Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 30 de noviembre de 2021

DOS SEGUNDOS DE MÁS

 


   En 1972 se añadieron dos segundos al tiempo. Ese año Gran Bretaña aprobó su adhesión al Mercado Común y se presentó al festival de Eurovisión con un tema de los New Seekers titulado Beg, Steal or Borrow. Esos dos segundos se añadieron porque era un año bisiesto y se había producido un desajuste en el tiempo debido al movimiento de la Tierra. Los New Seekers no ganaron en Eurovisión, pero eso nada tuvo que ver con el movimiento de la Tierra ni con los dos segundos de más.

   La adición de tiempo aterraba a Byron Hemmings. A sus once años, imaginación no le faltaba. Se quedaba despierto en la cama, figurándose que llegaba el tan temido momento, y se le aceleraba el corazón. Vigilaba los relojes, tratando de sorprenderlos in fraganti.

   —¿Cuándo lo harán? —preguntó un día a su madre.

   Apostada ante la nueva encimera del desayuno, ésta cortaba manzanas a dados. El sol entraba a raudales por las puertas acristaladas, dibujando en el suelo una cuadrícula tan nítida que el chico jugaba a pisar los recuadros.

   —Seguramente mientras estemos dormidos —contestó.

   —¿Mientras estemos dormidos? —Aquello era aún peor de lo que creía.

   —O quizá mientras estemos despiertos. —Byron sospechó que en realidad su madre no lo sabía—. Dos segundos no son nada —añadió ella con una sonrisa—. Anda, acábate el Sunquick. —Tenía la mirada reluciente, llevaba la falda planchada, y se había secado el pelo.


   Byron se había enterado de los segundos de más por su amigo James Lowe. James era el chico más listo que Byron conocía, leía el Times a diario. La adición de dos segundos era de lo más emocionante, según James. Primero el hombre había conseguido llegar a la Luna y ahora se disponía a alterar el paso del tiempo. Pero ¿cómo podían dos segundos surgir de pronto, como salidos de la nada? Era como intentar añadir algo que en realidad no existía. No era seguro. Cuando Byron se lo señaló, James se limitó a sonreír. «Eso es el progreso», dijo.

   Byron escribió cuatro cartas, una al diputado adscrito a su jurisdicción, otra a la NASA, otra a los editores del Libro Guinness de los Récords, y la cuarta y última a la BBC, a la atención del señor Roy Castle. Luego se las dio a su madre para que las echara al correo, asegurándole que se trataba de algo importante.

   Recibió una fotografía firmada de Roy Castle y un folleto profusamente ilustrado sobre el alunizaje del Apolo 15, pero ni una sola referencia a los dos segundos de más.

RACHEL JOYCE - "El año que duró dos segundos" - (2013)


Imágenes: Steeven Salvat

domingo, 28 de noviembre de 2021

EN EL CAMPO


   En el campo, la vieja granja de Mato Rujo permanecía a ciegas, esculpida en negro contra la luz de la tarde. La única mancha sobre el perfil desocupado de la llanura.

   Los cuatro hombres llegaron en un viejo Mercedes. La carretera estaba excavada y era dificultosa —una carretera pobre de montaña—. Desde la granja, Manuel Roca los vio.

   Se acercó a la ventana. Primero vio la columna de polvo levantándose sobre el perfil del maizal. Luego oyó el ruido del motor. Ya nadie tenía coche, en aquella zona. Manuel Roca lo sabía. Vio el Mercedes asomarse a lo lejos y después desaparecer tras una hilera de encinas. Luego ya no siguió mirando.

   Regresó hacia la mesa y puso la mano sobre la cabeza de su hija. Levántate, le dijo. Sacó una llave del bolsillo, la dejó sobre la mesa y con la cabeza le hizo una seña al hijo. Deprisa, le dijo su hijo. Eran niños, dos niños.


