Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 30 de agosto de 2022

QUIZÁ SEAN LOS NERVIOS


El Manantial me ha recuperado. Esta será mi primera noche bajo arresto domiciliario. ¿La primera de cuántas? Apenas abrigaba esperanzas de que me permitieran regresar y, sin embargo, cuando llegó la última noche en el módulo de mujeres, me aferré al consuelo de mis pastillas para dormir y a mi orden de ingreso en el hospital psiquiátrico, desesperada por quedarme. Seguridad. Seguridad nacional. Un lugar seguro. Mi condena, por el contrario, es incierta. Tal vez sirva para retenerme a mí, pero ni todas las medidas de seguridad del mundo podrían dejar fuera a los fantasmas; si yo estoy en casa, ellos también.

Entre pesadilla y pesadilla, durante tres meses de inactividad impuesta, más que vivir, lo que he hecho ha sido soñar despierta: me imaginaba escoltada del furgón penitenciario hasta la casa; pasando la mano por el polvo de la mesa de media luna que nos regalaron por nuestra boda; cogiendo la fotografía en la que salimos los tres, tomada el primer día que vimos este sitio, y en la que yo río mientras desmenuzo la tierra húmeda con los dedos.

 


Creía que abriría las ventanas del dormitorio, oiría a la insistente águila ratonera, miraría más allá de los montes resquebrajados y me preguntaría qué había pasado. Que abriría los grifos y vería irse el agua por el desagüe, como plata líquida, desperdiciada. Cosas que sabía que no iba a hacer: rezar, escribir, cultivar la tierra.

No sigo ese guion. Al final se impone una actitud mucho más agitada y pragmática. Quizá sean los nervios. Nada más entrar por la cancela me doy cuenta de que tengo la boca seca y me estoy levantando la piel de alrededor de las uñas, como cuando era pequeña. No veo nada, evidentemente: las ventanillas están tapadas. Me pregunto si debajo de mi asiento habrá un saco preparado para taparme el pelo cano y los ojos hundidos, como hacen con los violadores y los pederastas (aunque la ausencia de rostro no los hace menos horripilantes, sino al contrario, y los periodistas, que esperan fuera, solo ven las manos que estrangularon al niño o las piernas que corrieron por el callejón).

CATHERINE CHANTER - "El manantial" - (2016)


Imágenes: Arghavan Khosravi

domingo, 28 de agosto de 2022

CUANDO EL ESTADO DE SITIO


Nos habíamos conocido cuando el estado de sitio. Teníamos que caminar abrazados y besarnos si se acercaba cualquier bulto de uniforme. Los primeros besos fueron por razones de seguridad. Los siguientes, por las ganas que nos teníamos.

En aquel tiempo, las calles de la ciudad estaban vacías.

Los torturados y los moribundos se decían sus nombres y se rozaban las puntas de los dedos.

Flavia y yo nos encontrábamos en un lugar distinto cada vez, desesperados de pánico por los minutos de atraso.

Abrazados, escuchábamos las sirenas de los patrulleros y los sonidos del paso de la noche hacia el alba. No dormíamos nunca. Desde afuera llegaban el canto del gallo, la voz del botellero, el barullo de las latas de basura, y entonces desayunar juntos era muy importante.

Nunca nos dijimos la palabra amor. Eso se deslizaba de contrabando, cuando decíamos:

"Llueve", o decíamos: "Me siento bien", pero yo habría sido capaz de romperle a balazos la memoria para que no recordara nada de ningún otro hombre.

—Alguna vez —decíamos— cuando cambien las cosas.

—Vamos a tener una casa.

—Sería lindo.

Por unas noches pudimos pensar, mareados, que se luchaba para eso. Que para que eso fuera posible se jugaba la gente.

Pero era una tregua. Pronto supimos, ella y yo, que antes nos íbamos a olvidar o a morir.

