Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 30 de marzo de 2021

EL SILENCIO CÓSMICO

 


El exnovio de Katharina era famoso por fotografiar el silencio cósmico. Su obra representaba planetas extrasolares, protogalaxias y cúmulos de polvo y gas a miles de millones de años luz de la Tierra. Para conseguir las imágenes no empleaba una cámara montada en un trípode ecuatorial ni pasaba largas noches escrutando el cielo desde lo alto de una montaña. Las vistas del espacio que publican las agencias espaciales, explicaba él, no son verdaderas fotografías, sino interpretaciones de los datos que proporcionan los observatorios y las sondas espaciales, recreaciones coloreadas y muy intervenidas digitalmente. Él hacía algo similar en su estudio. Pintaba pelotas de ping-pong con un aerógrafo y las colgaba de hilos de pesca sobre un fondo de terciopelo negro. Para simular las tormentas en la atmósfera de Júpiter, vertía leche, limpiador de sanitarios y polvos de maquillaje en una pecera y lo revolvía todo con la mano. La Agencia Espacial Europea le solicitaba asesoramiento. Por aquel entonces vivía en Berlín, pero durante buena parte del año viajaba por el mundo impartiendo cursos y charlas.

JON BILBAO - "Basilisco" - (2020)



Imágenes: Asmita Mukherjee

sábado, 27 de marzo de 2021

COMO BUEN ANIMAL NOCTURNO

 


 Con el sonido de las cigarras de fondo y el marchar lento de una locomotora hacia su descanso, acabó un cigarrillo dando vueltas por la plaza de maniobras. Entre las vías auxiliares, guiándose en la oscuridad por la humareda y los chasquidos de la madera ardiendo, encontró al linyera del viaje en un remanso lleno de yuyos y chatarra ferroviaria. El hombre estaba calentando agua en una lata transformada a pava y, con un movimiento amistoso de manos, lo invitó a sentarse en su ranchada, ofreciéndole un mate calentito. Entre el amargor de la yerba, y ese chispear casi hipnótico de las llamas, repentinamente, como si se hubiese disparado un mecanismo corroído por el desuso, el tigre Rosinski comenzó a usar sus cuerdas vocales, al tiempo que cruzaba las piernas junto al fogón…

     —Recién van a ser mis primeros mates de vuelta en Buenos Aires.

     —¿De dónde vuelve, compadre?

     —Estuve veinte años sopre en Ushuaia, la Siberia argentina. Hasta que me trasladaron a Rawson porque estaban cerrando el penal. En Rawson pasé cinco años más. En total veinticinco abriles adentro por matar un cana —le dio unas chupadas al mate mirando el bailoteo del fuego—. Recién van dos días que me dejaron salir y la verdad que es bien jodido todo, che. Todavía me estoy creyendo en gayola.



     —Pasa que no se ha sacado los zapatos.

     —¿Los zapatos?

     —Tiene que volver a sentir la tierra bajo los pies.

     Esa noche se quedó un buen rato junto a las brasas, descalzo y mirando la noche cubierta de estrellas. No se dijo nada más. Compartieron un cigarrillo liado hasta que se durmieron abrazando sus morrales y roncando plácidamente. El tigre despertó al rato, en mitad de la noche, no podía mantener el sueño por demasiado tiempo… era la costumbre adquirida, el menor ruido lo despertaba. Como buen animal nocturno, salió a merodear por los alrededores. La luna era llena y se divisaban los contornos. La maleza entre las vías, las luces de los galpones y a la distancia, el suburbio iluminando el horizonte con algunos faroles amarillentos. Desde allí llegaba el sonido tenue de una radio.

En realidad, habían sido tres los policías, pero el tigre siempre se acordaba del primero. Ese se le había muerto feo, con el arma a medio sacar, la cara como torcida y la sangre de bufanda. El cuerpo azulado hecho un ovillo sobre una calle de tierra. Y ese pequeño y molesto gemido que no terminaba de apagarse.

     Volvió a dormir luego de dar algunas vueltas por la estación. Se recostó junto a las brasas apagadas de la fogata, soñando que bailaba una milonguita con una de sus primeras novias.

