Citas con los libros.

Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 26 de abril de 2024

ME SENTÍA COMO LA REPÚBLICA DE CUBA


El amor es hola y adiós. La vida es hola y adiós.

   Me pregunto qué salió mal con Jason.

   ¿Y conmigo? Difícil explicarlo. El cariño desapareció de repente. Desapareció la ternura, dejamos de hablarnos y de hacer el amor. No hablábamos. No nos tocábamos. Y entonces, ¿cómo se comunica la gente? Con los ojos, se comunica con los ojos. Pero él nunca me miraba a los ojos. Yo no apartaba la mirada de los suyos, buscaba una mirada suya que me dijera algo, y no encontraba nada. El hombre de los ojos ensombrecidos un día decidió que se iba de viaje de negocios: negocios de fertilizantes. Yo solo sabía que hacía meses que no teníamos relaciones sexuales; y que no quería quedarme sola. Tenía a la niñera para que se ocupara de mis cuatro hijos.

   —Llévame contigo, Jason. —Sin mirarlo a los ojos.

   —No puedo.

   Me daban ganas de gritar:

   —Mírame. Reconóceme. —Me sentía como la República de Cuba—. ¿Te importaría reconocerme?

   —Sí.

   Al final, ya no quería que me reconociera. Lo llevé al aeropuerto.

   —Cuídate —me dijo. Y entonces pensé: pero ¿sabes tú cómo se conjuga el verbo «cuidar»?



   Me llegaron cartas suyas mientras estuvo de viaje. Aunque no eran cartas, parecían más bien instrucciones: Llévame la ropa al tinte. Renueva la póliza del seguro. ¿Qué tal los niños? ¿Los llevas al médico cuando les toca? Cartas que eran listas de indicaciones, sin alma. Solubles en agua y poco más. Me estaba echando fertilizante en la cabeza. Y yo me sentía enterrada. Aparece una mujer enterrada bajo una pirámide de mierda. Me estaba vendando todo el cuerpo. No me quedaba más que esperar a la momificación. Haig.

   Haig. Él quitó los jirones que me cubrían. Me sacó del sarcófago y resucitó a la momia. Mis fluidos se disolvieron despacio. Y la mujer que estaba dormida en la tumba del no tocar y el no mirar y el no sentir volvió a la vida. El Dador de Vida. Haig, el que da la vida. El rey sol. El hombre, médico y amante que me quitó los trapos y me echó el aliento en los ojos. A mí. Bella Durmiente, tú que llevas seis años de casada dormida: despiértate ya. Y vive.

SANDRA HOCHMAN - "Nota de despedida" - (1971)


Imágenes: Ed Fairburn

miércoles, 24 de abril de 2024

A LO MEJOR TODAVÍA ESTÁ ALLÁ

 


De Nito ya no sé nada ni quiero saber. Han pasado tantos años y cosas, a lo mejor todavía esta allá o se murió o anda afuera. Más vale no pensar en él, solamente que a veces sueño con los años treinta en Buenos Aires, los tiempos de la escuela normal y claro, de golpe Nito y yo la noche en que nos metimos en la escuela, después no me acuerdo mucho de los sueños, pero algo queda siempre de Nito como flotando en el aire, hago lo que puedo para olvidarme, mejor que se vaya borrando de nuevo hasta otro sueño, aunque no hay nada que hacerle, cada tanto es así, cada tanto todo vuelve como ahora.

   La idea de meterse de noche en la escuela anormal (lo decíamos por jorobar y por otras razones más sólidas) la tuvo Nito, y me acuerdo muy bien que fue en La Perla del Once y tomándonos un cinzano con bitter. Mi primer comentario consistió en decirle que estaba más loco que una gallina, pesealokual —así escribíamos entonces, desortografiando el idioma por algún deseo de venganza que también tendría que ver con la escuela—, Nito siguió con su idea y dale conque la escuela de noche, sería tan macanudo meternos a explorar, pero qué vas a explorar si la tenemos más que manyada, Nito, y, sin embargo, me gustaba la idea, se la discutía por puro pelearlo, lo iba dejando acumular puntos poco a poco.