EDUARDO GALEANO - "Vagamundo y otros relatos" - (1998)

Imágenes: Karina Juárez


viernes, 26 de agosto de 2022

COMO TE METAS, VERÁS


Sofia se había quitado las sandalias y estaba en la orilla. La bahía se acercó con sigilo para engullir los dedos de sus pies. Agua gris salada sobre piel reluciente.

—No te metas más —dijo Aliona.

El agua retrocedió. Aliona pudo ver, bajo los pies de su hermana, los guijarros fragmentando los arcos plantares de Sofia, las estelas de arenilla que dejaban las pequeñas olas. Sofia se agachó para remangarse los bajos de los pantalones y la coleta que tenía atada a la coronilla se le puso del revés. Sus pantorrillas exhibían rayas de sangre reseca ocasionadas por picaduras de mosquito. Aliona sabía por la firme línea de la columna de su hermana que Sofia se estaba negando a escucharla.

—Como te metas, verás —dijo Aliona.

Sofia se quedó quieta, mirando el mar. Estaba en calma, apenas surcado por alguna que otra olita que confería a la bahía el aspecto de una lámina de estaño martillada. La corriente se iba haciendo más fuerte a medida que se alejaba de Rusia y se adentraba en el Pacífico en busca de mar abierto, pero aquí era dócil. Les pertenecía. Con las manos en sus estrechas caderas, Sofia escrutó el paisaje, el ancho de la bahía, las montañas en el horizonte, las luces blancas de la instalación militar en la orilla opuesta.

La gravilla bajo los pies de las hermanas estaba formada por esquirlas de piedras más grandes. Aliona se apoyó sobre una roca del tamaño de una mochila de senderismo; un metro detrás de ella se alzaba la ladera acantilada y derruida de la colina de San Nicolás. Agua a un lado, pared rocosa al otro, esta tarde habían estado caminando a lo largo de la costa hasta dar con este claro —libre de botellas y plumas— donde montar campamento. Cada vez que las gaviotas tomaban tierras aledañas, Aliona las espantaba moviendo el brazo. Todo el verano había sido frío y lluvioso, pero esta tarde de agosto hacía bastante calor como para llevar manga corta.

JULIA PHILLIPS - "La desaparición" - (2019)


Imágenes: Fiona Watson

lunes, 22 de agosto de 2022

ALÉRGICA A LA ALEGRÍA


El día en que su mujer se marchó del país, Ulises Kan decidió buscarse un perro.

Viéndolo todo desde la perspectiva de lujo, inclemente, que brinda un matrimonio cuando se termina, aquello tenía sentido. Antes de casarse, él le había advertido que no quería tener hijos. Paulina respondió que ella era alérgica a los perros.

Martín, su suegro, en la primera conversación que sostuvieron, poco después de la luna de miel, le reveló que su hija no era alérgica ni a los perros ni al polvo ni a nada.

—Si acaso a la alegría, como la madre, que en paz descanse.

Había dicho eso y luego soltado una carcajada estentórea. Él hizo un esfuerzo por reír también, pero al viejo le entró un ataque de tos tan fuerte que Ulises creyó que se moría.

—Es cierto que se puede vivir sin perros, pero no hace falta —dijo cuando recuperó el aliento.

Desde ese día, Ulises supo que su matrimonio estaba condenado al fracaso. Ahora que navegaba en internet buscando información sobre albergues de perros donde los dieran en adopción, se dio cuenta de que Martín tenía razón. La había tenido desde el principio.

RODRIGO BLANCO CALDERÓN - "Simpatía" - (2021)

Imágenes: Debora Lombardi

                                        

viernes, 19 de agosto de 2022

LAS PALABRAS ERAN CRIATURAS PUJANTES

 


Se despierta sobresaltada, llamando a la madre. Está sudando. Ha soñado uno de esos sueños de los que no puede hablar.

—Shhh —dice Pamuk al otro lado del biombo—. Silencio.

