Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 29 de mayo de 2021

EL ÚLTIMO SECRETO

 


Cuando Amaia Salazar tenía doce años estuvo perdida en el bosque durante dieciséis horas. Era de madrugada cuando la encontraron a treinta kilómetros al norte del lugar donde se había despistado de la senda. Desvanecida bajo la intensa lluvia, la ropa ennegrecida y chamuscada como la de una bruja medieval rescatada de una hoguera y, en contraste, la piel blanca, limpia y helada como si acabase de surgir del hielo.

   Amaia siempre mantuvo que apenas recordaba nada de todo aquello. Una vez que hubo abandonado el sendero, el clip en su memoria duraba solo unos segundos de imágenes repetidas una y otra vez. La vertiginosa velocidad de sus recuerdos le provocaba la sensación de un praxinoscopio de Reynaud, en el que la sucesiva repetición de estampas en movimiento terminaba por originar el efecto de absoluta inmovilidad. A veces se preguntaba si había caminado por el bosque, o quizá se había limitado a sentarse allí y a permanecer inmóvil mirando el mismo árbol durante tanto tiempo que su cerebro cayó en una especie de hipnosis, hasta grabar para siempre en su mente su silueta primitiva y maternal. Fue una mañana de domingo como otra cualquiera, en la que salió a caminar junto a su perro, Ipar, con el grupo de senderistas de Aranza al que se había unido la primavera anterior. Le gustaba el bosque, pero había accedido, sobre todo, por satisfacer a la tía Engrasi, que desde hacía meses le insistía en que tenía que salir más. Ambas sabían que no podía hacerlo por el pueblo. El último año sus itinerarios se habían ido restringiendo hasta limitarse a ir y volver de la escuela y a acompañar a la tía a la iglesia los domingos. El resto del tiempo permanecía en casa, sentada frente al fuego, leyendo o haciendo sus deberes, ayudando a la tía en la limpieza o cocinando con ella. Cualquier excusa era buena para no traspasar el umbral de la puerta. Cualquier justificación servía para no tener que enfrentarse a lo que sucedía en el pueblo.


   Siempre contó que solo recordaba haber estado mirando un árbol, que no se acordaba de nada más…, aunque no era del todo cierto. En su memoria persistía el árbol, pero también la tormenta… y la casa en medio del bosque.

   Cuando recobró la consciencia vio a su padre junto a la cama del hospital. El rostro pálido, el cabello mojado por la lluvia pegado a la frente. La línea roja que circundaba los párpados irritados por el llanto. Al verla abrir los ojos se inclinó protector, el rostro crispado de preocupación, pero con un incipiente alivio. Su gesto le provocó una inmensa ternura que amenazó con ahogarla de emoción. Ella lo amó, como lo había amado siempre. Iba a decírselo, pero entonces sintió el leve roce de sus labios cálidos susurrándole al oído:

   —Amaia, no se lo cuentes a nadie. Si me quieres, lo harás por mí. No lo cuentes.

   Todo el amor que sentía, que había sentido siempre por él, le aprisionó el pecho hasta dolerle. Las palabras destinadas a decirle cuánto lo quería se le murieron dentro y se quedaron como un doloroso recuerdo, adheridas a sus cuerdas vocales. Incapaz de emitir un solo sonido, asintió, y su silencio se convirtió en el último secreto que le guardaría a su padre y en la razón por la que dejó de amarlo.

DOLORES REDONDO - "La cara norte del corazón" - (2019)

Imágenes: Lesley Richmond

miércoles, 26 de mayo de 2021

FEALDAD INTELIGENTE

 


Y en aquel tercer piso conversaban desde hacía unos minutos Daniel Hernández y Raimundo Morel.

