Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 28 de febrero de 2021

SIN PESO NI POSO


 Ya se ve que las personas pueden atravesar tranquilamente la tierra ignorándolo todo, desde lo ocurrido en el mundo antes de su llegada hasta lo pensado por los filósofos y los escritores; desde quién fue Newton hasta qué fue Lo que el viento se llevó; qué enseñó Platón y cómo cantó Elvis Presley, hoy se borra todo con suma facilidad. A los gobernantes no parece importarles un planeta lleno de analfabetos virtuales y de ignorantes profundos. Al contrario, lo propician por todos los medios, con unos planes de educación cada vez más «lúdicos» y más lelos, en los que se prima lo estrictamente contemporáneo, es decir, lo efímero y fugaz, lo obligatoriamente sin peso ni poso, lo forzosamente necio y superficial. Hace ya décadas que se crean sujetos para los que el mundo empieza con su nacimiento, a los que les trae sin cuidado saber por qué somos como somos y qué nos ha traído hasta aquí; qué hicieron nuestros antepasados y qué pensaron las mejores mentes que nos precedieron. Para colmo, se ha convencido a estos cerebros de conejo de que son «la generación mejor preparada de la historia», cuando probablemente constituyan la peor, con frecuencia primitivos atiborrados de información superflua y sólo práctica.

JAVIER MARÍAS - "La zona fantasma" - (2018)

Imágenes: Ilhwa Kim

jueves, 25 de febrero de 2021

LA DETECTIVE MIOPE


Repasó ante mí el currículum que le había enviado.

 —Me parece todo excelente, señora Ricart. Justo lo que andaba buscando.

 Excelente. ¿Se dan cuenta? Había dicho excelente. Era verdad, pero antes de que esa burbuja reventara, decidí pincharla yo misma:

 —¿Sabe que he pasado varios meses en una clínica psiquiátrica, verdad? Siete, para ser exactos.

—Para eso he leído el currículum, señora.

Empezó a llamarme Irene cuando le devolví el contrato firmado.

—Sólo le encuentro un problema.

Lo miré.

—Un buen detective tiene que tener el don de hacerse invisible, como si fuera transparente. No dudo de que usted goce de esta capacidad, pero sus ojos me preocupan.

—¿Mis ojos?

¿Había descubierto mi considerable miopía? Era lo único que le había ocultado, pensando que nadie contrata a una detective corta de vista, cuando en realidad a quien nadie contrata es a una detective recién dada de alta de un manicomio.


 (...) No se lo dije, pero me dolía que estuviera allí. Es mi hermana menor, nos llevamos cuatro años, por eso es indiscutiblemente mi hermana pequeña y los hermanos pequeños no deberían cuidar de los mayores. Los hermanos pequeños están ahí para que los mayores nos hagamos cargo de ellos, incluso contra nuestra voluntad. Los hermanos pequeños llegan casi siempre sin que los pidamos y vienen a destronarnos y obligarnos a crecer deprisa mientras ellos se permiten apurar todos los días de la infancia. Los hermanos pequeños están para cargarnos y ponernos en evidencia, para que nos sintamos fuertes y listos, para rompernos los juguetes y pintarrajearnos los libros, para que nos caigan broncas inmerecidas y para que les ganemos al ajedrez. Pero no están para cuidarnos. Eso va contra el orden natural de las cosas.

  Sin embargo, ahí tenía yo a mi hermana pequeña ocupándose de mí.

ROSA RIBAS - "La detective miope" - (2010)

Imágenes: Aniela Sobieski

lunes, 22 de febrero de 2021

DAMARIS NO HABÍA PODIDO TENER HIJOS

 


Damaris no había podido tener hijos. Se juntó con Rogelio a los dieciocho y llevaba dos años con él cuando la gente empezó a decirles “¿Para cuándo los bebés?” o “Qui’hubo que se están demorando”. Ellos no estaban haciendo nada para prevenir el embarazo y entonces Damaris comenzó a tomar infusiones de dos hierbas del monte, la María y la Espíritu Santo, que había oído decir que eran muy buenas para la fertilidad.

 En esa época vivían en el pueblo, en una pieza alquilada, y ella recogía las hierbas en el acantilado sin pedirles permiso a los dueños de las propiedades. Aunque se sentía un poco deshonesta, consideraba que esas cuestiones eran asunto suyo y de nadie más. Las infusiones las preparaba y tomaba a escondidas, cuando Rogelio salía a pescar o cazar.

