Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 29 de enero de 2024

TODOS HEMOS SIDO ESTA PERSONA


No le he puesto nombre; yo lo llamo mi sistema. Supongamos que una persona está con la depre, o tiene el día vago, y deja de fregar los platos. A los pocos días hay un ochomil de platos en el fregadero y se diría que es imposible limpiar ni siquiera un tenedor. La persona en cuestión empieza a utilizar tenedores sucios y platos sucios para comer y esto hace que se sienta como un sintecho. En consecuencia, deja de bañarse. Y cada vez es más difícil salir de casa. La persona empieza a tirar basura por todas partes, a mear en tazas porque le quedan más cerca de la cama. Todos hemos sido esta persona, así que la censura está fuera de lugar, pero la solución no puede ser más simple:

     Menos platos.

     Así, si no los lavas no se amontonan tanto. Esto es lo principal, pero añadamos:

     Nada de trasladar cosas a cada momento.

     ¿Cuánto tiempo inviertes en mover cosas de acá para allá? Antes de llevar una cosa muy lejos de donde está, recuerda que tarde o temprano vas a tener que trasladarla otra vez a donde estaba: ¿merece la pena? ¿No puedes leer el libro de pie, junto a la estantería, con el dedo metido en el hueco donde lo vas a dejar? O mejor todavía: no lo leas. Y si es que tienes que transportar algún objeto, asegúrate de coger también cualquier otra cosa que deba ir en la misma dirección.


 A eso lo llaman carpooling. ¿Pastilla de jabón nueva para el cuarto de baño? Mejor espera a que estén listas las toallas de la secadora y aprovecha para llevarlo todo a la vez, toallas y jabón. Hasta entonces puedes dejar el jabón encima de la secadora. Y quizá mejor no dobles las toallas hasta la próxima vez que necesites ir al servicio. Llegado ese momento, mira si puedes apartar el jabón y doblar las toallas mientras estás sentada en el retrete, ya que tienes las manos libres. Antes de limpiarte, utiliza el papel higiénico para secarte el exceso de grasa en la cara. Hora de cenar: pasa de plato. Lleva la sartén a la mesa y ponla encima de un posafuentes. Los platos son un extra que puedes reservar para cuando tengas invitados y quieras que se sientan como en un restaurante. ¿Hace falta lavar la sartén? Si la utilizas solo para comer cosas saladas, no.

     Muchas de estas cosas las hacemos todos alguna que otra vez; con mi sistema las haces todas y siempre. Persevera; sin darte cuenta se convierte en algo automático, y así la próxima vez que estés con la depre funcionará por sí solo. Dado que soy rica, tengo en casa a una sirvienta las veinticuatro horas para que lo mantenga todo en orden. Y puesto que la sirvienta soy yo, nadie invade mi territorio privado. Mi sistema puede proporcionar una experiencia vital más llevadera. Los días transcurren plácidos, sin aristas, sin las pegas ni los desastres por los que la vida es famosa. Después de muchos días en soledad, va tan como una seda que a partir de un cierto momento ni me noto a mí misma, es como si no existiera.

MIRANDA JULY - "El primer hombre malo" - (2015)


Imágenes: Beccy Ridsdel

sábado, 27 de enero de 2024

HASTA LOS PROTONES ACABABAN DESINTEGRÁNDOSE

 


 Bajó los pies de la mesa, se levantó, sacó una botella de whisky de entre los rollos de película, se sirvió en el vaso donde había tomado leche en polvo, lo movió, se lo tomó de un trago, le preguntó si creía en Dios, se sirvió otro whisky y volvió a sentarse frente a ella, que, desconcertada por su pregunta, primero pensó responderle con aspereza, pero luego, intuyendo que le sonsacaría más cosas si le daba una respuesta seria, contestó que no podía creer en un Dios pues, por un lado, no sabía cómo imaginárselo y era incapaz de creer en algo que no lograra imaginarse en absoluto, y, por el otro, no tenía la menor idea de lo que él, que acababa de preguntarle por su fe, entendía bajo la palabra Dios, ese Dios en el que ella debía o no creer, a lo que él replicó que, si existía un Dios, este era puro espíritu y, como tal, pura observación, sin posibilidad de intervenir en el proceso de evolución de la materia que desembocaba en la pura nada, pues hasta los protones acababan desintegrándose, y en cuyo curso surgían y perecían la Tierra, las plantas, los animales y los hombres, solo siendo observación pura podía Dios permanecer incontaminado por su creación, cosa que también valía para él como cámara, pues también él debía limitarse a observar, de no ser así se habría descerrajado un tiro en la cabeza hacía tiempo, cualquier sentimiento como el miedo, el amor, la compasión, la ira, el desprecio, la venganza o la culpa no solo perturbaba la observación pura, sino que la hacía imposible, tiñéndola de sentimientos, de suerte que él se vería involucrado en aquel mundo asqueroso en vez de mantenerse al margen, la realidad se percibía objetivamente solo a través de la cámara, de forma aséptica, solo esta era capaz de fijar el tiempo y el espacio en los cuales se desarrollaba el acontecimiento, mientras que sin cámara el acontecimiento se desvanecía, apenas vivido era ya pasado, es decir, solo recuerdo y, como todo recuerdo, algo falseado, ficción, (...)

FRIEDRICH DÜRRENMATT - "El encargo" - (1986)

Imágenes: Sun-Hyuk Kim

jueves, 25 de enero de 2024

¿HACE CUÁNTO QUE NO LLUEVE?