 La presencia física de Raimundo Morel proporcionaba siempre a Hernández dos disculpables consuelos: Raimundo era casi tan corto de vista como él, y algo más feo, lo que no es poco decir. Pero no era la suya de esas fealdades inconscientes que se llevan por el mundo sin pensar en sus posibles consecuencias en el prójimo, sino que parecía construida casi a designio y sobrellevada con plena responsabilidad y aun con cierta dignidad. Se desprendía sólo de la inarmonía de los rasgos individuales, pero sin afectar una especie de serenidad del conjunto. Era una fealdad que parecía sugerir excelencias del espíritu, de ésas que se llaman o deberían llamarse fealdades inteligentes, porque una fuerza interior las ha ido modelando paulatinamente desde sus orígenes, hasta volverlas tolerables y aun inadvertibles. La frente demasiado amplia, la nariz larga y un poco torcida, el mentón casi inexistente, los anteojos, la avanzada calvicie, cierto encorvamiento de la espalda y cierta torpeza en el andar daban a Morel el aire inconfundible del profesor envejecido en el tedioso ejercicio de la cátedra.

 Y sin embargo, Morel no era viejo. Contaba apenas treinta y cinco años. Y tanto su obra incesantemente renovada como su inteligencia siempre lúcida y despierta eran testimonio de esa juventud. Sus medios económicos lo dispensaban de la agria necesidad de trabajar, y ese hecho daba a todos sus escritos una objetividad y un desprendimiento de las transitorias circunstancias que era quizás el mayor de sus méritos.

RODOLFO WALSH - "Variaciones en rojo" - (1985)

Imágenes: Tullio Crali

domingo, 23 de mayo de 2021

LA ÚLTIMA COSA

 


El abogado ignoró su pregunta. Su mirada se quedó clavada en el rostro increíblemente sereno del moribundo.

 —¿Cómo es posible que parezca no tener miedo? —preguntó en voz baja, mientras se alejaba.

 Garrett se quitó las gafas y se frotó los ojos, mientras reflexionaba la respuesta que podía dar a una pregunta así.

 —Gil es uno de nuestros pacientes más antiguos. Ya tiene cierta edad y ha aceptado su enfermedad con mucha lucidez. Esto le ha dado tiempo para emprender los trámites de su despedida y quedarse en paz.

 —Yo no seré nunca así —contestó Nathan.

 —¿Conoce usted la frase: «Dejarás de temer si has dejado de esperar»? Pues bien, aquí tiene su aplicación: el miedo a la muerte disminuye a medida que dejamos de tener proyectos.

 —¿Cómo se puede no esperar nada?

 —Digamos que Gil ya no espera nada más que «la última cosa» —respondió el médico, con un tono fatalista—. Pero no se equivoque: no todos los enfermos se marchan tan tranquilos. Hay muchos que se van encolerizados, totalmente enfrentados con su enfermedad.

 —A éstos les comprendo mucho mejor —afirmó Nathan, sin sorpresa.

GUILLAUME MUSSO - "Y después..." - (2004)


Imágenes: Kimberly Garvey

jueves, 20 de mayo de 2021

IRREVERENTES HACIA LAS EXISTENCIAS ANTERIORES


Un sentimiento de culpabilidad se apoderó de Brulé cuando el sol de la tarde dibujó los contornos del amoblado y las piezas del muerto. Solo había experimentado algo semejante tras la muerte de su abuela viuda, que había vivido en la Flagler Street, cuando Miami no era aún una ciudad latina. Cayetano, niño de pantalones cortos y gorra de pelotero entonces, había presenciado el traslado de las pertenencias de la «nana» del departamentito que alquilaba.

   A este departamento, como había sucedido con el de la abuela, ingresarían nuevos moradores con sus muebles y voces, con sus modos de soñar, odiar y hacer el amor, borrando, como en la pizarra de la escuela, lo vivido antes por otros en el mismo lugar. Y luego vendrían otros y más tarde otros, irreverentes hacia las existencias anteriores.