   En la encrucijada del torrente, el viejo Mercedes evitó la carretera de la granja y prosiguió hacia Álvarez, haciendo como que se alejaba. Los cuatro hombres viajaban en silencio. El que conducía llevaba una especie de uniforme. El otro hombre que se sentaba delante llevaba un traje de color blanco roto. Planchado. Fumaba un cigarrillo francés. Aminora, dijo.

   Manuel Roca oyó el ruido alejándose hacia Álvarez. ¿A quién se creen ésos que van a engañar?, pensó. Vio a su hijo entrar otra vez en la habitación con un rifle en una mano y con otro bajo el brazo. Déjalos ahí, dijo. Luego se dio la vuelta hacia su hija. Ven, Nina. No tengas miedo. Ven aquí.

   El hombre elegante apagó el cigarrillo en el salpicadero del Mercedes, luego dijo al que conducía que se parara. Aquí está bien, dijo. Y haz que este cacharro se calle de una vez. Se oyó el ruido del freno de mano, como una cadena que se dejara caer en un pozo. Luego, nada más. El campo parecía que hubiese sido tragado por una calma inescrutable.

   Habría sido mejor haber ido directamente a su encuentro, dijo uno de los dos que estaban sentados detrás. Ahora tendrá tiempo para escaparse, dijo. Empuñaba una pistola. No era más que un muchacho. Lo llamaban Tito.

   No se escapará, dijo el hombre elegante. Está hasta los cojones de escapar. Vamos.

ALESSANDRO BARICCO - "Sin sangre" - (2002)

Imágenes: Nicholas Moegly

viernes, 26 de noviembre de 2021

EN LO DE PAPÁ

 


   Si hoy no fuera un día especial, Julián tomaría el juego de llaves de algún departamento de la inmobiliaria, cerraría el tablero, bajaría la persiana, apagaría las luces y saldría. Así lo hizo cada noche desde que se separó de Silvia, cinco meses atrás. Apenas con unas pocas pertenencias dentro del bolso de Estudiantes de La Plata que, miente, usa para hacer deporte. Pero hoy cumple años Tomás, su hijo mayor, y Silvia lo conminó a que, como parte del festejo, duerma con él por primera vez desde la separación. En realidad, sus dos hijos dormirán con él, Tomás y Anita. Silvia fue terminante. Él no atinó a esgrimir ninguna de las tantas excusas que puso en esos meses con la intención de no dar una dirección exacta. Hasta hacía poco había funcionado, pero ya no. Incluso parecía desvanecida la ventaja que solía tener en cualquier negociación frente a Silvia por el hecho de que era ella quien había tomado la decisión de dar por finalizado su matrimonio.


  Desde el día en que le dijo «quiero que te vayas», él había quedado girando en falso sin entender qué había pasado para tener que desarmar lo que habían construido juntos durante quince años. ¿Lo habían construido juntos? ¿En qué consistía esa supuesta construcción? No podía encontrar respuesta. Aún hoy seguía sin entender y con la esperanza de que a Silvia se le pasara lo que fuera que la había llevado a echarlo de la casa. Lo que fuera, hasta otro hombre. Y ese era el motivo por el que Julián no se decidía a resolver el problema de dónde vivir, como corresponde que haga un marido que se separa: cinco meses después, no se sentía separado. Es más, había creído que el cumpleaños de Tomás lo pasarían todos juntos, él, Silvia y los chicos, en su casa, la casa de todos. Pensó que era la ocasión ideal para el reencuentro. Pero en cambio Silvia parecía haber pensado exactamente lo contrario. Fue terminante e incluso se lo dijo a los chicos antes que a él, probablemente para no dejarle alternativa. «Hoy duermen en lo de papá». Sin sospechar que aún no había «lo de papá». O que «lo de papá» no era un lugar fijo sino escoger una llave del tablero de la inmobiliaria para rotar de departamento en departamento y acostarse adentro de una bolsa de dormir.