 Él empezó a sospechar que Damaris andaba en algo y la siguió como a los animales que cazaba, sin que ella se diera cuenta. Cuando él vio las hierbas creyó que eran para hacer brujería, le salió al paso y la enfrentó furioso.

 —¡¿Para qué es esa mierda!? —le dijo—. ¡¿Vos en qué estás?!

 Lloviznaba. Estaban en medio del monte, en un lugar muy feo donde habían cortado los árboles para que pasaran los cables de la luz. Los troncos podridos que todavía quedaban en pie parecían las lápidas descuidadas de un cementerio. Él llevaba puestas sus botas pantaneras y ella, que estaba descalza, tenía los pies cubiertos de barro. Damaris agachó la cabeza y en voz baja le contó la verdad. Él se quedó un rato en silencio.

 —Yo soy tu marido —le dijo por fin—, vos no estás sola en esto.

 Desde ese momento fueron juntos a recoger las hierbas y preparar las infusiones, y por las noches discutían los nombres que les pondrían a sus hijos. Como no lograron ponerse de acuerdo en ninguno, decidieron que él escogería los de los varones y ella los de las hembras. Querían tener cuatro, ojalá una pareja de cada sexo. Pero pasaron otros dos años y ya tuvieron que explicarles a los que preguntaban que el problema era que ella no quedaba embarazada. La gente empezó a evitar el tema y la tía Gilma le aconsejó a Damaris que fuera adonde Santos.

 Aunque tenía nombre masculino, Santos era una mujer, la hija de una negra del Chocó y un indígena del bajo San Juan. Conocía de hierbas, sabía sobar y curaba con secreto, es decir, invocando palabras y rezos. A Damaris le hizo un poco de cada cosa y cuando vio que fracasaba le dijo que el problema debía ser de su marido y lo mandó llamar. Aunque se notaba incómodo, Rogelio se tomó todos los bebedizos, aceptó todos los rezos y soportó todas las friegas que le hizo Santos, pero entre más tiempo pasaba sin que se produjera el embarazo más reacio se ponía y un día anunció que ya no iría más. Damaris lo tomó como un ataque en contra de ella y le dejó de hablar.

 Aunque no dejaron de vivir juntos ni de dormir en la misma cama, estuvieron tres meses sin dirigirse la palabra. Una noche Rogelio llegó medio borracho y le dijo que él también quería un hijo, pero sin la presión de Santos ni de ninguna hijueputa hierba, friega o rezo, y que si ella quería él estaba ahí para que lo siguieran intentando. La pieza donde vivían era el cuarto trasero de una casa grande que hacía mucho tiempo había dejado de ser la mejor del pueblo. Ahora estaba malparada, con comejenes y roña, y la pieza era tan estrecha que apenas cabían la cama, su viejo televisor de caja y una estufa a gas de dos boquillas. Pero tenía una ventana que daba al mar.

 Damaris se quedó un rato junto a la ventana sintiendo en su cara la brisa con olor a hierro oxidado. Cuando él terminó de desnudarse y se acostó, ella cerró la ventana, se tendió a su lado y empezó a acariciarlo. Esa noche tuvieron relaciones sin pensar en hijos ni en nada más y ya no volvieron a hablar del tema, aunque a veces, al enterarse del embarazo de alguna conocida o del nacimiento de un niño en el pueblo, ella lloraba en silencio, apretando los ojos y los puños, luego de que él se quedaba dormido.

PILAR QUINTANA - "La perra" - (2017)

Imágenes: Jorge Idárraga

viernes, 19 de febrero de 2021

UN AMOR QUE SE PARECÍA DEMASIADO A LA NOSTALGIA


Lamentaba haber empujado a Emily a abandonarme, no porque pensase que podía haber obrado de otra forma, sino porque ella, durante años, había tratado de evitar por todos los medios una situación que, por motivos que jamás he llegado ni llegaré a comprender, le resultaba ofensiva moralmente. Sus padres, que se casaron en 1939, seguían juntos y eran muy felices. Sabía que para ella el divorcio era el primer refugio para los débiles de espíritu y el último para los inútiles sin posible redención. Me sentía como alguien que ha obligado a una persona honesta a mentir por él, o a una persona ahorradora a dejar una propina desmesurada. Sentía también que amaba a Emily, pero de la manera fragmentaria y confusa en que uno ama a la gente cuando va colocado. Cerré los ojos y recordé los movimientos de su falda mientras bailaba una noche en un bar del South Side, al ritmo de Barefootin que sonaba en una gramola, el ángulo que formaba su cuello y el escote de su camisón cuando se inclinaba sobre el lavabo para lavarse la cara, el bocadillo de ensalada de atún que me ofreció una tarde ventosa mientras, sentados en una mesa de picnic en Lucía, California, tratábamos de atisbar el paso migratorio de las ballenas…, y sentí que amaba a Emily en la medida en que amaba todas esas cosas —de una manera que estaba más allá de la razón y con tal anhelo que sentía la necesidad de inclinar la cabeza—, pero era un amor que se parecía demasiado a la nostalgia. Incliné la cabeza.

