Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 29 de octubre de 2021

SU SANTA VOLUNTAD

   


La sola mención de Egipto, con la carga afectiva que tenía para ellos de hecho remoto pero cumplido, le impuso a la voz de Eloísa un timbre más ansioso, un muy femenino afán por puntualizar, por entrar estrictamente en materia, ya con tarifas de vuelo en mano y con sugerencias específicas de fechas y hoteles, todo lo cual a él, que hablaba por hablar, confiado en que se trataba de un proyecto irrealizable, lo tomó por sorpresa y en buena medida lo fastidió, haciéndolo dudar del terreno que pisaba.

   Es obvio que durante todos estos meses escuchar a Eloísa se le había convertido a Luicé en un bálsamo contra los peculiares atropellos que a un hombre de su condición le impone el ingreso a la vejez: el cambio del tenis por el golf, el abandono forzado del cigarrillo, los orificios de más en el cinturón, las dioptrías adicionales en los lentes. Pero de ahí a arriesgar lo que había construido durante toda una vida por irse a recorrer el Nilo con una antigua novia, había un abismo que ni remotamente estaba dispuesto a franquear. Eso era evidente para cualquiera, menos para Eloísa; yo no diría que por ilusa sino al contrario, por ser mujer acostumbrada a que se cumpliera su santa voluntad.

LAURA RESTREPO - "Olor a rosas invisibles" - (2002)


Imágenes: Geoff McFetridge

martes, 26 de octubre de 2021

PERO ASCOPENA ES OTRA COSA

 



   A mí me da asco el fútbol. Odio el sonido y el color del fútbol. Esa tonadilla odiosa del comentarista, ese ronroneo absurdo de nombres, el tono de voz que va ascendiendo paulatinamente conforme se acercan los jugadores a la portería, el grito final, tan estúpido y molesto… Notar, a través de las ventanas, que toda la ciudad grita junto con el televisor, como si se tratase de un ritual primigenio incomprensible… Odio el color de la pantalla, toda verde, con unos puntitos de colores moviéndose de un lado para otro. Odio entrar en un bar y ver que está lleno a rebosar y que todos están mirando absortos un punto fijo en el techo, y descubrir el horroroso partido… Odio los puros, el Magno, odio esos viejos de narices llenas de venas y dedos amarillos.

   Pero ascopena es otra cosa. Es mucho más sutil, un sentimiento más pegajoso y terrible. El odio es ganas de exterminar, de arrasar, de aniquilar algo que no debería existir. El sujeto se separa del objeto odiado de una manera radical. Pero al sentir ascopena nos vemos implicados con el objeto, como si nuestro sentimiento, al alcanzar lo otro —lo absolutamente otro—, chocase con él y nos salpicase, manchándonos de horror.

   Investiga, lector, en lo más oscuro de tu interior. Analiza tu alma, esa muda limpia que te dio tu madre y que tú, de tanto usarla, has llenado de lamparones. Piensa lo que le da miedo, en lo que te quita el sueño. Nunca se trata de algo ajeno; normalmente te acobarda lo que, fuera de ti mismo, te pertenece, No hay nada peor que verse desde fuera, descubrirse en los demás, ver tu mierda proyectada en otros. El enemigo real es ese tipo que se parece a ti, que peca de tus mismos errores, distorsionados por la distancia, aumentados grotescamente como en un espejo de feria. Por eso le odias, porque en lo más hondo de tu ropa interior la mancha crece de igual manera. ¿Cómo se atreve a exhibir descaradamente eso que tú ocultas avergonzado desde hace años?

ÁLEX DE LA IGLESIA - "Payasos en la lavadora" - (1997/2009)


Imágenes: Redmer Hoekstra

sábado, 23 de octubre de 2021

COMO DIOS SE MANIFIESTA

 


Durante el verano del treinta y nueve, Dios giraba en torno a todo y sucedieron cosas inexplicables e insólitas.

 Al principio de los tiempos, Dios creó todas las cosas posibles, a pesar de que Él mismo es el Dios de las cosas imposibles, aquellas que no suceden jamás o que se dan muy raramente.

 Dios se manifestó en las bayas silvestres, tan grandes como las ciruelas, que maduraban bajo el sol justo al lado de la casa de Espiga. Esta arrancó las más maduras y, mientras frotaba su piel violeta con un pañuelo, vio en su reflejo otro mundo. Allí, el cielo era oscuro, casi negro; el sol se veía borroso y lejano; el bosque parecía una muralla de palos desnudos clavados en el suelo; la tierra, ebria y vacilante, sufría llena de agujeros. Allí la gente resbalaba en el lodo negro. Espiga comió esa baya de mal agüero y sintió en la lengua su sabor áspero. Comprendió que tenía que reunir provisiones para el invierno, muchas más que en cualquiera de los anteriores.