CLAUDIA PIÑEIRO - "Quién no" - (2018)

Imágenes: Mariano Pascual

miércoles, 24 de noviembre de 2021

LAS CIFRAS Y LAS LETRAS EN JAMES BOND

 


   «Hoy vamos a estudiar las cifras y las letras en James Bond. Si piensan ustedes en James Bond, ¿cuál es la letra que les viene a la mente?» Silencio en la sala, los alumnos reflexionan. Jacques Bayard, que está sentado al fondo de la clase, por lo menos a James Bond lo conoce. «¿Cómo se llama el jefe de James Bond?» ¡Eso Bayard lo sabe! Le sorprenden las ganas que tiene de decirlo en voz alta, pero se le adelantan varios estudiantes que dan simultáneamente la respuesta: M. «¿Quién es M y por qué M? ¿Qué significa esa M?» Lapso de tiempo. Nadie responde. «M es un viejo, pero es una figura femenina, es la M de Mother, es la madre nutricia, la que alimenta y protege, la que se enoja cuando Bond hace algo descabellado, pero siempre da muestras de una gran indulgencia con su comportamiento, y es a quien Bond quiere complacer llevando a cabo las misiones que le encarga. James Bond es un hombre de acción, pero no es un francotirador, no está solo, no es huérfano (lo es biográficamente, aunque no simbólicamente: su madre es Inglaterra; no está casado con su patria, sino que es su hijo bienamado). Está sostenido por una jerarquía, por una logística, por todo un país que le asigna misiones imposibles de cuyo cumplimiento está orgulloso (M, la representación metonímica de Inglaterra, el representante de la reina, repite con frecuencia que Bond es su mejor agente: es el hijo preferido), pero que le suministra todo tipo de medios materiales para cumplirlas. James Bond, en efecto, es a la vez el oro y el moro, y por eso es un fantasma tan popular, un mito contemporáneo tan potente: James Bond es el aventurero funcionario. Acción Y seguridad. Comete infracciones, delitos, incluso crímenes, pero está cubierto, tiene autorización, no le regañarán por ello, de ahí la famosa license to kill, el permiso para matar significado en su número, lo que nos lleva a los tres dígitos mágicos: 007.

   »Doble cero es el código que da derecho al asesinato, y aquí vemos una aplicación genial del simbolismo de las cifras. ¿Qué única cifra podía representar el permiso para matar? ¿10? ¿20? ¿100? ¿Un millón? La muerte no es cuantificable. La muerte es la nada, y la nada es cero. Pero el asesinato es más que la simple muerte, es la muerte infligida al prójimo. Es dos veces la muerte, la suya, inevitable, y cuya probabilidad se acrecienta con la peligrosidad del oficio (la esperanza de vida de los agentes doble cero es muy baja, se repite a menudo), y la del otro. Doble cero supone el derecho a matar y a ser matado. En cuanto al 7, evidentemente ha sido escogido porque en todas las tradiciones, de todos los números, es uno de los más elegantes, un número mágico cargado de historia y de símbolos, si bien en este caso, además, responde a dos criterios: es irremediablemente impar como el número de rosas que se le regala a una mujer, y primo (un número primo es divisible solo por el uno y por sí mismo), lo que expresa una singularidad, una unicidad, una individualidad que contrarresta la impresión de intercambiabilidad y de impersonalidad inducida por el recurso a la matrícula. Recuerden ustedes la serie El prisionero, cuyo protagonista “Número 6” repite, desesperado y sublevado: “¡No soy un número!”. James Bond, en cambio, se adecúa perfectamente a su número, con tanta más facilidad en cuanto que ese número le confiere privilegios inauditos y hace de él un aristócrata (al servicio de Su Majestad, como corresponde). 007 es el anti-Número 6: satisfecho del lugar ultraprivilegiado que le otorga la sociedad, trabaja denodadamente por preservar el orden establecido, sin cuestionarse jamás la naturaleza ni las motivaciones del enemigo. Mientras que Número 6 es un revolucionario, 007 es un conservador. El 7 reaccionario se opone aquí al 6 revolucionario, y como el sentido de la palabra reaccionario lleva implícita la idea de posteridad (los conservadores reaccionan contra la revolución obrando para que regrese el antiguo régimen, es decir, el orden establecido), es lógico que la cifra reaccionaria suceda a la cifra revolucionaria (vamos, que James Bond no puede ser 005). La función de 007, es, por tanto, garantizar el regreso al orden establecido, perturbado por una amenaza que desestabiliza el orden mundial. Al final de cada episodio todo vuelve siempre a una “normalidad”, a saber: “el orden antiguo”. Umberto Eco afirma que James Bond es fascista. De hecho, podemos ver que es eminentemente reaccionario…»