Amanece y es domingo. Quizá jueves. Da igual. De ahora en adelante los días empezarán a acumularse sin medida, lo cual no significa nada porque si algo tiene este lugar es que los días son insoportablemente parecidos unos a otros. Nadie conoce el orden de los meses del año. Nadie sabe el día exacto de su nacimiento. Nadie recuerda con precisión la última vez que cayó agua del cielo. De hecho, cuando Lila pregunte: «¿Hace cuánto que no llueve?», los nativos le responderán: «Desde el último rugido del jaguar». Así entenderá que, en un lugar donde el tiempo se mide con sucesos, la última vez de la lluvia puede ser el más extraordinario de todos, a no ser que vuele el manglar y un cardumen de peces blancos sea arrastrado por las olas. O que llueva al revés después de que el felino ruja tres veces a una distancia demasiado corta para emprender la huida y demasiado larga para descifrar el mensaje oculto en las rosetas de su pelaje. Tal vez sea domingo y no ocurra nada de eso. O jueves, qué más da. Por ahora, amanece en un día cualquiera y merodean una, dos, tres moscas. Son molestas y sin embargo serán la menor de las molestias de Lila, pero ella aún no lo sabe. Lila no es una flor, es una mujer con nombre de flor, pese a no tener pétalos ni espinas ni raíces. A veces huele a abril. A veces a perfume caro. Hoy no es una de esas veces. Lo único importante ahora es que la mujer con nombre de flor se acuerde adónde amaneció y cómo llegó hasta allá y cuál fue la razón que la obligó a refundirse en aquel lugar recóndito en donde el tiempo se mide con sucesos extraordinarios, porque existe una razón, aunque ella se empeñe en esconderla.



   El zumbido de las moscas aumenta su intensidad. Cuatro moscas, cinco moscas, seis moscas. Anoche había sangre en la mano de Miguel. Ya está coagulada y, aun así, las moscas la sobrevuelan como si fuera un manjar. Tiene visos morados y verdosos que recuerdan a las auroras boreales, Lila las vio el otro día en la televisión. ¿Adónde está Lila y por qué hay sangre y auroras boreales? Sigue demasiado dormida para recordarlo. De anoche solo tiene algunos chispazos que aún no logran materializarse en recuerdos: una cama, cuatro piernas corriendo hacia un colchón desconocido, plagado de ácaros, polvo y mal de tierra; dos viajeros cansados y sudorosos intentando no rozarse entre sí para no generar más calor, para no provocar un incendio en aquella cabaña en medio de ninguna parte. Lila estaba cansada. Miguel estaba herido. Si estuvieran en la ciudad y fuera jueves, nada de lo anterior sería grave, pero la ciudad y el tiempo eran eso que habían dejado atrás hacía muchos kilómetros.

   A la medianoche, quizá un poco antes o después, Lila sintió unas patitas rasguñando la madera, merodeando por el borde de la cama. Imposible saber si fueron parte de un sueño o no. Eso es lo malo de dormir por primera vez en un lugar al que nunca antes se ha ido. No se conocen los sonidos. No se sabe quién pisa el mismo suelo, quién surca el mismo aire, quién habita el techo de hojas entrelazadas, quién se mete en los sueños. Chicharras, gruñidos, zancudos, un vasto coro de aullidos retumbando en el bosque. Miguel se rascaba. Lila se rascaba. Tres veces el currucutú, el crujir de hojas secas.

SARA JARAMILLO KLINKERT - "Escrito en la piel del jaguar" - (2023)


Imágenes: Firelei Báez

martes, 23 de enero de 2024

ES SOLO MÚSICA


De vuelta a casa, no dejé de darle vueltas a la idea. Formar una banda era la solución a todos nuestros problemas. Me sentía capaz de hacer algo importante con mi vida, algo que se encontraba fuera de todo lo establecido.

   Visité la biblioteca municipal y saqué discos y libros. Si iba a ser miembro de una banda, tenía que pensar como ellos lo hacían. Entre mis manos se encontraba Alta Fidelidad de Nick Hornby; Wouldn’t be Nice, una biografía sobre Brian Wilson y Por Favor Mátame, la historia oral del punk-rock. También saqué prestados Tommy de The Who y Rocket to Russia de The Ramones. El rock’n’roll en mis venas. Debía encontrar la manera de comprar un instrumento.

   Cuando entré por la puerta, sentí el olor a filetes de ternera que mamá estaba preparando para la cena. Mi padre leía el periódico en el sofá del salón con un vaso de vino en la mano.

   —No son horas de llegar a casa. Es martes, deberías estar preparando tus exámenes —dijo él con un tono de voz seco y monótono.

   —Joder, papá. Quedan dos meses.

   Puede que no fuera el mejor momento para abrir la boca. Nunca sabía si había tenido un buen día o no en el trabajo. Cuando las cosas iban bien, bebía para celebrarlo, y cuando había sido una jornada terrible, también.



   —¿Qué llevas ahí? —Dijo señalando mi mochila.

   —Nada. Está vacía —dije con torpeza.

   —No suena como una mochila vacía —dijo serio—. Vamos, no mientas. Soy tu padre.

   Un jodido mamón, pensé.

   Deseé que su vaso se hubiera derramado.

   Temeroso, saqué poco a poco lo que guardaba en ella.