 Desde entonces, cada mañana, Espiga levantaba a Ruta de la cama al amanecer, iban juntas al bosque y de allí regresaban con todo tipo de riquezas: cestos de setas, cubos de fresas silvestres y de arándanos, avellanas aún verdes, agracejinas, cerezas de San Gregorio, arándanos rojos, bayas de cornejo macho, de saúco negro, de majuelo y de espino amarillo. Durante varios días lo secaban todo a la sombra o bajo el sol. Inquietas, observaban si este relucía igual que antes.

 Dios turbó también el cuerpo de Espiga. Se manifestó en sus pechos, que de repente se llenaron milagrosamente de leche. Cuando la gente se enteró, empezaron a ir a escondidas a casa de Espiga. Colocaban bajo su pezón la parte del cuerpo que tenían enferma y ella les rociaba con un blanco hilo de leche. Aquella leche curó la conjuntivitis del joven Krasny, las verrugas de las manos de Franek Serafin, la úlcera de Florentynka y el herpes del niño judío de Jeszkotle.

 Todos los que fueron a curarse murieron durante la guerra. Así es precisamente como Dios se manifiesta.

OLGA TOKARCZUK - "Un lugar llamado Antaño" - (1992/1996/2000)

Imágenes: Timothy Boomer

miércoles, 20 de octubre de 2021

LA NIEBLA DEL OLVIDO


 
A: Luisa

    Enviado — Gmail — 24 de noviembre de 2012            00:39

    Asunto: Ayuda

    De: Marco Carrera

 

    Luisa:

    Me pregunto: ¿qué significa leer un libro? Basta pararse en una plaza y mirar alrededor: hay un montón de gente hablando con el móvil. Me pregunto: ¿qué estarán diciéndose? ¿Y qué hacían antes, cuando no existían los móviles? Me pregunto: en la pasta de dientes con franjas, ¿qué hacen para que salga con franjas? He probado a ponerme una música preciosa en la alarma del despertador, pero despertar sigue siendo horrible. La máquina del tiempo existe.

    Adele

    Hay gente que se opone al cambio de hora, Japón por ejemplo se niega. Hoy sopla un fuerte viento, que se lleva las cosas. En las salas de espera la gente se aburre.

    Ha muerto.

    Hace tres años, cuando me vine a vivir aquí, había, en la calle que queda detrás de mi casa, una grúa. Al final creo que he entendido por qué no asimilan los hijos que sus padres se separen.

    Adele ha muerto.

    He leído que en el Piamonte han decidido abatir cuatrocientos corzos porque cruzan la carretera y provocan accidentes. He leído que, en Italia, el ochenta por ciento de las herencias de bienes inmuebles son por línea paterna. He leído que, en Milán, hay un ingeniero que los fines de semana monta un puesto en un parque y escucha gratis a la gente. He leído que Bill Gates y su mujer le racionaron el uso del ordenador a su hija durante toda la infancia.

    Pero mi hija está muerta, ¿entiendes? Mi Adele está muerta y no puedo irme con ella porque tengo a la pequeña.

    A los dieciséis años me enamoré de Joni Mitchell.

    Ayuda, Luisa, esta vez no puedo.

    Acabo de drogarme.

    Voy tirando a base de drogas.

    Ahí está, ya viene.

    Me pregunto: y el mal, sí, el mal, ¿tiene preferencias o golpea al azar?

    Ahí viene.

    La niebla del olvido.

SANDRO VERONESI - "El colibrí" - (2019)


Imágenes: Jeremy Lipking

domingo, 17 de octubre de 2021

ES LA RED LA QUE DECIDE SI EXISTES

   


Si hubiese sabido quién era, si la hubiese recordado, habría sido muy distinto. Porque cuando la red, ese engaño que no tiene prisa y colecciona datos con paciencia, te mete la hostia, ya no hay nada que hacer. Es así. Tan eficiente, tan metódica cuando se trata de robar pedazos de vida como un ladrón que lo deja todo en su sitio tras revolverte la cartera, se olvida luego de cruzar datos con la información más importante, la desaparición definitiva, y con la frialdad quirúrgica de un aviso programado te anima a celebrar el cumpleaños de alguien que ya no está, alguien que, con poca fortuna, o tu fortuna de mierda, hace semanas, por no decir meses, que intentas no extrañar. Es así, y da igual que lleves meses peleando, porque una mañana llega de pronto la red, con ese cinismo fortuito de los que no escuchan—que no por eso es menor forma de cinismo—, para recordarte que no está pero que podría haber estado. ¡Eh, felicítala! (Ay, no, que está muerta. Pero… ¿y si no? Nada, nada… Menuda cagada. Glups. Perdón). 


