Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 29 de junio de 2023

ES QUE EN SORIA NUNCA PASABA NADA


El asunto no tenía mala pinta. Una mujer había envenenado a su marido, primero poco a poco y luego descaradamente, adobando unas puntas de lomo en matarratas con tal maña de cocinera y mala suerte que el perro se encaramó a la mesa y le rapiñó una sin darle tiempo a reaccionar. El animal se la zampó en la calle y no tardó ni dos horas en ir a morir a la plaza, frente a los hombres que mataban la tarde jugando al dominó mientras las mujeres fregaban. Expiró acurrucado, entre convulsiones, con una pata posada en su hocico embadurnado. El marido le sobrevivió un par de horas más. 

Lástima que eso ocurriera en 1954 y que de esa mujer, una tal Nieves Buscapié, no quedara rastro alguno. Salvo la certeza de que, de estar viva, debería tener ciento y un años. 

María cerró la carpeta y se quedó quieta, con las manos extendidas a ambos lados de esos folios amarillentos apresados por una grapa roñosa que el subalterno le había tendido con esmero cuando ella pidió los casos pendientes. 

—El caso —había puntualizado el subalterno. 

—¿No ha habido más asesinatos, violaciones, robos sin resolver? —insistió ella tensando los labios en un afán de mostrar amabilidad mientras su interlocutor negaba con la cabeza—. ¿Esto es todo? 

—Si no cuenta una meada en la calle sin juzgar —remató el subalterno con más intención de exhaustividad que de provocación—, solo tenemos este caso sin resolver. Y porque la sospechosa desapareció.

Y no es que en Soria la eficacia policial fuera superior. Es que nunca pasaba nada. 



María observó sus propias manos extendidas junto a los documentos, por llamar generosamente a ese par de folios mecanografiados del derecho y del revés, sin saber si hacía bien controlando la furia que la carcomía o si debía asesinar ella misma al subalterno. Sin matarratas. Con un solo golpe en el cráneo. Así al menos habría pasado algo en Soria.

Pero, de momento, lo único que le sorprendió fue la blancura de sus manos en contraste con los folios revenidos. Sus nudillos rojos. Era lo más parecido a una pista de que algo no funcionaba bien aquí y ahora, y de que el caso que buscaba no estaba en los archivos, sino que lo llevaba puesto. Encima. 

A ver, pensó. Las manos muy blancas, los dedos entumecidos. La cara pálida, mejor no volver a mirarla, suficiente con la impresión que le había causado en el espejo esa mañana. La tos, recurrente. Hacía frío. La temperatura en Soria podía llegar a ocho grados en diciembre en el mejor de los casos, cuando el sol lograba colar algún rayo más atrevido que otro entre los olmos crecidos en la ciudad. La gente remoloneaba en las calles algún rato más con cierta amabilidad si el viento no arreciaba. Y había logrado un piso que no estaba mal. 

Pero lo que pintaba en este territorio helado y sin crímenes, donde lo más entretenido iba a ser vigilar los mercadillos de Navidad mientras su cuerpo menudo luchaba contra el invierno en soledad, era algo que solo dos personas sabían: ella misma y el nuevo jefe superior de la policía de Madrid, que había maniobrado con habilidad para alejarla de su vista en cuanto le nombraron. Y ese, el posible abuso de autoridad para mantener tapado un viejo asunto, era el verdadero caso abierto. Que no tenía la menor intención de investigar.

