Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 30 de agosto de 2021

CREO QUE UNO TRAICIONÓ AL OTRO

 

   … Además fumaba, mi marido.

   Antes de salir al hueco de la escalera a fumar, siempre me preguntaba educado: «¿Te importa que salga a fumar?». Y salía solo cuando yo había dicho: «Claro que no».

   Y además se daba siempre duchas de quince minutos exactos. Y siempre decía primero: «Voy quince minutos a la ducha».

   Eso es lo que recuerdo. Y muchas otras naderías.

   Pero no recuerdo ni una sola de nuestras conversaciones. No recuerdo cómo nos conocimos. No recuerdo cómo nos rozábamos. No recuerdo el amor. Ni siquiera recuerdo cómo se llamaba. ¿Qué me llevó a vivir con él? Porque tuvo que haber algo. No lo recuerdo. No. Él guarda silencio, se agita, está metido en los cuadrados iluminados de mi memoria, un ser completamente extraño. Divertido, mecánico. Algo parecido a un robot de cocina animado. ¿Y qué es lo que él quería? ¿Qué le gustaba y a qué tenía miedo? ¿En qué pensaba, con qué soñaba?

   Y, claro, ¿dónde se habrá metido? ¿Dónde está ahora?

   Creo que hubo muchas canalladas. Pequeñas mentiras y explicaciones confusas. Creo que uno traicionó al otro. Creo que lloré mucho. Todo parece estar cubierto de niebla.

   Fuera lo que fuera, ahora estoy sola.

   En la niebla…

ANNA STAROBINETS - "Refugio 3/9" - (2006)

Imágenes: Alex Gardner

viernes, 27 de agosto de 2021

LA HISTORIA DEL SILENCIO

   

Se daba el caso de que teníamos tantos amigos que sólo podíamos verlos cada tres o cuatro meses —y eso forzando al máximo nuestra ya desbordada vida social—, lo que me había llevado a no aceptar un solo amigo nuevo en nuestro interminable listado. Eso me hacía especialmente huraño con los desconocidos que invadían nuestra casa. Lo cierto es que me acomodé con tanto placer a esa especie de autismo que acabé tratando a todo el mundo con gran distanciamiento, fuera una rubia pensativa a la que no conocía que se comiera mis albóndigas, o un viejo camarada que llegara dispuesto a reanudar nuestras apasionadas conversaciones. Poco a poco me convertí en el hombre invisible, pero al revés: sólo se me podía ver. A Irene la desconcertaba —también le hacía muchísima gracia— que yo pudiera leer un libro sentado en mi sillón, mientras a mi lado siete personas tramaban dar un golpe de estado en la sección de cultura de un periódico. Cuando se iban y nos metíamos en la cama, Irene me lo explicaba todo como si yo no hubiera estado allí. Fuera del dormitorio, la casa a oscuras ocultaba la suciedad y el desorden de los lugares muy frecuentados.

   (...)  A Irene le encantaba pensar que se iría a la tumba dejando dispersa la información de lo que ella había sido, y su máxima aspiración era resultar distinta, única, para cada una de las personas con las que trataba, como si su alma hubiera decidido que la transmigración era algo que debía resolverse de forma simultánea sin seguir el camino habitual de las sucesivas reencarnaciones. Ser Irene debía de resultar algo extremadamente fatigoso, y lo cierto es que solía estar muy cansada. Uno solo de sus cansancios al llegar a casa y desplomarse en un sillón, tal como hacía en aquel momento, me habría abastecido de agotamiento para un par de años. Y aquello hacía que me sintiera un poco miserable. Como alguien que, sentado en un lugar privilegiado, se resistiera a levantarse por miedo a que otro se lo quitara.

