Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 30 de octubre de 2023

ES TRISTE LA VEJEZ


Tu abuelo Pedro ya no estaba bien. La tía Pepita y la abuela lo trataban como si fuera un niño pequeño. Le hablaban continuamente, con murmullos, aunque él apenas respondía. Le acercaban la servilleta, le cortaban las rebanadas de pan, vigilaban para que no se manchase la camisa. Las dos presentían que iba a durar muy poco y tenían prisa por disfrutar de él. Acertaron sólo en parte. Digamos que tu abuela acertó en lo justo, porque él iba a tardar poco más de tres años en morirse, pero tu tía Pepita acertó, sin saberlo, en exceso. Le quedaba poco tiempo para cuidar a su padre: sólo unos meses. Tu tía Pepita murió con veintidós años, pocos días antes de una boda que había adelantado porque quería que su padre asistiese. Jamás he visto llorar a nadie con la desesperación con que lloró su novio el día del entierro. Tuvieron que sujetarlo los familiares y amigos para impedir que se arrojase sobre el ataúd una vez que ya lo habían bajado a la fosa.

   El abuelo acabó viendo a la pobre Pepita de cuerpo presente. La abuela le impidió que asistiese al entierro. Pepita fue la predilecta del abuelo Pedro. Y, la tarde del entierro, un día de agosto en el que el calor apenas dejaba respirar, se quedó en casa pensativo, con la cabeza apoyada en los puños, y los ojos vueltos hacia un rincón del comedor. Desde ese día, habló aún menos. Yo empecé a tener la impresión —que aumentaba cada vez que lo veía— de que se iba volviendo niño y de que por eso articulaba con creciente dificultad las palabras. Se le pusieron ojos de niño, dulces y muy vivos, y la cara, en vez de afilársele, se le redondeó, se le volvió infantil.



   Además, en los últimos meses, tu abuela le anudaba la servilleta alrededor del cuello y le llevaba la cuchara a la boca, con lo que parecía definitivamente instalado en la primera nfancia. Para entonces ya había nacido tu hermana y él le tenía celos. Le quitaba los juguetes y se los escondía y, en las escasas ocasiones en que pronunciaba alguna palabra, se quejaba con voz vacilante: «Esa niña que acaba de llegar y ya se ha hecho dueña de todo». Es triste la vejez. Yo lo he visto llorar porque tu abuela le quitaba el sonajero y se lo devolvía a la niña. Lloraba desconsolado, mientras repetía: «¡Qué pena, tener que vivir lo suficiente para ver cómo tu mujer te roba lo poco que tienes para dárselo a los forasteros!».

   Tu abuela sufría. Se acostumbró a dejarle algunos ratos los juguetes de la niña. Una mañana, me encerró con ella en la habitación y bajó el tono de voz para decirme que le había comprado un chupete y un biberón al abuelo, para que dejase en paz los de la niña. «No se lo digas a nadie», me pidió, «no quisiera que alguien pudiera hacer burla con esas cosas, ni que le perdiera el respeto al abuelo». Tenía miedo de tu tía Gloria, de que lo fuese a decir fuera de casa. Aquella mañana, la abuela se echó a llorar en mi hombro.

RAFAEL CHIRBES - "La buena letra" - (1992)


Imágenes: Hollie Chastain

sábado, 28 de octubre de 2023

MILES DE TURISTAS DE SIRIA, AFGANISTÁN E IRAK


En serio, ¿qué has estado haciendo?, dijo Sophia. ¿O eres una idealista jubilada?

 He estado en Grecia, dijo Iris. Volví hace tres semanas. Me marcho de nuevo en enero.

 ¿Vacaciones?, dijo Sophia. ¿Segunda residencia?

 Sí, claro, dijo Iris. Cuéntales eso a tus amigos. Y diles que se vengan, nos lo pasamos en grande. Cada día llegan miles de turistas de Siria, Afganistán e Irak para tomarse un descanso de la ciudad y pasar unas vacaciones en Turquía y Grecia. Y las personas de Yemen que no tienen nada que comer se van de vacaciones a África, donde hay de sobra, sobre todo en los países cuya población ya está pasando hambre, aunque los subsaharianos prefieren como destino turístico Italia y España, también populares entre quienes huyen de Libia. Muchos de mis antiguos amigos están en Grecia, eso les interesará a tus amigos. Te conseguiré una lista de nombres, si quieres. Diles a tus amigos que es muy útil tener algo de experiencia en saber montar, con nada, sitios donde la gente pueda vivir o dormir. Diles que muchos jóvenes, jóvenes llenos de energía, personas que les gustaría tener en sus ficheros, también están allí.



 A ninguno de mis amigos les interesará nada de eso, dijo Sophia.