   Un alumno levanta la mano: «Pero también está Q, el responsable de los chismes. ¿No cree que hay también alguna significación en esa letra?».

   Con una inmediatez que sorprende a Bayard, el profesor prosigue:

   «Q es una figura paternal, porque es quien suministra las armas a James Bond y quien le enseña cómo utilizarlas. Le transmite una destreza. En este sentido, debería haberse llamado F, como Father… No obstante, si se fijan atentamente en las escenas con Q, ¿qué ven ustedes? A un James Bond distraído, impertinente, juguetón, que no escucha (o pone cara de que no escucha). Al final, Q siempre le dice: “¿Alguna pregunta?” (o variantes del tipo: “¿Has entendido?”). Pero James Bond nunca hace preguntas; bajo su apariencia de calamidad, ha asimilado perfectamente lo que se le ha explicado porque posee una capacidad de comprensión fuera de lo común. Q, entonces, es la Q de questions, de preguntas que Q anhela con toda su alma y que Bond no hace jamás, o a lo sumo mediante bromas que nunca son las que Q se esperaría».

LAURENT BINET - "La séptima función del lenguaje" - (2015)


Imágenes: Shane Wheatcroft

domingo, 21 de noviembre de 2021

LOS TÍOS

   


Un día, mucho antes de que yo naciera, mi madre soñó conmigo. Ella era una niña aún, tendría unos diez, quizás once años. Estaba jugando en el jardín, junto a la casa en la que pasaba todos los veranos, e inexplicablemente —porque este detalle le parecía casi tan asombroso como lo que ocurrió después—, se quedó dormida. Entonces yo aparecí en su sueño.

   «Tú eras alta, rubia. Mucho más alta y rubia de lo que eres ahora…». Estábamos las dos frente a frente, mirándonos con curiosidad. O quizá confundidas, perplejas… Nunca pudo, por más que se esforzara, relatar con exactitud en qué había consistido esa extraña visión; de qué habíamos hablado —si es que llegamos a hablar—, o si no hicimos otra cosa que observarnos en silencio. Tan sólo había algo de lo que estaba absolutamente segura. Aquella mujer que, burlándose del tiempo, se materializaba inesperadamente en el jardín, era yo, su hija. Lo supo enseguida. Antes, incluso, de comprender que estaba soñando. Pero tampoco esta idea le tranquilizó. Aquel sueño no se parecía a ningún otro. Era demasiado extravagante, demasiado absurdo. Y, aunque no fuera más que una niña, se sorprendió pensando: «Es impropio de una niña».

   Era al final del verano y, cuando despertó, se dio cuenta de que había empezado a llover y estaba tiritando. Tuvo que guardar cama una semana, estornudando, tosiendo, con la fiebre alta. Pero, con el tiempo, el recuerdo de aquel sueño impreciso le parecía hermoso. Me lo contó una y otra vez, entornando los ojos, sonriendo, como si aún lo encontrara inexplicable, milagroso, absurdo, añadiendo a menudo: «Fíjate qué tontería…». Pero yo nunca la creí del todo. Porque enseguida volvía al estupor, a la impresión que le había causado aquel encuentro del que tan poco podía recordar, sólo la certeza de haberme reconocido de inmediato y la sensación de que era un secreto, algo que no debía compartir por nada ni con nadie. «Ni siquiera se lo conté a ellos, a tus tíos…». Y era eso precisamente lo que me hacía sospechar. Porque, a lo largo de los inviernos en París, o durante los veranos en la playa, siempre aprovechaba la ocasión para, habláramos de lo que habláramos, regresar irremediablemente al mismo escenario, un valle perdido al otro lado de los Pirineos —un caserón, un jardín— y, sobre todo, ellos… Sus hermanos y su primo. Los tíos.

