Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 28 de enero de 2023

MALDICIENDO EL DÍA QUE HABÍA APRENDIDO A ESCRIBIR


Se había casado tarde, en junio de 1943, tras los bombardeos de los americanos sobre Cagliari, y por aquel entonces tener treinta años sin haber contraído matrimonio era casi casi como ser solterona. No es que fuese fea ni que le faltaran pretendientes, al contrario. La cuestión es que llegaba un momento en el que los pretendientes espaciaban las visitas, y después no se les volvía a ver el pelo, siempre sin haber solicitado antes oficialmente su mano a mi bisabuelo. Mi querida señorita: Causas de fuerza mayor me impiden el próximo miércoles y el siguiente ir a visitarla, cosa que me resultaría sumamente grata pero, por desgracia, imposible. Entonces abuela esperaba el tercer miércoles, pero siempre se presentaba una muchachita con una carta en la que se volvía a aplazar la cita, y luego nada más.

   Mi bisabuelo y las hermanas de abuela la querían de todos modos, tal como era, casi casi solterona, pero mi bisabuela no, la trataba siempre como si no fuese de su propia sangre y decía que ella sabía por qué.



   Los domingos, cuando las muchachas iban a misa o a pasear por la avenida del brazo de sus novios, abuela se recogía en un moño el pelo, que todavía conservaba espeso y negro cuando yo era niña y ella ya una anciana, imagínate entonces, y se iba a la iglesia a preguntarle a Dios por qué, por qué era tan injusto como para negarle que conociera el amor, que es la cosa más bonita, la única por la que vale la pena vivir una vida en la que te levantas a las cuatro de la mañana para hacer las tareas de la casa y después vas al campo y después a la escuela de bordado, qué aburrimiento, y después a la fuente con el cántaro en la cabeza a buscar agua para beber y después una de cada diez noches la pasas en vela haciendo el pan y después sacas agua del pozo y después tienes que dar de comer a las gallinas. Entonces, si Dios no quería permitirle que conociera el amor, que la matara como fuese. Cuando se confesaba, el cura le decía que esos pensamientos eran un pecado gravísimo y que en el mundo hay muchas otras cosas, pero a abuela las otras cosas no le importaban nada.

   Un día mi bisabuela la esperó con la manguera que usaban para regar el patio y empezó a pegarle; le pegó tanto que le salieron llagas hasta en la cabeza y le subió la fiebre. Se había enterado por los rumores que corrían en el pueblo de que los pretendientes se marchaban porque abuela les escribía ardientes poemas de amor que también aludían a cosas sucias y que su hija estaba enfangando no sólo su buen nombre, sino el de toda la familia. Y siguió golpeándola una y otra vez, gritándole: «¡Demonio! ¡Demonio!», y maldiciendo el día en que la habían mandado a primer grado y había aprendido a escribir.

MILENA AGUS - "Mal de piedras" - (2006)


Imágenes: Celia D. Luna

jueves, 26 de enero de 2023

EL PUNTO JUSTO


Este que va pasando, en el lento progreso del otoño hacia el invierno, es el primer año de María Teresa como preceptora en el colegio. Entró en febrero, cuando todavía hacía calor, tres semanas antes de los exámenes de marzo y seis semanas antes del comienzo del ciclo lectivo. El señor Prefecto la entrevistó en primer término, y decidió su incorporación. Luego el señor Biasutto, jefe de preceptores, en una sola entrevista de no más de quince minutos de duración, le reveló, entre otras pericias, qué clase de actitud convenía adoptar para la mejor vigilancia de los alumnos del colegio. No era fácil obtener eso que el señor Biasutto denominó «el punto justo». El punto justo para la mejor vigilancia. Una mirada alerta, perfectamente atenta hasta el menor detalle, serviría sin dudas para que ninguna incorrección, para que ninguna infracción se le escapara. Pero esa mirada tan alerta, por estar alerta precisamente, no podría sino manifestarse, y al tornarse evidente se volvería sin remedio una forma de aviso para los alumnos. El punto justo exigía una mirada a la que nada le pasase inadvertido, pero que pudiese pasar, ella misma, inadvertida. Los profesores lo sabían bien; por eso se ubicaban, al tomar una prueba escrita, contra la pared del fondo del aula: para ver sin ser vistos. El atisbo de reojo delata sin excepción al alumno que alberga alguna intención de copiarse. Los preceptores debían alcanzar esa misma destreza para obtener un sigilo igualmente implacable. No para «mirar sin ver», que es como la frase hecha define al distraído, sino al contrario, para ver sin mirar, para poder verlo todo sin que parezcan estar mirando nada.