Antes no entendía el silencio. Ahora sí. Ella tiene mucho que callar. A veces se pregunta si la gente, cuando no habla, calla algo. Como ella. Si una persona silenciosa es lo mismo que una persona culpable. Como ella. Hubo un tiempo, cuando la vida era la vida, en que las palabras eran criaturas pujantes. Arrebatadas. Con vida propia en su garganta. Atropellándose por salir. Se recuerda a sí misma hablando, contando cosas sin parar. Ella misma como una gran boca sin dientes siempre abierta, generosa. Sólo lengua y paladar y saliva, el jugo de la vida. Las palabras como saltos de agua trepidantes, bañando las riveras de una cueva en donde el mundo crepitaba y reverberaba con un eco fastuoso.

Pamuk se está vistiendo para ir a trabajar. Es tarde. Heda aparta el biombo desde la cama. Lo ve poniéndose el jersey.

—No ha sonado tu despertador.

—No me hace falta ningún despertador —dice él.



Ya no tiene cara de niño. Se ha hecho mayor. Algo mayor que ella incluso. Su voz es un hilo desabrido.

—Sigue durmiendo —le dice.

Heda se incorpora en la cama. Alcanza la bata. Se levanta.

—Quiero llegar temprano a la fábrica. Tengo mucho que hacer hoy.

—Haces mal en ir a trabajar. —La mira tan duramente que parece la madre—. A veces me pregunto si has olvidado quién eres.

A veces, ella se lo pregunta también.

—Alguien tiene que ganar dinero —dice—. Hay que comer.

—Comer no es lo más importante, mujer.

Pamuk casi lo escupe. Termina de abrocharse los zapatos y se pone la guerrera. Lleva prendido en ella el alfiler de Ibbet. Lo lleva a todas partes.

—¿No vas a volver a casa hoy?

—Volveré tarde —dice Pamuk—. Díselo a madre. No os preocupéis por mí.

Pamuk es una de sus preocupaciones más pequeñas. El silencio ha podido con ellas.

Vuelve a empujar el biombo para vestirse. Hace frío. Le late deprisa el corazón.

CRISTINA CERRADA - "Europa" - (2017)


Imágenes: Jon Carling
 

lunes, 15 de agosto de 2022

PARA ESO ESTÁN LOS LIBROS


 Zavala era un excelente profesor. Nunca jamás consentía que ningún alumno interrumpiera una de sus clases con el insensato atrevimiento de participar en ella: ni preguntas, ni discusiones, ni muchísimo menos opiniones personales. Yo soy partidario de lo mismo y por eso iba a sus clases, porque detesto las clases participativas más que ninguna otra cosa en la vida, excepción hecha, quizá, del pan de molde, el salchichón y los programas de mano del cine Alphaville.

Su asignatura era “Crítica Literaria» y era temido en toda la Universidad por sus exámenes. Había escrito un voluminoso tratado en dos tomos acerca de los manuales de retórica renacentistas (casi todos ellos en latín) y esto era lo que utilizaba como libro de texto. Los alumnos teníamos que aprendemos aquellas tres mil páginas de memoria, y con eso a lo más que podíamos aspirar era a un cinco. Si queríamos más nota, teníamos que estudiar de verdad.



Las clases por descontado que nada tenían que ver con el libro de texto ni con lo que después preguntaba en los exámenes.

—Eso se lo leen ustedes en sus casas, cómodamente —decía—. Aquí han venido a escuchar lo que yo les diga. Aquí han venido a aprender, no a hacer preguntas.

No permitía tampoco que nadie tomara apuntes:

—Está científicamente demostrado que es imposible tomar apuntes y pensar al mismo tiempo, de manera que ustedes ocúpense de escucharme y de pensar en lo que yo les diga, y olvídense de los apuntes. Vale más haber pensado alguna vez sobre alguna cosa que tenerla apuntada con buena letra para el resto de la vida. Además, desengáñense ustedes, a partir de la invención de la imprenta, y sobre todo, con lo baratas que son las fotocopias, tomar apuntes carece de sentido. Eso sí que es una verdadera pasión inútil. Miren ustedes: todo lo que quieran aprender está ya seguramente escrito y puede ser adquirido, fotocopiado, pedido en préstamo a una biblioteca o a un amigo e incluso, aunque no crean ni por un segundo que yo se lo recomiendo, puede ser sustraído sin riesgo en cualquier establecimiento especializado. La finalidad de un profesor no es enseñarles, no se engañen ustedes. Para eso están los libros. La única finalidad de un profesor es seducirles. Un profesor debe de representar lo que ustedes estudian en los libros: lo mismo que hace un actor con el texto de una obra de teatro.