CRISTINA FERNÁNDEZ CUBAS - "El columpio" - (1995)


Imágenes: Belkis Ayón

viernes, 19 de noviembre de 2021

SOY LA MÚSICA

   


   He venido a llevarme mi trofeo.

   Está aquí, en el ataúd. La verdad es que ya es mío, pero un buen músico espera con respeto a que se hayan tocado las últimas notas. La melodía de este hombre ha terminado, pero sus allegados han venido de muy lejos para añadir unas cuantas estrofas, una especie de coda.

   Escuchemos.

   El cielo puede esperar.

   »¿Os doy miedo? No hay porqué. No soy la muerte. ¿Un siniestro encapuchado con guadaña, envuelto en olores de putrefacción? «Por favor», que dirían vuestros jóvenes.

   Tampoco soy el Sumo Juez a quien tarde o temprano todos teméis. ¿Qué derecho tengo yo a juzgar una vida? He estado con los malos y con los buenos. Respecto a las fechorías que haya podido cometer este hombre, no tengo veredicto, como tampoco evalúo sus virtudes.

   Sé mucho de él, eso sí: los hechizos que urdía con su guitarra, las multitudes seducidas por su voz, grave y sedosa.

   Las vidas que cambió con sus seis cuerdas azules.

   Podría contarlo.

   O descansar.

   Siempre reservo tiempo para descansar.

   ¿Os parezco esquiva? Puedo serlo, a veces. También soy dulce y tranquilizadora, y disonante e iracunda, y difícil, y simple, apaciguadora como arena que se vierte, penetrante como el alfiler.

   Soy la Música, y vengo a llevarme el alma de Frankie Presto. Bueno, toda no, solo lo que tomó de mí al llegar al mundo, que no fue poco. No pertenezco a nadie, ni siquiera a quien mejor me usa. Estoy en préstamo. Nadie se va sin haberme devuelto.

   Recogeré el talento de Frankie para esparcirlo en otras almas recién nacidas, como haré algún día con el vuestro. Por algo alzáis la vista al oír vuestra primera melodía o seguís con el pie el ritmo de un tambor.

   Todos los seres humanos son musicales.

   Si no, ¿por qué os habría dado Dios un corazón que late?

      MITCH ALBOM - "Una música prodigiosa" - (2012)


Imágenes: Sofia Bonati

martes, 16 de noviembre de 2021

ME HE CONVERTIDO EN UNA PERSONA DAÑADA

 


   Quiero que sepas, Valentina, que sin ti no lo habría conseguido. Lo digo en serio. Si un día te lo preguntaran, en uno de esos juegos de sociedad tan del gusto de los escritores judíos, podrías decir que le has salvado la vida a alguien. A mí. Sentándome frente a ti, noche tras noche, durante todo un año. Mi año en el reino de la idiotez. Hablándome, aunque sabías que no te escuchaba. Teniéndome a tu lado, estuviera como estuviera. Sé lo difícil que fue. Mi desesperación, desproporcionada para lo que me estaba sucediendo, era enorme e incomprensible. Y por eso, por haberla soportado sin demostrármelo siquiera, te estoy todavía más agradecida.

   Lo hiciste porque me quieres. Y porque era evidente que estaba hundida. No escondía el desánimo, la incapacidad para reaccionar, la angustia que me subía a oleadas, como la leche al pecho de una madre. Pero lo que mostraba, lo que te decía, era solo una parte de la verdad. Y aun siendo grotesca, no era la peor. Lo verdaderamente repugnante, todas las cosas horribles y desquiciadas que hice, las mantuve ocultas. No te las contaba porque me avergonzaban. Esperaba que las intuyeses, pero objetivamente era imposible. Nunca habrías podido imaginarlas, conociéndome.