   —Vaya… —murmuró—. Esto es lo que te llevas entre manos.

   —Es documentación… para un trabajo, ya sabes.

   Mi padre miró los objetos uno por uno. Después agarró el disco de The Ramones y me miró a los ojos:

   —¿Sabes dónde está toda esta gente ahora?

   Guardé silencio como alguien que machaca la cabeza de una persona con un bate de béisbol y se disculpa arrepentido.

   Conocía la respuesta.

   —Muertos. Están todos muertos por no escuchar lo que un día alguien les dijo. Por salirse del camino que les correspondía.

   Mientras hablaba, me imaginaba a mí mismo de adulto siguiendo el camino de mi padre y preferí estar muerto que convertirme en el amargado que me daba la paga cada viernes.

   —Es solo música —dije.

   —No, no lo es. Devuélvelos —dijo regresando a su diario y vaso de vino—. Olvídate, es una pérdida de tiempo. Lo agradecerás con el tiempo.

   Al cruzar el pasillo, mi madre miró con pena y compasión apoyada en el marco de la puerta y regresó a la cocina.

PABLO POVEDA - "Ella es punk rock" - (2015)


Imágenes: Bill Domonkos

sábado, 20 de enero de 2024

NOS IMPORTABA UNA MIERDA


Olía a bocadillos de tomate, atún en conserva. Por entonces, más de la mitad de los tíos de la clase ya bebíamos cerveza, aunque no nos gustara su sabor. La escuela secundaria es uno de esos limbos que deciden el porvenir de tu vida sin darte cuenta cómo ni cuándo. En aquellos días, lamentablemente, el resto de mi historia estaba más que resuelta.

   Sentados en un banco de madera esperando a que sonara la campana del recreo, algunas chicas desayunaban bollería en un extremo de la pista de baloncesto mientras otras miraban con recelo para mantener su delgadez.

   El tiempo les pasaría factura.

   A todas.

   La envidia es pasajera. Las mujeres con el tiempo enferman entre ellas, sufren histeria y dedican frente al espejo más tiempo que a su familia para que después, algún idiota las destroce emocionalmente con dos frases. Eso es lo que aprendí de mi hermana.

   Los días eran un completo aburrimiento, cumpliendo horarios marcados por un grupo de profesores que no les importaba el final de nuestras carreras, sufriendo el miedo de ser penalizados por no terminar el trabajo en casa.

   Si he de ser sincero, nuestra relación era equilibrada.

   Nos importaba una mierda.



   Aunque muchos de los que estudiaban conmigo tenían su pase para acabar en centros de rehabilitación, era difícil comprender cómo los demás aceptaban las reglas que nos imponía una panda de docentes con carreras de tres años. Lamentablemente, mi experiencia me avaló durante años como el exponente del servilismo, la sumisión y la ausencia de agallas.

   Mi padre era un completo cabrón, uno de los auténticos. No era necesario saber mucho de él cuando alguien lo escuchaba hablando por teléfono. Un depredador grandote y con ojos azules, capaz de hacerle la vida imposible a todo el que le llevara la contraria. Algunos decían que en el fondo no era más que un tipo con gran corazón preocupado por el bienestar de su familia. Para mí no era más que un desgraciado, aunque no dejaba de ser mi padre.

   Mi hermano Ismael se había convertido en su mano derecha después de terminar la carrera de Derecho y formar parte del bufete que regentaba. El siguiente era yo.

   Con mi hermana fue distinto, era su hija, y al menos tuvo alternativa para largarse a Londres, estudiar inglés y no regresar jamás. Aún recuerdo la noche en que se marchó. Helia vino hasta mi habitación y me despertó. Estaba oscuro, yo tenía siete años y ninguna idea sobre lo que ocurría. Me dio un beso en la frente y desapareció por la puerta. Ahora es cirujana y vive felizmente casada con Mark, un inglesito de Nottingham con aspecto de hooligan.

   Con carácter autoritario, mi padre era el tipo de hombre que solía dar consejos. Desde la niñez, todo lo que salía por su boca era lo correcto, y mi madre, una mujer dócil y humilde, no tenía más opción que apoyarle. Por tanto, así era yo, parte de la escoria adolescente que vivía con el miedo de defraudar a su familia conservadora.

PABLO POVEDA - "Ella es punk rock" - (2015)


Imágenes: Bill Domonkos

viernes, 19 de enero de 2024

MAMONES, PEDERASTIAS


Finalmente, Raimundo, quizás trastornado por la estridencia disonante del llanto (al fin y al cabo es músico), cede y se deja llevar por Eduardo, se da la vuelta y reemprenden el camino que llevaban. A su espalda, alejándose, se oye el llanto desesperado del niño, y en uno de los intervalos de los sollozos llega la voz del padre, Que te vea más por aquí piojoso, a los dos va por los dos.

   El Rai se tensa pero, para desactivarlo, es Eduardo el que reacciona y se vuelve:

   —¿Quieres candela no, carapapa? —busca con la mirada por el suelo.

   —Que no os vuelva a ver por aquí mamones, pederastias —grita sin dejar de alejarse.