PEDRO ZARRALUKI - "La historia del silencio" - (1994)

Imágenes: Jessica Calderwood

martes, 24 de agosto de 2021

PRIVILEGIO DE DIOSES

 


El peligro saca a la luz lo peor del alma humana, pero también lo mejor. Como en el alma humana, generalmente, hay más malo que bueno, la atmósfera de la guerra es, a fin de cuentas, la más asquerosa que existe. Pero esto no me hará ser injusto con los escasos momentos de grandeza que pudo comportar. Si la atmósfera de Kratovicé era mortal para los microbios de la bajeza, fue seguramente porque tuve el privilegio de vivir junto a unos seres esencialmente puros. Los temperamentos como el de Conrad son frágiles y donde mejor se sienten es en el interior de una armadura. Entregados al mundo, a las mujeres, a los negocios, a los éxitos fáciles, su solapada disolución siempre me recordó al repugnante marchitamiento de los lirios, de esas sombrías flores en forma de hierro de lanza, cuya pegajosa agonía contrasta con el desecamiento heroico de las rosas. He conocido poco más o menos todos los sentimientos bajos, y no puedo decir que sea refractario al miedo. En cuanto a temores, Conrad era absolutamente virgen. Existen seres así, y son, a menudo, los más frágiles de todos, que viven a sus anchas en la muerte como si ésta fuera su elemento natal. Se habla con frecuencia de esa especie de investidura de los tuberculosos destinados a morir jóvenes; pero a veces he visto, en muchachos destinados a una muerte violenta, esa ligereza que es a un mismo tiempo su virtud y su privilegio de dioses.

MARGUERITE YOURCENAR - "El tiro de gracia" - (1939)

Imágenes: Reuben Wu

sábado, 21 de agosto de 2021

NO TENÍAN ATMÓSFERA


Metió el tocadiscos en el coche familiar, enrollando con cuidado los largos cables que colgaban de la parte de atrás de los altavoces, envolviendo cada elemento en toallas y sujetándolo entre su maleta y la caja de cartón que contenía los accesorios de alcalde de su tío. Decidió transportar los discos en el regazo para poder ir mirando las carátulas por el camino. Se podía decir que su colección la habían dictado los gustos de otras personas. Estaba compuesta por las cosas que en otros tiempos les habían gustado pero ya no. Llevaba más de dos años, desde que el tío les había hecho mudarse desde San Diego, haciendo visitas periódicas a la tienda de segunda mano para curiosear entre cajas polvorientas llenas de discos de orquestas de viento y grupos de pop de los noventa.

 

Todo había empezado como una necesidad. No había mucho que hacer en el pueblo si no tenías coche. Pronto llegó a un punto en que tuvo que poner un límite al número de veces que entraba en la tienda al mes, para así tener al menos la oportunidad de encontrar algo nuevo. En lo que más se fijaba era en el pelo. Con los grupos con cantantes bien peinados, o al menos con mucho pelo, solía merecer la pena arriesgar un dólar y escucharlos. Le gustaban las baladas poderosas de los ochenta, el pop sintético, los raperos con el pelo largo, rizado y engominado de años atrás. Las cosas nuevas las encontraba en internet, como todo el mundo, pero los discos viejos eran más que música. Si se acercaba un álbum a la cara, podía oler los garajes y los áticos. Podía recorrer con los dedos los trazos de la firma a boli del anterior propietario, escondida dentro de una carátula desplegable. Las cosas digitales eran lo que eran, sin más. No tenían atmósfera.

HARI KUNZRU - "Dioses sin hombres" - ( 2012)

Imágenes: Kevin Barranco

miércoles, 18 de agosto de 2021

LLORO POR TODO

 

IVÁN:

