Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 29 de abril de 2021

IGUAL QUE MONOS A LAS RAMAS DE UN BAOBAB

 


Era un día perfecto para que no empezase esta historia. Estábamos en diciembre; hacía un frío de mil demonios que lograba que la ciudad se pareciera a mi vida como un plato roto a otro plato roto y yo acababa de tomarme en la barra del bar Montevideo, junto al instituto donde doy clase, un café de los míos, negro como la tinta, sin azúcar y tan caliente que le hubiera servido a la Santa Inquisición para quemar dentro de él a Galileo. Después había comprado el periódico, había subido a la sala de juntas para intercambiar con el resto de los profesores media docena de frases esponjosas y, finalmente, había ido a mi despacho para trabajar en una conferencia sobre la escritora Carmen Laforet que preparaba desde hacía un tiempo, y a esperar que llegase la primera visita de la mañana. Porque, desgraciadamente, estábamos a lunes y, desde que era jefe de estudios, todos los lunes, miércoles y jueves, de nueve a doce, recibía a los padres de los alumnos problemáticos que hubiesen pedido cita para hablar de sus hijos, que en su opinión eran unos Sócrates y en la mía un hatajo de gandules orgullosos de su pereza y su ignorancia, siempre con sus conversaciones sobre videoconsolas o líneas ADSL y agarrados a sus teléfonos móviles igual que monos a las ramas de un baobab. Un desastre.

BENJAMÍN PRADO - "Mala gente que camina" - (2006)


Imágenes: Ben Giles

lunes, 26 de abril de 2021

ESCUCHANDO LOS PROBLEMAS DE LA GENTE

 


Para tomarse un descanso de Geronimo, Nonc y Relle van a las reuniones de Alcohólicos Anónimos en la iglesia presbiteriana, donde una vieja maw-maw
[1] hace de canguro gratis. Así, por las noches pueden pasar dos horas tomando café y escuchando los problemas de la gente. Hoy Nonc llega primero y, después de dejar al niño, coge un trozo de roscón de Reyes y se sienta en el círculo medio vacío. Las iglesias se comportan siempre como si se llevaran algo increíble entre manos —sobres blancos para donativos, niños vestidos de traje, policías con guantes blancos dirigiendo el tráfico dominical—, pero sus sótanos son todos iguales: sillas plegables, electrodomésticos viejos y cubos llenos de ropa de gente muerta.

   Empiezan a llegar los habituales. Aunque sea «anónimo», Lake Charles tampoco es tan grande y Nonc ha llamado a todas las puertas de la ciudad. Llega Linda Tasso, la hija mayor del alcalde. Cada semana se las apaña para volver a tocar fondo, y luego les da la brasa con ello. Jim Arceneaux saca su termo gigante de té helado. Antes tenía un zoológico de reptiles junto a la interestatal, con serpientes y caimanes a punta pala. Decidió dejar de beber cuando lo acusaron de maltrato animal, después de que lo pescaran adoptando demasiados gatitos y perritos de la perrera. Más tarde se presentan unos tipos de Nueva Orleans. Los distingues al momento: la ropa que parece de otra gente, la mirada perdida…

[1] «Abuela» en cajún.

ADAM JOHNSON - "George Orwell fue amigo mío" - (2015)

Imágenes: Pilar García Merino

viernes, 23 de abril de 2021

EL ESCRITOR Y EL ASESINO


 Volvió a vacilar y en esta ocasión dejó vagar la mirada por la última entrada en la pantalla del ordenador. «¿Qué hace que un libro realmente funcione? —Se planteó de repente—. Tiene que asumir riesgos. Tiene que absorber al lector al interior de la historia. Cada personaje tiene que ser fascinante a su manera. Debe crear la necesidad imperiosa en los lectores de pasar página. Esto sirve tanto para una novela costumbrista como para un thriller de ciencia ficción. Las mismas normas del asesinato se aplican a la escritura. ¿De qué sirve —escribió— contar una historia que no tiene repercusiones mucho después de que se haya leído la última página? ¿Acaso el asesinato no se enfrenta a la misma pregunta? Tanto el escritor como el asesino acometen la tarea de crear algo que perdure. El escritor quiere que el lector recuerde sus palabras mucho después de la última página. El asesino quiere que el impacto de la muerte permanezca. Y no solo para él sino para todos aquellos a quienes la muerte ha afectado.

   »El asesinato no se limita a una sola muerte. Es una onda que se expande en la vida de muchos.»