   Por eso he decidido contártelas ahora. Quiero decirte lo que de verdad pasó en el año que comenzó con la llamada que Davide olvidó cortar. No porque crea que te doy algo agradable, no regalas bolsas llenas de basura a las personas que quieres. Ni porque esté obsesionada por el deseo de ser honesta contigo. Creo que para ti y para mí no hay diferencia. La cuestión, ya lo sabemos, nunca es la verdad, sino el bien.

   Y tampoco te cuento esta historia para mostrarte lo que he aprendido, porque no he aprendido nada. No he extraído ninguna máxima que pueda serme útil en otro momento, no he reforzado mis defensas, no me he vuelto mejor. Tampoco estoy segura de que me haya servido de lección como para evitar que me vuelva a suceder. Al contrario. Ahora sé que nada te mantiene de verdad a salvo de la estupidez, menos aún lo que crees ser, las herramientas que llevas contigo. La inteligencia, la experiencia, los libros. Nada. Y saberlo no me hace más fuerte sino, al contrario, más frágil y más triste. Como los ancianos que caminan cautelosos porque saben que sus huesos pueden desmigarse con solo un paso en falso.

   Me he convertido en una persona dañada.

   Cuando te sucede algo malo, un accidente, una enfermedad, o algo estúpido pero increíblemente doloroso como me sucedió a mí, te conviertes en una persona dañada. Para siempre. Soy como un utensilio cualquiera que ha caído al suelo. Lo arreglas y vuelve a funcionar, pero conserva dentro el trauma de la caída. No sabemos cuándo, ni siquiera sabemos si pasará, pero podría estropearse otra vez. Y sería una consecuencia de esa antigua caída.

   Como te decía, Davide me llamó y después no colgó.

   Pero ¿por qué no colgué yo?

ELENA STANCANELLI - "La mujer desnuda" - (2016)


Imágenes: Paul X Johnson

sábado, 13 de noviembre de 2021

LA TEORÍA DEL ABURRIMIENTO

 


   De todos mis amigos, el que más teorías tiene es mi amigo Gur. Y de todas sus teorías, la teoría con más probabilidades de ser cierta es sin duda alguna la del aburrimiento. La teoría del aburrimiento de Gur sostiene que la causa de casi todo lo que sucede en el mundo es el aburrimiento: los amores, las guerras, los inventos, los estucados de las paredes… El noventa y cinco por ciento de todo es puro aburrimiento. En el cinco por ciento restante incluye, por ejemplo, la paliza de muerte que recibió en el metro de Nueva York hace dos años, cuando dos negros lo atracaron. Y no es que aquellos dos no estuvieran también un poco aburridos, no, pero parecían mucho más hambrientos que otra cosa. El concepto ese, y desde todos sus puntos de vista, le gusta explicarlo en la playa, cuando ya está demasiado cansado como para seguir jugando a las palas o para meterse en el agua a nadar. Y allí estoy yo, escuchándolo por enésima vez, con la oculta esperanza de que hoy, por fin, llegue una tía buena a nuestro trozo de playa. Y no es que vayamos a intentar ligar con ella ni nada parecido, sino sólo por tener donde fijar la vista.

ETGAR KERET - "Un hombre sin cabeza" - (2012)


Imágenes: Cristina Mittermeier

miércoles, 10 de noviembre de 2021

SOY NEGRO, MACHO Y MALO

 


    Pudo haber sido peor, créanme. Tardaron un día en decidirse. Prodan. Sahumerio. Violeta. Imaginaba salir al mundo como Violeta y me meaba por los rincones. A ver si entienden: soy negro, macho y malo. Aunque ahora me vean así, entubado, a punto de ser fiambre. Fue un accidente, le pudo pasar a cualquiera. Y no es verdad lo que dicen: no soy estúpido, soy curioso. Si veo algo que se mueve debajo de las hojas… lo muerdo. Disculpen, me disperso, ya sé… no es fácil si Lala me acaricia así. Y no estaría bien visto, un perro moribundo con una erección.