ROBERTO AMPUERO - "¿Quién mató a Cristián Kustermann?" - (1993)

Imágenes: Millo

lunes, 17 de mayo de 2021

LOS ESCRITORES SOMOS COBARDES

  


Los escritores somos cobardes, Winslow Patrick, no valerosos guerreros. Olvídate de papá Hemingway cazando leones en África. Somos enfermos, agorafóbicos, paranoicos, por eso tenemos una imaginación exuberante que termina por enfermarnos y enloquecernos. La descripción de Freud del paranoico es la descripción del novelista imaginativo. Los que no tienen miedo a la vida se ponen sus botas de cuero y salen a resolver sus asuntos. Los escritores preferimos las zapatillas de felpa y una taza de té para calentarnos los dedos. Por eso necesitamos diez guineas y una habitación propia: porque deseamos escondernos más que cualquier otra cosa. Whitman escribía sobre su carretera que conduce a las estrellas metido en una oficina de Connecticut. Era impresor. Thoreau era fabricante de lápices. En las guerras nos llaman a filas, y allí estamos. Vamos a Francia, vamos a Corea, a Vietnam. Sí, se puede ser un valiente como James Salter y ser también un escritor genial, tan genial como yo no lo seré jamás. Es posible, pero no es lo corriente y ciertamente no es el requisito. El requisito es otro muy distinto. Siempre he pensado que Salter era demasiado masculino, demasiado bravo para ser un escritor verdaderamente grande. Es muy grande, pero si hubiera sido más cobarde y más rastrero, habría sido como Kafka. Walser, otro cobarde, cuya gran pasión era estar al servicio de otras personas, un sadomasoquista extraño, el ayudante, el mayordomo. El Bartleby de Melville. Ese personaje de Hawthorne que se pasa veinte años observando a su esposa desde la casa de enfrente. Historias de cobardes. Historias de cobardías.
  

ANDRÉS IBÁÑEZ - "Nunca preguntes su nombre a un pájaro" - (2020)

Imágenes: joSon

viernes, 14 de mayo de 2021

LOS PRIMEROS DÍAS DE CAUTIVERIO


 No puede haber, creo yo, ningún preso que al principio no se extrañe de su condición. También nosotros, los muchachos, estuvimos mirándonos extrañados en el patio al que llegamos después de la ducha. Me fijé en un hombre joven que estaba junto a mí, el cual se examinaba su vestimenta, palpándola de arriba abajo, con mucha atención y dedicación pero también con incredulidad, como si tratara de comprobar la calidad de la tela. Luego miró alrededor como si quisiera decir algo, pero al final no dijo nada porque vio que todos estábamos vestidos igual: por lo menos eso me pareció, aunque quizás estaba equivocado. Incluso con su cabeza rapada, con aquella vestimenta, con su uniforme de preso que le quedaba un poco corto pude reconocerlo por su cara huesuda: era el enamorado que una hora antes -porque una hora más o menos había pasado desde nuestra llegada hasta nuestra transformación completa- se había visto obligado a separarse de su enamorada con tanta pena.


 En ese momento, de repente, sentí que me arrepentía de algo. Cuando todavía vivía en mi casa, encontré por casualidad un libro en el estante; se trataba de un libro cubierto de polvo que probablemente nadie había leído jamás. El autor había sido un preso; yo empecé a leerlo pero no pude acabarlo porque no lograba entender el razonamiento del escritor. Me pareció que los protagonistas tenían nombres muy largos, muy complicados, imposibles de retener y, al fin y al cabo, aquel libro no me interesaba en absoluto; después de todo yo aborrecía la vida de los presos. Ahora que, sin lugar a dudas, lo iba a necesitar, no tenía ni idea de lo que allí se narraba. Lo único que recordaba era que el preso decía que se acordaba más de los primeros días de su cautiverio que de los últimos, a pesar de que éstos estaban más próximos al período en que escribió su obra. Esa sola idea ya me pareció sospechosa, pues creía que se trataba de una mentira. Sin embargo, ahora sé que decía la verdad: yo mismo recuerdo mucho mejor el primer día que todos los siguientes.