MARTÍN KOHAN - "Ciencias morales" - (2007)


Imágenes: Nino Caffè

lunes, 23 de enero de 2023

PRUEBAS DE INTOLERANCIA AL ARTE


Quizá fuese el arte lo que me hacía sudar. Quizá las esculturas y las pinturas eran inherentemente malas para mí. Contuve la risa. Era curioso. Aquella misma mañana había estado en el banco donde tenía la hipoteca. A saber por qué, la mujer de detrás de la ventanilla siempre me cuenta historias de enfermedades y muertes. Siempre se hace pruebas no concluyentes, generalmente de enfermedades espantosas. Tal vez, me dije, podría hacerme pruebas de intolerancia al arte, como esas pruebas con parches que se hacen para la alergia. «Tenemos los resultados —diría el médico—. Muestra usted intolerancia a los ácaros, al pelo de gato y de caballo, al marisco, a los metales de la familia del níquel y a varias formas de expresión cultural». Yo soltaría un suspiro de alivio. Descubriría, no demasiado tarde, que mi vida podría haber sido sencilla y sin síntomas, podría haber consistido en respiraciones profundas, saludables y exentas de fluidos de haber sabido que no debía acercarme al arte. Después del diagnóstico visitaría los teatros, las galerías, los cines y las librerías amodorrada, sumida en la bruma de los antihistamínicos, con los sentidos tan embotados que no me importaría lo más mínimo cuál era o podía ser la narrativa inherente.

ALI SMITH - "La historia universal" - (2003)


Imágenes: Christian Verginer

viernes, 20 de enero de 2023

TODO GATO ES INTERIOR, IMAGINARIO


Los gatos prefieren que tengamos, como ellos mismos, una movilidad controlada. Les asombra que todo el tiempo entremos y salgamos de las habitaciones y las casas. Les parece reprobable y nos miran inquisitivamente con los ojos muy abiertos. ¿Adónde tendrá que ir ahora? Hacer mudanza les parece una impresentable falta de tacto y discreción. No puedes ni debes esperar que un gato te acompañe si tú no le acompañas. Tampoco puedes contar con que esté siempre en perfecto estado de revista si tú no lo cepillas todas las mañanas. Hay que aprender a deleitarse viendo dormir al gato, estirado cuan largo es, rabo incluido, cruzadas con delicadeza las patas delanteras y traseras. Hay que no acariciar al gato intempestivamente, de la misma manera que no se te puede acariciar a ti a cualquier hora. Esto último puede llegar a ser difícil porque los gatos son graciosos, más que tú. Es imposible acomodar a un gato. Además es indebido. Los gatos —incluidos los más pequeños, apenas destetados— se acomodan o desacomodan solos. E incluso parecen acomodarse mejor en los sitios que nosotros consideramos incómodos, en lo alto de una butaca, por ejemplo. Los dibujantes engreídos o académicos dicen que los gatos son difíciles de dibujar porque no posan bien. ¡Claro que no! Los gatos posan solo en lo interior de lo interior de las conciencias. ¡Ahí dentro dejan de ser materia signata quantitate para volverse pura forma imaginaria! Sería un grave error interpretar la domesticidad del gato como una sumisión. Todo gato es por naturaleza insumiso. No hay nunca sumisión. Hay, en cambio, interiorización. Todo gato es interior, imaginario.