FABIÁN BEVILACQUA - "De golpe la fauna" - (2012)


Imágenes: Stepan Chubaev

miércoles, 24 de marzo de 2021

NOSOTROS NO VAMOS A LA ESCUELA


 Aunque solo tengo siete años, sé que ese hecho, más que ningún otro, diferencia a mi familia: nosotros no vamos a la escuela.

   A papá le preocupa que el Gobierno nos obligue a ir, pese a que no puede obligarnos porque no sabe de nuestra existencia. De los siete hijos de mis padres, cuatro no tenemos partida de nacimiento. No tenemos historia clínica porque nacimos en casa y nunca hemos ido a una consulta médica o de enfermería. No tenemos expediente escolar porque jamás hemos pisado un aula. Cuando cumpla nueve años, inscribirán mi nacimiento en el registro civil, pero ahora, según el estado de Idaho y el gobierno federal, no existo.

   Sí existía, desde luego. Había crecido preparándome para los Días de Abominación, esperando a que el sol se oscureciera y la luna rezumara sangre. En verano elaboraba conservas de melocotón y en invierno reordenaba las provisiones según su caducidad. Cuando el Mundo de los Humanos se viniera abajo, mi familia seguiría adelante, incólume.

   Me habían educado en los ritmos de la montaña, en los que el cambio no era esencial, sino tan solo cíclico. Todas las mañanas aparecía el mismo sol, que después de recorrer el valle descendía detrás del pico. La nieve caída en invierno se derretía en primavera. Nuestra vida era un ciclo —el ciclo del día, el ciclo de las estaciones—, un círculo de cambio perpetuo que, una vez completado, significaba que nada había cambiado. Creía que mi familia formaba parte de ese modelo inmortal, que en cierto sentido éramos eternos. Pero la eternidad pertenecía solo a la montaña.

TARA WESTOVER - "Una educación" - (2018)

Imágenes: Willy Verginer

domingo, 21 de marzo de 2021

AQUELLA MORADA PATRICIA

 


Aquella morada patricia tenía este mismo aire de abandono hace ya más de treinta años, cuando yo recorría diariamente la calle para ir al colegio de los Hermanos, que se halla en las cercanías; y era difícil imaginarla de otra manera, tan absoluta era la expresión hermética de aquellas piedras ennegrecidas, semejante a la de un rostro envejecido y patinado que los años ya no podrán modificar. Pero me resultaba imposible creer que aquel decorado ocultara solamente el vacío, que aquella pantalla muerta no encubriera ningún destino. Yo sabía que hay seres que no quieren ser vistos y que, por razones personales, pretenden vivir al margen de la sociedad. ¿Qué mejor lugar de apartamiento podrían encontrar que una casa como aquélla? Cada día, según mi estado de ánimo, me forjaba una nueva hipótesis. Entre el millonario enloquecido que coleccionaba libros prohibidos o que tenía secuestrada a una sobrina quejumbrosa, y la actriz senil que rumiaba sus recuerdos apacentándose de flores marchitas, había lugar para toda clase de personajes pintorescos y fascinantes, gracias precisamente a su misterio o a su singularidad: el príncipe exiliado, el monedero falso, el general en desgracia, qué sé yo, sin contar otros muchos procedentes de mis lecturas novelescas.



 En invierno, en los días sombríos y a la hora en que se encienden las farolas, mi imaginación se volvía más dramática y me sugería que aquella era la casa del crimen, de un crimen olvidado pero que, en su momento, dejó estremecida a la población. Tanto horror me llenaba de delectación, aunque, afortunadamente, jamás me hubiera atrevido a franquear los umbrales de aquella mansión, que debía de estar custodiada por fantasmas amenazadores o melancólicos emboscados en las tinieblas. Ahora voy a atravesar el umbral encantado, pues héme aquí convertido en inquilino de la planta baja del edificio. La he alquilado sin visitarla siquiera, como quien compra un recuerdo. Un niño no hubiera actuado de otra manera. Pero yo nunca he dejado de soñar, y los años que se acumulan sobre mis hombros, ¿qué otra cosa me han enseñado, sino a abismarme más obstinadamente en mis sueños?…