   Berrea y se convulsiona el niño, hace de estatua el Rai y Eduardo encuentra lo que buscaba, dos, tres pedruscos de granito, bien cortados. Los agarra, ignora cómo le queman en la mano y emprende una carrerilla de lanzamiento, breve, potente, como la de un jabalinista, y con el mismo ímpetu que un atleta de esa disciplina corta bruscamente la carrera y lanza. Impecable, el proyectil traza una parábola perfecta: foco, directriz, parámetro, eje, vértice, radio vector, unidos a la potencia y dirección adecuadas, y = a × 2 + b × + c, hacen que la piedra llegue al pie del destino deseado, literalmente al pie del individuo de la camisa abierta y la panza prominente. El tipo suelta un aullido y una maldición y, advirtiendo que Eduardo se apresta para un nuevo lanzamiento, emprende un trote torpe, con el niño zarandeado y, a pesar de los vaivenes, empeñado en el llanto.



   El segundo proyectil alcanza el bulto, ese conglomerado que en la distancia forman padre e hijo. El sonido del impacto es sordo. Desde el lugar en el que se encuentran el Rai y Eduardo, imposible de precisar con detalle. El cálculo llega a través de los sonidos. Primero hay un instante de silencio absoluto, solo una motocicleta a escape libre rompe la quietud recalentada de los alrededores. Luego viene el grito del padre, una especie de alargamiento de la vocal i desgarrado y roto en algunas partes para introducir a pleno pulmón varias aes, como si de un modo primario tratase de imitar el sonido de una sierra mecánica, o algo parecido. Después llega el eco de las primeras palabras: Me lo habéis matado, me lo habéis matado, asesino, asesino, me lo habéis matado, me lo habéis matado etc. (siempre multiplicando por dos los enunciados). Asesino, asesino, insiste la cadencia doble ante el silencio preocupante del niño y la expectación de Eduardo Chinarro, arrepentido de su puntería o de la milimétrica imprecisión de la misma que ha llevado a estrellar la piedra contra el hijo y no contra el padre.

   Eduardo arruga la cara, intenta discernir. Demasiado calor, demasiada luz. Los árboles contienen la respiración, los bancos y las construcciones infantiles de plástico están a punto de derretirse. Eduardo mira al Rai, que se ha dado la vuelta y observa con curiosidad lo que sucede. Se encoge de hombros Eduardo. Abre la mano y deja caer la tercera piedra, el proyectil nonato.



   El padre de la criatura deambula desesperado de un lado a otro de la explanada, levanta una mano empañada en sangre, desde lejos la camisa también parece tintada de rojo. Se detiene y retoma la retahíla abandonada por unos instantes (Me lo habéis matado × 2, asesino × 2, criminal × 2, etc.), pero he aquí que en medio de la letanía surge, resurge, el aullido exasperado, renovado y también duplicado del niño. Sano, a pleno, y doble, pulmón.

   A Eduardo se le dilatan las pupilas, levanta las cejas al cielo y suelta una carcajada que contagia al Rai:

   —Vámonos Rai, vámonos primo.

   Y los dos empiezan a caminar siguiendo el sentido que llevaban cuando encontraron al Niño de la Fanta. Marchan a toda velocidad dejando atrás ese reino de los Garamantas. Eduardo susurra, El hijoputa ese, mientras a lo lejos el hijoputa invoca a la policía y vuelve a hablar de asesinato y pederastia.

   —Sus muertos, ¿no verdad Rai? —le raspa la garganta a Eduardo.

   Pero Raimundo Arias no responde al enigma sino a otra cuestión. En el fondo este hombre tiene algo de cartesiano:

   —¿De por qué me dices tú a mí primo? ¿Primo de qué?

   La respuesta de Chinarro es la de los hombres sabios:

   —Yo qué sé.

ANTONIO SOLER - "Sur" - (2018)


Imágenes: Giuseppe Randazzo

miércoles, 17 de enero de 2024

A MÍ NO ME VIENE LA REGLA



A mí no me viene la regla, parece que lo de bailar balé y no comer me reventó el organigrama menstrual. Es increíble lo poco que he comío durante mucho tiempo y lo viva que estoy. Aquí dentro he tenío que volver a apreciar la comida porque no hay na mejor que hacer en la hora de la comida cuando toas hacen eso de masticá y saboreá y tragá. Aunque sea puré de patatas con puré de patatas y un poco más de puré de patatas que siempre viene bien un poquito más de puré de patatas. Qué ascazo me daba comer. Cada mordisco me hacía sentir terriblemente mal, cada bocao me perseguía como la luna a la tierra y la tierra al sol. Me pesaba después de mear, después de cagar, cada mañana, tarde y noche, incluso en sueños me he pesao. A veces la báscula no bajaba, pero porque era regulera, le daba un golpecito con el pie y pom, la flecha bajaba, los gramitos descendían, verificaba mi sacrificio y yo contenta. To por la danza. To por algo intangible. To por tener un buen papel en una mierda fin de curso.


  Porque cuando el profe te explica que la celulitis es grasa enquistá y que el queso es graso, tú dejas de comer queso. Cuando elige de protagonista a la más canija, tú quieres ser la más canija. Y cuando señala que una etapa de anorexia no le viene mal a nadie, tú decides ser la anoréxica namber uan. El rugío en la barriga era buena señal. Vamoh vamoh, sélulah míah, come de mih grasah. Yo siempre culo toma culo. Ahí es donde se me acumula to lo que el cuerpo ni suda ni caga. En los brazos también. Mis alitas de pollo alimentan a más de uno. Agarrar la molla de mi brazo es lo más cercano a coger una teta, porque donde van las tetas no hay na. Esto por suerte pa bailar va bien, no hay que ir aplastando cosas. Y la verdá que tengo buenos trapecios, sí, tengo unas buenas clavículas también, salidas, como si me hubiese atragantao con una percha, eso gusta. Y el esternocleidomastoideo se me marca mucho, eso queda de maravilla.