ÁLVARO POMBO - "El destino de un gato común" - (2020)


Imágenes: El Secretario (Lilu)

 

martes, 17 de enero de 2023

ALTAS CONCENTRACIONES DE PAXIL Y PROZAC


Mi hermano me dijo una vez que necesitaba la droga porque hacía que el mundo dejara de llamarlo a gritos. Me parece muy bien, le contesté. Estábamos en el supermercado. A nuestro alrededor, las cosas intentaban proclamar su verdadera naturaleza. Pero el fulgor que emitían era muy débil, y más aún bajo aquella música tan horrible.

   Intento que entre en calor: sopa, café. Tiene buen aspecto, pienso. Se entera de todo. La camarera prepara otra jarra de café, coquetea con él. La gente paraba a mi madre por la calle. Qué desperdicio, decían, ¡un niño con esas pestañas!

O sea que ahora tenemos doble ración de pan. Me como tres panecillos mientras mi hermano me cuenta una historia sobre una reunión de Narcóticos Anónimos. Una mujer se puso en pie y empezó a despotricar contra los antidepresivos. Lo que más le molestaba era que la gente no los reciclase correctamente. Según las pruebas que se habían hecho a los gusanos de las alcantarillas, todos presentaban altas concentraciones de Paxil y Prozac.

   Cuando los pájaros se comían esos gusanos, ya no se alejaban tanto de sus hogares y fabricaban nidos más sofisticados, pero parecían tener muy poca inclinación a aparearse. «Pero ¿eran más felices?», le pregunto. «¿Eran capaces de hacer más cosas en un día?».

JENNY OFFILL - "Clima" - (2020)


Imágenes: Amahi Mori

sábado, 14 de enero de 2023

EL MECANISMO INEVITABLE DE LOS SECRETOS


—Cómo fue posible que sucediera esto —se lamentó Mónica, serena pero devastada, el rostro todavía hermoso y grisáceo, como si de golpe la sangre se le hubiese vuelto un fluido demasiado espeso para circular por su cuerpo. Aquella belleza que había cautivado una vez a Esteban, si bien no había desaparecido, ahora estaba sometida no tanto por el dolor sino por la desolación. Me habló a mí, a cualquiera de nosotros, y nos enfrentó finalmente luego de habernos evitado por años. Nunca había tolerado nuestra amistad, nuestros momentos felices o dolorosos junto a Esteban, la complicidad del pasado, el mecanismo inevitable de los secretos, la historia antes de ella. Pero ahora debía aceptarnos en el velorio, en su propia casa, porque noches atrás ella misma nos había llamado.

   —¿Por qué lo dejaron hacer lo que hizo? —insistió Mónica, convencida de nuestra ineptitud para el rescate o lo que pudo ser un gesto de amistad desesperado e inútil. Nos estaba acusando de haber asumido la búsqueda y regresar apenas con un cadáver. Era una mujer orgullosa y experta en rencores. Ese orgullo era lo que ahora la sostenía y la impulsaba a ser desagradecida, a encararnos con ese frío desdén que siempre le habíamos inspirado. Había llegado última a Calais, cuando los médicos de la emergencia ya estaban a punto de llevarse el cuerpo. Lorenzo, el hijo mayor, la acompañaba. Se acercaron a la camilla y miraron brevemente cuando el médico destapó el rostro: ninguno de los dos lo tocó, como si Esteban no les perteneciese o sintieran que no era ese el momento para hacerlo. Después no tuvieron ocasión de volver a verlo.