MICHEL DE GHELDERODE - "Sortilegios" - (1941)


Imágenes: Daniel Richter

jueves, 18 de marzo de 2021

CUANDO LA SOLEDAD ARRECIABA

 
  Cuando la soledad arreciaba, él volvía sobre estos rastros de Emilia Forch. Releía el libro de Perec o se enrollaba la bufanda alrededor del cuello o escuchaba por enésima vez I can’t wait to get off work, convencido de que allí Emilia sobrevivía de una manera bastante particular. Consideraba que así como un lápiz de cera va dejando de ser lo que es para convertirse en árboles, ríos, nubes, casas garrapateadas sobre un papel, así también los hombres iban quedando esparcidos en los objetos con los que interactuaban más profundamente, la bufanda de Emilia, el libro de Emilia, el cepillo de Emilia. No sabía bien en qué consistía esa supervivencia, en qué palabra de la lista del supermercado descansaba ella con más fuerza, si en «manzanas», en «kilos», en la frase «recuerda que te quiero, imbécil» o en la flor que había dibujado en el extremo inferior. La sabía ahí, y eso tal vez lo alentaba a creer en el regreso. A veces el recuerdo crecía de manera insospechada. Sobre todo cuando la noche le caía encima con el peso más cruel y él intentaba abrazar a esa mujer que era un vacío entre sus brazos. 

MARCELO SIMONETTI - "La traición de Borges" - (2005)


Imágenes: Lester Lee

lunes, 15 de marzo de 2021

UN MUNDO SIN FANTASMAS


 No sabemos nada y la historia es mentira y el amor no existe, pero a veces basta el miedo, el miedo como el hilo dorado de una fábula, para recuperar todas las realidades perdidas; la verdad, la ciencia, el amor. Por cada gesto bajo sospecha, el miedo engendra una constelación de ciudades posibles. Dadle miedo a alguien capaz de construirlas y tendréis el mundo.

Un par de casualidades y varios accidentes llevan a Rafael Guastavino a Nueva York. Sabemos cómo es su rostro en 1881: la boca tachada por un bigote prusiano, los párpados caídos, la calva incipiente. Lo vieron nuestros bisabuelos, se cruzaron con él en el muelle de Marsella y no lo recuerdan. Algo les llevó a quitarse el sombrero; el traje caro, quizá, o la belleza de la mujer que le acompaña con dos niñas propias a un lado y un niño ajeno al otro, un niño que es como la versión embellecida y diminuta de su padre, algo les llevó a quitarse el sombrero y sin embargo no lo recordaron más, era demasiado normal, demasiado español. 



Ahora sabemos lo que no sabían nuestros bisabuelos: ese hombre y ese niño se llaman Rafael Guastavino, sabemos que serán encumbrados como los grandes constructores de Nueva York y luego olvidados y finalmente recuperados como el germen de la arquitectura modernista en Norteamérica, sabemos que serán ninguneados como los caraduras que patentaron un sistema de construcción medieval para que nadie pudiera emplearlo sin su consentimiento añadiendo, a lo que todo el mundo había hecho desde el siglo XII, un puñado de cemento Portland o unas cinchas de hierro, los que vendieron una arquitectura ignífuga a un país horrorizado por el fuego, los visionarios que hicieron migrar de continente a todo un sistema de construcción y le otorgaron una dignidad que nunca habría tenido, los genios, los albañiles, los timadores, los hacedores de vinos, los nepotistas, los constructores compulsivos, circunstancias demasiado contradictorias como para ser ciertas o tal vez precisamente lo bastante contradictorias como para serlo, pero no sabemos cómo era ese miedo de Guastavino, el que le hizo embarcar en Marsella rumbo a Nueva York el 26 de febrero de 1881 sin hablar una palabra de inglés y tras una estafa que le impediría volver para siempre, el miedo electrizante que hace que cada vida tenga un rumbo. Es decir, no sabemos nada.