 Cuenta a tus amigos de mi parte cómo es aquello, dijo Iris. Háblales de lo mal que lo está pasando la gente. Háblales de que allí no tienen nada. Háblales de las personas que arriesgan sus vidas, de las personas cuya vida es lo único que les queda. Háblales de lo que la tortura le hace a una vida, lo que le hace a una lengua, cómo incapacita a las personas para que no se atrevan a explicar, ni a sí mismas ni mucho menos a los demás, lo que les ha ocurrido. Háblales de lo que es perder a alguien. Háblales sobre todo de los niños pequeños que llegan allí. Muy pequeños. Cientos de niños. De cinco, seis, siete años.

 Iris lo dijo con su calma habitual.

 Y cuando hayas terminado de contárselo, cuéntales lo que es volver aquí cuando eres una ciudadana del mundo que ha estado trabajando con otros ciudadanos del mundo y que te digan que eres ciudadana de ninguna parte, tener que oír que una primera ministra británica ha equiparado el mundo con ninguna parte, con la nada. Pregúntales qué clase de sacerdote, qué clase de Iglesia educa a un niño para que crea que palabras como entorno y muy y hostil y refugiados pueden unirse como respuesta a lo que le ocurre a la gente en el mundo real. Pregúntales eso a tus amigos importantes. Diles que quiero saberlo.

ALI SMITH - "Invierno" - (2017)


Imágenes: Banksy

miércoles, 25 de octubre de 2023

DIOS HABÍA MUERTO


Dios había muerto: para empezar.

 Y el romanticismo había muerto. La gallardía había muerto. La poesía, la novela, la pintura, todas habían muerto, y el arte había muerto. El teatro y el cine habían muerto. La literatura había muerto. El libro había muerto. El modernismo, el posmodernismo, el realismo y el surrealismo habían muerto. El jazz había muerto, la música pop, disco, rap, la música clásica: muertas. La cultura había muerto. La decencia, la sociedad, los valores familiares habían muerto. El pasado había muerto. La historia había muerto. El Estado del bienestar había muerto. La política había muerto. La democracia había muerto. El comunismo, el fascismo, el neoliberalismo, el capitalismo, todos muertos; el marxismo, muerto, y el feminismo también muerto. La corrección política había muerto. El racismo había muerto. La religión había muerto. El pensamiento había muerto. La esperanza había muerto. La verdad y la ficción habían muerto. Los medios de comunicación habían muerto. Internet había muerto. Twitter, Instagram, Facebook, Google, todos muertos.

 El amor había muerto.

 La muerte había muerto.

 Muchísimas cosas habían muerto.

 Sin embargo, otras no habían muerto, de momento.



 La vida todavía no había muerto. La revolución no había muerto. La igualdad racial no había muerto. El odio no había muerto.

 Pero ¿los ordenadores? Muertos. ¿La televisión? Muerta. ¿La radio? Muerta. Los móviles habían muerto. Las baterías habían muerto. Los matrimonios habían muerto, las vidas sexuales habían muerto. La conversación había muerto. Las hojas habían muerto. Las flores habían muerto, muertas en su agua.

 Imaginad que os persiguen los fantasmas de todas esas cosas muertas. Imaginad que os persigue el fantasma de una flor. No, imaginad que os persigue (como si en realidad se tratara de una persecución, y no de una simple neurosis o psicosis) el fantasma (como si existieran los fantasmas y no fueran solo cosa de la imaginación) de una flor.

 Los propios fantasmas no habían muerto; no exactamente. Lo que dio pie a las siguientes preguntas: 

 ¿los fantasmas están muertos?

 ¿los fantasmas están vivos o muertos?

 ¿los fantasmas son mortales?

 pero olvidaos de los fantasmas, borradlos de vuestro pensamiento porque esta no es una historia de fantasmas aunque ocurre en los fantasmales días de invierno, en una soleada y luminosa mañana de la víspera de Navidad (la Navidad también ha muerto), en pleno calentamiento global posmilenio, y trata de cosas reales que les pasan realmente en el mundo real a personas reales, en tiempo real y en una tierra real (hum…, la tierra también ha muerto):

ALI SMITH - "Invierno" - (2017)


Imágenes: Thomas Nagel

domingo, 22 de octubre de 2023

MEJOR TÚ QUE YO, CHAVAL


Omar era buen tío. Estaba colgado, pero era buen tío.

     Cuando nos conocimos, él pagaba por un delito de robo y otro de lesiones. Formaba parte de una banda dedicada a desvalijar pisos. Todos los miembros de la banda eran de su familia: su tío (el cabecilla), su padre, su hermano, sus primos… Él era el más joven y el único menor de edad. La noche que le pillaron estaban robando en una masía de Girona. Omar estaba terminando de vaciar un cajón de cubiertos de plata dentro de su mochila cuando escuchó algo tras él. Se giró y tropezó con la mirada iracunda del dueño de la casa, un anciano de ochenta años con un bate de béisbol en la mano.