MICHAEL CHABON - "Chicos prodigiosos" - (1995) 

Imágenes: Felipe Posada

martes, 16 de febrero de 2021

NADIE TIENE MIEDO A LO QUE CONOCE

 


El niño, pensaron sus cuidadores desde el principio, tenía que acostumbrarse a las sombras, a la visión de la profundidad, a las súbitas apariciones de criaturas hasta entonces desconocidas, y decidieron que su habitación sería de cristal. Nadie tiene miedo a lo que conoce, reflexionaron. Sólo lo que no se ve, lo extraño, asusta y paraliza. De modo que la habitación del niño no tendría más paredes opacas que las que daban al interior de la casa. Las que mostraban el exterior serían transparentes y, de esa forma, Darío creció con la presencia de perros abandonados que merodeaban alrededor de la casa en busca de las sobras de la cena. Creció acompañado de los brillos melancólicos de algunos insectos y de los vuelos repentinos de las aves de presa. Aprendió a ver más allá de la negrura profunda de las noches sin luna y prestó atención a los cambios de los contornos y de los aromas del paisaje producidos por la impasible sucesión de las estaciones. Los árboles del bosque, las mínimas variaciones en el horizonte, las ofrendas de la perfección momentánea que parece querer despertarse un instante para morir al siguiente quedaron retenidos como chispazos de felicidad entre los vericuetos de su memoria y, aunque realmente no pudiera explicarlo con palabras ni con imágenes ni con movimientos gestuales de su insólito cuerpo, sabía que debía dar gracias, al igual que sabía que los distintos tramos del tronco de un árbol lo van elevando hacia el infinito. 

PILAR ADÓN - "El mes más cruel" - 2010

Imágenes: Ted Chin

sábado, 13 de febrero de 2021

Y LLOVIERON PÁJAROS

 


Donde se hablará de los desaparecidos, de un pacto con la muerte que le da sal a la vida, de la poderosa llamada del bosque y del amor que también añade a la vida su valía. Puede parecer una historia inverosímil, pero, como hubo testigos, nada impide creérsela. Negarla sería privarse de esos lugares improbables que dan cobijo a seres extraordinarios.

     Esta es la historia de tres ancianos que eligieron desaparecer en el bosque, de tres seres prendados de la libertad.

     —La libertad es poder elegir tu vida.

     —Y tu muerte.

     Eso es lo que Tom y Charlie van a decirle a la mujer que viene a visitarlos. Juntos suman casi dos siglos. Tom tiene ochenta y seis años; Charlie, tres más. Ambos creen que aún les quedan muchos por vivir.

     El tercero ya no puede decir nada. Acaba de morir. Muerto y enterrado, le dirá Charlie a la visitante, que no querrá creérselo, de tan largo como ha sido el camino hasta llegar al tal Boychuck, Ted o Ed o Edward. La versatilidad del nombre y la fragilidad de su destino marcarán definitivamente todo el relato.

     La mujer es fotógrafa y aún no tiene nombre.

     ¿Y el amor? Bueno, para el amor habrá que esperar.

JOCELYNE SAUCIER - "Y llovieron pájaros" - (2011)

Imágenes: Daria Petrilli

miércoles, 10 de febrero de 2021

CIEN NOCHES


La belleza es monstruosa. A lo largo de mi vida he hablado de este asunto con muchas mujeres —y con algunos hombres— que creen que es un privilegio sin contrapartidas. Nadie es capaz de entender que la belleza va devorando las convicciones y las certidumbres hasta acabar con ellas. Remueve todos los sentimientos con la misma constancia con la que el agua, invisible, erosiona una roca hasta acabar con ella.
 

(...) A los cuarenta años, cuando mi experiencia de vida comenzó a convertirse en fatiga, hice un cálculo teórico que luego fui afinando con entrevistas personales y lecturas sexológicas: el amor erótico entre dos personas dura como máximo cien coitos. Cien encuentros. Cien noches. A partir de esa cifra, todo es previsible y ordinario. No desaparece el deseo, pero sí la perturbación. No desaparece el placer, pero sí el asombro.