  Ni eso sabe hacer la puta red: ni disculparse. ¿A quién reclamas cuando alguien resucita a tu muerto, a tu muerta, sólo por un instante, antes de dejarla caer de nuevo en el ataúd y si te he visto no me acuerdo? ¿A quién le echas la culpa de haber arrancado las costras que te cubrían la herida? La red no tiene cara ni otra misión que no sea construirte, obtener una réplica tuya con vocación de sobrevivirte: un hecho de impaciencias y deseos, de rutinas y patrones dibujados por las migajas que has ido regalando, un clon que palpite como tú y te sobreviva en algún servidor perdido de alguna región glacial. Te construye un alma postiza y ya tiene suficiente; no quiere la carne. Conserva lo que te conmueve, lo que te desvela, lo que te da pánico, y descarta las células por perecederas. Sabe dibujarte una sonrisa cuando no te quedan dientes, y se la suda, y eso es lo único que importa, meter la pata contigo cuando ya no estás. Es la red la que decide si existes. Y hasta cuándo.

MARTA CARNICERO - "Coníferas" - (2020)

Imágenes: Nina Franco

jueves, 14 de octubre de 2021

EL TÍO HÉCTOR

 


Pasaron algunos años hasta que una vez, yo ya estaba de novia con este hombre, el tipo se apareció un domingo por Varela. En medio de una enorme raviolada, con guitarra y vino, en esas tardes interminables de domingo que se armaban en mi familia. El cabo golpeó las manos y pasó la tranquera como se hacía normalmente en la casa de tío Héctor. Se acercó a la mesa enfrentando la indiferencia de los presentes que tratábamos de no mirar porque sabíamos que algo malo iba a pasar. Cuando estuvo al lado de tío Héctor (que en ningún momento había dejado de comer y hablaba de fútbol como si ningún extraño estuviera ahí), el cabo se desprendió las jinetas y se las guardó en el bolsillo. Recién entonces habló:

   —No vengo como militar, don Héctor. Vengo, después de tantos años, como amigo —le dijo.

   Recién entonces tío Héctor reparó en él, lo miró y lo invitó a compartir su mesa. Una invitación que en un hombre como él era todo un símbolo, un símbolo serio. El cabo aceptó. Comieron, terminaron el vino y el café y los dos pasaron a la casilla para hablar en privado. Salieron a la hora y media, más o menos. El cabo con las jinetas ya puestas, tío Héctor con un bolso de lona verde. Así: a los cuarenta y pico de años, con tres mujeres y trece hijos, tío Héctor hizo finalmente el servicio militar. Y lo hizo solamente porque el cabo se lo pidió de la manera adecuada. Ya no quedan hombres así, creo. Al menos hoy no conozco ninguno.




   Me gustaría que Gabriel escribiera sobre tío Héctor, una historia que contara cómo era él, cómo sentía la amistad y la palabra como un deber. Tío Héctor adoraba a Gabriel y a Alejandro, y ellos a él. Y pudieron disfrutarlo hasta bastante grandecitos. Escucharon sus historias de primera mano. Esa vida de película que tuvo. Criado en la calle, se hizo a sí mismo. No son sólo palabras, es una verdad grande como una casa. Aprendió a leer y a escribir a los treinta años, solo. Aprendió a manejar colectivos solo también, y su manera de ver la vida, sus códigos, el valor que le daba a la palabra y a la amistad, no se los había enseñado nadie.

   —Nunca nadie me explicó nada, todo me lo explicó la vida, nena, a los tortazos —me dijo una vez.