GRETA GARCÍA - "Solo quería bailar" - (2023)


Imágenes: Kylli Sparre

domingo, 14 de enero de 2024

CUANDO EL JUEGO SE TERMINA


Mas los vivos se equivocan. Los muertos no escuchamos sus oraciones, ni hacemos caso de su pena, ni sentimos la humedad de sus lágrimas cuando caen, lentas, sobre nuestras sepulturas. No somos buenos anfitriones. En la fecha señalada no recibimos las visitas en nuestros pequeños reinos, simplemente porque no estamos ahí. Este día somos nosotros los que acudimos a las moradas de nuestros descendientes. Algunos tenemos que hacer un largo viaje, y no nos importa; otros, más indolentes —o más cansados, que de eso también hay— se conforman con visitar a los parientes que residen cerca de la tumba en que yacen: a fin de cuentas, suele haber dónde elegir. Es una bonita excursión. Los edificios de pisos de la ciudad que ya he mencionado son el destino más habitual. Paseamos por los salones de sus casas, tocamos los candelabros, los centros de mesa, comprobamos que los libros de los anaqueles son los mismos que los del año pasado, hojeamos —supremo placer— los álbumes de fotos que contienen la reciente historia de sus vidas después de nuestra muerte. Los que se empeñan en coleccionar diapositivas nos lo han puesto más difícil, aunque hay quien ha aprendido a montar y desmontar el aparato con singular celeridad. A veces encendemos la televisión; es algo que, al principio al menos, nos divertía mucho.



   Yo, personalmente, después de la sesión fotográfica, prefiero echarme en la cama de matrimonio y sentir los olores, los canales que han horadado entre las sábanas los jugos y el serpentear de las caricias, contemplar en el cielo raso el reflejo rojo de las explosiones de la batalla, hundirme en los cráteres grabados por el calor de los cuerpos sudorosos, inmóviles, en la piel del colchón. El calor. Sobre todo el calor.

   Cuando el juego se termina, cuando las llaves muerden la cerradura, me voy, sin prisa. Nos vamos. A algunos les gusta comentar las vicisitudes de la jornada; la mayoría callamos, sonreímos, saludamos levemente antes de volver a la oscuridad de nuestras sepulturas. Los vivos no suelen regresar tan contentos. Como mucho, aliviados. La mayoría ni siquiera imagina lo que ha ocurrido durante su ausencia. Algunos se dan cuenta de que algunos objetos no están en su sitio, de que flota un olor extraño en el aire, de que hace frío, llaman al presidente de la comunidad, le preguntan si no ha tenido encendida la calefacción las seis horas que habían acordado. Pero están cansados y no le confieren a nada de ello la menor importancia. Hasta el año que viene no tendrán que preocuparse de nosotros, sus muertos.

IBAN ZALDUA - "La isla de los antropólogos" - (2002)


Imágenes: Morel Doucet

viernes, 12 de enero de 2024

DECÍAN QUE MI MADRE ERA UNA BRUJA


Decían que mi madre era una bruja. Ana, la hija de la hechicera, me llamaban. Ana, la hija bastarda del rey de Tiro. Ninguno de esos nombres era bueno. Por eso quiero zarpar y navegar tan lejos tan lejos que el agua lave todos los nombres. Llevo en mis venas la llamada del viaje y de los países que sueño con ver cuando sea mayor.

   Mis pasos siempre se dirigen al mar. Si sigues mis huellas, llegarás siempre a la orilla.

   También hoy, cuando he visto llegar desfilando las nubes, he corrido a buscar un asiento en las rocas. Eran nubes siniestras, con la tripa color verde oliva, tripas cargadas de tormenta. Sin duda, pesaban más que el mar, pero algún dios debía de tenerlas sujetas para evitar que se hundieran en el agua.

    Conozco los mejores lugares para ver pasar las nubes y también los mejores lugares para mirar a la gente. Ni las nubes ni la gente saben que estoy ahí, con la cabeza ladeada, mirando. Soy silenciosa y ágil. Cuento a Elisa lo que veo y escucho, y ella me llama su pequeña lechuza, porque todo lo miro. Cuando me escondo, sacudo la arena de la planta de mis pies, porque, si me olvido, chirría al pisar y me descubren. Voy de un sitio a otro con los ojos muy abiertos. Lo hago porque siempre me ha gustado saber lo escondido. Y también porque el tiempo es muy largo y cada día que nace está muy lejos de su noche. A lo mejor el dios que conduce el sol a través del cielo también se sacude la arena de las plantas de los pies, y esa arena son las estrellas que vemos aquí abajo.

   El tiempo es largo mientras espero el viaje que me llevará a una costa mejor, donde vivirán hombres mejores, menos mentirosos, hombres en los que confiar. Un día navegaré muy lejos para encontrar un país sin palacios, donde la gente no sepa lo que es la traición.

   Estoy sentada en las rocas con la pierna bajo la rodilla cuándo la primera ola se rompe contra los escollos en muchos pedazos brillantes. El mar levanta olas con el color dorado de la arena que revuelve en el fondo.