BERNA GONZÁLEZ HARBOUR - "Las lágrimas de Claire Jones" - (2017)


Imágenes: Seth Globepainter


lunes, 26 de junio de 2023

CUANDO LOS TIEMPOS NO ERAN TIEMPOS


Cuando los tiempos no eran tiempos, y el río inundaba todas las orillas, y mucho más allá, abundaban los sauces en la franja oriental. No tenían vida muy prolongada, pero en sitios determinados donde el ir y venir del cauce permitía trasladarse de un lado al otro, esos débiles árboles se regeneraban en bosquecillos tupidos. Cuentan todavía los rezados de Nariño que en uno de aquellos bosques se refugiaron, antes de que el blanco llegara, un grupo de pijaos perdedores, derrotados por los suyos en las montañas altas de lo que se llamaría Tuluá, y formaron una tribu con más poderes celestiales que los motúa del otro lado del río. Ninguno de sus descendientes, que pasaron de boca en boca la tradición de los rezados, y las fueron innovando en la medida en que sucumbieron a una y mil derrotas, sabe de dónde les vienen esos poderes ni el magnetismo que les ha permitido sobrevivir.

   El abuelo de Burrigá, que no fue el más grande de los grandes como su nieto, pero sí dio batallas y perdió con gloria, dicen que ordenó a los suyos que no se unieran entre ellos, sino que consiguieran mujeres ajenas, las domaran y las preñaran dentro de sus bosquecillos de sauce para ir renovando la raza y revitalizando los poderes, buscando que ellos subsistieran hasta el final de los días. Y como los más dóciles eran los motúas del otro lado del río, y los pijaos cada vez quedaban más lejos, renovaron sangre con ellos.



 Después, cuando el padre de Burrigá sintió que la tierra temblaba y que, debajo del emporio que ya habían conformado, se oían ruidos lejanos, que él tenía el don de traducir, consideró que era el momento de buscar otras mujeres y emprendió el viaje hasta la tierra desde donde traían las balsas y las narigueras de oro a cambiar por el pescado salado que ellos guardaban en cuevas frescas dentro de la tierra, envuelto en hojas de plátano soasadas.

   Fue un viaje de muchos días, tal vez semanas o meses, pero cuando Tulumí volvió, traía media docena de mujeres más grandes y más oscuras de piel que ellos y unas placas de metal desconocido que se amarraban cual petos a los pechos y las espaldas del cacique para que ninguna flecha ni garrote entrara. No eran de oro, porque no brillaban, y se conocieron porque, una a una, se las quitaron a Burrigá para que el maestro Delgado lo pudiera pintar, primero, en su trono, con ellas amarradas, y después, sin ellas, desnudo y cadáver en la mesa de disecciones, que él tenía al escondido en su casona de Buga, huyendo de la iglesia y del teniente alcalde, para ir aprendiendo más de la medicina, que era entonces tan rudimentaria y que ejercía por enseñanza de los sabios árabes de Granada. Las mantuvieron guardadas sin explicación ninguna en la casa que, siglos después, sería de don Cayetano Delgado, hasta que él las halló dentro del viejo baúl, conservadas como carátulas del par de dibujos de Burrigá que todo lo explicó, y que ahora nos hace entender hasta los misterios de los rezados del Sauzal.



   Burrigá, quien vendría a ser el último cacique de esa estirpe, pero el ascendiente válido de una gente que se mimetizó para sobrevivir al blanco y prorrogar los poderes magnéticos del brumoso pasado, fue hijo de una de esas indias que trajo su abuelo desde el vallecito de los calimas. Heredó de ellas la habilidad del manejo del metal y de sus tíos el poder de saber oír los temblores y usar el magnetismo en esas placas sobre su cuerpo, hasta hacerse respetar como el intocable y volverse leyenda en las bocas de los blancos de Buga y de Tuluá, que oyeron de él mucho tiempo antes que Bocanegra y su yerno Lemus de Aguirre lo enfrentaran por primera vez, en lo que pomposamente llamaron los bugueños, la batalla de El Sauzal, donde Burrigá los emboscó el día que se metieron al bosquecillo y pisaron su territorio. Fue la última demostración de poder real del legendario cacique. El resto ha sido exageración, pero ha servido para que los rezados sobrevivan cuando todos los dan por muertos, o para desviarles las balas cuando se asegura que dispararon contra sus cuerpos a poca distancia.