 (...) Me encerré en mi habitación y estuve mucho tiempo llorando. ¿Para qué quería conocer la naturaleza humana si era, en su esencia, un sumidero de mierda? ¿Para qué necesitaba investigar el comportamiento de los hombres y de las mujeres si en él solo había mentiras, desengaños y traiciones? Hojeé algunos de mis cuadernos y encontré en ellos sobre todo hipótesis candorosas y desafortunadas, pero de repente leí una que parecía haber sido escrita para ese momento: «Hay dos tipologías de personas claramente opuestas: las primeras, cuando tienen que comer un menú en el que hay platos exquisitos y platos nauseabundos, comienzan siempre por los exquisitos para evitar que puedan malograrse (a causa de una muerte imprevista, de la saciedad o de algún desastre); las segundas, por el contrario, empiezan por los platos repulsivos para poder regodearse luego en las delicias y quedarse al final con el gusto del placer. En estas dos actitudes puede resumirse casi todo el comportamiento humano. En el amor, en el sexo, en el ámbito profesional o en la creatividad artística. Yo pertenezco al segundo tipo de personas. Con la vida, sin embargo, esa elección es imposible: los platos malos del menú están siempre al final. No se puede disponer el orden.»

«Todas las historias de amor terminan mal», pensé aquella noche. «Las que parecen haber terminado bien es porque aún no han durado suficiente.»

LUISGÉ MARTÍN - "Cien noches" - (2020) 

Imágenes: Steven Levin

domingo, 7 de febrero de 2021

POESÍA Y AFORISMOS DE RAMÓN ANDRÉS

                         


            El amor no está ahí, está en la carga

    de la barcaza escorada en la ría,

    en la mesa de trabajo, en la escarcha

    que suelta el martín pescador

    tras mover las hojas, tras moverlas.

            Está

    en la costura bien cosida (no vaya a rozar),

    en el manicomio de Elizondo

    —las espaldas curvas, el pelo cortado igual—,

            en los 23º, 5 de inclinación de la Tierra,

    en un helecho, con su rizoma y su fronda:

    da buen sombreado, te puedes esconder,

    oír, bosque arriba, el entrechocar del ciervo

    que deja un vaho espeso, azulado,

    y va adelgazándose como el rabillo del ojo.



    Está en la cimática, en la bisagra engrasada, 

    en el alero dispuesto para toda estación,

    en la mujer que no ha tenido hijos,

    y en la que los ha tenido:

            todo es igualmente grande,

    hay ser también         donde no lo hay,

    —Tomás de Aquino: 

    «vivir es más perfecto que ser»—.

    No demostrado.     No lo sabemos.

    Lo que no se ve, lo que llaman vacío, 

    es un espacio de lo ya terminado,

    el amor, el amor, mano de obra

    que todavía barre cristales en Hiroshima,

    que retira los platos de la Última Cena,

    que tira de las botas de Spinoza

    para que duerma bien, que duerma bien,

    como tú debes hacerlo ahora, 

    que no esperas un poema de amor,

    que no lo esperas. No tengas contienda,

    y quien te ame lo haga en silencio.


De la especulación del suelo surgieron las naciones.                                                                                                                      

Cronológica y exasperada búsqueda de sentido, la Historia.


                         Los antiguos concibieron la escritura como un fármaco de la memoria. Escribir para recordar que acaso nunca fuimos. 


                         Muchos rituales de los pueblos primitivos se celebraban para apelar a la fecundidad, al crecimiento. No sólo se trataba de invocar lluvia y trigo, sino de pedir más hombres, es decir, más guerreros; cuantos más guerreros, más saqueos; cuantos más saqueos, más riquezas; cuantas más riquezas, más rituales.                                                               

                       La tragedia del artista: querer ser aceptado por un mundo que él rechaza.                                                                                  

                       La rama más alta, la cima, lo que jamás se alcanza: la humildad.                                                                                               El fanatismo conlleva cierta dejación, un autodesprecio. Los fanatici eran los sacerdotes que se castraban a sí mismos para servir a una diosa.                                                                                                           ¿Qué sería de los héroes sin su materia prima, la muerte?                                                                                              Todo cuanto decimos hay que ponerlo en cuarentena. Los antiguos hablaban poco, señalaba Confucio. Los discípulos de Pitágoras permanecían cinco años en silencio; sólo escuchaban: eran los «acusmáticos». Sócrates callaba durante dos o tres días mientras trabajaba junto a sus compañeros. En medio de la algazara de los banquetes, Zenón de Citio no decía palabra. Nuestros antepasados sabían que el tiempo vuelve fútil aquello que creíamos grave, y sensato lo que pensábamos vano.

