Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 30 de agosto de 2019

UNA ZONA GRIS ENORME


En clase de Lengua de la señorita Chen aprendimos aquello de «Ser o no ser…», pero en medio de ambas cosas hay una zona gris enorme. Quizá en la época de Shakespeare la gente solo tuviera dos opciones. Griffin Wilson sabía que los exámenes de selectividad no eran más que la puerta de entrada a una larga vida de patrañas. A casarse e ir a la universidad. A pagar impuestos y tratar de criar a tu hijo para que no acabe disparando a todo el mundo en su escuela. Y Griffin Wilson sabía que las drogas no son más que un parche. Después de las drogas, siempre vas a necesitar más drogas.



   El problema de ser un alumno adelantado es que a veces eres demasiado listo. Mi tío Henry dice que es importante desayunar bien porque tu cerebro todavía está creciendo. Pero nadie menciona que a veces tu cerebro puede crecer demasiado.

   Básicamente somos animales grandes, que hemos evolucionado para abrir conchas de moluscos y comernos las ostras crudas, pero ahora además se espera que nos acordemos de las trescientas hermanas Kardashian y de los ochocientos hermanos Baldwin. En serio, al ritmo en que se reproducen las Kardashian y los Baldwin van a borrar de la faz de la tierra al resto de la humanidad. Los demás, ustedes y yo, no somos más que callejones sin salida evolutivos esperando el momento de extinguirnos.
CHUCK PALAHNIUK - "Invéntate algo. Relatos que no te podrás sacar de la cabeza" - (2016)

Imágenes: Karen Jerzyk

martes, 27 de agosto de 2019

SEÑALES


En un lote baldío y encharcado de agua negra, había media docena de hombres de rodillas y mirando al suelo. Todos eran o parecían paisanos. Makina tomó su lugar al lado de ellos.

   Así que piensan que pueden venir y ponerse cómodos sin ganárselo, dijo el policía, Pues les tengo noticias, hay patriotas que estamos vigilando y les vamos a dar una lección. Esta es la primera: acostúmbrense a estar en fila. Si quieren venir, se forman y piden permiso, si quieren ir al médico, se forman y piden permiso, si quieren dirigirme la puta palabra, se forman y piden permiso. Se forman y piden permiso. ¡Así hacemos las cosas aquí, la gente civilizada! No brincándonos bardas ni haciendo túneles.

   Por el rabillo del ojo Makina veía cómo asomaba la lengua del policía al hablar, muy rosada y puntiaguda. Veía también que, aunque no la sacara, no separaba una mano de la funda donde traía la pistola. De pronto, el policía se dirigió a uno de los otros, el que estaba al lado de ella.



   ¿Qué traes ahí?

   Dio dos pasos hacia él y repitió ¿Qué traes ahí?

   El hombre tenía entre sus manos un libro pequeñito y lo apretó cuando el policía se aproximó a él. Se resistió un poco pero finalmente dejó que se lo arrebatara.

   Já, dijo el policía tras ojearlo, Poemas. Vaya con la mano de obra calificada, no traen dinero, no traen documentos, pero traen poemas. ¿Eres muy romántico? ¿Eres poeta? ¿Eres escritor? Pues ahora vamos a ver.

   Arrancó una de las últimas hojas, la apoyó en la pasta del libro, sacó un lápiz de su camisa y le dio todo al hombre.

   Escribe.

   El hombre levantó la mirada sin entender de qué se trataba.

   Te dije que escribieras, no que me miraras, hijo de puta. Pon los ojos en el papel y escribe por qué crees que estás en la mierda, por qué crees que tu culo está en las manos de este oficial patriota. ¿O no sabes qué has hecho mal? Sí lo sabes. Escribe.



   El hombre apoyó el lápiz en la hoja y comenzó a trazar una letra pero el temblor se lo impidió. Dejó caer el lápiz, lo levantó y volvió a intentarlo. No alcanzó a anotar ni una palabra, sólo un garabato nervioso.

   Makina le arrebató súbitamente el lápiz y el libro. El policía gritó A ti no te dije que… Pero se calló al ver que Makina comenzó a escribir sin titubeos. La vigiló mientras lo hacía, todo el tiempo sonriendo sardónicamente, aunque no podía ocultar desconcierto.

   Makina escribió sin detenerse a pensar cuál palabra era mejor que otra o cómo sonaba el mensaje. Escribió diez líneas y al terminar colocó el lápiz sobre el libro y en él detuvo su mirada. El policía aguardó unos segundos, luego dijo Dame eso, cogió la hoja y comenzó a leer en voz alta:



   Nosotros somos los culpables de esta destrucción, los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio. Los que no llegamos en barco, los que ensuciamos de polvo sus portales, los que rompemos sus alambradas. Los que venimos a quitarles el trabajo, los que aspiramos a limpiar su mierda, los que anhelamos trabajar a deshoras. Los que llenamos de olor a comida sus calles tan limpias, los que les trajimos violencia que no conocían, los que transportamos sus remedios, los que merecemos ser amarrados del cuello y de los pies; nosotros, a los que no nos importa morir por ustedes, ¿cómo podía ser de otro modo? Los que quién sabe qué aguardamos. Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros, los bárbaros.