   En algún momento empecé a aflojar con elegancia, porque también a mí la escuela no me parecía tan manyada, aunque lleváramos allí seis años y medio de yugo, cuatro para recibirnos de maestros y casi tres para el profesorado en letras, aguantándonos materias tan increíbles como Sistema Nervioso, Dietética y Literatura Española, esta última la más increíble, porque en el tercer trimestre no habíamos salido ni saldríamos del Conde Lucanor. A lo mejor por eso, por la forma en que perdíamos el tiempo, la escuela nos parecía medio rara a Nito y a mí, nos daba la impresión de faltarle algo que nos hubiera gustado conocer mejor. No sé, creo que también había otra cosa, por lo menos para mí la escuela no era tan normal como pretendía su nombre, sé que Nito pensaba lo mismo y me lo había dicho a la hora de la primera alianza, en los remotos días de un primer año lleno de timidez, cuadernos y compases. Ya no hablábamos de eso después de tantos años, pero esa mañana en La Perla sentí como si el proyecto de Nito viniera de ahí y que por eso me iba ganando poco a poco; como si antes de acabar el año y darle para siempre la espalda a la escuela tuviéramos que arreglar todavía una cuenta con ella, acabar de entender cosas que se nos habían escapado, esa incomodidad que Nito y yo sentíamos de a ratos en los patios o las escaleras y yo sobre todo cada mañana cuando veía las rejas de la entrada, un leve apretón en el estómago desde el primer día al franquear esa reja pinchuda, tras de la cual se abría el peristilo solemne y empezaban los corredores con su color amarillento y la doble escalera.

JULIO CORTÁZAR - "Ahí y ahora" - (1994)


Imágenes: Max Naylor

lunes, 22 de abril de 2024

¿ES USTED BUENO, MALO O NORMAL?



—Joven, este lugar no le sienta bien a nadie que no haya nacido y crecido aquí. Es decir, a nadie que conozca otra cosa. Esto es el purgatorio, todo el que llega está cumpliendo condena, la única duda es cuánto va a durar. Yo llevo aquí diez años, y desgraciadamente sé que ya no saldré jamás con vida.
   —Bueno, puede que yo no tenga tantos pecados que purgar…
   —No confíe en eso. No voy a preguntarle por su pasado, pero le diré que no sólo cumplen condena los malos, también la cumplen los buenos. Y la bondad es casi el peor de los pecados, sobre todo porque tiene una fama excelente.
   —Eso casi parece un epigrama… ¿También pasó por aquí Oscar Wilde?
   —Vaya, también tiene usted sentido del humor…, lo felicito sinceramente. No, ése cumplió condena en Riding, y no por lo que generalmente se dice… Pero un hombre cultivado como usted entenderá perfectamente otra de mis teorías —hace una pausa para sorber coñac con sifón—. Verá, según todas mis observaciones, la humanidad se divide en un 90, un 5, y otro 5 por ciento. El primer cinco por ciento de los humanos son crueles y egoístas, los llamaremos «los malos». El otro cinco por ciento esta formado por los cándidos y abnegados, los llamaremos «los buenos». Y el 90 por ciento restante no son ni buenos ni malos: a éstos los llamaremos «los normales». Bien, pues todos los problemas del mundo los causan los buenos y los malos involucrando a los demás en sus trifulcas… Pero discúlpeme, yo suelo hablar mucho, ¿le molesta a usted que le hablen mucho?
   —No…, le agradezco la conversación.