   Cuando aún vivía en la ciudad donde nací, en Tiro, mi madre solía decirme en tardes como esta: «Ten un pensamiento para los que están en el mar». Pienso, pienso en ellos. Silba el viento en mis orejas. Y de pronto, como salidos de la nada, veo barcos, varios barcos dando bandazos en la tempestad.

   Las proas se hunden, se ladean. Parece que los mástiles, tan pequeños ahí en la lejanía, se han puesto a tiritar. Hace frío. Tengo los tobillos mojados. Quizá debería volver, pero no porque tenga miedo. No me asusta este mar hinchado ni tampoco la luz extraña. No me asusto fácilmente.

   Ahora los barcos suben y bajan por culpa de las olas. A veces se quedan suspendidos muy arriba. Creo que nunca había visto las líneas de espuma blanca llegar tan alto. El mar parece hambriento. Yo también tengo hambre y, si vuelvo al palacio, me darán una hogaza que podré romper con las manos y estará humeante.

   Quizá debería volver, pero no está bien dejar solos a los barcos cuando caen encima de ellos olas como montañas. Puedo seguir aquí un rato más, resistiendo los empujones del viento y la tristeza de la tarde, con los barcos que se zambullen entre las olas y mi madre que está muerta y nunca volverá a tener compasión de las gentes de mar.

   ¿Qué hombres serán esos que están luchando contra la tempestad, mientras el mar revienta sobre sus cabezas? ¿Serán exiliados como nosotros?

   El sol, cansado, se ha marchado del todo. El temporal aúlla y cada vez está más oscuro.

   ¿Y si los hombres de esa flota vienen desde Tiro, porque mi hermanastro los ha enviado para matar a Elisa, para matarnos a las dos?

   ¿Cómo sabe uno cuándo ha huido lo suficientemente lejos?

   Me levanto y corro hacia el palacio.

IRENE VALLEJO - "El silbido del arquero" - (2015)


Imágenes: Dustin Yellin


miércoles, 10 de enero de 2024

DECÍA QUE EL CUERPO HUMANO TIENE DIEZ SENTIDOS


Celia se despierta confundida y alarmada. No es por haber dormido en una cama del pasado, sino porque ha vuelto a soñar con las lluvias torrenciales. Siente la necesidad de contárselo a Rosario. La calle Delicias estaba completamente inundada y el agua comenzaba a entrar por su ventana. Lo ha pasado muy mal. Necesitaba salir del piso, quién sabe si por la misma ventana, sin levantarse de la cama, navegando sobre las aguas, pero no podía moverse de ninguna manera, ni siquiera para gritar pidiendo auxilio.

   —La conciencia de que estaba soñando era lo que me impedía huir del peligro. Si hubiera estado despierta, no habría tenido miedo. Me habría subido escaleras arriba hacia el tejado o incluso habría saltado al agua desde mi ventana. El problema era que la lluvia me había sorprendido en sueños, dormida, sin poder mover los dedos de los pies.

   Rosario no comprende.

   —Solo ha sido un mal sueño —dice quitándole importancia con la mano—. ¿Sabe lo que hacía mi papá cuando soñaba con algo malo?

   Celia la escucha con atención.

   —Escribía el sueño en una hoja de papel con todo lujo de detalles y luego la quemaba. Decía que el fuego es capaz de quemar cualquier cosa, hasta lo que no existe.

   —Es una buena idea.

   —Le gustaba mucho escribir. Anotaba todo lo que se le ocurría en una libreta, como hace usted.

   —Yo lo hago para que no se me olvide —matiza Celia.

   —Él también. Decía que la memoria es el sentido más frágil del cuerpo humano y cada noche dedicaba unos minutos a describir cuidadosamente lo que había hecho durante el día. Luego, cuando tenía un rato libre, leía sus libretas del pasado y era capaz de recordarlo todo.



   Celia se peina el cabello con las dos manos a la vez.

   —La memoria no es un sentido del cuerpo humano —dice.

   —Él creía que sí —insiste Rosario—. Decía que el cuerpo humano tiene diez sentidos.

   —¿Tantos?

   —Los cinco conocidos más el equilibrio, la imaginación, la capacidad de soñar, la memoria y el olvido.

   —La memoria y el olvido deberían ser el mismo sentido, ¿no crees?

   —Son cosas distintas aunque están interconectadas, más o menos como el olfato y el gusto.

   Celia emite un lamento.

   —Ojalá hubiera anotado en un diario todo lo que me iba sucediendo a lo largo de la vida.

   —Ya lo hizo, ¿no es cierto? —dice Rosario consultando su reloj de pulsera—. Escribió usted sus artículos y sus libros.

   —No es lo mismo. Mis libros no hablan de mí.

   —¿De qué hablan?

   —De la actualidad.

   —Entonces hablan de la actualidad vista por usted.