HUGO BUREL - "El desfile salvaje" - (2007)


Imágenes: Anne Siems

jueves, 12 de enero de 2023

EN MI CARA ESTÁ TODA LA VERDAD


¿Bajar la voz? ¿Por qué tendría que hacerlo? Si uno murmura es porque teme o porque se avergüenza, pero yo no temo. Yo no me avergüenzo. Son otros los que sienten que tengo que bajar la voz, achicarla, convertirla en un topo que desciende, que avanza hacia abajo cuando lo que quiero es ir hacia arriba, ¿sabe?, como una nube. O un globo. O las voladoras. ¿A usted le gustan los globos? A mí me encantan, sobre todo los que mamá ata a los árboles para espantar a los animales del bosque. A las voladoras no les gustan los globos y siempre los revientan. Hacen ¡bam!, y con eso yo ya sé que son ellas. Mamá les grita mucho: les lanza zapatos, les lanza tenedores. Pero las voladoras son rápidas y lo esquivan todo. Esquivan los cascos de los caballos de papá. Esquivan los balidos de las cabras. Yo he llorado mucho por esto, y si ya no lo hago es porque me dan miedo las abejas que se prenden de mis pestañas. Si quiere que se lo explique bien, míreme. En mi cara está toda la verdad, la que no tiene palabras sino gestos. La que es materia, la que se escucha y se toca. Verá, es cierto que las voladoras no son mujeres normales. Para empezar tienen un solo ojo. No es que les falte uno, sino que solo tienen un ojo, como los cíclopes. Yo soñé con una de ellas antes de que entrara a nuestra casa por la ventana de mi habitación. La vi sentada, rígida, dándole de beber sus lágrimas a las abejas. Pocos saben que las voladoras pueden llorar, y los que saben dicen que las brujas no lloran de emoción, sino de enfermedad. 

MÓNICA OJEDA - "Las voladoras" - (2020)


Imágenes: Annalise Neil

domingo, 8 de enero de 2023

EL HIELO SILENCIOSO Y SAGRADO


Una profecía lapona lo advierte. El destructor va a venir. Epicúreo y ciego, loco de éxtasis, es un coloso que caerá del cielo para pulverizar los hielos sagrados y destruir el pensamiento humano. Pocos saben de esta profecía en las ciudades. Estudiantes de antropología, inmigrantes de las lejanas regiones polares, clérigos. Cuando el asteroide cayó en Tunguska y el cielo brilló fosforescente y sin noche durante semanas, muchos lapones marcharon a rezar entre los tocones del desgarrón. Arrodillados, tiznaron sus rostros con ceniza humedecida con saliva y orina. En sus plegarias agradecían que la profecía se cumpliese en falso, que el gigante hubiera muerto al tocar el suelo. Demasiado furioso, demasiado impaciente, truncó la destrucción de la mente humana y los hielos sagrados en su propia destrucción.

Los árboles destrozaron su cuerpo y su armadura en una explosión. Muchos lapones guardan entre sus enseres virutas y cenizas de aquel suceso. Consideran que traen suerte y las muestran llenos de orgullo a los pocos visitantes. En la noche de San Juan elevan hogueras al hielo y mezclan las cenizas de aquel día con las nuevas. Epicúreos y ciegos, locos de éxtasis, vuelven a tiznar sus caras. Bailan, cantan; nueve meses después nacen niños con los ojos abiertos. El hielo silencioso y sagrado escucha sus gritos de alivio.

JUAN SOTO IVARS - "La conjetura de Perelmán" - (2011)