   Pero lo que me excita, más que sus caricias, son sus lágrimas. Porque Lala nunca llora. No lloró cuando la dejó la Guayi ni cuando se murió Brontë. El mentón le tembló un poquito el día que me vio en la jaula. No tuvo ojos para ningún otro. Aunque la turra de la veterinaria le dijo que el de al lado tenía mejor trompa, ella me quiso a mí. No paró de hablarme hasta que llegamos a casa (siempre me trató como a un adulto). Y ese día sellamos nuestro pacto: yo era un regalo para Sasha, su madre, pero era suyo. La meé un poquito, para decirle que entendía. Y entendió.

LUCÍA PUENZO - "El niño pez" - (2004)

Imágenes: Lin Zaoyu

domingo, 7 de noviembre de 2021

UNA VIDA NORMAL Y CORRIENTE

 


Mientras tanto, ella no le ha hablado a nadie de Guil –a excepción del psicólogo de Erán–, porque aún no tiene nada que contar. No se ha enamorado de él ni ha pasado nada entre ellos. Y puede que también porque cree que, si no cuenta nada a nadie, entonces sí pasará algo, del mismo modo que cuando cocinas algo hay que tapar la cazuela; eso oyó una vez decir a una escritora en un programa de televisión para explicar por qué mientras estaba escribiendo un libro no le enseñaba a nadie nada de él.

 Entre ellos todavía no ha habido contacto físico, excepto un roce de labios en la mejilla al saludarse y despedirse en cada cita. ¿Y si Guil, no obstante, sigue viéndose con otras mujeres? La mayor parte del tiempo, Orna tiene la sensación de que se encierra en unas determinadas ideas y sentimientos y que simplemente así consigue funcionar, como si los encuentros con Guil fueran parte de su intento de estar en activo con el fin de aparentar que lleva una vida normal y corriente.

DROR MISHANI - "Tres" - (2018)


Imágenes: Cristina Coral

jueves, 4 de noviembre de 2021

TRASTORNO EXPLOSIVO INTERMITENTE

   



   Vamos a una sala de conferencias donde han instalado una máquina, un par de gafas provistas de cables y una pantalla.

   —Tendrá que ponerse las gafas; simplemente registran los movimientos de los ojos —dice Rosenblatt—. Y en esta pantalla aparecerá una serie de palabras. —Me entrega un pulsador pequeño conectado con la máquina, al igual que las gafas—. Por favor, púlselo cada vez que una palabra le suene familiar en el contexto de su relación con su hermano. ¿Preparado?

   —Sí.

   Aparece la primera palabra. «Flor.» Pulso.

   —¿Ha pulsado adrede? —pregunta Rosenblatt.

   —Sí, George adora las flores.

   La segunda palabra: «Benigno.» No pulso.

   «Comprensivo.» Mi dedo descansa.

   «Ira.» Clic.

   «Antagonismo.» Dos clics.

   —¿Ha pulsado dos veces adrede?

   —No lo sé.

   «Hostilidad.» «Despecho.» «Rencor.» Uno, dos, tres clics.

   «Benevolente.» Con gatillo fácil, casi pulso.

   «Amable.» Descanso el dedo, respiro.

   «Cálido.» Los dedos se me entumecen a causa de la inacción.

   «Herida.» «Aniquilar.» «Bravucón.» De lo más evidente: clic, clic, clic.

   «Apegado.» Clic.

   La pantalla se apaga.



   —¿Está familiarizado con el trastorno explosivo intermitente: TEI? —pregunta Rosenblatt.

   —Suena a trastorno intestinal —digo.

   —A menudo se describe como «demencia parcial». Es más común de lo que usted cree, la incapacidad de contener el impulso agresivo, la extrema expresión de cólera, una furia incontrolable. Estoy pensando que es lo que existe aquí.

   ¿Por qué estoy esperando que diga «obra del diablo»?

   Rosenblatt prosigue.

   —En una situación como la presente no sólo es clara una cosa, sino muchas: la química, el estrés, los fármacos, el estado de ánimo y otra inestabilidad mental. Vamos hacia un diagnóstico multifacético y un enfoque de tratamiento prolongado.