JOAQUÍN BERGES - "Una sola palabra" - (2017)


Imágenes: Michiel de Boer

lunes, 8 de enero de 2024

EL HEDOR ANIMAL

 


No sé si desde lo de Falco y las complicaciones prácticas de su deceso, mi olfato se ha vuelto más sensible, pero siempre que entro a un salón de clases repleto de adolescentes tengo qué controlar mis náuseas. Por Dios, pienso mientras escribo en el pizarrón los temas posibles para un ensayo. Ellos, por su parte, comienzan a lloriquear, quejándose de cualquier insinuación que implique un esfuerzo de su parte. Ya no son pubertos de secundaria que aún no han descubierto la existencia de algo llamado desodorante. ¿Nadie les ha dicho que apestan: sus novios, novias, sus padres? Con la mayor discreción que puedo, acerco mi nariz al marcador con el que escribo; su aroma me llena de nostalgia por aquel tiempo en el que yo creía que ser maestra y compartir mi pasión por la literatura podría cambiar el mundo de alguna manera. «Con que pueda cambiar al menos a un estudiante cada año, con eso vale la pena el esfuerzo», recuerdo haber dicho varias veces como perico que lee libros de autoayuda. «Ilusa», me digo en voz baja y tapo el plumón. ¿Cómo voy a cambiarlos con mis clases si no puedo ni siquiera hacer que se bañen? Tampoco es que vengan de familias de bajos recursos y que no tengan agua en sus casas. 



¿Por qué entonces el salón tiene qué apestar así? Puedo soportar el olor a cigarro o el resabio a mariguana. Es lo fisiológico con lo que no puedo. El hedor animal.

Mis alumnos ponen a mi clase la misma atención que los tiburones blancos a las rémoras que navegan junto a ellos. Sus vidas pragmáticas y simples no tienen espacio para algo «que no sirve para nada», es decir, para la literatura. Me sentiría ofendida, aunque sea un poco, si no supiera que opinan lo mismo de todas y cada una de sus otras materias. Supongo que no les interesa ninguna porque no tienen idea respecto a su futuro. «¿Para qué nos sirve esta clase, miss?», preguntan con sus caras tersas contraídas en un gesto de asco y de hastío. «¿Para qué le sirves tú al mundo?», quisiera responderles. «Tardarás mucho en ser composta, lo único para lo que servirás». Ojalá pudiera decirles eso.

LILIANA BLUM - "Cara de liebre" - (2020)


Imágenes: Martin Jarrie

viernes, 5 de enero de 2024

UNA VIDA DE PÁJAROS, SOLES Y CEREZAS


Llovía en alta definición. Quinto día de agua, sin apenas descanso, y todo apuntaba a que el cielo de Galicia iba a seguir vomitando frío. Emma siempre se había sentido como una persona de invierno, de agua y de luna, por ese orden. La lluvia no afectaba a su estado de ánimo, pero consideraba que, por imperativo legal, los grandes cambios deberían ir acompañados de un punto de luz al que aferrarse. Miró hacia el cielo a través del parabrisas, buscando la materialización de esa esperanza. Gris hasta las entrañas. «La lluvia es tan anárquica como el amor», susurró algo defraudada.

   La carretera atravesaba un monte tupido y hermoso como las cosas incorruptas. A un lado y a otro, los árboles semejaban criaturas extrañas y desproporcionadas. Sacudían sus extremidades con torpeza por el impulso del viento. El movimiento dislocado de las ramas la hizo viajar a un episodio de la infancia. Recordó aquel espantapájaros que ella y su hermana Marina habían fabricado con piezas de ropa de cuando su madre era joven. Había sido un verano especialmente caluroso, casi abrasador. Hacía mucho tiempo de eso, quizás veintitrés o veinticuatro años. No sabría precisar. Lo que sí recordaba con toda claridad era la cabeza del espantapájaros. Y también que Marina aún estaba viva. Entre las dos hermanas acordaron decapitar su muñeca de trapo. Se la cortaron con las tijeras de la caja de costura… «Así tendrá una nueva vida —le había dicho para convencerla—. Una vida de pájaros, soles y cerezas».



   —¿Cerezas gordas?

   —Gordísimas —le confirmó Emma.

   —Vale. Pero le ponemos un sombrero, para que no le arda el cerebro con tanto sol.

   Escupieron en sus manos y se las estrecharon para cerrar el trato, igual que los hombres en las películas. Terminar el espantapájaros les llevó tres días. A pesar de tener cabeza de muñeca y una fértil melena rosa, le llamaron William Brazos Largos. El inglés les parecía un idioma elegante y tenían que compensar de alguna manera la estética terrible de aquella criatura que acababan de crear. Les salió así sin querer. Lo imaginaron perfecto, pero la belleza no se puso de su parte. Los brazos le llegaban hasta las rodillas, aquel vestido de encaje le quedaba demasiado grande y la sonrisa que le pintaron en la cara con un rotulador, en vista de que la expresión de la muñeca no les acababa de convencer, era una línea torcida y grotesca. Lo clavaron orgullosas en el suelo, en medio de una plantación de maíz. Al remover la tierra apareció una escolopendra enorme que echó a correr entre los pies de Marina, arrancándole un grito de terror.

   —Dijiste pájaros, soles y cerezas —le recriminó la pequeña a Emma—. Nada de bichos espantosos como ese.

   —El subsuelo es un mundo maravilloso que todavía está por explorar —argumentó Emma, empleando palabras que había escuchado en algún documental—. También hay bichos de los otros.

   —¿De los otros?

   —Mágicos, con menos patas. Son brillantes y dan suerte —le aseguró bajando la voz para darle mayor dramatismo a sus palabras.

   —Más te vale —la había amenazado Marina, apuntándola con un dedo acusador—. Pienso vigilar a William Brazos Largos. Como se le meta por una oreja uno de esos monstruos, lo llevo de vuelta a casa y lo escondo en un lugar seguro. No pienso permitir que le coman el cerebro.