JOHN KATZENBACH - "Un final perfecto" - (2012)

Imágenes: Javier Aramburu

martes, 20 de abril de 2021

DEMONIOS


 «Demonios», piensa Ahmad. «Estos demonios quieren llevarse a mi Dios». En el Central High School, las chicas se pasan el día contoneándose, hablando con desdén, exhibiendo tiernos cuerpos y tentadoras melenas. Sus vientres desnudos, adornados con flamantes pendientes en el ombligo y tatuajes fatuos que se pierden muy abajo, preguntan: «¿Acaso queda algo más por ver?». Los chicos se pavonean, se arriman a ellas, gastan miradas crueles; con chulescos gestos de crispación y un desaire apático al reír indican que el mundo no es más que esto: un vestíbulo ruidoso y esmaltado, con taquillas metálicas a cada lado, que termina en una pared lisa, profanada por graffiti y repintada con rodillo tantas veces que parece avanzar milímetro a milímetro.


   Es un espectáculo ver a los profesores, cristianos débiles y judíos que no cumplen los preceptos de su religión, enseñando la virtud y la templanza moral, pero sus miradas furtivas y voces huecas delatan su falta de convicción. Les pagan para que digan esas cosas, les pagan la ciudad de New Prospect y el estado de New Jersey. Pero carecen de fe verdadera; no están en el Recto Camino, son impuros. Al terminar las clases, Ahmad y los otros dos mil alumnos los ven subirse a los coches en el aparcamiento salpicado de basura y restos crepitantes y escapar a toda prisa como cangrejos pálidos u oscuros de vuelta a sus caparazones; y no son más que hombres y mujeres corrientes, llenos de lujuria y temor, encaprichados de cosas que pueden comprarse. Infieles, creen que la seguridad está en la acumulación de objetos mundanos, en las distracciones corruptoras del televisor. Son esclavos de las imágenes, representaciones falsas de felicidad y opulencia. Pero incluso las imágenes verdaderas son imitaciones pecaminosas de Dios, el único que puede crear. El alivio por escapar indemnes de sus alumnos un día más les hace charlar y despedirse en voz demasiado alta, con el entusiasmo incontenible de los ebrios, en los vestíbulos y el aparcamiento. 


  Fuera de la escuela, se van de juerga. Algunos tienen los párpados rosados, el mal aliento y los cuerpos abotargados de los que beben en exceso. Otros se divorcian, otros viven en concubinato. Su vida fuera de la escuela es desordenada, disipada y consentida. El gobierno del estado en Trenton, y ese otro gobierno satánico de más al sur, el de Washington, les pagan para inculcar la virtud y los valores democráticos, pero los valores en que creen de verdad son impíos: biología, química y física. Sus voces afectadas resuenan en las aulas, apoyándose en las certezas y fórmulas de esas ciencias. Dicen que todo proviene de átomos inclementes y ciegos, responsables de la fría pesadez del hierro, de la transparencia del cristal, de la quietud de la arcilla, de la agitación de la carne. Los electrones corren por los hilos de cobre, por los puertos de computadoras y hasta por el aire mismo cuando con la interacción de unas gotas de agua saltan en un relámpago. Sólo lo que podemos medir y deducir de tales mediciones es cierto. El resto no es más que el sueño pasajero que llamamos identidad.

JOHN UPDIKE - "Terrorista" - (2006)

Imágenes: Tavo Montáñez 

sábado, 17 de abril de 2021

MI TÍA ANA

 


Mi tía Ana fue la primera mujer a la que vi desnuda y la primera persona que me metió en el pensamiento el miedo a la muerte. Era pronto para ambas cosas, porque yo era un niño, pero el tiempo parece no entender de secuencias lógicas ni de protocolos de revelación.

   Mi tía Ana, la hermana menor de mi madre, se casó en 1968 con un sargento de la base norteamericana de Rota. Mi tío Robbie Grant, que era de Nashville y que conducía un Mustang rojo, la conoció en el bar Honky Tonk y la invitó a un concierto que daba un imitador de Frank Sinatra en el teatro del recinto militar. A la salida del concierto, la llevó a cenar al Shanghai Room, el restaurante chino del pueblo, y, a los postres, se arrodilló ante ella, se sacó del bolsillo un estuche, lo abrió y le mostró un anillo de oro con un brillante. Mi tía Ana se echó a llorar: acababa de cumplir dieciocho años y estaba en una fase muy vulnerable a aquellos romanticismos exóticos. Era la segunda vez que se veían.



   Mi tía Ana apenas hablaba inglés, a pesar de haber recibido clases particulares en una de esas academias semiclandestinas a las que acudían los vecinos que alimentaban la ilusión de encontrar un empleo en alguna dependencia de la base militar, y el tío Robbie, por su parte, sólo conocía tres palabras españolas: «gracias», «señorita» y «amigo», aunque aquello no fue obstáculo para que se casaran apenas cuatro meses más tarde del concierto del Sinatra de impostura. El idioma de gestos tal vez no sea el mejor de los idiomas posibles, pero es sin duda un idioma.