RAMÓN ANDRÉS - "Poesía reunida. Aforismos" - (2016)

Imágenes: Emma S. Davies

jueves, 4 de febrero de 2021

EL UNICORNIO


 El unicornio habita en las selvas de los confines de la Etiopía.
 

 El unicornio se alimenta únicamente de los pétalos fragantes de los nenúfares dormidos. 

 Ello no quita que su excremento sea extremadamente fétido. 

 El unicornio, para sus horas de reposo, fabrica con su cuerno único vastas grutas en la tierra muelle de los pantanos. De lo alto de estas grutas cuelgan estalactitas de ámbar y arañas velludas de un hilo de plata. 

 El unicornio no se domestica. Cuando divisa al hombre se volatiliza todo él, salvo su cuerno que cae a tierra y queda recto sobre ella. Luego echa hojas dentadas y frutos encarnados. Se le conoce entonces con el nombre de “El Árbol de la Quietud". 

 Sus frutos, mezclados a la leche, son el más violento veneno para las muchachas en flor. Esto, Marcel Proust lo ignoraba. De haberlo sabido, se hubiese evitado varios volúmenes. 

 Las muchachas muertas así no se descomponen. Quedan marmóreas hasta la eternidad. El hombre que las contempla en su mármol pierde para siempre todo interés por toda muchacha que hable, respire y se traslade en el espacio.

JUAN EMAR - "Diez" - (1937)

Imágenes: Carles Gomila

lunes, 1 de febrero de 2021

NUNCA HABÍAMOS VISTO UN MUERTO DE VERDAD


 Nunca habíamos visto un muerto de verdad. Temprano habían despejado el comedor de la hermosa casa de José Bertoni, lavado el piso, arrumbado todos los muebles en el dormitorio y quitado los cuadros de las paredes para que las mujeres de las estampas dudosamente orientales no alterasen la sobriedad de la sala. Sólo quedaron en dos hileras de tres, las seis sillas del juego de fórmica. Era verano. La manzana quedó sin flores. Las vecinas caían abrazadas a los ramos. Rosas, hortensias, malvones. Cubiertos los escotes con la mantilla azul de las glicinas. Oculto el pellejo de los cogotes tras las varitas de retama florecida. Sucias las faldas de hojas y espinas y cabos y pétalos sueltos; el olor de los sobacos mezclado al de las flores y el incienso. Nada excitaba tanto su generosidad de jardineras como un velorio en ciernes. Enmudecieron todas las radios y televisores de la cuadra, el afilador de cuchillos dejó de soplar su silbato. El runrún de las avemarías salía por las puertas y las ventanas abiertas ganando la calle como una manga de langostas. Hasta los perros fueron mandados a cucha y obligados a callar. Sólo los gorriones siguieron con sus cosas, chillando, apareándose en los cables de la luz y revolcándose en la tierra suelta de la calle. 


Se estaba velando a un hombre en lo de José Bertoni y todos estábamos de duelo. 
De cuando en cuando la Cristina, hija del difunto y novia jovencísima de José Bertoni, se arrastraba hasta el cajón, apenas sostenida por sus fuerzas, y derramaba la catarata negra de su pelo sobre el sudario blanco de su padre. Presurosas acudían las vecinas a sacarla, tironeándola de los hombros, de los brazos, y casi en vilo la llevaban a su silla y le daban cucharitas de agua con azúcar para devolverle el alma al cuerpo. Estaba preciosa la Cristina con el vestido negro que le prestó mi madre y que le quedaba chico. Los pechos grandes a punto de caerse del escote. Era una doliente hermosa y patética: desarreglada la oscura cabellera, las ojeras pronunciadas, brillantes las pupilas arrasadas por el llanto. Una tensión erótica atravesaba el aire como ocurre siempre en la desgracia. Las tetas caídas y estriadas de las vecinas, de golpe, parecían llenar los corpiños. Se endurecían los traseros como botones de rosa. Goteaban mieles de camatí los muslos.

SELVA ALMADA - "El desapego es una manera de querernos" - (2015)

Imágenes: Frank Horvart