   El policía había comenzado la lectura engolando la voz, pero fue perdiendo histrionismo conforme se acercaba a la última línea, que leyó casi en un susurro. Al terminar se quedó mirando la hoja como si se hubiera atorado en el punto final. Cuando por fin levantó la vista parecía haber perdido la rabia o el interés en sus prisioneros. Redujo el papel a un bollo y lo arrojó a sus espaldas. Luego miró hacia otra parte, se dio media vuelta, habló con alguien por su radio y se largó.

   Makina se puso de pie en cuanto el policía se hubo ido, pero los demás tardaron en reparar que no se los llevarían presos. Se miraron unos a otros entre contentos y desconfiados, miraron luego a Makina pero ya no le pudieron decir nada porque ella había echado a andar de nuevo y sólo alcanzaron a divisar su silueta recortada contra el sol.
YURI HERRERA - "Señales que precederán al fin del mundo" - (2009)

Imágenes: Frank Dalemans

viernes, 23 de agosto de 2019

UN BAJEL QUE SE DESLIZA POR UN ESPEJO


Josecito recuerda los primeros, inverosímiles años. Su boca desdentada repite las heroicas peripecias que ya parecen de otro mundo.

   Había desembarcado en Buenos Aires con forúnculos en el corazón, como todo inmigrante. Arrastraba a su familia; harapo de familia, guiñapo de mujer, hijas atontadas. El Atlántico le hizo vomitar comidas y recuerdos, mezclar males viejos con males nuevos, reconstruir el pozo donde lo habían aplastado tacos de adolescentes divertidos. Llegó a Buenos Aires sin idioma y sin dinero. Maldijo al mundo; también a su mujer encogida, a los consejeros ausentes. Golpeó por nada a sus hijas, tres hijas de ocho, diez y once años, pequeñas y hambrientas como la madre. Salió a buscar comida. La consiguió a veces, otras sólo desprecio. Metió su cabeza llena de gigantescas verrugas (melón con meloncitos adheridos) en cualquier rendija. Oyó que había trabajo en el campo, en colonias de inmigrantes. Eso, muy bien, allí quería ir.



   ¿Cómo se llama usted? No entendía, que alguien traduzca, lo tradujo un suizo. Necesito trabajar, cualquier trabajo, repitió. Lo acompañaron, sacó a su mujer y a sus hijas del hueco que habían cavado con las uñas, como perras. Eran bultos. En las colonias faltan brazos, sobra comida, aseguró entonces a sus mujeres, mujeres ya como terrones de arcilla. El suizo los llevó a una fonda. Después se durmieron: el sueño era lo único dulce, un bajel que se desliza por un espejo.
MARCOS AGUINIS - "Todos los cuentos" - (2010)

Imágenes: István Sándorfi

miércoles, 21 de agosto de 2019

EL AMIGO, AMANTE, COMPAÑERO


Mi madre se mostró distante, dolida por haber hecho el ridículo intentando salvar la relación (aunque a fogonazos, como ella misma admite) mientras mi padre se había pasado todo aquel tiempo engañándola. Cuando le pidió explicaciones, él respondió con la verdad: que él y Bruna se habían seguido escribiendo pero que no se habían vuelto a ver, y que si aquello le preocupaba no volvería a ocurrir mientras siguiesen viviendo juntos. Entonces anunció que aquel mismo viernes dejaría el piso, y ella recuerda que, cuando el viernes mi padre se fue, no tuvo las ganas de llorar que había imaginado que tendría; sí se sintió extraña, dice, como si al piso le faltasen ruidos o pasos para llenarlo, y estuvo semanas con la tele encendida, de fondo, con la esperanza de que llenase el vacío. Al pasar por el comedor se encontraba a confiteros que decoraban pasteles imposibles, contratistas dispuestos a derribar paredes ajenas y mujeres que cifraban la felicidad de su existencia en el vestido que debía llevarlas al altar (sí, quiero; sí, quiero) donde las estaría esperando el amigo, amante, compañero: aquel que, indefectiblemente, las hacía reír.
MARTA CARNICERO - "El cielo según Google" - (2016)

Imágenes: Eugenia Loli

viernes, 16 de agosto de 2019

EL ABISMO ATRAE




Debería haber dicho que no, que no era posible, que no podía viajar. Decir lo que fuera. Pero no lo dije. Me di explicaciones a mí misma, una y mil veces, acerca de por qué, aunque debería haber dicho que no, terminé aceptando. El abismo atrae. A veces sin que seamos conscientes de esa atracción. Para algunos, atrae como un imán. Son los que pueden asomarse, mirar hacia abajo y sentirse capaces de saltar. Yo soy una de ellos. Capaz de soltarme en el vacío, de caer para ser —al fin— libre. Aunque se trate de una libertad inútil, una libertad que no tendrá después. Libre sólo en el instante que dure la caída.