   La emboscada fue llamada batalla porque los cuatro que sobrevivieron, Lemus y dos de los soldados de Bocanegra, magnificaron tanto la lucha bravia y describieron con tanto detalle el poder magnético que irradiaba Burrigá, que cuando el cuarto sobreviviente, el mismísimo Bocanegra, pudo escaparse, tres días después, de la trampa de mamuts donde cayó sin que ni los suyos ni los indios lo advirtieran, y todos lo creían prisionero o muerto, muchos dijeron, y repitieron por siglos, que era un fantasma.

GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL - "Ls guerras de Tuluá" - (2018)


Imágenes: Jan Huling

viernes, 23 de junio de 2023

EL AMOR ES UN HECHO QUE NO TOMO EN CONSIDERACIÓN


Hay hombres que reaccionan al éxito hinchando el pecho y empiezan a desprender vibraciones que para mi gusto no tienen nada de seductor y, es más, me repelen, pues la ufanía rolliza del jefe de la tribu (o el capo, el cacique, el director general, el capataz, el líder espiritual, el pez gordo, el gallo del corral, el obispo, el reyezuelo, el rector, el millonetis, el encargado, el caudillo, el number one, el gerifalte, el campeón de liga, el patrón, el investigador principal, el capitán, el faraón, el que está en la cresta de la ola) siempre me ha provocado vergüenza ajena y también un punto de tiricia. En cambio, a aquel de los seres humanos que sabe conservar el pundonor en la adversidad e incluso en la miseria, a aquel que entiende que no es un desdoro tener los pies metidos en el fango hasta las rodillas y que, pese a los reveses lacerantes del destino, al final del día tiene un segundo para tararear una nana que tranquilice al vecindario, a ese le amaría sin mesura. A ese le pediría que fundara una secta. Los proyectos condenados al fracaso dividen definitivamente las vidas entre el entonces y el ahora, escribió —no hace mucho, aunque lo parezca— Cormac McCarthy, y en aquel ahora postfracaso yo empecé a pasar el tiempo (un tiempo a la vez hipnótico y grácil como las cabriolas del bailarín Barýshnikov) viendo a Quirós trabajar en el jardín. 



 Le miraba desbrozar, arrancar con las manos las malas hierbas, podar los árboles y los setos, fumigar, regar y, en fin, todas esas tareas propias del antiquísimo arte de la jardinería y anhelaba, no sé, convertirme en rocío y desparramarme tiernamente sobre la vegetación. Desde el porche, mientras bebía zumo de naranja y me abanicaba, yo le miraba. Me considero negada, ya lo saben ustedes, para hablar de la cuestión del amor, que no sé cómo abordar. No puedo evitar acordarme, dada esa incapacidad mía, de aquel director de cine al que interpretaba Orson Welles en La Ricotta (el film de Pasolini) que, al ser preguntado acerca de la muerte (durante el rodaje de una película sobre el calvario de Jesús de Nazaret en el que uno de los actores va a morir realmente de hambre), responde: «como marxista, la muerte es un hecho que no tomo en consideración». Pues igual yo:

   —Como académica, el amor es un hecho que no tomo en consideración.

RAQUEL TARANILLA - "Noche y océano" - (2020)


Imágenes: Rodney Smith

martes, 20 de junio de 2023

ROBADO EL CRÁNEO DE MURNAU


Imagino que, igual que yo, muchos de ustedes descubrieron atónitos el siguiente titular, que apareció hace algunos meses en la prensa: «Robado el cráneo de Murnau, director de Nosferatu». Según informaba el periódico, alguien había profanado el mausoleo del cineasta, en el cementerio de Stahnsdorf, próximo a Berlín, y había robado su cabeza embalsamada, que a pesar de llevar allí más de ochenta años aún conservaba, tal como relataba en la noticia el administrador del cementerio, no solo algunos restos del cabello y de los dientes, sino también el aire inconfundible, el porte magnífico de Herr Murnau. Entre los móviles que barajó la policía, al parecer tomó fuerza enseguida el del ritual satánico, basado principalmente en el rastro de cera fundida que se halló sobre el ataúd.

