas, por el contrario, estaban limpias y se diría que abrillantadas. 
Sabina se arrodilló frente a ellas, padre. Levantó una de las tapas: fajos de billetes estaban ordenados hasta el borde. Y se volvió a mirarme, sus manos abiertas sobre los fajos, desordenándolos. Después acabó sentándose encima de las cajas. 



Su pecho atropellado, su lengua repasaba sus labios, mojándolos. La desconocía. Cruzó las piernas y echó para atrás su cuerpo, apoyada en las manos. Me miraba desafiante. «Huyamos de aquí», me dijo, «cualquiera de estas cajas nos dará para vivir. Sólo una caja. No estoy hablando de todas. Hemos trabajado la vida entera para ellos». Me dijo que eran mezquinos. Que jamás le regalaron un juguete, de niña, un ponqué de cumpleaños, un abrigo decente, una bufanda, y mucho menos estudio, una profesión para independizarse. «¿A qué nos quieren condenar?», me preguntaba, y se respondía: «a envejecer sirviéndolos». Me dijo que ese maldito de su padrino, así me lo dijo, se aprovechó de ella cuando niña, no una sino cien veces. Y pugnaba por no llorar. «Igual hace Almida con las muchachas obreras de los Almuerzos de Piedad», me dijo. Aquello me provocó una cólera absurda, padre. Lo cierto es que no podía desmentir las aseveraciones de Sabina. Ése ha sido siempre mi gran padecimiento: saber que ella dice la verdad. Me enfureció oírla, y entonces quise alargar la mano, sólo mi mano derecha, y rodear con los dedos el fino cuello de Sabina, y apretar hasta que crujiera y no oírla nunca más. Por qué, padre, por qué ese deseo mío de quitarle la vida.

EVELIO ROSERO - "Los almuerzos" - (2001)


Imágenes: Valerie Hammond

domingo, 12 de marzo de 2023

¿QUÉ ES LO QUE TE ASQUEA DE LA VIDA?


Antes de Navidad llegó a Mock Hill la noticia de que Blaikie Noble se había casado. Se había casado con la ventrílocua, la de Alphonse y Alicia. Aquellos muñecos, que llevaban trajes de noche e iban repeinados al estilo de Vernon e Irene Castle, habían dejado un recuerdo más nítido que la señora en cuestión. La gente solo recordaba con certeza que no podía tener menos de cuarenta años. Con un chico de diecinueve. Era por no haberse criado como los demás chicos, le habían dado las riendas del hotel, lo habían llevado a California, permitiendo que se mezclara con gente de toda clase. Así se acababa en la depravación, como cabía esperar.

   Char tomó veneno. O pensó que era veneno. Tomó azulete para blanquear la ropa. Lo primero a lo que echó mano en la estantería del lavadero. Et volvió de la escuela (se había enterado de la noticia a mediodía, por Char, de hecho, que se rio y dijo: «¿No es para morirse?») y la encontró vomitando en el lavabo.

   —Ve a por el libro de medicina —le pidió Char. Un gruñido terrible le salió sin querer de dentro—. Lee lo que dice sobre envenenamiento.

   Et prefirió ir a llamar al médico. Char salió a trompicones del cuarto de baño sosteniendo la botella de lejía que guardaban detrás de la bañera.

   —Si no cuelgas ahora mismo ese teléfono, me tomaré la botella entera —dijo con un susurro ronco. Supuestamente su madre estaba dormida al otro lado de la puerta cerrada.



   Et tuvo que colgar el teléfono y buscar en aquel libro viejo y horrendo donde tiempo atrás había leído sobre cómo nacían los bebés y síntomas de la muerte, y aprendió que hay que acercar un espejo a la boca. Con la errónea impresión de que Char ya había bebido lejía de la botella, leyó todo lo que decía sobre eso. Entonces se enteró de que se trataba de azulete. El azulete no salía en el libro, pero al parecer lo mejor era provocar el vómito, como el libro recomendaba con la mayoría de los venenos (Char ya estaba en eso, no hizo falta provocarlo), y luego beber un litro de leche. Cuando Char se acabó la leche, empezó a vomitar otra vez.

   —No lo he hecho por Blaikie Noble —dijo entre arcada y arcada—. No se te ocurra pensar eso. No sería tan ilusa. Un pervertido como él. Lo he hecho porque estoy asqueada de la vida.

   —¿Qué es lo que te asquea de la vida? —preguntó Et con sensatez cuando Char se secó la cara.

   —Me asquea este pueblo y toda la gente estúpida que hay aquí, y madre y su hidropesía, y llevar la casa y lavar sábanas a diario. Creo que no voy a vomitar más. Creo que podría beber un poco de café. Recomienda café.

   Et preparó una cafetera y Char sacó dos de las mejores tazas. Se echaron a reír mientras lo bebían.