RAFAEL REIG - ""Esa oscura gente" - (1990)


Imágenes: Ben Zank 


sábado, 13 de agosto de 2022

LAS EXTRAÑAS TEXTURAS DEL CARIÑO


Escondía sus tesoros en el bosque, dentro del hueco de un tronco del que salía una gran rama a la que solía subir en su infancia para contemplar el horizonte o espiar a los cazadores que se adentraban en esa espesura de árboles entrelazados. Algunas veces, al volver a casa se cruzaba con los últimos cazadores del día y en más de una ocasión le habían regañado: «Chaval, ¿de dónde sales? Ten cuidado y no andes solo por ahí, que un día vamos a tener un disgusto».

A Samuel no lo intimidaban esas amenazas; los cazadores nunca pasaban demasiado cerca de su árbol. Él se sentía seguro abrazado a aquel tronco grueso de ramas anchas y frondosas. Era su lugar favorito, su observatorio de estrellas en verano y su rincón de rabia en invierno. Incluso en los días más fríos había subido al árbol para estar tranquilo y fumar en secreto cigarrillos sin filtro, cortando la densidad helada del aire con el humo picante que paladeaba en su boca antes de expulsarlo. Su refugio era la séptima rama ancha, en una escalera de brotes inmensos y exuberantes. Un nido abandonado de pájaro carpintero que había agrandado con su navaja se transformó en el escondrijo perfecto para lo prohibido. Allí guardaba desde niño una caja metálica donde metía los cigarrillos que con sigilo les quitaba a los adultos.



 Ya entonces le gustaba imaginarse como uno de ellos mientras daba unas cuantas caladas y contemplaba desde su escondite la extensión del bosque, los márgenes de la carretera y los caminos forestales. Espiaba con atención meticulosa todo lo que se movía y lo anotaba en pequeñas agendas llenas de dibujos esquemáticos. En esos cuadernitos registraba detalladamente, como en un diario, los movimientos de los cazadores, los encuentros furtivos de los amantes o la cautela de los diferentes animales al caminar por la espesura.

Samuel era el gran observador del bosque, el vigilante de los murmullos. Con su peculiar instinto se transformaba en una especie de duende invisible capaz de metamorfosearse entre las ramas de su árbol gigantesco. Él supo mejor que nadie de la historia de amor de Tom con la señorita Valeria, la maestra de primaria. Una aventura secreta que duró tres veranos y de la que Samuel aprendió a interpretar las curiosas texturas del cariño. Años después todavía sentía un extraño y excitante pudor cuando se cruzaba con Tom en el supermercado. A Valeria le había perdido la pista después de que esta se casara con un compañero, un maestro también muy joven con el que se trasladó a vivir a una ciudad grande del sur.

ANA MERINO - "El mapa de los afectos" - (2020)


Imágenes: Christoffer Relander

martes, 9 de agosto de 2022

LIBROS ÚTILES E INÚTILES


«amigo mío, había replicado Hálifax y Farfán rápidamente, yo entre los libros distingo dos clases: los INÚTILES, que son casi todos, y particularmente los amigos de la fantasía y la superstición, tales como comedias y novelas, y los ÚTILES, que son escasos, y la mayor parte de los cuales están aún por escribir»

«pero los libros encierran y expresan el mundo» había protestado Jaime

«sólo el espíritu del hombre, es capaz de encerrar y de expresar el mundo… no es tan pequeño el mundo como para poder ser encerrado en un libro… hablas, amigo Jaime, como si todo el mundo cupiera dentro de tu cráneo, o como si no fuera el mundo sino una ilusión, una obra de arte…»