     —¿Puedes creer que haya gente que duerme con un bate de béisbol debajo de la almohada, colega? —solía decir, cuando contaba sus andanzas por el mundo.

     Él solo quería marcharse de allí, pero el viejo se interpuso en su camino. Tuvo que empujarlo. Igual se le fue un poco la mano, reconocía. Le derribó, pero él decía que fue sin querer. El viejo se golpeó con la pata de un mueble horroroso que había en el pasillo. Se rompió las dos clavículas. A Omar le cayeron siete meses de cárcel. De toda la banda, solo le detuvieron a él.

     Cuando su tío lo supo, le dijo: «Mejor tú que yo, chaval. No te preocupes, te guardaremos tu parte».

CARE SANTOS - "Miedo" - (2019)


Imágenes: Joana Vasconcelos

jueves, 19 de octubre de 2023

QUERÍA QUE EL GOBIERNO ME DIERA UNA TELEVISIÓN


Durante años me dijeron que mi padre había muerto o desaparecido en Tlatelolco, el dos de octubre de 1968. Mi madre apenas hablaba de él. Ella era una mujer fuerte, decidida, que se quebraba sin escándalo ni histeria en depresiones que confirmaban de modo negativo su reciedumbre. Trabajaba doble turno en un instituto y una clínica para sordomudos. Llegaba a casa harta de luchar por que la gente dijera cosas. No quería oír preguntas, y yo dejé de hacerlas. Sólo sabía que la muerte de mi padre le afectó menos de lo que le hubiera afectado a otra persona, alguien capaz de llorar. Ella no lloraba. Nunca lo hizo. Es algo en verdad extraño. ¿Habrá un registro de hijos con madres que jamás lloraron? Debe ser un grupo pequeño y confundido. No me hubiera gustado ver llorar a mi madre, pero que no lo haya hecho me parece inexplicable.

   Mi padre era ingeniero y en apariencia sus colegas no lo querían. «Tenía un genio espantoso. Además, era un astro del cálculo, eso no se perdona», decía mi madre.



   No recuerdo dramas en mi primera infancia, pero mis padres sólo se llevaron bien en la medida en que convivieron en silencio, algo extraño para una terapeuta del lenguaje.

   Es posible que la ruptura o la desaparición de mi padre, cuando yo tenía nueve años, haya sido un alivio para ella. ¿Él aprovechó el caos en la Plaza de las Tres Culturas para liberar a mi madre de su muda presencia? La palabra «Tlatelolco» llegaba como el nombre secreto de una separación pactada.

   El movimiento estudiantil no había sido popular en mi barrio ni en mi escuela. La hipótesis de que mi padre hubiera muerto por esa causa lo asociaba a un misterio delictivo. Sin embargo, con los años, el movimiento ganó prestigio y sus protagonistas fueron vistos como víctimas. A partir de entonces pensé que eso me daba derechos especiales. Cuando sonaba el timbre del departamento, imaginaba a un mensajero del gobierno con una televisión a colores por tener un caído en Tlatelolco.

   Sólo una vez me beneficié de esa tragedia. De algún modo, el maestro de civismo se enteró de la desaparición de mi padre. Me puso 10 sin mérito alguno. La recompensa me molestó. No quería un 10 en civismo. Quería que el gobierno me diera una televisión.

JUAN VILLORO - "Arrecife" - (2012)


Imágenes: Cinta Vidal

lunes, 16 de octubre de 2023

¿ADÓNDE IRÍAS?


Si aquí estuviéramos en guerra…, ¿adónde irías?

   Si las bombas hubieran reducido a ruinas gran parte de España, gran parte de tu ciudad… Si el piso donde vivís tú y tu familia tuviera las paredes agujereadas por las balas, todas las ventanas reventadas, el balcón arrancado… Imagina que se acerca el verano y no hay electricidad, sólo funciona la cocina. Tu madre tiene bronquitis y una infección de riñón. Tu hermano mayor ha perdido tres dedos de la mano izquierda debido a la explosión de una mina y, en contra de la voluntad de tus padres, se ha unido a la milicia popular. A tu hermana menor le dispararon y ahora yace, con la cabeza llena de esquirlas de metralla, en un hospital en el que apenas hay instrumental médico. Tus abuelos paternos murieron al explotar una bomba que cayó en la residencia de ancianos donde vivían.

   A ti aún no te han herido, pero vives aterrorizado. Mañana, tarde y noche. Tiemblas cada vez que los misiles caen silbando a lo lejos, cada vez que vislumbras un destello de luz en el horizonte, y no sabes si hoy el misil caerá sobre tu cabeza. Tiemblas cada vez que hay una explosión. ¿Cuántos amigos tuyos morirán hechos trizas esta vez?