   —Me asquea el latín —dijo Et—. Me asquea el álgebra. Creo que tomaré azulete.

   —La vida es una carga —dijo Char—. ¿Dónde está, oh vida, tu aguijón?

   —Oh muerte. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

   —¿He dicho vida? Quería decir muerte. ¿Dónde está, oh, muerte, tu aguijón? Perdona.


ALICE MUNRO - "Algo que quería contarte" - (1974)


Imágenes: Toni Hamel

jueves, 9 de marzo de 2023

TANTA FELICIDAD EMPALAGA...


—¿Es verdad eso, Ginés? —pregunta María—, ¿tú también te diviertes tanto en el trabajo?

   —Digamos que… no podría vivir sin él. Al menos con el tren de vida que llevo.

   —Que llevamos, cariño, que llevamos —puntualiza María, con una sonrisa de complicidad.

   —Resulta frustrante estar junto a estos dos tortolitos —dice Ibáñez—, salta a la vista que todavía están de luna de miel, aunque no se hayan casado. Tanta felicidad empalaga…

   —Bien que te gustaría a ti —dice Amparo— tener una novia joven y guapa, que te quisiera…

   —No tengo ningún problema en admitir que tengo envidia, y no del todo sana, pero… de todas formas, la felicidad es un estado en cierto modo idiotizante, o al menos adormecedor. Intelectualmente hablando, es mucho más productivo el deseo, y sobre todo la pérdida.

   —Entonces vas a producir más que una fábrica, tú —dice Amparo—, porque de pérdida, y de ganas, tienes en cantidades industriales.

   —Yo no he dicho «ganas», he dicho «deseo». Y en cuanto a la pérdida, evidentemente no es mi problema.

DAVID MONTEAGUDO - "Fin" - (2009)


Imágenes: Johnson Tsang

martes, 7 de marzo de 2023

EL ESTADO DE LAS ALMAS

 


En Abinei las casas de piedra son siempre las mismas porque nada se multiplica o disminuye en el pueblo fósil. El estado de las almas de la comunidad impresiona por el hecho de que los muertos quedan compensados con exactitud por los nacidos, y a causa de ello las casas son las mismas e invariado es el número de los hogares. También los animales, como los hombres, nacen y mueren en igual medida. Se accede a las almas del pueblo a través de una membrana, como siempre, y se sale de allí por la extremidad opuesta, hombres y animales, a través de una membrana aritmética que se cierra de inmediato detrás de quien acaba de pasar.



   (...) En cada pueblo del distrito vive, abandonado a su suerte y por debajo de todo orden social, un demente, y en ocasiones más de uno. Por lo general, un loco, pero loco de una locura trágica. Ni una sola vez han generado esas montañas un loco feliz, de esos a los que, alguna vez, los sabios envidian por su vida sin preocupaciones. Son, por el contrario, hombres o mujeres —las mujeres también fuera del orden natural— afectados de una melancolía universal que sufren a causa de su estado y padecen por no poder sustraerse a él.

   El alienado de Abinei se llama Alfredo, pero nadie se acuerda ya de su verdadero nombre y todos lo llaman Buitre porque sobrevive rebuscando restos, en competencia con los perros.

GIORGIO TODDE - "El estado de las almas" - (2001)


Imágenes: Guldies

sábado, 4 de marzo de 2023

EL SUEÑO TRIPLICADO


Horacio M. soñó tres veces (casi seguidas) el mismo sueño. A través de una amplia y evidentemente antigua puerta de madera pintada de rojo apagado y tachonada de grandes clavos, accedía a un patio cuadrado y enlosetado, de dimensiones notables. En el centro había un difuso montón de piedras o escombros que sugerían la existencia de una fuente (pretérita o futura, nunca llegó a saberlo).

Rodeaban las paredes del patio (todas, excepto por la que él ingresaba), unas arcadas que insinuaban, vagamente, un origen morisco. Por la de su izquierda, la más sombreada, pasaba después de la umbría arcada y de una puerta más estrecha, a otro patio, éste terrizo; más salvaje, más dejado, de límites no definidos. 

De hecho, en lo único que se fijaba era en otro montón de piedras, grandes, que llamaban su atención nada más entrar. Al levantar las dos o tres que estaban en lo más alto, sin excesivos esfuerzos, alcanzaba la muy notoria recompensa de un tesoro de cuento oriental.

Cuando acaecieron estos sueños, Horacio M. apenas ingresaba en la adolescencia. En vano, fatigó las calles de su pequeña ciudad y, más tarde, las de otra más grande a la que se vio obligado a mudarse por cuestiones familiares.

Su vida transcurre sin grandes sobresaltos. Trabaja, se enamora, le rompen el corazón, él también rompe alguno (pero nunca lo supo...); conoce a otra persona, se vuelve a enamorar, matrimonio, hijos: una vida casi normal.