   Ahora bien, a diferencia del de ustedes, mi estupor no tiene que ver tanto con la extravagancia de quitarle la cabeza a un muerto como con la certeza de conocer al culpable. Si tras su pista alguna vez la policía berlinesa llamase a mi puerta, entregaría gustosa una caja que él me dejó y que contiene documentos que, al menos a primera vista, guardan relación con el caso, aunque yo sepa de sobra que en su interior no se hallará evidencia útil ninguna. En mi precario alemán y como venganza servida en bandeja contra el tipo que se fue sin despedirse, les aseguraría a los agentes que del huido Quirós (pues ese es el nombre del profanador) cabría esperar cualquier rareza y que era pura obsesión lo que sentía por el tal Murnau.


 

 Si, además, como requerimiento insoslayable de la investigación, se me pidiera contar al detalle lo que sé de Quirós, lo mejor sería comenzar por la tarde en que llegó a mi casa, desbaratando la idea de acercarme de una vez por todas a la biblioteca de la Facultad de Letras en busca de alguno de los libros de Arnold Kreikamp, ese autor bávaro del que hasta hacía un puñado de días no había escuchado ni palabra.

   En efecto, cuando casi había logrado vencer la desgana y a disgusto estaba vistiéndome para salir, una llamada me obligó a cambiar de planes. Era Daniela, la casera (o lo que es lo mismo: LA PROPIETARIA), para avisarme de que su amigo Quirós regresaba de improviso a Barcelona y que iba a alojarse por una temporada en el segundo piso de la casa que yo tenía alquilada. Aunque es cierto que nadie habitaba la planta de arriba y que en realidad LA PROPIETARIA la utilizaba de trastero para guardar sus chismes, que me endosase con tal alegría a Quirós —tan desconocido entonces como lo era Arnold Kreikamp— respondía sin duda a un abuso de confianza por el que encima ni siquiera se excusó. Es un tipo silencioso, prácticamente un ermitaño, dijo sin molestarse en disimular que exageraba. Y, dado que ella no iba a tener tiempo libre hasta la noche, me pidió que recibiese yo a Quirós, que llegaba en avión y que en aquellos momentos estaría a punto de aterrizar en el aeropuerto de El Prat. 



 Es un buen amigo y le debo un par de favores, así que dale la bienvenida que se merece: ya sabes, hazle sentir cómodo. Por un segundo me pregunté si me estaba chuleando, si sus palabras escondían una instrucción indirecta que yo debía cazar al vuelo, pero de inmediato acepté sin poner pegas. Aparte de que deseaba terminar la conversación lo antes posible, LA PROPIETARIA es seguramente la persona con la que mantengo un vínculo más estable y duradero, y me habría dolido echarlo a perder por una pequeñez. Aunque me hago la dura, siento por ella una gratitud a prueba de bombas, sobre todo, porque me alquila a muy buen precio el casoplón que fue de sus abuelos. Es verdad que la construcción se echó a perder hace muchos años y que, mirándola desde la calle, parece un despojo de otro tiempo que cualquier día de estos se desploma y le pega un buen susto al barrio, pero a mí siempre me ha parecido un lugar bastante confortable. No se equivoquen: no es que sea yo una de esas fanáticas trasnochadas que demoniza el lujo y se recrea en una vida modesta, pero digamos que mis apuros económicos son tan recurrentes que lo mejor ha sido encontrarle el gusto a la vida austera e, incluso, en cierto sentido buscarle la épica. Dándomelas de espartana he conseguido no pocas veces dignificar mi situación y hasta me he atrevido a dar lecciones morales. Soy, como ven, una mujer con ciertas habilidades retóricas. En la retórica, de hecho, pongo a día de hoy casi todas mis esperanzas, que solamente son razonablemente raquíticas.