Aunque, bien pensado, puede que el miedo no fuera estrictamente de su competencia. El antropólogo chino Fei Xiaotong escribió una vez que los Estados Unidos de América era el único país sin fantasmas. Tal vez Rafael Guastavino eligió sencillamente Nueva York como mundo sin fantasmas. Un mundo sin fantasmas al que llevar una arquitectura sin fuego.

ANDRÉS BARBA - "Vida de Guastavino y Guastavino" - (2020)


Imágenes: Cig Harvey

viernes, 12 de marzo de 2021

LA OSCURIDAD ES UN LUGAR

 


El coche se pone en marcha y enfila el camino levantando una polvareda roja. El color de esa tierra desconcierta a la niña. ¿Por qué es roja? En alguna parte del mundo está el mar Rojo. Esto lo sabe porque su madre le lee pasajes del Antiguo Testamento en voz alta, solo para demostrarle las maneras ingeniosas con las que Yahvé se dedicó a salvar a los israelitas
 y el poco interés que demuestra, en cambio, con esta familia de porquería. Pero Lucia duda que el mar Rojo tenga algo que ver. Esa tierra es roja porque sí: para desesperar, para que la sensación de calor y agobio sea mayor. Cuando llueve, cosa que pasa con frecuencia y de manera intempestiva, se forman regueros que parecen sangre. 

El padre da un volantazo y coge un desvío. Otro más. 

Porque el camino por el que iban hasta hace un instante era, a su vez, también un desvío. Hace mucho tiempo que dejaron las rutas principales y viven en los márgenes. Hay días que Lucia tiene la sensación de que están muertos, solo que no lo saben.

ARIADNA CASTELLARNAU - "La oscuridad es un lugar" - (2020)

Imágenes: Aron Wiesenfeld

martes, 9 de marzo de 2021

LA CÁRCEL NUNCA SALE DE UNO

 


¿Sabes qué, Marina?, deberían fusilar en retroactivo al cabrón que inventó la cárcel. Eso de expulsarlo a uno de la vida es lo más cruel del mundo. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa y eso del exilio tras los barrotes es de las cosas más cosificantes que hay entre las cosas y que terminan por hacerlo a uno algo menos que una cosa. Porque una cosa es una cosa y otra ser una cosa y solo una cosa. Y uno puede salir de la cárcel, pero la cárcel no se sale nunca de dentro de uno y lo peor es que tampoco se les sale a los demás, a los de afuera. Vas para el bote, para la sombra, para la jaula y aunque estés ahí solo un par de semanas, ahí va la cárcel contigo para todos lados. Si en Nueva Inglaterra a las mujeres adúlteras les tatuaban una A en la frente, a los presos les tatúan el alma para que nunca olviden su condición de reos perpetuos. La cárcel no la saca uno de uno ni tallándola con agua y jabón. No sale ni aunque te declaren inocente. No sale ni aunque te brinden terapia cuarenta psicoanalistas. No sale aunque tu familia te reciba con un pastel y con globos y te canten “porque es un buen compañero, porque es un buen compañero…”. 

La cárcel no se sale de uno jamás. La condena es para siempre. ¿O creen que a uno se le salen los olores, los ruidos, los miedos, las dudas, la incertidumbre, las palizas, el frío, el calor, las vueltas al patio, las amenazas, las advertencias, las miradas de reojo, las botellas de plástico afiladas como cuchillos, los pasos a tu espalda, los gritos, las órdenes, las burlas, las humillaciones, el óxido de los barrotes, las paredes descascaradas, el verde pistache de los muros, la peste a mierda, la comida que apesta a mierda? Señoras y señores, damas y caballeros, niñas y niños: UNO SALE DE LA CÁRCEL, PERO LA CÁRCEL NUNCA SALE DE UNO. Punto y aparte. No les crean ni a abogados, ni a sacerdotes, ni a jueces, ni a psicólogos, ni a trabajadoras sociales, ni a mamás abnegadas, ni a hijos felices, ni a padres comprensivos, ni a empleadores de buena fe. La cárcel nunca, nunca, nunca, nunca sale. Se queda ahí incrustada, un quiste imposible de extirpar. ¿Eso puedes o podrás entenderlo en algún momento, Marina?