   Las tuberías hace mucho que reventaron y el agua está racionada. Tu hermano y tú tenéis que salir a la calle cada día y cruzar la plaza, con dos cubos cada uno, hasta llegar al camión que suministra el agua. Cuando cruzáis la plaza, tenéis que correr, porque os va la vida en ello. Hay francotiradores en los edificios: franceses e italianos que han vivido en España el tiempo suficiente para mezclarse con los españoles, aunque no lo suficiente como para que se sientan uno de vosotros cuando estalla la guerra y la nacionalidad pasa a definir quién es tu amigo y quién el enemigo.

   Peor que el miedo es el hambre. Y, mucho peor, la sed. Siempre estás sediento. Y sólo es mayo. No sabes cómo sobreviviréis los próximos meses. El médico dice que, cuando llegue el verano, tu madre no soportará la escasez de agua. Él no puede ayudaros a conseguir un lugar mejor donde vivir. Hay demasiada gente que no sobrevivirá a otro verano sin agua.

   Tu mejor amigo ha desaparecido. Su padre era diputado en el Parlamento. En este nuevo mundo no hay sitio para los parlamentarios. La democracia hizo posible la Unión Europea, pero la Unión Europea se ha derrumbado. Eso es lo que dicen. En este nuevo mundo ya nadie debe ser demócrata.

JANNE TELLER - "Guerra - ¿Y si te pasara a ti?" - (2002)


Imágenes: Francisco de Goya

sábado, 14 de octubre de 2023

¿TODA ESA MASA NEGRA SON...?


Entró en el coche preparado para un bombardeo de quejas.

   Estas sin embargo no tuvieron lugar. Beatriz seguía entretenida con sus juguetes, mientras Carol estudiaba atentamente algo que sostenía entre las manos. La guantera estaba abierta. Carol, con el ceño fruncido por la perplejidad, contemplaba las fotos realizadas hacía meses.

   —¿Qué haces?

   De inmediato Héctor se percató de que el tono de alarma no era el más prudente.

   —Me aburría. ¿Qué es esto?

   Se acercaba las fotos a la nariz y luego las alejaba, tratando de discernir lo que aparecía en ellas.

   Realizadas sin más iluminación que el flash de la cámara, en las fotos no se apreciaba gran cosa. Tan solo unos cúmulos negros, carentes de forma, como manchas de escoria. La ausencia de muebles u otros objetos que pudieran servir como referencia hacía difícil valorar las dimensiones de los grupos de moscas.

   En su mayor parte solo reflejaban trozos de pared salpicados de manchas negras, de las que sobresalían tenues destellos. Reflejos arrancados por el flash a las alas de los insectos.

   —¿Tiene usted la cámara estropeada?

   Héctor puso el coche en marcha y se incorporó al tráfico.

   —El carrete era viejo. Supongo que estaba deteriorado. O que habrá habido un fallo en el revelado.

   Se reprochó su dejadez. Debería haber retirado las fotografías para guardarlas en lugar seguro. O mejor aún, destruirlas.

   —Es curioso —dijo Carol interesada—. Parecen moscas.

   Barajó las fotos hasta dar con una que ofrecía un plano corto de un trozo de pared. Se la mostró a Héctor poniéndosela ante la cara y tapándole la visión de la carretera.

   —Sí. No sé —dijo él apartándose.

   —Aquí y aquí. Parecen moscas.

   —Puede ser. Es difícil distinguir algo.

   —¿Dónde las hizo?

   —No las hice yo. Son de un carrete viejo. Quise hacer unas fotos a Beatriz y me encontré con él en la cámara. Llevan ahí meses —dijo señalando la guantera.

   Carol las revisó una vez más antes de devolverlas al sobre donde habían estado guardadas.

   —Debería comprar una cámara digital.



   (...) Héctor dejó sobre la mesa el sobre con las fotos, liberado por fin de su reclusión en la guantera.

   —¿Qué es eso?

   Beatriz se abrazaba a las piernas de su tío. Quería que la alzase en brazos. El batiburrillo de comida de la cazuela desprendía un olor confuso y grasiento.

   —Las fotos que me pediste hace meses.

   —…

   —Si no quieres verlas deberíamos deshacernos de ellas. Hoy las ha encontrado Carol.

   Grego se envaró.

   —¿Cómo?

   —Le he dicho que el carrete estaba defectuoso. Me parece que se lo ha creído. Pero debemos tener más cuidado.

   Fue a tirar el sobre al cubo de la basura.

   Grego lo detuvo.

   Tomó el sobre y se sentó a la mesa. El hermano mayor ocupó su lugar frente a la cazuela. Se concentró en revolver la cena. Podía sentir a Grego tras él, pasando las fotos una a una.

   —¿Toda esta masa negra son…?

   —Exacto.

   —Hay cientos.

   —Probablemente miles.