RAQUEL TARANILLA - "Noche y océano" - (2020)


Imágenes: Rodney Smith

domingo, 18 de junio de 2023

SABERLO TODO ES COMENZAR A MORIRSE


Durmió mucho esa noche y las noches siguientes, atenazada entre la tristeza y el aburrimiento. Supo que se sentía baja de ánimo porque volvió a pensar en su madre: ese fantasma vivo que seguiría habitando algún lugar lejano. Recordó una conversación que había tenido meses atrás con José María. Él le preguntó por qué si era una detective tan talentosa, por qué si tenía poderes especiales jamás había intentado investigar sobre el paradero de su madre. Ella respondió que cuando tienes talento en un oficio sostienes esa capacidad sobre un punto oscuro; el punto sobre el que nunca indagas, el punto de sombra que impulsa todo lo que haces y que no descifras, precisamente porque al iluminarlo puede derrumbarse el edificio sobre el que construyes la vida. Era como esos escritores que jamás iban a un psicoanalista porque si lograban curarse a lo mejor terminarían sanos pero sin nada más que escribir.

   —Quizá me hice investigadora para comprender dónde está mi madre, pero saberlo todo es comenzar a morirse, así que jamás voy a mirar qué pasó con ella.

   José María pareció entender sus razones. Nunca más tocó el tema, pero Magdalena comprendió que había entrado en un territorio peligroso; el territorio de las confidencias; esa debilidad del amor en la que ofreces al otro tus heridas para que las conozca y las respete, pero también para que las pueda usar en tu contra si alguna vez aparece el odio, la desazón y el hastío.

JUAN CARLOS MÉNDEZ GUÉDEZ - ·La ola detenida" - (2017)


Imágenes: Hans Op de Beeck


jueves, 15 de junio de 2023

Y SE ECHÓ A LLORAR


Era como si el corazón fuera a estallarle en el pecho. Al borde de las vías del Metro, pensó: No puedo más. Y las voces. Sandra había empezado a escuchar voces. Le decían: ¿Por qué no terminas con todo? Nada vale la pena. Hagas lo que hagas no te salvarás. Sería tan fácil cerrar los ojos y saltar. En medio de aquella angustia, esa marea oscura que amenazaba con tragarla, surgió una lucecilla súbita: No puedo morirme sin conocer el Taj Mahal. Contempló la llegada de los vagones y una sensación de vértigo y peligro la obligó a dar un paso atrás. Aterrorizada por lo que había estado a punto de hacer, repitió aferrándose a esa única ilusión: No me puedo morir sin conocer el Taj Mahal.

   Su mente trabajaba a mil por hora. Tenía unos ahorros en el banco. Los gastaría en el viaje. Abandonaría el trabajo y lo que fuera necesario. Se dirigió a la agencia más cercana con tanta premura como si en aquello se le fuera la vida. Consiguió un vuelo con escala en París para el fin de semana siguiente. Pero tendría que permanecer un par de días ahí para aprovechar una tarifa económica de Air India que le incluía un hotel austero en Agra, la ciudad donde se asentaba el palacio de su anhelo. Sonrió después de quién sabe cuánto tiempo solo de pensar en el castigo de tener que caminar a la vera del Sena, entre las bouquineries y los álamos y liquidámbares que cercaban el río. Era cierto lo de la sonrisa. Lo percibió en los músculos pesados y el esfuerzo para que su rostro se aligerara como si en vez de piel tuviera una rígida máscara de cerámica. Solo de sentir el poder de esa sonrisa, pensó en todo lo que había estado a punto de perder. De haber cedido a la desesperación, se habría convertido en otra suicida del Metro. Imaginó su cuerpo desmembrado y su carne quemada entre las ruedas como un espectáculo de horror inexplicable para los otros y cerró los ojos.