GUILLERMO ARRIAGA - "Salvar el fuego" - (2020) 


Imágenes: Dani "King" Heriyanto

sábado, 6 de marzo de 2021

EN MI CASA SIEMPRE HA HABIDO UN TELEVISOR


   En mi casa, que yo recuerde, siempre ha habido un televisor. Este hecho me ha proporcionado desde niño una gran libertad para hacer y deshacer a mi antojo, ya que mi madre, durante el horario en el que emitían sus programas predilectos —esto es, la mayor parte del día— me consideraba un muchacho bueno y responsable. Sólo durante los minutos que duraba el informativo —que no atraía ni un ápice de su atención— debía yo rendirle cuentas de mi comportamiento a lo largo de la jornada. En mis ya sobrepasadas cuatro décadas de vida, con pocos objetos estoy tan en deuda como con la vieja televisión de nuestra sala de estar. Tengo la fundada sospecha de que, cuando mi padre nos abandonó, fue la fuerza atractiva del televisor y no el amor que pudiera sentir por su hijo lo que hizo que mi madre no se fuese tras él y se quedase en casa, conmigo. Mi padre se dio a la bebida y eso le llevó a alejarse de mí lo antes que pudo. Mi madre, sin embargo, se dio a la caja tonta, y esto fue lo que la encadenó a su vida de siempre, a su barrio y a su retoño. Con el paso de los años, obedeciendo a ese fenómeno tan humano y tan curioso que suele convertir las costumbres familiares en tradiciones casi inquebrantables, la de la televisión se convirtió en la única luz de la casa que mi madre y yo nos permitíamos tener encendida prácticamente las veinticuatro horas del día.

ALBA CARBALLAL - "Tres maneras de inducir un coma" - (2018)

Imágenes: Ouka Leele

miércoles, 3 de marzo de 2021

EL TEMBLOR DE LO QUE ES ÚNICO

   


  Se trata de esa cosa, prosiguió muy despacio, que sale de la persona hacia fuera sin que ella lo pueda controlar. Eso que seguramente solo una persona lo tenga en el mundo.

 La irradiación de la personalidad, pensé, ese resplandor interior. O la oscuridad interior. El secreto, el temblor de lo que es único. Todo lo que va más allá de las palabras que describen a una persona, más allá de las vicisitudes por las que haya pasado, más allá de las cosas que se vieron truncadas y que lo distorsionan. Eso mismo que cuando empecé a ejercer de juez me juré, inocente de mí, que buscaría en cada una de las personas que compareciera ante mí, ya fuera un acusado o un testigo. Que nunca sería indiferente a ello. Que eso es precisamente lo que tendría en cuenta en el momento de dictar sentencia.

   Ya hace casi tres años que no ejerzo de juez, le confesé de repente, hace tres años que estoy, por decirlo de alguna manera, retirado.

   


   ¿Ya? ¿Qué pasó?

   Por un momento dudé si contárselo.

   Me fui, le dije, me prejubilé.

   ¿Y qué haces ahora?

   Nada de particular. Estoy por casa. Me ocupo del jardín. Leo.

   Se quedó callado. Me di cuenta de que se ponía en guardia y eso me gustó.

   Lo que pasó, me encontré diciéndole, para mi sorpresa, es que mis sentencias empezaron a ser demasiado enérgicas para el gusto del sistema.

   Ah, ya…, murmuró él.

   Demasiado agresivas, añadí con una risita, el Tribunal Supremo me las revocaba siempre.

   También le conté que protagonicé algunos ataques de ira contra los testigos que mentían con toda desfachatez, contra los procesados que les habían hecho cosas terribles y abominables a sus víctimas y también contra sus abogados, que seguían torturando a esas mismas víctimas en sus turnos de interrogatorio. Mi error, seguí contándole, como si conversáramos todos los días, fue decirle a un abogado famoso y muy bien relacionado que lo consideraba la escoria del género humano, y con eso, en realidad, me sentencié.

DAVID GROSSMAN - "Gran Cabaret" - (2014)

Imágenes: Jeff Faust