   Hablaban sin mirarse. Uno ocupado con la cena y otro con las fotos.

   —Y tú entras ahí para alimentarlas.

   —Así es.

   Héctor sirvió la comida. Colocó los platos en la mesa, junto con cubiertos, vasos y servilletas. La niña intentaba encaramarse a una silla. El olor de la comida había vuelto a abrirle el apetito. Su padre le dio un yogur y la dejó quedarse con ellos un rato antes de acostarla; en otro caso no les permitiría cenar en paz.

   Llegado al final del fajo de fotografías, Grego las estudió de nuevo, empezando por la primera. Del mismo modo que Carol había hecho antes, se las acercaba a los ojos y las alejaba, tratando de distinguir las imágenes. Cuando terminó las dejó a un lado, boca abajo.

JON BILBAO - "El hermano de las moscas" - (2008)


Imágenes: Bill Mayer

miércoles, 11 de octubre de 2023

¿A QUIÉN VES?


La institutriz entró a la amplia sala de la casa. Bajó los ojos, débiles y descoloridos, ante la mirada escrutadora de su jefa, que bordaba clavando la aguja en la tela con saña, como si quisiera herirla.

   —Puede sentarse —le indicó—. Quiero hablar con usted unos momentos, señorita Bleuserbes.

   La institutriz se sentó en una silla de alto respaldo, bordado con motivos de gacelas y aves.

   —Lleva usted tres años a mi servicio. Es usted una mujer educada e inteligente, honesta y en control de sus emociones. No crea que esas cualidades han escapado a mi atención. Por el contrario, soy muy observadora, aunque nunca interfiera con su trabajo —dijo, dirigiéndole una fría mirada.

   —Pero… no sé si se haya dado cuenta de que no estoy satisfecha con el efecto que su labor tiene en mi hija.

   —Señora —dijo la institutriz, con una voz tan desprovista de color como sus claros ojos—, su hija es una niña muy difícil.

   —No le pagaría tanto por sus enseñanzas si no fuera una niña difícil —reviró secamente la dama.

   La institutriz se ruborizó.

   —Además, una chiquilla de trece años no puede representar una carga de trabajo tan inmensa. Ahora le haré algunas preguntas y le advierto que quiero respuestas precisas.



   Los labios de la institutriz se amorataron.

   —Sí, señora —contestó en voz muy baja.

   —Le di a mi hija una muñeca la semana pasada. ¿Le gustó?

   Un pesado silencio reinó por unos instantes.

   —No, señora.

   La mujer miró su bordado con ojos inexpresivos.

   —Bien, repítame lo que dijo, por favor, palabra por palabra.

   —La niña dijo: “¿No es suficiente con que el mundo esté lleno de feos seres humanos? ¿Para qué, además, hacer copias suyas?”. Luego agarró a la muñeca de las piernas y le rompió la cabeza azotándola contra una piedra.

   —Dígame, señorita Bleuserbes, ¿esa conducta le parece natural en una niña de buena familia?

   —No, señora.

   —Pues usted es responsable de esta chiquilla y de su comportamiento. Le daré unos meses más para que me pruebe que es capaz de convertirla en una niña normal. Si no es así…

   La señorita Bleuserbes no contestó y entrelazó los dedos, apretando las manos contra su escuálido pecho.

   —¿Dónde está mi hija en este momento?

   —Está en el jardín, señora.

   —¿Y qué hace en el jardín?

   —Está buscando algo.

   —Hágame favor de decirle que quiero verla de inmediato.

   La institutriz salió de la habitación a toda prisa. Poco después volvió con su pupila, una niña muy alta para su edad.



   —Puede retirarse, señorita Bleuserbes —dijo la madre de la joven—. Ven aquí, Jemima.

   Conforme la niña se acercaba, la madre pudo distinguir el brillo de sus ojos por entre su cabello.

   —Quítate el cabello del rostro y mírate al espejo.

   Jemima se encogió de hombros y se miró en el espejo, sin mayor interés.

   —¿A quién ves?

   —A mí.

   —Muy bien. Dime si piensas que eres hermosa.

   —Más que la mayoría.

   —Así es, eres bastante bonita y podrías convertirte en una mujer muy hermosa. Pero si insistes en comportarte de esta forma ridícula…

   Las dos se miraron sin decir nada. La madre tenía una expresión gélida.

   —¿Por qué quieres ser diferente a las demás niñas de tu edad? Jemima contuvo una sonrisa.

   —No entiendo, madre.

   —Me entiendes muy bien, Jemima. ¿Por qué quieres lastimar a tu madre que te quiere como a sí misma?

   Jemima cerró la boca y sus labios se fundieron una línea fría y rígida.

   —A tu madre que hace todo por ti y a quien le debes gratitud eterna. Tu madre a quien nunca, jamás, remplazarás; tu madre que sólo quiere lo mejor para ti.