   (Como si estuviera solo. Nos habla con voz ligeramente íntima.)… Al día siguiente de la boda, Catalina depositó en el cementerio de San Isidro, sobre la tumba de su madre muerta, su ramo de novia y un saquito de peladillas. Yo me alejé para llorar detrás de una capilla y por la noche, en la cama, recordando en silencio este acto sobrecogedor, volví a llorar desconsoladamente. Tengo que hablar lo antes posible con Hoffermayer de mi propensión a llorar, lloro por todo, cosa nada normal en un chico de mi edad. Todo empezó, o por lo menos se manifestó claramente, la noche del cuadro blanco en casa de Sergio. Después de que Sergio demostrara a Marcos, en un acto de pura demencia, que le importaba mucho más él que su cuadro, nos fuimos a cenar al Delfín Alegre. En el Delfín Alegre, Sergio y Marcos tomaron la decisión de intentar reconstruir una relación arrasada por los acontecimientos y las palabras. En un momento determinado, uno de nosotros empleó la expresión «periodo de prueba» y rompí a llorar. La expresión «periodo de prueba» aplicada a nuestra amistad provocó en mí un seísmo incontrolable y absurdo. En realidad, ya no soporto ningún discurso racional, todo lo que ha hecho que el mundo sea el mundo, todo lo que ha sido bello y grande en este mundo, no ha nacido nunca de un discurso racional.

YASMINA REZA - "Arte" - (1999)

Imágenes: Christine Ödlund

domingo, 15 de agosto de 2021

NO HACE FALTA SER GRANDE PARA INTIMIDAR

 


El señor Manel hacía equilibrios tras el mostrador sobre un taburete de anea. A ratos se balanceaba únicamente sobre las dos patas traseras, los pies firmes en los travesaños; y cuando se sentía atrevido, incluso temerario, dejaba que todo su mundo se sustentara sobre una única extremidad.

   Era un tipo de cara triste, el señor Manel. Por lo que le había tocado vivir y porque la genética es así de cabrona, a veces. Hacía tiempo que la piel del rostro se le había escurrido y estaba manchada de herrumbre. A pesar de todo, conservaba cierto aire de nobleza perdida; de conde, de duque o incluso de archiduque arruinado en algún lejano casino de la Costa Azul.

   Al ver aquella silueta detenerse frente a su pequeño comercio, cada rincón de su cuerpo se revolvió, enfurruñó el ceño y su frente se convirtió en un campo recién labrado. No hace falta ser un tío grande para intimidar; de hecho, Antonio Falcón era todo lo contrario, así que se había procurado puños como martillos pilones para compensar.

   Se plantó frente al señor Manel y echó un vistazo alrededor, aunque conocía la tienda al dedillo. «Es sorprendente la cantidad de metros cúbicos de mala baba que caben dentro de un cuerpo tan pequeño», pensó el comerciante.

   —Deberías invertir algo más en tu negocio, que los chinos os están comiendo la calle.



   El señor Manel le aguantó la mirada:

   —Chinos, moros, indios, paquis o españoles, cabrones los hay en todas partes.

   Falcón esbozó media sonrisa. El viejo tenía toda la razón:

   —Al menos a los de aquí se os entiende, y uno, pues se hace entender —replicó—. ¿Tienes lo mío?

   Las fuerzas que tanto le habían costado reunir al señor Manel para enfrentarlo volaron de golpe. Bastaron aquellas tres palabras; un bolero. Negó con la cabeza y expuso el cogote. Cuando un hombre mira al suelo, su derrota es absoluta, y Falcón lo sabía. El viejo esperaba la vizcaína.

   —La cosa está mal —susurró mientras contraía los hombros y el alma—. Apenas llego.

   —Pues la próxima vez no votes a un gobierno de rojos y de maricones —le espetó Falcón—. Os prometen el oro y el moro y luego rien de rien. Pero los de izquierdas ahí, erre que erre, tragando como gilipollas mientras el politburó y los sindicatos se os forran en la cara.

   El señor Manel permaneció en silencio y, sin motivo alguno, recordó la lección magistral que le había impartido un viejo camarada del Pecé hacía mucho tiempo; debía de intuir que la vida no le iba a durar y recurría al pasado: «Si encierras a cuatro comunistas en una habitación, se habrán escindido en dos facciones a la hora, y, pasadas dos, en cuatro partidos». «Aquel hombre tenía más razón que un santo», se dijo; y le recordó por qué había echado su militancia por el váter.