«pero las novelas, por ejemplo…», dijo Jaime, desarmado

«las novelas, precisamente las novelas…, gruñó Hálifax y Farfán… todavía estoy esperando una novela donde, por ejemplo, al hablar del campo, se me den medidas y descripciones agronómicas, o donde al hablar del clima no se me diga, de manera vaga e imprecisa que llovía o hacía sol, sino que se me den mediciones barométricas, presiones y temperaturas… el mundo es complejo, amigo Jaime… hay incluso miasmas que no se ven a simple vista, y que, una vez contemplados con la ayuda de una lente, parecen tan grandes y temibles como fieras salvajes…»

«eso lo sabe todo el mundo», dijo Jaime, que empezaba a cansarse de la insolencia del personaje

«oh, sí, todo el mundo… quisiera yo ver un libro donde, a la vez que se describen los azules ojos y rubios cabellos de alguna Doris o Clorinda, se describiera también el estado interno de su páncreas o su hígado… no, amigo mío, decir que los libros encierran y representan el mundo es mucho decir…»

ANDRÉS IBÁÑEZ - "La música del mundo" - (1995)


Imágenes: Julie Bergeron

sábado, 6 de agosto de 2022

LA NOCHE ES EL INICIO DE GRANDES CAMBIOS

 


Cuando se fue dejó un perro como regalo de despedida. Mi madre quiso deshacerse de él, pero no lo logró. Mi padre había atacado por un flanco vulnerable; sabía que a mamá le encantaban los animales y que más allá de los gritos, ese perro jamás cruzaría la puerta de la casa sin correa. Sergio y yo le construimos una casa con cajas de cartón, a pesar de que Mota siempre prefirió la calidez de la alfombra. Se colocaba patas arriba y mi hermano le pintaba el símbolo de Universitario con resaltador rojo. Mi trabajo consistía en sostener las patas de nuestro perro para que el tatuaje quedase perfecto. Sergio lograba convencerme de cualquier cosa. De jugar fútbol, de hacer huelgas de hambre, de lanzar globos de agua a las empleadas de los vecinos. Sin embargo, yo nunca pude persuadirlo de jugar a las muñecas sin que hubiera un atentado terrorista de los GI Joe.



Mi madre llegaba tarde de la oficina y siempre traía dulces en la cartera. Yo la llamaba por teléfono al regresar de clases: Mamá, cómprame algo. «Macarena, hay galletas en la cocina», refunfuñaba, pero igual compraba chocolates. Se sentía culpable y no sabía cómo manejarlo. Lloraba y otras veces nos gritaba sin razón. Su angustia era tan profunda que se le pelaban las manos, se abrían llagas que permitían ver otras capas de piel, como buscando llegar al centro de su dolor. Muchas veces mi abuela trató de explicarme por qué sus manos se ponían así. Nunca llegué a entenderlo del todo, solo comprendía que tenía que ver con mi papá, el hígado y la pena. Cuando mi madre regresaba del trabajo se acercaba a mi dormitorio, me daba un beso en la frente y revisaba mi agenda de tareas. Después se acercaba al cuarto de Sergio y le revisaba los cuadernos. En cuestión de minutos, volvía a mi habitación. Se asomaba sonriente porque en el universo de los padres, las buenas notas significan buenas vidas. Son un indicador de normalidad. Después se echaba a mi lado y veíamos una telenovela hasta que el sueño me vencía. A la mitad de la noche me despertaba. A pesar de las cucharadas de agua de azahar, me despertaba. Abría los ojos y huía al cuarto de mi madre. Corría porque tenía miedo de que algo sucediera. Huía porque la noche es el inicio de grandes cambios.