   Cuando la muerte tiene el rostro de una niña de seis años, resulta difícil comprender los mecanismos de la naturaleza. La tragedia que lo cambiaría todo para siempre tuvo lugar un lunes, en el centro de la ciudad. Aquel coche circulaba a demasiada velocidad y Marina pensaba que los pasos de peatones eran islas. Espacios sagrados donde nada malo te puede suceder. Y menos aún cuando eres una niña. Todo el mundo sabe que los niños son inmortales.

LEDICIA COSTAS - "Infamia" - (2019)


Imágenes: El Gato Chimney

miércoles, 3 de enero de 2024

ESA PATRAÑA DEL AMOR A PRIMERA VISTA


El soldado de guardia le pidió un cigarrillo. Sebastián se acordó que ahora entraba al territorio de Nikki, y le dio el Marlboro que tenía en la mano. Se metió dos chicles Addams de mentol a la boca. ¿Serían suficientes? Al primer beso, Nikki diría que su boca apestaba a cenicero. ¡Cómo jodía! Rara mujer a la que le encantaba la marihuana y otras drogas más insalubres, pero detestaba el cigarrillo. O quizás no tan rara, quizás era tan sólo el aire de los tiempos (las radiografías revelaban pulmones deshechos con tanta facilidad).

   Se había casado con ella cuatro meses atrás, después de un muy corto noviazgo. La había conocido en un gimnasio abundante en espejos multiplicadores de hombres de músculos esporádicos; apenas la vio entrar, un ajustado top gris que realzaba sus pechos y descubría los hombros, shorts grises y zapatos de tenis sin medias, sintió que era verdad esa patraña del amor a primera vista. A la salida se las ingenió para acercarse a ella e iniciar una charla banal; logró sacarle el teléfono y, a las dos semanas, una noche en que le puso por apodo la Tailandesa, por sus almendrados ojos negros y sus cejas finas y oblicuas, ya eran pareja.



   Habría podido estar años con ella sin ocurrírsele el matrimonio, le era suficiente saber que era suya; además, tampoco era cuestión de apurarse, ella se había divorciado apenas diez meses atrás, su ex marido era un abusivo y decía estar curada de espanto y tener traumas para rato. Sin embargo, una noche en Tomorrow Now, el bar pictórico de jóvenes al que de vez en cuando iban (él tenía veintisiete, Nikki veintidós), ella, ida en tequila, se puso a coquetear con un amigo. Sebastián se emborrachó y le armó una escandalosa escena de celos. Ella, de repente, lo agarró del cuello y tomó entre sus manos su cadena de plata —un crucifijo, una engastada moneda inglesa de 1891 con la efigie de la reina Victoria (regalo de bachillerato de su mamá)—; luego abrió el seguro de la cadena y colocó un anillo de oro que había sacado de su cartera, y le preguntó si quería casarse con ella. Sebastián tartamudeó: las cosas no se hacían así, a él le correspondía preguntar. Sí, pero me voy a hacer oca esperando. Los amigos aplaudieron, Sebastián se ruborizó, se acercó a ella, la besó y le dijo sí, quería casarse, estaba locolocolocodeamor. Fascinante Nikki, que siempre hacía las cosas a su manera.

EDMUNDO PAZ SOLDÁN - "Sueños digitales" - (2000)


Imágenes: Gastón Ugalde

lunes, 1 de enero de 2024

ELLA DUERME AQUÍ

 


Teléfono. Marie interrumpió su lectura de mala gana.

Un hombre que hablaba en inglés, de voz enérgica e insistente. Jason Sanders, el padre de Kate, llamaba desde Londres.

—Lo siento, no está.

La acribilló a preguntas. Admitió ser la compañera de piso y colega de Kate.

—¿Es usted profesora?

—No, chica de compañía en un bar.

—Escuche… Kate me dijo que se ganaba la vida dando clases de inglés.

La verdad en sus narices. Doloroso.

Ella le aseguró que en Japón las chicas de compañía se limitaban a conversar.

—No intente usted tratarme con miramientos. Mi hija se prostituye, ¿es eso?

—Le juro que no. Es una extraña diferencia cultural, pero…

Él la interrumpió bruscamente.

—Kate me envió una foto a mi teléfono móvil hace unas horas. ¡Estoy muerto de preocupación!

—¿Por qué?

—En la foto aparece con los ojos cerrados. Quizá esté adormilada…

—¿Qué quiere decir exactamente?

—Que podría estar desmayada o muerta. Eso es lo que quiero decir.



—Escuche…

—Ella ha utilizado su móvil, he reconocido su número. He tratado de devolverle la llamada, pero no responde. Es la primera vez que me hace esto.

—No sé qué decirle…

—Llevo horas llamándola a este número.

—Sí, es la línea fija de nuestro domicilio. Acabo de llegar…

—Alguien más ha tomado la foto. Y hay una frase en japonés.

Él le propuso reenviarle todo, ella le indicó su número.

Marie enseguida vio la imagen de Kate apareciendo en la pantalla de su móvil. Pálida, con los ojos cerrados, sus largos cabellos rubios dispuestos a modo de una corola, los brazos extendidos pegados al cuerpo.

Serena. Dormida.

A todas luces, no había podido fotografiarse ella misma. «Kanojo wa koko de nete imasu». Marie tradujo la frase sin dificultad: «Ella duerme aquí».

DOMINIQUE SYLVAIN - "Ella duerme aquí" - (2016)


Imágenes: Kei Endo