   La joven escupió sobre la hermosa alfombra y desapareció con tal rapidez que, para cuando su madre se percató de lo que había hecho, ya se había esfumado. La mujer quedó pasmada y se llevó las manos a la frente.

   —Ferdinand —murmuró la mujer—, ¿qué me hiciste al concebir a este demonio?

LEONORA CARRINGTON - "Cuentos completos" - (2017)


Imágenes: Leonora Carrington

lunes, 9 de octubre de 2023

HACIA UN CUENTO DE HADAS


Por el bosque impenetrable a causa del hielo, por campos cubiertos de nieve, hacia las afueras de un pueblo en el noroeste del estado, hacia un casa en las lindes de los Grandes Bosques del Norte, hacia…

   Hacia un cuento de hadas.

   El niño se llamaba Daniel Weaver. Tenía cinco años y su rostro reflejaba ese tipo de gravedad que solo se ve en los rasgos de los muy pequeños y los muy mayores. Sus ojos, bastante oscuros, no se apartaban de la mujer que tenía delante: Holly, su madre, aunque si hubieran estado separados el uno del otro, nadie que no los conociera los habría relacionado a simple vista. Ella era rubia y Daniel tenía la piel de ébano; ella, rubicunda, él, lánguido; ella, luminosa, frente a la oscuridad que desprendía él. Ella lo amaba —lo había amado desde el primer momento—, pero su temperamento, como el color de su piel, le resultaban ajenos. Un bebé cambiado al nacer, podría haber pensado alguien, dejado en la cuna mientras a su verdadero hijo —menos inquieto que este, más cariñoso— se lo llevaban a morar en las profundidades de la tierra con seres más viejos, para que iluminara los huecos de sus cuerpos con su espíritu.



   Pero no habría sido verdad. Daniel tal vez fuera un bebé robado, pero no de ese modo.

   Le entraban berrinches con la fuerza inesperada de las tormentas estivales: una agitación descontrolada acompañada de gritos y lágrimas, y de una violencia que podía estallar en cualquier momento y que solo descargaba contra los objetos inanimados. En sus rabietas ningún juguete estaba a salvo, ninguna puerta parecía indigna de una patada o un portazo; pero, por terribles que fueran, esos ataques eran raros y breves, y cuando llegaban a su fin, el niño parecía aturdido, como si le asombraran sus propias capacidades.

   Que la intensidad de sus momentos de alegría nunca alcanzara la de esas bajadas a las profundidades, bueno, no importaba, aunque a Holly le hubiera gustado que su hijo se sintiera un poco más en paz con el mundo, un poco menos en guardia. Tenía la piel demasiado fina y, fuera de unos pocos entornos familiares —su casa, la de su abuelo, los bosques—, se mostraba siempre cauteloso.

   Incluso detrás de la seguridad de las paredes de su propia casa había momentos y situaciones como esa, en las que un extraño temor lo dominaba, hasta el punto de que no podía quedarse solo, y únicamente encontraba tranquilidad en presencia de su madre, y si esta le contaba un cuento.

JOHN CONNOLLY - "La mujer del bosque" - (2018)


Imágenes: Lisa Ericson

sábado, 7 de octubre de 2023

ES UNA GRAN FOTOGRAFÍA


Cada vez que miro a mi hermana pienso en mamá. Y sé que hubiera preferido que mi madre fuera ella, mi hermana, y no la otra, tal vez mi madre hubiera podido ser mi hermana y yo no notaría tanto la diferencia. Cada vez que la miro, cada tanto. Pongo un disco, miro por la ventana, el cuarto está vacío, solamente las fotografías que he dispuesto sobre la pared, claroscuros femeninos, delicadas poses que invitan a soñar y a meditar, una mujer fina y esbelta suavemente desperezándose, como una felina, no se le ve la cara, solamente las líneas estilizadas del cuerpo, es una gran fotografía, no sé cuántos premios recibió y yo compré el Anuario Fotográfico y allí estaba, junto a otras hermosas fotografías de mujeres, todas no cabrían en el cuarto, cuando las veo pienso en cosas dulces y sensuales, tomar fotografías, escribir poemas, amar a la hermana, cada una de las cosas por separado y después todas las cosas juntas. Quiero fotografiar a Alina desnuda. Se lo he pedido, se lo estoy pidiendo todos los días. Cuando sale del baño y deja un rastro de agua que me gusta seguir, como un perro y me voy comiendo las gotitas, me inclino sobre el suelo y las lamo, Alina se ríe, me revuelve la cabeza, me llama monstruo, su monstruo (¿su monstruo?, acaso, acaso, no, lo sé bien), lamo una a una las gotas, ya que no la piel, le insisto sobre el asunto de la fotografía.