IMRE KERTÉSZ - "Sin destino" - (1975)

Imágenes: Ali Aschman

martes, 11 de mayo de 2021

EL DILUVIO UNIVERSAL


 Viruela y plagas. El diluvio universal. El lenguaje reducido a mero balbuceo. La humanidad borrada una y otra vez de la faz de la tierra. La Biblia trata de nuestra pelea contra dios. Y en cierto modo nosotros somos más fuertes, debido simplemente a nuestra fuerza de voluntad, a que somos tenaces. Nos negamos a ser borrados.

   Ha sido una dura pelea. El diluvio. Todos los que perecieron. Ahogados como ratas, sin sepelio, sin disculpas, sin reparación alguna. Dios nos debe eso. Falta mucho para que podamos decir que estamos empatados. Imaginaos aquella muralla de agua descendiendo por un monte, las ovejas huyendo despavoridas y uno sintiendo el frío hálito de la muerte, un prodigio en aquel clima tan seco, el cambio repentino, y sol bajo el agua, haces de luz pálida penetrando en el azul, algo que solo puede ser hermoso, los instantes previos a la aniquilación jamás pueden ser sino los mejores de todos, en suspenso. Esa ola rompiendo en lo alto y el sol atravesándola y hasta el último dibujo del mundo visible a la luz, revelado, y el castigo de dios no significa nada porque uno no siente que haya sido malo, porque uno no empezó en el paraíso, uno simplemente estaba allí en el monte cuando se desencadenó la ola gigante.

   Yo había ido a la escuela dominical desde muy pequeño. La única concesión que mi padre hizo a la religión. Él no iba nunca a la iglesia, pero me enviaba a mí, enviaba en su nombre a su único hijo, menuda broma.

   Mi abuelo jamás hablaba de religión, Tom tampoco. Bueno, en realidad nunca hablaban de nada que no fuera de cazar y pescar.

DAVID VANN - "Goat Mountain" - (2013)


Imágenes: Aykut Aydogdu

sábado, 8 de mayo de 2021

UNA VEZ ME PERDÍ

 


Una vez me perdí. A los seis o siete años. Venía distraído y de repente ya no vi a mis padres. Me asusté, pero enseguida retomé el camino y llegué a casa antes que ellos —seguían buscándome, desesperados, pero esa tarde pensé que se habían perdido. Que yo sabía regresar a casa y ellos no.

   Tomaste otro camino, decía mi madre, después, con los ojos todavía llorosos.

   Son ustedes los que tomaron otro camino, pensaba yo, pero no lo decía.

   Mi papá miraba tranquilamente desde el sillón. A veces creo que siempre estuvo echado ahí, pensando. Pero tal vez no pensaba en nada. Tal vez solo cerraba los ojos y recibía el presente con calma o resignación. Esa noche habló, sin embargo —esto es bueno, me dijo, superaste la adversidad. Mi madre lo miraba con recelo pero él seguía hilvanando un confuso discurso sobre la adversidad.

   Me recosté en el sillón de enfrente y me hice el dormido. Los escuché pelear, al estilo de siempre. Ella decía cinco frases y él respondía con una sola palabra. A veces decía, cortante: no. A veces decía, al borde de un grito: mentira. Y a veces, incluso, como los policías: negativo.



   Esa noche mi madre me cargó hasta la cama y me dijo, tal vez sabiendo que fingía dormir, que la escuchaba con atención, con curiosidad: tu papá tiene razón. Ahora sabemos que no te perderás. Que sabes andar solo por las calles. Pero deberías concentrarte más en el camino. Deberías caminar más rápido.

   Le hice caso. Desde entonces caminé más rápido. De hecho, un par de años más tarde, la primera vez que hablé con Claudia, ella me preguntó por qué caminaba tan rápido. Llevaba días siguiéndome, espiándome. Nos habíamos conocido hacía poco, la noche del terremoto, el 3 de marzo de 1985, pero entonces no habíamos hablado.

   Claudia tenía doce años y yo nueve, por lo que nuestra amistad era imposible. Pero fuimos amigos o algo así. Conversábamos mucho. A veces pienso que escribo este libro solamente para recordar esas conversaciones.