CARLOS BASSAS DEL REY - "Siempre pagan los mismos" - (2015)

Imágenes: Tavo Montáñez

jueves, 12 de agosto de 2021

UN EDIFICIO QUE NUNCA EXISTIRÁ

  

Pablo Simó dibuja en su tablero el perfil de un edificio que nunca existirá. Como condenado a soñar el mismo sueño cada noche, desde hace años repite ese boceto: el de una torre de once pisos que mira al Norte. Guarda en una carpeta la serie de dibujos idénticos, no sabe cuántos son, perdió la cuenta hace tiempo; más de cien, menos de mil. No los numera pero los firma, arquitecto Pablo Simó, y les pone fecha. Para saber qué día dibujó el primer boceto debería buscarlo y fijarse al pie, pero no lo hace; el último lleva la fecha de ese día: 15 de marzo de 2007. Se promete contarlos alguna vez; dibujos de la misma torre, sobre el mismo terreno, la misma cantidad de ventanas y balcones a la misma distancia exacta, siempre el mismo frente, el mismo jardín delante y alrededor del edificio, con los mismos árboles, uno a cada lado de la puerta de entrada. Pablo sospecha que si contara uno por uno los ladrillos que dibuja a mano alzada sobre la fachada se encontraría en cada boceto con idéntica cantidad. Por eso no los cuenta, porque le da miedo que sea así y comprobar que el dibujo no lo repite él sino que le es inevitable.

   Su lápiz Caran d’Ache tres milímetros sube y baja por el papel, sombrea, retoca, mientras Simó se miente, una vez más, que levantará esa torre algún día, cuando por fin se decida a abandonar el estudio Arquitecto Borla y Asociados. Pero hoy no es un día para tomar decisiones, y con ese argumento Pablo intenta no pensar que ya tiene cuarenta y cinco años, que la torre cada vez está más lejos de ser otra cosa que trazos en grafito sobre una hoja de papel blanco y que a dos metros de él Marta Horvat cruza las piernas con descuido como si nadie estuviera allí, sentado frente a ella.

CLAUDIA PIÑEIRO - "Las grietas de Jara" - (2009)

Imágenes: Stephen Doyle

lunes, 9 de agosto de 2021

CUENTOS DE LOS AÑOS FELICES

   


Salimos temprano de Neuquén, en un ómnibus todo destartalado, indigno de la acción patriótica que nos había encomendado el General Perón. Íbamos a jugarles un partido de fútbol a los ingleses de las Falklands y ellos se comprometían a que si les ganábamos, las islas pasarían a llamarse Malvinas para siempre y en todos los mapas del mundo. La nuestra era, creíamos, una misión patriótica que quedaría para siempre en los libros de Historia y allí íbamos, jubilosos y cantando entre montañas y bosques de tarjeta postal.

   Era el lejano otoño de 1953 y yo tenía diez años. En los recreos de la escuela jugábamos a la guerra soñando con las batallas de las películas en blanco y negro, donde había buenos y malos, héroes y traidores. La Argentina nunca había peleado contra nadie y no sabíamos cómo era una guerra de verdad. Lo nuestro, lo que nos ocupaba entonces, era la escuela, que yo detestaba, y la Copa Infantil Evita, que nuestro equipo acababa de ganar en una final contra los de Buenos Aires.

   (...) Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas. Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola delante de una ventanilla que decía «Perón cumple, Evita dignifica», era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado público y no tenía la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos.

   Estar en la fila agitaba el corazón: ¿quedaría todavía una pelota de fútbol cuando llegáramos a la ventanilla? ¿O tendríamos que contentarnos con un camión de lata, acaso con la miniatura del coche de Fangio? Mirábamos con envidia a los chicos que se iban con una caja de los soldaditos de plomo del general San Martín: ¿se llevaban eso porque ya no había otra cosa, o porque les gustaba jugar a la guerra? Yo rogaba por una pelota, de aquellas de tiento, que tenían cualquier forma menos redonda.