   A mis abuelos, por lo visto, les gustó muy poco aquel arrebato, entre otras cosas porque ya había precedentes de más de una muchacha que se había casado a lo loco con un militar cargado de dólares mientras andaba por aquí, en un pueblo en que los dólares valían mucho más de lo que valían, y que luego, al terminar el marido el contrato militar de tres años, se iba con él a Estados Unidos a vivir en una caravana chatarrosa en medio de un páramo, transformado el soldado galante y opulento en un parado taciturno que bebía cerveza tras cerveza delante del televisor, con la violencia silenciosa de los fracasados, o no tan silenciosa. Las malcasadas volvían al pueblo con el estigma indeleble de las aventureras.

FELIPE BENÍTEZ REYES - "Cada cual y lo extraño" - (2013)

Imágenes: Ori Toor

miércoles, 14 de abril de 2021

EL MIEDO DE LOS NIÑOS

 


Fue su primo Bernardo quien le dijo a Esteban que habían vuelto los tísicos. Estaban sentados en el pupitre que compartían siempre, por la tarde, cuando ya anochecía, después del rosario, en la hora de las permanencias, cuando don Florentín daba la orden de quedarse callados y ponerse a repasar o a terminar los deberes para el día siguiente. La hora de las permanencias era de estudio en silencio. En los ventanales que daban a los campos de deportes y los patios de juegos ya casi borrados por la noche se reflejaba idéntica el aula con sus hileras de pupitres y sus luces fluorescentes. Bernardo escribía con la cabeza inclinada y muy cerca del papel, apoyándose en el codo como en una almohada, pinzando el lápiz entre el pulgar y el índice, con aquella especie de intensidad táctil que había siempre en sus dedos. En esa posición, y mientras el lápiz rozaba la hoja de la libreta, Bernardo le habló a su primo Esteban al oído, muy bajo para no alertar a don Florentín, respirando fuerte por la nariz, como siempre que se ponía muy nervioso al contar algo. Durante el recreo un niño de un curso superior se lo había dicho, lo había visto con sus propios ojos: en la calle Pastores o en la calle Narváez ese niño pasaba por la acera junto a una furgoneta grande que estaba parada con el motor en marcha y el conductor, hablando con un acento forastero, le había preguntado algo, si sabía por dónde se iba a la Fundición. El niño iba a contestarle cuando vio que detrás del hombre, en la cabina de la furgoneta, había una botella de cristal tan grande como una cántara de leche que estaba llena de sangre. La sangre era muy roja, y tenía espuma en lo alto, dijo Bernardo, como la leche cuando está recién ordeñada.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA - "El miedo de los niños" - (2011)

Imágenes: Jesús Leguizamo

domingo, 11 de abril de 2021

EL SUFRIMIENTO ES LA ESCUELA DEL ALMA

 


Una vez, cuando todavía era un niño inocente, creyó que la inteligencia era el único criterio importante, que mientras fuera lo bastante listo podría conseguir cualquier cosa que deseara. Ir a la universidad le puso en su sitio. La universidad le enseñó que no era el más listo, ni mucho menos. Y ahora se enfrenta a la vida real, donde ni siquiera hay exámenes en los que apoyarse. Por lo visto, en la vida real lo único que sabe hacer bien es sentirse deprimido. En el sufrimiento sigue siendo el mejor de la clase. La cantidad de miserias que es capaz de atraer y mantener parece no tener límite. Incluso mientras camina lenta y pesadamente por las frías calles de esta ciudad extraña, sin rumbo, andando solo para cansarse y que así cuando regrese a su cuarto al menos pueda dormir, no siente en su interior la menor disposición a romper el peso del sufrimiento. El sufrimiento es su elemento. Se siente en casa en el sufrimiento, como pez en el agua. Si abolieran el sufrimiento, no sabría qué hacer con su vida. 

  La felicidad, se dice, no enseña nada. El sufrimiento, por otra parte, te curte para el futuro. El sufrimiento es la escuela del alma. Entre las aguas del sufrimiento se emerge en la lejana orilla purificado, fuerte, listo para afrontar de nuevo los retos de la vida del arte. 

  Sin embargo, el sufrimiento no sienta como un baño purificador. Al contrario, te sientes como en una piscina llena de agua sucia. De cada nuevo sufrimiento no se emerge más brillante y más fuerte, sino más tonto y blando. ¿Cómo actúa en realidad la acción limpiadora que se atribuye al sufrimiento? ¿Es que no se ha sumergido uno a suficiente profundidad? ¿Habrá que nadar más allá del mero sufrimiento en pos de la melancolía y la locura?