   A su mente acudió el recuerdo de la carta de un suicida en un libro cuya portada le habían encargado diseñar. En ella, su autor agradecía a todos las bondades que le habían prodigado en la buena época de su vida. Entre aquella innumerable lista de gestos amistosos y virtudes solidarias, de pronto surgían los dejos de rencor, aguijonazos lanzados de golpe y porrazo: «A mi madre por ser la mejor mamá del mundo, con sus aciertos magníficos y sus errores catastróficos…». Por eso resultaba tan extravagante la mención de un gato en aquella larga carta, precisamente en un discurso que buscaba remediar el vacío sin que interviniera ya ningún razonamiento lógico. «A Tudi, por ser tan gato…». Una suerte de generosidad sin límites que lo anegaba todo en una oleada de amor y narcisismo.

   Pero Sandra no había pensado dejar nota alguna porque la idea del suicidio surgió como un salvavidas inesperado en medio del hundimiento. No sufrir más. Que todo se fuera al diablo… incluida ella. Por eso, ahora que la vendedora de la agencia de viajes le extendía el boleto con su nombre, no pudo evitar acordarse de que apenas unas horas antes había estado a punto de arrojarse a las vías del Metro, y volvieron a su mente las luces del tren que titilaban en la oscuridad del túnel, la ilusión intempestiva de ver el Taj Mahal que la había salvado en el último momento, y el recuerdo imposible de Tudi, ese gato tan gato que ella no había conocido, y se echó a llorar.

ANA V. CLAVEL - "Breve tratado del corazón" - (2019)


Imágenes: Ema Shin

lunes, 12 de junio de 2023

ALGUIEN QUE SABE TRATAR A LAS PERSONAS


Un hombre sabio le preguntó una vez:

   —¿Sabes lo que eres?

   —¿Lo que soy?

   —Sí.

   Era una pregunta que podía querer decir muchas cosas dependiendo de quién la formulara. Se la habían espetado varias veces, por ejemplo, matones cabreados que habían proporcionado ellos mismos la respuesta —«Un gilipollas» o algún insulto similar— y luego le habían pegado una paliza. Se la habían hecho funcionarios y burócratas que lo consideraban, por un motivo u otro, una espina clavada. Se la habían hecho con cariño y con admiración, también, personas que habían añadido que era «un encanto», «un tesoro» o incluso «mi puntal». Grandes cosas para las que había que estar a la altura.

   —Intento no pensar demasiado en mí mismo. Espero no ser más que un hombre que ama a Dios.

   —Eres alguien que sabe tratar a las personas —le dijo el hombre sabio, asintiendo con decisión—. Eso te llevará muy lejos.

   El hombre sabio era el pastor de la iglesia que Peter heredaría poco después. Era un alma anciana, y poseía una combinación especial de benévola tolerancia y de estoica decepción, típica de un párroco que llevaba demasiado tiempo en el cargo. Conocía en toda su complejidad las maneras en que sus feligreses se resistían al cambio, las maneras en que podían ser un grano en el culo; aunque él nunca empleaba ese lenguaje, por supuesto.



   —A ti te gusta la gente. Eso en realidad es bastante inusual.

   —¿No está en la naturaleza humana básica el ser sociable?

   —No hablo de eso —dijo el viejo—. No creo que tú seas necesariamente tan sociable. Eres algo solitario, incluso. A lo que me refiero es a que no te repugna ni te enerva el animal humano. Lo aceptas tal como es. Algunas personas no se cansan nunca de los perros; los perros son lo suyo. Da igual qué clase de perro sea, grande o pequeño, tranquilo o escandaloso, obediente o travieso: todos son adorables a su manera, son perros y los perros son algo bueno. Un pastor debería sentir eso hacia los seres humanos. ¿Pero sabes qué? No hay muchos así. Para nada. Llegarás lejos, Peter.

   Le resultó raro que le dijera aquello, con esa certidumbre, un sabio veterano al que no era fácil engañar. La convivencia de Peter con sus compañeros humanos no había sido siempre feliz, al fin y al cabo. ¿Se podía decir, de alguien que se había comportado tan mal como él en la adolescencia y la juventud —que había mentido y roto promesas y le había robado a cualquier idiota altruista que le hubiese concedido el beneficio de la duda—, que amaba a las personas? Pero el viejo párroco conocía bien su historia. No había secretos entre pastores.