   Siempre decía lo que tenía en mente, y su única regla moral era que si sentía que una cosa era buena para él y no molestaba a nadie, era buena y punto. De hecho tenía tres mujeres, y vivía con las tres, todos juntos. Las mujeres de tío Héctor se trataban entre sí de comadres. Una solución bastante elegante a una situación un poco difícil de explicar. A los chicos yo les decía «vayan a saludar a las tías», y ellos iban y vaya una a saber qué idea se hacían del asunto. Algún día les voy a preguntar. Sobre todo a Gabriel, que se acuerda tan bien de todo. Las tías Negra, Porota y Chola. Elegir un orden para nombrarlas era todo un problema. Más de la mitad de los trece hijos no eran de él, sino que habían venido ya con cada madre. El mayor, por ejemplo, era un negro que le llevaba tres años. ¡Le llevaba tres años y le decía papá o señor! Hijo de mi tía la Negra y su primer marido, descendientes de caboverdianos, del Dock Sud. La misma que después de la muerte de tío Héctor se fue a vivir al Uruguay. Tío Héctor le había puesto Morcilla, y después hasta la madre le decía así. A él le encantaba poner apodos. A otro le puso Agregado, y no era hijo de ninguna de las tías ni tampoco de él. Como suena. Es que un mediodía, ay Dios este hombre, el chico vino de la calle y se sentó a comer, solito, sin que nadie lo hubiera llamado. Tío Héctor esperó que se le apagara el hambre, llamó a las tres tías y les dijo que prepararan un catre en una de las piezas, porque capaz que se agrandaba la familia. Llamó al chico y le dijo que se sentara frente a él.

   —Limpiesé la boca primero —dicen que le dijo. El chico le hizo caso y tío Héctor esperó—. Usted parece derecho, al menos tiene buenos modales para comer. —Y después se lo preguntó, sin vueltas—: Digamé, ¿tiene padre o madre?

   La tía Porota siempre cuenta que en los ojos del chico se pudo leer la respuesta. Tío Héctor no esperó:

   —Ahora tiene —le dijo tío Héctor, se levantó y se fue a dormir la siesta.

PABLO RAMOS - "En cinco minutos levántate María" - (2010)


Imágenes: Ingrid Weyland

lunes, 11 de octubre de 2021

EL SENTIDO LÓGICO DE LAS PESADILLAS

 


   Julia llevó a Aurelio al funeral de su abuelo y allí él se dedicó a difundir sus planes de mudarse a vivir juntos. Llevaba días sintiéndose incómoda, no solo con la idea sino también con el sudor pegajoso de las manos de él, la manera en la que llamaba a un camarero chascando los dedos o cierta manía de golpear con el pulgar el filtro de los cigarrillos. Todo aquello, sin embargo, parecía irrisorio frente a la manifiesta estupidez del hombre que acababa de convertir un funeral en su fiesta de compromiso. No es que Julia se sintiera especialmente afectada con la muerte del abuelo; ni siquiera la madre era capaz de fingir el pesar reglamentario. Lo verdaderamente inquietante era descubrir que la noticia de su compromiso con Aurelio iba despertando sonrisas y felicitaciones entre las diferentes comitivas enlutadas que se agolpaban a la entrada de la iglesia. Llegó a pensar que la escena reunía todas las características de un sueño freudiano. La iglesia, la pareja, los invitados: la boda. Y, como uno de esos detalles inquietantes que parecen formar parte del sentido lógico de las pesadillas, el cadáver rodeado de flores, los vestidos negros de las señoras. Quería abofetearlo y escupirle y que su familia llorara por la muerte del abuelo como en un funeral corriente. En vez de eso, dejó que Aurelio la arrastrara, enganchada a su cintura, de familiar en familiar, repitiendo una y otra vez la misma historia: el pésame, las nuevas noticias, las felicitaciones. El pésame y las felicitaciones, las felicitaciones y el pésame. Había algo que no encajaba, era fúnebre, de mal fario, cualquier persona cabal lo hubiese entendido así. Cualquiera menos aquel profesor desaliñado al que le sudaban las manos, que se mostraba altivo con los camareros y tenía tics de fumador empedernido.

AIXA DE LA CRUZ - "De música ligera" - (2009)

Imágenes: Malika Favre

viernes, 8 de octubre de 2021

COMO LA BANDA SONORA DE UNA PELÍCULA FRANCESA

 


   Pero la mayor parte del tiempo Georges estuvo solo en su habitación, leyendo, rascándose, buscando música en el transistor de Donald. A veces miraba las palomas por la ventana; a veces lo miraban las palomas. Las palomas recorrían los tejados dando saltitos por los desniveles, los canalones, los tragaluces, moviendo la cabeza a cada paso con sacudidas secas, brutales, lanzándose a incomprensibles operaciones en formación abierta, por lo general indiferentes unas a otras, en una ociosidad antipática, que Georges nunca hubiera pensado criticar en otros animales. A veces dos de ellas se encontraban frente a frente como por casualidad, se interesaban una a otra, se frotaban largamente los picos de modo casi humano, luego copulaban muy brevemente para huir tan pronto concluían el acto, no siempre en la misma dirección, con un vuelo pesado, impreciso, como de bombarderos cargados en exceso. 