   —Bien, entonces le diré que si sólo existieran los malos y los normales simplemente el 95 por ciento de la población viviría esclavizada por los primeros, eso sería todo. Sabrá usted que el hombre común es perfectamente capaz de adaptarse a la esclavitud, igual que es capaz de adaptarse al clima adverso, a las epidemias o a la pobreza, y después de todo no resultaría tan enojoso mantener a cuerpo de rey a tan sólo un cinco por ciento de la población, ¿no le parece?, tocaría a muy poco esfuerzo per capita…
   —Es posible. Pero si los normales pueden soportar a los malos, con más facilidad podrían soportar a los buenos, y ni siquiera les haría falta vivir esclavizados. ¿No dice eso algo en favor de los buenos?
   —De ninguna manera, joven. Ustedes los buenos están tan obcecados en su papel de salvadores de almas que, si de pronto desaparecieran todos los malos, tomarían al peor cinco por ciento de los normales y los convertirían en sus nuevos enemigos. En cualquier grupo en el que integre usted a un hombre bueno siempre encontrará a alguien contra quien enarbolar la bandera de la bondad. Al malo le hace feliz esclavizar al prójimo, pero el bueno tiende con la misma intensidad a reprimirlo, lo cual es al menos tan desesperante como lo otro —trago al coñac con sifón para celebrar el razonamiento—. ¿Sabe usted algo de magnetismo?
   —No mucho… Pero si no es preguntar demasiado, ¿es usted bueno, malo o normal?
   —Yo soy un viejo bebedor y lujurioso, como Maupassant… ¿Sabía usted que el muy libertino presumía de poder completar diez cópulas en una noche? Yo nunca llegué a tanto, para qué nos vamos a engañar, pero tuve mis momentos… En fin, respondiendo a su pregunta, pertenezco al grupo de los normales: vivo y dejo vivir. 

PABLO TUSSET - "En el nombre del cerdo" - (2006)

Imágenes: Ewa Juszkiewicz

sábado, 20 de abril de 2024

A LA CASA LE GUSTABA AQUELLO


Después algunos empezaron a venir también a preguntar por remedios y yo les daba las dos o tres hierbas que sabía y les decía una verdad y una mentira pa aliviarles. La verdad era dónde estaba el padre, el marido, la hija o la hermana que les habían desaparecido. La tapia del cementerio, el camino que va a Villalba, el barranco de la fuente, el cerro de la ermita. Todo el pueblo repleto de cuerpos. La mentira era que ese padre, ese marido, ese hijo o ese hermano estaban en el cielo, que los santos me habían dicho que los tenían allí y que les mandaban recuerdos. Luego les dejaba sentarse a rezar allí con la santa y encenderles una vela a los familiares porque no podían ir a recoger los cuerpos pa enterrarlos ni pedirle una misa al cura. Así que se sentaban en la cocina y les prendía la lumbre pa que no tuviesen frío y algo mejor estaban con la mentira aunque a mí la sombra que traían a cuestas se me quedaba desde entonces en la casa con la boca llena de tierra, la cabeza agujereada y los dientes arrancados a culatazos. Algunas desaparecían al cabo de un tiempo y a lo mejor era verdad que los ángeles venían a llevárselas al cielo, porque los muchachos que mueren en los barrancos con las entrañas rotas no pueden ir al infierno. Pero otras se escondían en las ollas y bajo las camas, vete a saber si por miedo o por rencor, y ya no se iban.

   Los desaparecidos no los cobraba, las maldiciones sí. Si eran de poca cosa les daba un puñado de sal para que escupieran en él y lo tirasen a la puerta de quien fuese. Si eran importantes, les hacía un atado y lo metía al armario. A la casa le gustaba aquello. Cuanta más rabia le tuviesen al que iban a maldecir, mejor funcionaba el atado. Los cobraba caro para que no lo hiciesen por cualquier tontería, pero de todas formas la mitad no tenían con qué pagar y venían con las sábanas de los ajuares, con los anillos de la boda, con las ollas de la casa, con lo que fuera.



 Yo de eso no cogía nada porque me daba congoja dormir en sábanas con las iniciales de otros o ponerme anillos de las bodas de otros y porque de todas formas vivíamos con lo que íbamos sacando. Mi marido no me había dejado ningún dinero porque pa eso no valía. Si yo hubiese sido capataz, habría sabido cómo hacer para irles sacando algo a los Jarabo cuando no se diesen cuenta. No me habría partido el lomo llevando sus bodegas por la miseria que quisieran darme mientras ellos se hinchaban a solomillos y pasteles. Pero mi marido era demasiado miedoso o demasiado honrado, las dos peores cosas que puede ser un pobre.