MICHEL FABER - "El libro de las cosas nunca vistas" - (2016)


Imágenes: ARTECHOUSE

viernes, 9 de junio de 2023

SIEMPRE ESTABA MEJOR SOLO


Él era completamente diferente. Siempre estaba mejor solo. Cuando era niño solía imaginar que él era su padre, y ahora, años después, le resultaba difícil decir si esa fue la razón de que casi siempre prefiriera jugar solo. No tuvo ningún amigo íntimo en la escuela pero tampoco le rechazaban; simplemente era como cualquier otro de la clase. No hacía mucho ruido y que prefiriera jugar solo se convirtió con los años en algo tan lógico para él como para su entorno. Solía dar largos paseos con su padre; él era el único que podía compartir sus secretos y escuchar sus pensamientos. De esa manera creó una relación exclusiva con él.

   Se había creado su propia imagen de él con la ayuda de los pocos recuerdos que conservaba. Su madre vivía en un mundo aparte con sus memorias y sus secretos. Los guardaba en su corazón como piedras preciosas lejos del alcance de todos. Quizá creía que si compartía los recuerdos los alejaría un poco más. Había ocultado a su amado en lo más profundo de su pecho y no pensaba compartirlo con nadie. Ni siquiera con sus propios hijos.

   Al principio, después de la muerte de su padre, Peter se había arreglado con sus propios recuerdos, pero a medida que se iba haciendo mayor se volvían más borrosos. Un deseo nunca realizado fue que su madre compartiera sus tesoros.

   Después de algunos intentos fallidos, nunca más se atrevió a pedírselo. Ella dejaba ver con todo su cuerpo que ése era un terreno privado al que nadie tenía acceso. Era su vida y su futuro lo que había sido destruido; después de eso no tenía otras obligaciones que cumplir.

   Por esa razón para Peter su padre se convirtió más en una leyenda que en una persona; cada una de las cualidades que había creído que tenía su padre, las había inventado en realidad él mismo.

KARIN ALTVEGEN - "Culpa" - (1998)


Imágenes: Owen Gent

martes, 6 de junio de 2023

UNA IMPERFECCIÓN APENAS VISIBLE


Mientras hablaban, Julio contemplaba a la mujer con disimulo, pero con la obstinación con la que exploraba un buen decorado cuando pretendía descubrir su secreto. Estaba convencido de que la bondad de una arquitectura procedía casi siempre de una imperfección apenas visible, pero capaz de provocar un movimiento de extrañeza inconsciente en el ánimo del espectador. Elsa era una mujer insignificante hasta que dabas con la puerta oculta por la que se entraba a una dimensión distinta de ella misma. Se le ocurrió la imagen de la puerta porque hacía poco, en unas obras que se llevaban a cabo en un edificio del centro, los obreros habían dado con un pasadizo oculto tras una pared de ladrillo. Se trataba de un edificio modesto bajo el que encontraron sin embargo un tesoro arqueológico. Elsa escondía también bajo aquella apariencia de vulgaridad un tesoro arqueológico y Julio creía haber descubierto el pasadizo por el que se accedía a él. El descubrimiento se produjo en un momento de la reunión de trabajo en el que sus miradas se cruzaron y el tiempo se congeló durante unas décimas de segundo. Y no solo se había congelado el tiempo, sino que un fogonazo sucedido en el interior de su cerebro llenó la realidad de un aura blanca tan intensa que los cuerpos que había alrededor de la mesa se convirtieron en presencias fantasmales, como le había ocurrido al cruzarse con el niño ciego de su infancia y, no hacía mucho, cuando se desdobló convirtiéndose en su vecino. En cierta ocasión, haciendo tiempo en la consulta de un médico, había leído un artículo sobre la epilepsia en el que se describían unos síntomas parecidos. El articulista se refería a ellos como el «aura» que precede a un ataque, pero Julio no era epiléptico.