   Eran bastante feas, parecían falsas; entre sus filas había numerosas inválidas, cojas o tuertas, con alopecia y llagas purulentas. Cuando se lanzaban al aire, sus alas restallaban o crujían como el cartón; eran mecánicas, urbanas como las ratas, perfectamente simétricas a las ratas con relación a la superficie del suelo.

   Con la ventana abierta se oían pocas cosas: una conversación violenta sofocada tras un portazo, el nombre de un niño a quien llamaban o a quien reprendían, una alfombra que sacudían, cubos de la basura arrastrados, los arpegios de un trompetista fantasma, zumbido de radios periféricas a las horas de las comidas, las risas contenidas de las ratas del espacio. Todos esos ruidos se organizaban en el vientre reposado de la casa, se armonizaban como si estuvieran escritos, como la banda sonora de una vieja película francesa.

JEAN ECHENOZ - "Cherokee" - (1983)

Imágenes: Sammy Stein

martes, 5 de octubre de 2021

EL MUCHACHO IDEAL Y COMPLETO

   


Tanto el señor como la señora Feathers creían junto con los griegos en «la moderación en todas las cosas». La versión estadounidense de ese antiguo axioma era «un buen equilibrio». Los Feathers querían a su hijo alto, flaco, inteligente, miope e hiperléxico, pero se afanaban en pulirlo y completarlo, por su propio bien. Sabían, como todos los habitantes del Medio Oeste temerosos de Dios, que el muchacho ideal y completo nunca sobresalía demasiado. En la escuela le fue bien pero no como para que se le pudiera acusar de poseer una inteligencia fuera de lo normal. Cada tanto se metía en líos (para demostrar que tenía agallas), pero éstos nunca eran graves y solían terminar a puñetazos con un muchacho menos ideal y completo. Su brújula moral apuntaba a lo correcto, pero de vez en cuando oscilaba, porque a nadie le gustan los mojigatos. Era modesto, benévolo con los inferiores, que eran muchos, y bastante alto aunque no demasiado. Huelga decir que, en la zona de las llanuras de la que procedía Ian y en Estados Unidos en general, durante la mitad del siglo XX, el muchacho ideal y completo era caucásico (aunque en verano conseguía un bonito bronceado), no era un cristiano fanático, y, al menos en la literatura popular, tenía el pelo rubio rojizo y una visión perfecta. Si hubiera que asignarle una temperatura sería tibio. De hecho, sólo había una arena de extremos abierta a ese modelo de mediocridad que los mismos griegos habrían aprobado: los deportes.

SIRI HUSTVEDT - "Recuerdos del futuro" - (2019)

Imágenes: Michael Carson

sábado, 2 de octubre de 2021

QUE EL FUTURO LE ENVIASE POSTALES

   


No hablamos demasiado del día de la explosión. Tal vez él no quería recordar, y yo no estaba por la labor de saber. Hay muchos días así, en los que piensas que la ignorancia provee y te hace avanzar. Conocer los detalles me produciría un alivio que duraría unos minutos y que, cuando se agotase, se convertiría en desconsuelo, y este se prolongaría no minutos sino meses, años. Conversamos de nuestros propósitos para los próximos meses. Yo, por ejemplo, le conté algunos de los viajes que tenía previstos, y él me manifestó que en adelante iba a encarar sus estudios desde otra perspectiva, más enfocada a la enseñanza que a la creación, porque la explosión le había causado daños muy graves en la mano izquierda, en la que había perdido movilidad y destreza. «Estoy buscando ilusiones nuevas», dijo, esforzándose para que la frase pareciese una expectativa más que un desengaño.

   Menos aún que del día del accidente, y de lo que pasó antes y después, hablamos de la sorprendente operación policial que había acabado con algunos detenidos en París precisamente en esas fechas. La distancia emocional que intentaba imponerme para atravesar lo antes posible el desierto del duelo me empujaba a creer que los vínculos entre aquellas detenciones y la muerte de mi hermano y sus compañeros eran fruto de la casualidad, incluso de un malentendido. Yo no experimentaba sed de venganza, y Paul necesitaba que el futuro le enviase postales. Nuestro estado perfecto bien habría sido la ignorancia total, viviendo en la convicción de que el pasado no había pasado, o había pasado hacía tanto que solo era un color amarillo en las esquinas de las hojas del tiempo.

JUAN TALLÓN - "Rewind" - (2020)


Imágenes: Miles Johnston