Las fugas a la habitación de mi madre culminaron en visitas a la psicóloga. En un consultorio lleno de juguetes me obligaba a ver manchas, me pedía que le cuente historias y que dibuje a mi familia. Utilizaba conmigo técnicas que hoy sé de memoria. Fallé de todas las maneras posibles. Dibujé a mi padre redondo y suspendido en el aire, el trazo de mi madre era un crisol de borrones, Sergio ocupaba la mitad de la página y Mota se encontraba entre mi padre y mi madre, ladrando. «Macarena, ahora es momento de conversar, háblame de tu papá, tu mamá y Sergio». Le conté que mi padre era presidente de un país de África, que Sergio era futbolista profesional, que mi mamá me llevaba los fines de semana a Disney. Debí sospechar que en las conversaciones de amigos ninguno tenía una libreta de notas; mentía a cualquiera que no pudiera descubrir la verdad, mentía en la movilidad escolar y lo hacía el día entero en el colegio.

MARÍA JOSÉ CARO - "¿Qué tengo de malo? - (2017)


Imágenes: Yvonne Coleman Burney

martes, 2 de agosto de 2022

NUESTRO LÍDER


Cuántos años tuve que aguantarlo, en calidad de ciudadano, a nuestro benignísimo premier. Invadiendo todos los espacios de la radio, la televisión, la prensa, el internet, los chismes de los vecinos, todas y cada una de las conversaciones de sus súbditos. Cuántos años (demasiados) antes de encontrarme ahí, en calidad de único contrincante suyo. Personaje principal será sin duda en esta magistral narración, el magnánimo, es inútil negarlo, y se hace por eso necesario presentarlo ya, con brevedad proporcional a su estatura. Muy gracioso es siempre el primer mandatario, nuestro minúsculo magnánimo (forúnculo), muy gracioso aunque parezca muy serio en la televisión. Nuestro Líder. No he tenido el delicado placer de conocerlo en persona. En la televisión no hace reír intencionalmente a nadie, aunque muchos se rían de él (no conoce ningún chiste).



Habla siempre con las dos manos surcando el aire, en enfática simetría que solamente se rompe cuando la situación amerita levantar el dedo índice de la mano derecha y con la mano izquierda hacer un puño cerrado para soltar una advertencia, inmediatamente retransmitida a todos y cada uno de los rincones de la extensa República de Miranda. Advierte cada vez que puede, cada vez que encuentra un tema sobre el que valga la pena advertir. Advierte por ejemplo que no va a tolerar la corrupción. Y todos sus fieles le creen y aplauden enardecidos, y en lo mucho que dura el aplauso, el minúsculo recluta a los más selectos carniceros humanos de todo el país, a los virtuosos de la masacre, para que aseguren la victoria suya y la de todos sus copartidarios en las siguientes elecciones, a fuerza de fusil y machete. Advierte por ejemplo, dedo erguido, mirada posada en el infinito y más allá, que ni un peso del narcotráfico entrará en sus arcas esta vez. En lo que dura el aplauso embobado Él se lanza a recibir, sin mirar de quién, maletines llenos de dólares, mansiones, aviones, islas o cientos de miles de hectáreas de tierra productiva que suma, sin contarlas, a sus propios cientos de miles.



Advierte su firme índice que no permitirá la injerencia de capitales extranjeros en las grandes decisiones económicas nacionales y aplauden las masas extasiadas, dando brinquitos de la dicha y agitando banderas de la República, mientras que él vende todos los bancos y todos los supermercados y todas las fábricas y todas las carreteras y todo el petróleo y algunas de sus fincas también, las más pequeñas, para que empresas de todo el globo saquen de ellas esmeraldas, mirra y oro. Y si el aplauso le da tiempo, vende también corriendo la selva tropical, con todo y sus bichos y sus micos y con todo lo demás también. Lo hace sin parpadear, el minúsculo, sin bajar el dedo índice, estatua de cera muy chiquitica, esperando siempre el final del aplauso, que nunca llega.

ANTONIO UNGAR - "Tres ataúdes blancos" - (2010)


Imágenes: Bill Mayer