Imágenes: Samantha Stephens


jueves, 5 de enero de 2023

TENÍA EL TACTO FRÍO DE LAS SERPIENTES


A Elvira Marzal la llamaban Nené desde la cuna. Elvira, Nené. Nené, Elvira. Tenía el tacto frío de las serpientes. Alta, de huesos nobles, la cabellera espesa, negra como un relincho, y los ojos del color de la uva madura, de un verde turbio. Hechizaba a los hombres con su belleza distante a pesar de que precisaba muletas axilares para caminar y un alza de ocho centímetros en la pierna lisiada. Cuando todavía no había cumplido los seis años, un ataque de poliomielitis le paralizó las piernas y la mantuvo encamada durante buena parte de la infancia: yesos, férulas, corsés, polainas de terliz incluso para dormir, dos operaciones para alargarle el tendón de Aquiles y un viaje a Sevilla para que un reputado especialista le arrebatara la última triza de esperanza. La pierna izquierda llegó a recuperar el movimiento y la musculatura, pero la derecha se le consumió, seca y delgada como la garra de un pájaro. El pie enfermo le campaneaba; se obstinaba en apuntar hacia abajo, muerto, helado, sin más fuerza que la de su propio peso. Todo el vigor que le faltaba en las piernas lo compensaba con unos brazos esculpidos a fuerza de arrastrar el cuerpo con los puntales y una voluntad que ni siquiera se doblegó durante la adolescencia. Elvira aprendió a elegir vestidos que le realzaran los hombros y el escote, y exigía a la modista que le acortase las faldas a pesar de los zapatones ortopédicos. Le gustaba su cuerpo. Sabía que despertaba el deseo en los hombres y atizaba la codicia de la carne acentuando la renquera. Solo ella y quienes la anhelaban entendían el misterio.


La enfermedad le forjó un carácter esquivo y caprichoso. Durante los años de cama e inmovilidad, se ejercitó en la observación y la cautela, adquirió la paciencia de los reptiles y cierta actitud desdeñosa que ensalzaba su atractivo. Asumía que la cojera la expulsaba del cogollo de militaras casaderas cuyo destino era desposarse con algún oficial de la plaza, tal como habría deseado su madre, que culpaba de todas las desgracias padecidas a las posesiones en Marruecos, aquel secarral donde solo podían sobrevivir las rameras y los alacranes. Bajo la apariencia de un coexistir pacífico, en el enjambre de la colonia se multiplicaban los muros de contención. El mundo se simplificaba en un ellos y un nosotros: los que vivían en la burbuja irreal del Protectorado y quienes subsistían en la península de la posguerra; los moros y los españoles; los menesterosos y los que se enriquecían con los suministros provenientes de la metrópoli; los civiles y los militares. Dentro del fortín de los uniformados todavía se alzaba otro parapeto que separaba a la aristocracia, los oficiales que habían estudiado en la academia, de quienes habían hecho carrera a fuerza de cuartel y reenganches. Ellos y nosotros. Muros dentro de muros que solo se difuminaban a ras de suelo.

OLGA MERINO - "Perros que ladran en el sótano" - (2012)


Imágenes: Ryan Eicher

lunes, 2 de enero de 2023

FRASES COMO UN ALAMBRE DE PÚAS


El tono. Esa manera cortante de empezar y terminar las frases, sin un titubeo, sin un solo matiz de afecto, ironía, humor. Aitor, al oír las casi primeras palabras de su hija, deja caer cualquier esperanza de reconciliación. No son fórmulas introductorias a un regreso a casa y a conversaciones sosegadas, no es una oferta de tregua. Son palabras en pie de guerra. Frases como un alambre de púas. Y no va a haber una puerta en esa alambrada. Nada blando ni acogedor. Cómo envidias esa manera tajante de expresarse, aunque desearías que ella no la tuviera o al menos que la matizase de vez en cuando con alguna inflexión de ternura o de ligereza. Las palabras de Ana caen como piedras, tienen aristas, hacen ruido contra el suelo y se quedan donde están. Aitor supone que Ana tiene otras maneras de hablar, no le parece que alguien, un ser humano, pueda comunicar siempre con palabras que cortan y separan, seguro que ríe con sus amigos y es capaz de convertir cada frase en promesa, en juego, en alusión, en superficies sobre las que tocarse. Pero no con él. Con él es así desde hace años y ahora cuando Aitor responde lo hace después de dejar escapar el aire, de desinflarse, esperando resignado a la crítica que vendrá después.

JOSÉ OVEJERO - "Insurrección" - (2019)


Imágenes: Gio Swaby