   Estábamos en la playa. Yo le miraba la cara. La cara, nada más que la cara. Desgloso los placeres. Esa tarde —el cielo lila, el agua, borrascosa, se retiraba en tormentosa placidez, solos los tres dando vueltas por la orilla, yendo y viniendo, arrojando maderos al agua, piedras, arena, y un ulular siniestro de pájaros sobre nuestras cabezas, agoreros de lluvias y de trampas— yo había decidido empezar por la cara. Después me dedicaría a las larguísimas piernas. Ella tenía una pequeña piedra en la mano, yo me había colocado al costado, de manera de apreciar especialmente el perfil, se reía, Mario daba vueltas alrededor de ella como un borracho, como un cachorro, ella lo toleraba, yo lo toleraba aunque me molestara un poco, giraba, el viento le revolvía los cabellos, qué danza prefería, arrojó la piedra lejos, tuvo un dolor de objeto destrozado, fui la piedra fugaz tragada por el agua, por qué me desprendiste, por qué de la mano por el aire al mar, no sabes el dolor que me has causado, tomó otra piedra, pero esta vez la retuvo entre las manos.

   —Muchas gracias —le dije—, no hubiera podido resistir el lanzamiento otra vez. —En el calor de su mano la piedra no raspaba.

   Ella la miró, dándose cuenta, la acarició. —Fue sin querer— me dijo, —no quise lastimarte—. En ese instante le tomé otra fotografía. Primer plano sus piernas larguísimas caminando; el busto leve, el cuello fino, la cabeza moviéndose al viento y del conjunto, una lascivia cadenciosa, un sigilo de pantera, perezosa lujuria, al fondo el mar retirándose, azul, espantado, las nubes bajas, los pájaros negros dando vueltas.

CRISTINA PERI ROSSI - "La tarde del dinosaurio" - (1976)


Imágenes: Erkin Demir

jueves, 5 de octubre de 2023

EXIJO QUE ME DEJEN VIVIR Y MORIR A MI MANERA


Es un antiguo profesor, mintió Hache ante el pequeño público que la escuchaba con atención, que se cansó de hablar. Sólo lo hace con su perro, en la lengua del perro. Conoce la ciudad mejor que nadie. Y tiene algo en común con vosotros, conmigo: se siente fuera de lugar. Como si le doliera algo. Como si supiera que existe una infección. No sé de dónde viene, pero me lo puedo imaginar, con sólo ver su casa. Ahora está vacía, pero los recuadros blancos de las fotografías que hubo no se pueden borrar. Tampoco sé de dónde vienes tú, ni cuál es tu historia. ¿Me importa? No. Tú no sabes de dónde vengo yo, si tengo padres. Ni si me están buscando. No sé qué dolor exactamente, ya te he dicho que no habla, ni conmigo ni con nadie, pero no es importante. Lo importante es que le duele. Lo importante es que el dolor lo tiene acorralado, de alguna forma, en una especie de noria. Sí, en un carrusel. El dolor le dice lo que puede hacer y lo que no, y es precisamente lo que no puede hacer lo que borraría el dolor, como una escoba. O al revés, es precisamente lo que puede hacer lo que aumenta el dolor, pero sólo puede seguir haciéndolo, porque es mejor hacer que dejar de hacer, es mejor participar que desvincularse. ¿O acaso tú te quedas en casa con los brazos cruzados? ¿Verdad que no? Tú has salido a la calle y has defendido lo que consideras tuyo, y al final qué has conseguido: palos, palos, palos. A mí también me duele algo, y a ti, y a ti.



 No sé si estamos más locos que el resto de la gente o es que somos los únicos lúcidos, pero estoy muy cansada, tan cansada que podría inmolarme delante del ayuntamiento con un cartel con mi nombre y mi número de identidad, para que no tuvieran dudas de quién soy y pudieran identificarme entre los restos, entre las cenizas. Sólo quiero que admitan que no soy una basura, que no puedan suprimirme, que me reconozcan. No pido ayuda. No pido una subvención. Pido, sí, que dejen de ser paternalistas y de tratar de convertirme en una más, porque no lo seré nunca. Exijo que me dejen entrar, que me dejen salir, aunque no vista como ellos, aunque no hable como ellos, aunque no me interese lo que les interesa a ellos. Exijo que escuchen mis gritos sin sentido, que toleren mis gritos sin sentido, exijo un pacto que registre mi soberanía y la soberanía de mi pensamiento sin sentido. Exijo que me dejen vivir y morir a mi manera, y no que legislen para reducirme y convertirme en un defecto de fábrica, en un caso aislado, en el borrador de lo que pude ser. No soy el resultado del fracaso de un experimento social, soy un éxito civil: necesito menos que la mayoría, soporto más que la mayoría. ¿No soy un milagro? ¿No soy una alumna aventajada, una raza propia del próximo milenio? Si me inmolara, deberían poner en cada plaza una estatua de bronce del momento en el que eché sobre mí la gasolina, imaginadlo, con la lata sobre la cabeza, y la sonrisa que no quieren ver, la sonrisa que no pueden comprender.

