Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 28 de noviembre de 2021

EN EL CAMPO


   En el campo, la vieja granja de Mato Rujo permanecía a ciegas, esculpida en negro contra la luz de la tarde. La única mancha sobre el perfil desocupado de la llanura.

   Los cuatro hombres llegaron en un viejo Mercedes. La carretera estaba excavada y era dificultosa —una carretera pobre de montaña—. Desde la granja, Manuel Roca los vio.

   Se acercó a la ventana. Primero vio la columna de polvo levantándose sobre el perfil del maizal. Luego oyó el ruido del motor. Ya nadie tenía coche, en aquella zona. Manuel Roca lo sabía. Vio el Mercedes asomarse a lo lejos y después desaparecer tras una hilera de encinas. Luego ya no siguió mirando.

   Regresó hacia la mesa y puso la mano sobre la cabeza de su hija. Levántate, le dijo. Sacó una llave del bolsillo, la dejó sobre la mesa y con la cabeza le hizo una seña al hijo. Deprisa, le dijo su hijo. Eran niños, dos niños.


   En la encrucijada del torrente, el viejo Mercedes evitó la carretera de la granja y prosiguió hacia Álvarez, haciendo como que se alejaba. Los cuatro hombres viajaban en silencio. El que conducía llevaba una especie de uniforme. El otro hombre que se sentaba delante llevaba un traje de color blanco roto. Planchado. Fumaba un cigarrillo francés. Aminora, dijo.

   Manuel Roca oyó el ruido alejándose hacia Álvarez. ¿A quién se creen ésos que van a engañar?, pensó. Vio a su hijo entrar otra vez en la habitación con un rifle en una mano y con otro bajo el brazo. Déjalos ahí, dijo. Luego se dio la vuelta hacia su hija. Ven, Nina. No tengas miedo. Ven aquí.

   El hombre elegante apagó el cigarrillo en el salpicadero del Mercedes, luego dijo al que conducía que se parara. Aquí está bien, dijo. Y haz que este cacharro se calle de una vez. Se oyó el ruido del freno de mano, como una cadena que se dejara caer en un pozo. Luego, nada más. El campo parecía que hubiese sido tragado por una calma inescrutable.

   Habría sido mejor haber ido directamente a su encuentro, dijo uno de los dos que estaban sentados detrás. Ahora tendrá tiempo para escaparse, dijo. Empuñaba una pistola. No era más que un muchacho. Lo llamaban Tito.

   No se escapará, dijo el hombre elegante. Está hasta los cojones de escapar. Vamos.

ALESSANDRO BARICCO - "Sin sangre" - (2002)

Imágenes: Nicholas Moegly

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