   Lo único que me había quedado del matrimonio era una criatura que lloraba mucho y enfermaba más. Cada dos por tres le daban fiebres que no había manera de bajar y toses que la hacían sacudirse en la cuna. Mi madre estaba segura de que iba a morirse. Entonces se morían muchos niños, había que bautizarlos pronto porque cualquier día les daba un aire y aparecían fríos como témpanos en la cuna a la mañana siguiente. Pero mi hija no se murió. Aguantó cada fiebre y cada espasmo con el empeño que no había tenido su padre. Esta muchacha tiene ganas de vivir, decía la Carmen cuando venía a vernos. Yo no se lo decía, pero no era eso. Es que en esta casa los muertos viven demasiado tiempo y los vivos demasiado poco. Las que estamos entre medias, como nosotras, no hacemos ni una cosa ni la otra. La casa no nos deja morir pero tampoco vivir fuera de ella.

LAYLA MARTÍNEZ - "Carcoma" - (2021)


Imágenes: Thierry Mandon

jueves, 18 de abril de 2024

TE PATROCINA EL PAPA


Saqué mi Pinarello del coche y le puse la rueda delantera. André me esperaba subido en su Pegoretti, con un pie en el suelo. Llevaba un maillot de ciclista rojo y negro, del equipo Amore & Vita. En el pecho tenía la M mayúscula de McDonald’s.

   Puse a cero el cuentakilómetros y me subí a la bicicleta. Teníamos que cruzar el Mosa, íbamos a hacer el recorrido de entrenamiento de André, una «vueltecita por el Rotte».

   —Te patrocina el Papa —le dije.

   —Sí. Me dedico a difundir el mensaje sagrado. Nada de aborto, ni de eutanasia, solo amor y hamburguesas. Me lo regaló Ludmilla. Es un poco puritana.

   Después de un kilómetro, llegamos al puente de Erasmo.

   —Esta es mi montaña —me explicó André—. Si tengo ganas, la subo y la bajo diez veces. Con el plato grande, es bueno para la potencia.

   —Te lo tomas en serio.

   —Vivo como un monje. Nada de alcohol, nada de tabaco, nada de drogas. Me paso una hora al día boca abajo. Yoga. Reposo, recato, regularidad: las tres erres, este es mi lema actualmente. Y montar mucho en bicicleta, para mantener la cabeza despejada. Ahora pienso que fue una lástima que no te acompañara, por aquel entonces.

   —¿A qué te refieres?

   —Cuando viniste a preguntarme si me iba contigo a montar en bicicleta, ¿no te acuerdas? Yo estaba tumbado en el sofá leyendo un cómic. Tal vez habría podido labrarme una buena carrera de ciclista profesional, quién sabe. Lo llevaba en los genes. Y era lo suficientemente canalla.

   Se incorporó y se fue pedaleando delante de mí. Yo miraba más allá del río. Bonita escapada, con un traficante de cocaína al frente y un periodista de sucesos a su rueda. Rodamos por la ciudad hasta llegar al Rotte; luego seguimos el río hacia el noreste.

   Le pregunté cuándo había empezado a montar en bicicleta.

   —Hará cosa de un año. Con la Raleigh de mi viejo. Digamos que por la herencia. Hice que me la arreglaran y la he estado utilizando hasta el mes pasado. Para sentir que estaba montando con mi padre fallecido. Manteníamos largas conversaciones. Por supuesto, a Gerrit no le gustaba nada lo que yo hacía. Se lo comenté alguna vez —Se detuvo un momento—. Esa bicicleta está hechizada.

   —Sé lo que quieres decir. Yo a veces pienso que con cada ciclista que te encuentras de frente viene un pelotón invisible.

BERT WAGENDORP - "Ventoux" - (2013)


Imágenes: Thomas Yang


martes, 16 de abril de 2024

COMO UNA ESPOSA DE CHISTE MALO


«Igual que un niño». No me di cuenta de que Marta había entrado en el salón. Deambulaba por la casa despeinada y aún envuelta en el eterno albornoz de guata gris, aunque ya eran casi las dos de la tarde. Como una esposa de chiste malo. Estaba de pie, bajo el quicio de la puerta, pálida, con un cigarrillo en una mano y mordiéndose un padrastro de esa misma mano, con una mirada minuciosa de rencor, de no encontrar ya las palabras apropiadas para expresar un odio tan desgastado por el tiempo. Pero sí las encontró: «¿Piensas pasarte el día ahí, como un retrasado mental, jugando con tu trencito? ¿O te vas a decidir de una vez a intentar encontrar un trabajo, si no por mí, para poder comprarte otra gilipollez de plástico?».