ALEJANDRO ZAMBRA - "Formas de volver a casa" - (2011)

 

Imágenes: Joseph Lu

miércoles, 5 de mayo de 2021

HOMBRES Y MUJERES LA DESEABAN


 Michelle me dejó para siempre por un hombre llamado John Smith, ¿o debería decir que durante una de las veces en que nos separamos se lio con un hombre y poco después de eso tuvo una racha de mala suerte y se murió? En cualquier caso, ella nunca volvió a mi lado.

   Yo lo conocía, a este John Smith. Una vez trató de venderme un revólver en una fiesta, y más tarde en esa misma fiesta le ordenó a alguien que se callara porque yo estaba cantando con la radio y a él le gustó mi voz. Michelle se fue con él a Kansas City, y una noche que él salió, ella se tragó un montón de pastillas después de dejar una nota a su lado, sobre la almohada, para que él pudiera leerla y rescatarla. Pero esa noche él estaba tan borracho al volver a casa que lo único que hizo fue apoyar su mejilla en la nota que ella había escrito y quedarse dormido. Cuando se despertó a la mañana siguiente mi hermosa Michelle estaba fría y muerta.

   Ella era una mujer, una traidora y una asesina. Hombres y mujeres la deseaban. Pero yo fui el único que podría haberla amado.

Durante varias semanas después de su muerte, John Smith le confiaba a sus amigos que Michelle lo estaba llamando desde el otro lado de la vida. Lo seducía. Se le aparecía más real que cualquiera de las personas visibles a su alrededor, personas que seguían respirando, personas que se suponía que estaban vivas.

   Cuando, poco tiempo después de eso, supe que John Smith había muerto, no me sorprendí demasiado.

   Una vez que estábamos discutiendo, el día de mi vigésimo cuarto cumpleaños, ella salió de la cocina y volvió con un revólver y me disparó cinco veces desde el otro lado de la mesa. Pero erró el tiro. No era mi vida lo que ella quería. Era algo más. Quería comerse mi corazón y perderse en el desierto acompañada solo por lo que había hecho, quería caer de rodillas y dar a luz aquello, quería lastimarme como solo un niño puede ser lastimado por su madre.

DENIS JOHNSON - "Hijo de Jesús" - (1992)


Imágenes: Guenter Knop   

domingo, 2 de mayo de 2021

MUNDOS FELICES, MUNDOS DE TERROR

 


Queda por abordar lo que se conoce por «ciencia-ficción». No deja de ser curioso eso de casar a la ciencia con la ficción. La proliferación y el éxito —¿a qué negarlo?— de este género literario ya es de por sí edificante. Pero lo que uno no acaba de comprender es por qué los autores extreman cada vez más la monstruosidad de sus narraciones. Argumentar que «eso es lo que el público quiere» no vale. Cada autor es muy libre de echar a volar su imaginación y su fantasía e inventar todas las historias o leyendas que se le ocurran. Mas, ¿por qué no han de inventarse mundos felices —que los puede haber…, que los hay— en lugar de amedrantar, de atemorizar y de aterrorizar a sus lectores? ¿Por qué esa maligna obsesión en querer trasladar a posibles planetas habitados esos degradantes esquemas terráqueos? En el fondo, al inventarse mundos de terror —ese terror que dicen que viene del cielo—, extremando al máximo las cotas de alarmismo y de desasosiego humano, no demuestran sino tener muy poca imaginación e inventiva, porque, al fin y al cabo, la semilla, la inspiración de esos atormentados mundos, la tienen a mano: está en nuestro propio planeta. Son, literariamente hablando, unos plagiarios de tomo y lomo, que intentan contagiar al mayor número posible de terráqueos su enfermiza tendencia a alejamos de la Vida y acercarnos a la Muerte.

EDUARDO PONS PRADES - "El mensaje de otros mundos" - (1982)

Imágenes: Sarah Detweiler