JUAN JOSÉ MILLÁS - "Laura y Julio" - (2006)


Imágenes: Anne Siems

sábado, 3 de junio de 2023

ESTOY CANSADA DE QUE LOS GOBIERNOS MIENTAN


Una enorme estructura metálica interrumpe el sendero que Elisabeth ha recorrido varias veces desde que su madre se mudó allí y cierra el paso en todas direcciones hasta donde le alcanza la vista.

 Su madre se sienta en la tierra revuelta próxima a la valla.

 Estoy cansada, dice.

 Son solo tres kilómetros.

 No me refiero a eso. Estoy cansada de las noticias. Estoy cansada de que conviertan en espectaculares cosas que no lo son y traten de forma tan simplista lo que es realmente espantoso. Estoy cansada de la mordacidad. Estoy cansada de la rabia. Estoy cansada de la mezquindad. Estoy cansada del egoísmo. Estoy cansada de que no hagamos nada para frenarlo. Estoy cansada de que lo alentemos. Estoy cansada de la violencia que existe y de la violencia que vendrá, la que todavía no ha ocurrido. Estoy cansada de los mentirosos. Estoy cansada de los mentirosos glorificados. Estoy cansada de que esos mentirosos hayan dejado que lleguemos a este punto. Estoy cansada de tener que preguntarme si lo han hecho a propósito o por simple estupidez. Estoy cansada de que los Gobiernos mientan. 



Estoy cansada de que a la gente ya no le importe que le mientan. Estoy cansada de que me hagan sentir miedo. Estoy cansada de tanta hostilidad. Estoy cansada de tanta pusilaminidad.

 Creo que no se dice así, dice Elisabeth.

 Estoy cansada de no saber decir las cosas, dice su madre.

 Elisabeth imagina los ladrillos del viejo fortín sumergido, las burbujas de aire que ascienden de sus poros cuando los cubre la marea.

 Soy un ladrillo sumergido, piensa.

 Su madre nota que no le presta atención y se acerca a la valla.

 Elisabeth, que está harta de su madre (y eso que solo lleva hora y media de visita), le señala unas anillas ubicadas en diferentes puntos de la alambrada.

 Ten cuidado, le dice. Creo que está electrificada.

ALI SMITH - "Otoño" - (2016)


Imágenes: Nichola Theakston

jueves, 1 de junio de 2023

EL HOMBRE MODERNO NO PIENSA


El sistema aplicado en el Instituto Para El Desarrollo Armonioso Del Hombre, que consiste en observar las actividades psíquicas humanas, demuestra claramente que el hombre moderno nunca actúa bajo propio acuerdo, sino que tan solo manifiesta acciones estimuladas por irritaciones externas.
 

   El hombre moderno no piensa, sino que algo piensa por él; no actúa, sino que algo actúa a través de él; no crea, sino que algo se crea a partir de él; nunca alcanza nada, sino que es a través de él como se alcanzan las cosas.

   En un niño recién nacido, estas tres partes diferenciadas de la psique humana pueden compararse a un sistema de discos de gramófono en blanco, sobre los cuales se empieza a grabar, desde el mismo día de su aparición en el mundo, la significación externa de los objetos y el entendimiento subjetivo de su significado interior, o el sentido de los resultados de todas las acciones que tienen lugar en el mundo exterior, así como en el mundo interior que ya se está formando en él. Todo esto se graba de acuerdo con la correspondencia entre la naturaleza de estas acciones y la naturaleza de los distintos sistemas que se forman en el hombre.

   Todas las clases de resultados grabados de acciones del entorno permanecen invariables en cada uno de estos «discos-depositarios» durante toda la vida, en la misma secuencia y en la misma correlación que las impresiones previamente grabadas, en las que son percibidos.

   Todas las impresiones grabadas en estas tres partes relativamente independientes que componen la psique general del hombre, realizarán más tarde, en el periodo de edad responsable, todo tipo de asociaciones en diversas combinaciones.

G. I. GURDJIEFF - "El mensajero del bien venidero" - (1933)

Imágenes: Julian Frost