J. M. COETZEE - "Juventud" - (2002)

Imágenes: Janusz Jurek

jueves, 8 de abril de 2021

DE MADRUGADA LA COSA ES DISTINTA

   


Está claro que los espíritus no salen a medianoche. A medianoche aún no se han acabado las películas vespertinas de la tele, los quinceañeros piensan intensamente en sus profesoras, los amantes recuperan fuerzas antes de hacerlo otra vez, los viejos matrimonios conversan con gran seriedad acerca de lo que ocurre con la economía familiar, las buenas esposas sacan el bizcocho del horno y los malos maridos despiertan a los niños cuando tratan de abrir la puerta al volver a casa borrachos. Hay demasiada vida a medianoche como para que los espíritus de los muertos puedan asustar como es debido. De madrugada la cosa es distinta; a esas horas hasta los empleados de las gasolineras se echan una cabezada y la luz grisácea empieza a sacar de la penumbra a seres y objetos cuya existencia ni siquiera sospechábamos.

ZYGMUNT MILOSZEWSKI - "La mitad de la verdad" - (2011)

Imágenes: George RedHawk

lunes, 5 de abril de 2021

SOÑÉ QUE ME SENTÍA MUY MAL


 Uno se duerme; eso es todo. Nadie dirá jamás el instante en que las puertas se abren a los sueños. Aquella noche me dormí como siempre, y tuve como siempre un sueño. Sólo que…

   Aquella noche soñé que me sentía muy mal. Que me moría despacio, con cada fibra. Un horrible dolor en el pecho; y cuando respiraba, la cama se convertía en espadas y vidrios. Estaba cubierto de sudor frío, sentía ese espantoso temblor de las piernas que ya una vez, años atrás… Quise gritar, para que me oyeran. Tenía sed, miedo, fiebre; una fiebre de serpiente, viscosa y helada. A lo lejos se oía el canto de un gallo y alguien, desgarradoramente, silbaba en el camino.

   Debí soñar mucho tiempo, pero sé que mis ideas se tornaron súbitamente claras y que me incorporé en la oscuridad, temblando todavía bajo la pesadilla. Es inexplicable cómo la vigilia y el ensueño siguen entrelazados en los primeros momentos de un despertar, negándose a separar sus aguas. Me sentía muy mal; no estaba seguro de que aquello me hubiera ocurrido, pero tampoco me era posible suspirar, aliviado, y volver a un sueño ya libre de espantos. Busqué el velador y creo que lo encendí porque los cortinados y el gran armario se anunciaron bruscamente a mis ojos. Tenía la impresión de estar muy pálido. Casi sin saber cómo, me hallé de pie, yendo hacia el espejo del armario con un deseo de mirarme la cara, de alejar el inmediato horror de la pesadilla.

JULIO CORTÁZAR - "La otra orilla" - (1945)


Imágenes: Vernon Trent

viernes, 2 de abril de 2021

LA ISLA ME GUSTÓ ENSEGUIDA

 


La isla me gustó enseguida, su desolación me pareció agradable. Parece hecha para mí. Tiene quince kilómetros de largo por siete de ancho (¿o son siete de largo por quince de ancho?, eso del largo y el ancho siempre me ha confundido), con un acantilado a un lado y una playa rocosa al otro. Las aguas que la rodean son traicioneras, y están plagadas de corrientes ocultas y revueltas, por lo que los yates y las embarcaciones de recreo las evitan con el feliz resultado de que no nos molestan los excursionistas, ni esos alegres personajes con gorra y suéteres de punto, que pasean por el puerto pidiendo grog y hablando de manera incomprensible sobre botalones, mesanas y demás. En general, está agradablemente desprovista de ningún rasgo pintoresco. Es cierto, hay cabañas enjalbegadas y muros de piedra seca, y ovejas, e incluso aquí y allá un pastor con chaqueta de tweed. Y también tenemos cosas de mayor enjundia, las colinas, y las vistas del océano y las distancias relucientes de color lavanda, y por la noche está el firmamento cuajado de luces. Lo que falta es ese aspecto de fortaleza pétrea —de resistencia a las tormentas y tolerancia a las privaciones— que una verdadera isla ofrece al mundo exterior y que llena al visitante ocasional de una mezcla idéntica de asombro e irritación. Lo cierto es que no parece una isla, es más como un trozo de tierra firme que no hace mucho hubiese quedado a la deriva. 

JOHN BANVILLE - "Fantasmas" - (1993)

Imágenes: Reuben Wu