JUAN REPILA - "Prólogo para una guerra" - (2017)


Imágenes: Fátima Ronquillo

martes, 3 de octubre de 2023

SE HA PUESTO DE MODA HACER DE LOCA ESPONTÁNEA


A Dogy la llaman de cuando en cuando de agencias de organización de fiestas para que haga animación, que básicamente es hacer de gogó en discotecas, pero últimamente se ha puesto de moda hacer de loca espontánea o de camarera intrusa. La camarera intrusa consiste en uniformarse como los camareros del restaurante o del garito en el que sea la despedida de soltero o el cumpleaños. De entrada se comporta como una camarera más, pero al cabo se vuelve torpísima, le derrama al anfitrión la bebida, le trae la comida salada o le hace comentarios impertinentes del tipo uy, yo no pediría eso, tiene un montón de calorías y usted no parece que haga mucho ejercicio. Combina esos con otros insinuantes, del tipo salgo a la una, ¿por qué no vienes a buscarme? Total, que el tipo está entre pedirle su número de teléfono o llamar al encargado para que la eche. La loca espontánea deja mucho más a la improvisación, a Dogy le encanta. Puede ser una clienta más del bar, charlando con otro actor, y de pronto rompe un vaso contra el suelo y se acerca al grupo de la fiesta para preguntarles si a ellos les parece que está gorda, porque su novio insinúa que ella está gorda, y Dogy está tan buena y lo dice tan desolada que cuando le pide al soltero que le plante cara a su novio es que ni se lo piensa. O puede hacer de ligue de uno de los amigos del grupo, a ser posible de uno de sus mejores amigos, y ponerse a ligar a su vez con el cumpleañero o el soltero. Según se lo tome este, así actúa Dogy. Si el interpelado muestra escrúpulos porque es la chica de su amigo, Dogy le dice que quiere montárselo ahora mismo con él en el baño. Si por el contrario le sigue el juego, Dogy le dice que quiere hacer un trío con su amigo y con él. Desemboque como desemboque el asunto, al final no llega la sangre al río porque irrumpe en el garito otra actriz que se presenta como la novia de Dogy, la coge del brazo, llama mamones a todos y se la lleva. O sea, que no se lo pensó dos veces cuando le propuse a Dogy que me acompañara a hacer de la feria del libro de Madrid una auténtica feria, esta vez conmigo como público y Juan Bonilla como interviniente.

CRISTINA MORALES - "Los combatientes" - (2013)


Imágenes: Thandiwe Muriu

domingo, 1 de octubre de 2023

PELEANDO DESDE SIEMPRE CON EL DIABLO


Willard se apoyó en el lado más alto del tronco y le hizo un gesto a su hijo para que se arrodillara a su lado sobre las hojas muertas y empapadas. A menos que le corriera el whisky por las venas, Willard venía al claro todas las mañanas y todos los anocheceres para hablar con Dios. Arvin no sabía qué era peor, si la bebida o el rezo. Por lo que él recordaba, su padre llevaba peleando desde siempre contra el diablo. La humedad hizo que Arvin se estremeciera un poco y se arrebujara en su chaqueta. Le gustaría estar todavía en la cama. Hasta la escuela, con todas sus miserias, era mejor que esto, pero era sábado y no había forma de librarse.

   Al otro lado de los árboles mayormente desnudos que se levantaban más allá de la cruz, Arvin vio volutas de humo elevándose de unas cuantas chimeneas, a menos de un kilómetro de distancia. En 1957 vivían en Knockemstiff unas cuatrocientas personas aproximadamente, casi todas unidas por vínculos de sangre en virtud de una u otra calamidad, ya fuera la lujuria, la necesidad o la ignorancia pura y simple. Además de los cobertizos de cartón alquitranado y las casas de bloques de hormigón, en la hondonada había dos tiendas, una Iglesia de Cristo en la Unión Cristiana y un garito conocido en toda la parroquia como el Bull Pen. Aunque los Russell llevaban cinco años alquilando la casa que había encima de las Mitchell Fíats, la mayor parte de los vecinos que tenían más abajo seguían considerándolos forasteros. En el autobús de la escuela, Arvin era el único niño que no estaba emparentado con nadie. Hacía tres días, había vuelto a casa otra vez con el ojo morado.

   —No apruebo el hecho de pelear porque sí, pero a veces eres demasiado manso —le había dicho Willard aquella noche—. Puede que esos chavales sean más grandes que tú, pero la próxima vez que uno empiece con sus mierdas, quiero que lo hagas callar.

DONALD RAY POLLOCK - "El diablo a todas horas" - (2011)


Imágenes: Alexis Hilliard