   —¿Le van a dar un electrochoque?

   —No, pero personalmente pienso que puede ser un candidato para algunas de nuestras técnicas psicoquirúrgicas más recientes, como la irradiación con bisturí gamma o, más probablemente, la estimulación del cerebro profundo. Le implantamos algo parecido a un marcapasos; hacemos un agujero con un trépano, colocamos tres plomos, implantamos un neuroestimulador de pilas, calibramos la estimulación. No carece de efectos secundarios (cierto declive de la función ejecutiva) y, por supuesto, somos conscientes de lo que podría decir el tribunal si exponemos que su hermano ha accedido a someterse a una cirugía cerebral experimental.


   Me horroriza lo que me está diciendo. Pensé que podrían sacarse de la manga algo raro, pero no se me había ocurrido la idea del viejo punzón que te abre la bola del coco.

   —Es decir, ¿me está hablando de algo parecido a una lobotomía?

   —Yo no lo llamaría así, pero cae dentro del mismo epígrafe.

   —Y en los tribunales, ¿cree usted que una cirugía cerebral favorece o perjudica?

   —Desde luego demuestra que hemos adoptado un enfoque agresivo. Yo diría que favorece.

   —¿Y qué dice George?

   —No lo sabe todavía; nadie lo sabe. Ni siquiera se lo he dicho a Gerwin. Estoy haciendo una investigación y luego expondré mi tesis.

   —¿Usted se sometería a una psicocirugía? —pregunto, sabiendo que yo nunca lo haría.

   —Con los ojos cerrados, y lo digo sin segundas —dice—. Ni siquiera me importaría practicármela yo mismo.

   —Interesante —digo, y es decir poco. Es una puta locura, es lo que estoy pensando.

A. M. HOMES - "Ojalá nos perdonen" - (2012)


Imágenes: Emiliano Ponzi

lunes, 1 de noviembre de 2021

CHARLES CHAPLIN NO EXISTIÓ

 


    —El cine no es lo que parece, sino que es otro mundo, y la realidad tampoco es la realidad. Eso es lo que ellos creen, a mí no me preguntes. Ah, y Charles Chaplin no existió. No pongas esa cara, ya sé que es una parida mental, pero tú querías saberlo.

   —¿Y Charlot?

   —Pues ahí está el tema, que Charlot sí existe. Humphrey Bogart tampoco existió, pero el tío del café de Casablanca sí, y también la tía, pero no Ingrid Bergman. No existieron Orson Welles ni John Wayne, pero sí el ciudadano Kane y el vaquero de Centauros del desierto. También dicen que los actores vivieron alguna vez, que en algún momento hubo un hombre que se llamó Charles Chaplin, pero las películas que hizo Charlot anularon a Chaplin hasta tal punto que fue como si nunca hubiera existido. Alfred pone un ejemplo muy bonito: dice que es como el bloque de piedra cuando se convierte en una escultura, que deja de ser para siempre un bloque de piedra, aunque quizá no del todo, ¿entiendes? Como si la escultura se tragara al bloque de piedra. Esto pasa con toda obra de arte, pero resulta que en el cine la obra de arte es el personaje, y el actor desaparece en él y deja de existir…



   —Creo que se refieren a que hay personajes que son más famosos que el actor que los interpreta.

   Gemma negó con la cabeza.

   —No, no es eso. El actor desaparece y el personaje sigue vivo. Lázaro dijo un día que era como quemar leña: los troncos se vuelven negros, se hacen cenizas, pero surgen las llamas. El actor pierde luz y se vuelve oscuro como nosotros, pero su sombra persiste y vive por él, a pesar de que es falsa.

   —¿Falsa?

   —Esto es lo más complicado: el personaje es falso pero existe, el actor es real pero no existe. ¿Eres capaz de entenderlo?

JOSÉ CARLOS SOMOZA - "La ventana pintada" - (1998)


Imágenes: Ana María Hernando