De vez en cuando, se acuerda del sueño del tesoro y se lo cuenta a sus hijos que, entusiasmados, quieren incitarlo a la búsqueda de la puerta tachonada y de los patios para hallar el fabuloso tesoro, pero Horacio M. musita vagas excusas y que ya lo buscó y que...



Cuando ha pasado otra porción de tiempo importante, un día navegando por Internet, descubre una foto en la que aparece el patio enlosetado con las arcadas y una sombra de la teórica fuente.

A pesar de los muchos años transcurridos (nunca más volvió a tener ese sueño), lo reconoce sin ninguna duda. Su mente es un remolino de recuerdos, de deseos y de frustraciones. Secretamente, intuye que el tesoro existe pero que no es de índole monetaria. Sabe (de alguna manera) que si va a la remota ciudad de la fotografía, toda su vida cambiará...

Un repentino miedo (más que miedo, terror), se apodera de él y, súbitamente, con manos temblorosas y sudorosas, apaga el ordenador.

El ataque de pánico sufrido es uno más de los miles que lleva padeciendo, desde hace más de 20 años, debido a una importante, impenitente e impactante agorafobia.

Nunca llegará a saber que en ese lugar tiene su consulta el mejor especialista del mundo en este padecimiento.

(Publicado originalmente por El Secretario en su desaparecido blog "La Zona Libre" el viernes 25 de mayo de 2007).


Imágenes: Lyndi Sales


jueves, 2 de marzo de 2023

TÚ LO SABES YA DE SOBRA


Tú lo sabes ya de sobra, pero yo voy a repetírtelo. No me has dejado decir ni una palabra. Me has apartado suavemente; te has dado la vuelta. Cientos de kilómetros desperdiciados, la selección de cada viaje, ropa de muda, jerseys gordos, un par de pantalones, el libro de rigor, el que no leo porque me marea leer en los trayectos.

   Era por la mañana, el frío me corta la cara, me deja blanca. Recuerdo, mientras camino hacia la estación, la tibieza húmeda del invierno en tu país. Tan dañina, se filtra por mi caja torácica, me reblandece los huesos; siempre que te veo, tirito y entonces no sé si estoy mojada o tengo miedo de pecar contra ese decálogo tuyo, que no me dejaste repasar antes de conocerte.

   Aprieto el paso y llego al andén. Cómo te odio, cuando me contemplo, sola, entre tantas caras hostiles; cuando la vejez me reclama en cada anciana arrebujada, entre mantas y parapetos de cartón. O todo lo contrario, frente al hombre de traje y prensa que me pegaría una patada si me acercase a preguntar la hora, se correría de asiento, diría que es una vergüenza. Y esos perros de consigna, que te andan al paso, te acompañan y, por segunda vez, son abandonados.

   El conductor del autobús revisa el billete y tiene dispuesto un comentario, sobre mi circunstancia de chica sola, que viaja sola, con una mochila que no sabe si puedo subir a la zona de pasajeros. 



(...) El vehículo se detiene. Taberna de pan, vino y queso, en la que ya sólo se venden cocacolas de máquina y pestiños exóticos, fabricados en serie, duros por una miel que te deja el paladar harto y el estómago pegado. Pienso que me hubiese gustado comerme un bocadillo y me siento perdida dentro de estos quince minutos de parada. Ya me he bebido la cocacola y me he paseado dibujando circunferencias.

   Tengo frío pero, sobre todo, me veo ridícula y me escapo para llamar por teléfono. Hay una cabina que, muchos como yo, usan de pretexto en un viaje en solitario; como si nos dijésemos los unos a los otros, viajo solo, pero vengo de alguien y voy hacia alguien, tengo amigos, mi madre se preocupa en casa por mi marcha y me fue a despedir; cuando llegue, me recibirán mis novios, mis compañeros del alma, los familiares que más necesidad tienen de mí, voy solo, pero no estoy solo. Y muchas veces, no es mentira lo que se grita al descolgar el auricular, seguramente es cierto, pero no significa nada. Te has marchado, tienes mala conciencia, reproches en la espalda, una rara convicción sobre el futuro, un destino del que desconfías y, efectivamente, estás solo.

   El resto del viaje, un infierno; aunque, al menos, no tuve que angustiarme por tu gesto de bienvenida, una mueca. Sin saber si esa sonrisa lateral es amor o cansancio, date la vuelta o te necesito tanto que no te puedo soportar. Unos ojos ilegibles, como plomo condenando una pupila; detrás, un cretino o un genio. Sólo me vino a recibir Blanca, la enfermera. Un montón de mierda que no te voy a perdonar.

MARTA SANZ - "El frío" - (2018)


Imágenes: Kalli Retzepi