   No me afectó. Quiero decir, que llega un momento en que las palabras son lo de menos, porque ya se sabe que no son más que una manera de ocultar algo mucho peor, un flujo más profundo, más sucio; por eso ya ni siquiera se les presta atención, se oye el ruido de fondo que emerge de esa figura sólita, abatida, pero las palabras no cambian nada, pertenecen a la casa como el papel pintado, el zumbido del frigorífico, el baldosín desconchado que bascula al pisarlo, la infelicidad de cada día. Y por eso mismo uno no reacciona, igual que hace tanto que se desistió de cerrar con fuerza ese grifo que de todas maneras va a seguir goteando, y se continúa con lo que se estaba haciendo, a no ser que al otro esa vez no le basten las palabras para expresar el malestar represado día a día en la garganta y se atreva a la agresión directa. Como Marta esa tarde, que, al dirigirse a la cocina, probablemente a prepararse un café, aunque el café nunca le sienta bien, empujó con la punta del pie un TALGO que avanzaba despacio, al aproximarse a una barrera bajada, haciéndolo descarrilar y precipitarse pausadamente por una pendiente nevada. Marta contempló impertérrita la catástrofe, sin preocuparse de todas las vidas que mi fantasía había montado en ese tren, del pánico probable de los viajeros.

JOSÉ OVEJERO - "Cuentos para salvarnos todos" - (1996)


Imágenes: Aleia Murawski

domingo, 14 de abril de 2024

ES LA PEGA DE LOS ORDENADORES


«Voy a escribir la crónica de un fracaso».

   Ésa es la primera frase que se me ha ocurrido al sentarme ante mi Toshiba portátil. En realidad, no se trataba tanto de una frase para dar inicio a un relato, como de una declaración de intenciones que me hacía a mí misma.

   Es la pega de los ordenadores: resulta tan fácil borrar o modificar lo escrito, que no reflexionamos lo suficiente sobre su veracidad o pertinencia. Con un par de leves movimientos digitales, tan automáticos que la voluntad sólo desempeña en ellos un papel marginal, desaparece lo escrito. Y ni siquiera tal desaparición es necesariamente definitiva, pues bastaría pulsar otra tecla para reconstituir sobre la pantalla esa frase que habíamos condenado a la extinción. Por ello, querámoslo o no, concedemos menor importancia a las palabras, acabamos por olvidar la reflexión que debe preceder a la escritura.



   Desde que escribo con ordenador mi obra sólo provoca en mí una indiferencia desdeñosa. Lo que escribo ya no me parece formar parte de mí, de mi experiencia, sino una mera acumulación de oraciones que podrían haber sido escritas por cualquier otro. Sin embargo, ya no puedo prescindir de la máquina. He dejado de soportar mi caligrafía dubitativa, mis renglones desordenados, que dejan constancia de lo precario de mi trabajo.

   Repito, ahora voluntariamente, la frase inicial. Le concedo así oficialmente el carácter de introducción de las siguientes páginas:

   «Voy a escribir la crónica de un fracaso».

   Me refiero al nuestro. Aunque, acaso, sobre todo, estoy hablando del mío. Éste es, por cierto, el último cuento del libro. La casualidad me ha dejado la ingrata tarea de añadir las palabras finales, que no pueden dejar de ser una evaluación de nuestro trabajo. Así, cuando acabe estas páginas, pondremos la palabra fin, y con ello habremos añadido un objeto más al universo. Después de lo cual seguiremos viviendo nuestras vidas, conscientes de que no seremos nosotros quienes cosechemos el fruto posible de nuestra obra. Lo que nos desespera, sin embargo, es la incertidumbre, más bien la sospecha de que este montón de páginas no sea más que uno de los tantos objetos estériles que pueblan nuestro cosmos, un residuo de la desintegración de la realidad en lugar de instrumento para reordenarla.

JOSÉ OVEJERO - "Cuentos para salvarnos todos" - (1996)


Imágenes: Aleia Murawski