OSVALDO SORIANO - "Cuentos de los años felices" - (1993)

Imágenes: Shah Marai

viernes, 6 de agosto de 2021

TAN RARA VEZ DICE LA VERDAD

 


  Tan rara vez dice la verdad que, cuando la oyes de sus labios (el 29 de marzo de 2020), cobra la fuerza de una revelación: «Ojalá pudiéramos volver a la vida de antes: teníamos la mejor economía de la historia, y no la muerte.» 

     Bueno, quizá no fuera la verdad pura y dura: la primera parte de la frase no era verdadera ni falsa, sólo describía un deseo; pero resonó con su eco suplicante en mi interior, y admito que por un momento lo sopesé en la mano como una manzana reluciente. Parecía un deseo honesto en «tiempos de guerra»: ésa es la analogía que ha elegido, aunque en 1945 nadie deseaba volver a la «vida de antes» (a 1939) salvo para resucitar a los muertos; el desastre exigía un nuevo amanecer, y sabemos bien que sólo una nueva forma de pensar puede llevar a un nuevo amanecer. Aun así, cuando dijo: «Ojalá pudiéramos volver a la vida de antes» sorprendió a su público en un momento de debilidad: en bata, llorando, en medio de una llamada de trabajo (o con un bebé apoyado en la cadera y en medio de una llamada de trabajo), improvisando un traje de protección para armarse de valor y coger el metro para ir a un trabajo que no se puede hacer desde casa mientras millones de niños aburridos se subían por las paredes. Y sí, en ese contexto de fragilidad generalizada, la evocación de «la vida de antes» sonaba como un consuelo, aunque fuese mera retórica, como «érase una vez» o «¡pero sigo amándolo!». No obstante, la segunda parte de la frase me devolvió el sentido común: era humo, humo, humo. Al menos el diablo es consecuente; solté la manzana y, ¡ay!, estaba podrida y llena de gusanos.

ZADIE SMITH - "Contemplaciones" - (2020)


Imágenes: Kengo Kuma

martes, 3 de agosto de 2021

¿QUIÉN TRABAJA EN ESTE PAÍS?


  Lo alarmante era cómo esa prepotente ciudad desde siempre había convivido, casi pared con pared, con el territorio degradado del Murciélago y compañía: negros, chinos, putas, lúmpenes, proletarios, santeros y ñáñigos. Tal vez por ello la magnífica estructura física de los edificios aledaños al Parque Central le pareció a Conde más incongruente, ya no solo con las calles vecinas, sino con la estampa de los seres humanos y los engendros mecánicos que circulaban a ras del suelo, en el tórrido presente. Los viejos autos norteamericanos, reparados una y otra vez, rodados durante cincuenta, sesenta y hasta setenta años, seguían imperando en esas calles. Su sola existencia desafiaba las leyes del mercado, de la mecánica universal y las del medio ambiente con su dilatada vida útil, convertida en ruidosas presencias y escapes negros, expulsados a chorros contra los pulmones de la gente y, en última instancia, hacia lo que quedaba de la capa de ozono. 

   Por su parte, las personas que circulaban por centenares y miles bajo el sol todavía asesino de septiembre, y a una hora a la cual se suponía que todos debían trabajar con sus mayores esfuerzos para un futuro mejor, parecían gastadas y mustias, más que los viejos fords o chevrolets o pontiacs. Se movían como hormigas a las que se les hubiera alborotado la cueva: deprisa o con lentitud, más parecían vagar que trasladarse con un propósito definido. Sudorosos y malencarados, mal vestidos y derrotados, muchos de ellos cargaban con una bolsa de tela o de nailon en las manos, por lo general vacía. ¿Quién trabaja en este país?, ¿por qué cada vez hay más personas con ese mal aspecto?, ¿adónde van, de dónde vienen?, se preguntó, observando el gentío en estampida, empeñados en atravesar las calles sin mirar, tal vez dispuestos al suicidio, o dedicados a estudiar el cemento o el pavimento como si esperaran encontrar el maná que brotaría de las entrañas de la tierra.

LEONARDO PADURA - "La transparencia del tiempo" - (2018)

Imágenes: René Portocarrero