   Entonces quizá no se trate de que haya aceptado porque no supe decir que no; tal vez, en el fondo, acepté porque quise. En un lugar íntimo y oscuro dentro de mí, allí donde ya no es posible conocerme a mí misma, yo quise. Incluso puede ser que lo haya estado esperando todo este tiempo. Mi propio abismo. Diecinueve años. Más, casi veinte. Esperar que algo, o alguien, que una fuerza a la que no pudiera oponerme, que una circunstancia irremediable e ineludible me obligara a volver. No una decisión propia que no habría podido tomar. El destino o el azar, no yo. Volver. Y volver no sólo a mi país, la Argentina, no sólo a la ciudad donde vivía, Temperley, sino al colegio Saint Peter. El regreso a una especie de mamushka que termina en ese micromundo: un colegio inglés del sur del conurbano, que quise y odié con la misma intensidad.
CLAUDIA PIÑEIRO - "Una suerte pequeña" - (2015)



Imágenes: Matthieu G.

viernes, 9 de agosto de 2019

ALCANZAR LA GLORIA


El día 2 de julio de 1961, mientras mi hermano y yo hacíamos la Primera Comunión, Ernest Hemingway se disparaba un tiro en la boca. Aquella misma noche, al llegar a casa, Fernando Nogueira nos dio la noticia. El amigo americano que había conocido en la guerra acababa de sufrir un accidente cuando limpiaba una escopeta de doble cañón. Los cartuchos le habían reventado la cabeza. Nosotros recibíamos a Dios con la boca abierta y él se introducía el frío acero de la escopeta de caza hasta el paladar. Luego cerramos los ojos y vimos el cielo. No sé qué vería Hemingway. Nadie sabe lo que ven los suicidas en el instante justo de matarse. Ni lo que ven los muertos. Estaba amaneciendo cuando apretó el gatillo contra el enemigo que lo acorralaba dentro.



 Al día siguiente salió la noticia en los periódicos. Sólo el diario local, donde trabajaba el señor Nogueira, hablaba de mi hermano y de mí en la sección destinada a los ecos de sociedad. En la foto aparecíamos vestidos de frailes. La túnica blanca, el crucifijo de madera colgado sobre el pecho y las palmas de las manos unidas; como si estuviéramos rezando por el alma del escritor que había decidido condenarse el mismo día en que nosotros emprendíamos el largo y tortuoso camino hacia la salvación eterna. Hasta entonces, yo había querido ser santo; pero después de ver el caso que nos hacían en el periódico decidí ser escritor y matarme. Ésa era la manera de alcanzar la gloria sin tener que llevar una existencia plagada de renuncias y sacrificios.

 JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA - "Pacífico" - (2008)


Imágenes: Anka Zhuravleva


viernes, 2 de agosto de 2019

LO QUE SE PIERDE EN LA TRADUCCIÓN



Le pido que me lea el nuevo poema que ha elegido. Ella hojea el libro, lee mal, con la cara metida en el libro. No se puede leer de manera decente metiendo las narices en el texto. Y leer un poema es aún más difícil, ni los propios poetas saben hacerlo.

   Hábleme del poema.

   La mujer lamenta la muerte del hombre amado… Su destino era celebrar a aquel hombre, su fuerza, el brillo de su imaginación, pero la mujer dice que lo ha perdido todo, que ha olvidado todo.

   ¿Y qué sintió usted al leerlo?

   Cierta tristeza, este poema me puso muy triste.

   Por favor, siga hablando del poema.

   Agnes habla y yo escucho; habla, yo escucho. Sólo intervengo para pedirle que hable más. Como sé escuchar, eso es muy fácil. Mi táctica es hacerlas hablar y escucharlas.

   Creo que en ruso debe de ser más agobiante aún, dice.




   Ése es el problema de la traducción poética, respondo.

   El lector, o sabe todas las lenguas del mundo, dice Agnes, o tiene que aceptar esto: los poemas quedan menos tristes o menos alegres o menos hermosos o menos significativos, o menos etcétera cuando son traducidos. Menos, siempre.

   Un poeta norteamericano dijo que la poesía es lo que se pierde en la traducción.
JOSÉ RUBEM FONSECA - "Secreciones, excreciones y desatinos" - (2001)


Imágenes: Svetlana