Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 30 de enero de 2020

LOS JÓVENES NO TEMEN A LA MUERTE


Fui joven en una época en que el futuro parecía también joven y nuevo, no una mera prolongación de años tristes que se arrastraban y olían a polvo y encierro. Mis contemporáneos y yo estábamos convencidos de que nuestras vidas serían mejores, más prósperas, más libres que las de nuestros padres, de quienes renegábamos, de los que nos avergonzábamos, como si fuera su culpa haber crecido y vivido bajo la dictadura.


   Los jóvenes no temen a la muerte, o no les preocupa, la saben lejana, es algo que llegará, sin duda, pero no les acaecerá a ellos, sino a los seres incoloros y dóciles en que se habrán transformado por el paso del tiempo, tan similares a esos padres que les repugnan; los jóvenes, si tienen miedo a algo, es a dejar de serlo, a convertirse en adultos con ataduras, rutinas, responsabilidades, de ahí proviene la urgencia y el ahínco y la pasión que ponen en ser jóvenes, en dedicarse a eso, a disfrutar y alargar cuanto puedan las prerrogativas de una edad llena de posibilidades y nuevas experiencias y casi, casi, sin obligaciones. O al menos así viví yo mi juventud, así la vivió mi generación. Queríamos divertirnos, queríamos ser modernos (por contraposición a nuestros padres, esos hijos de Franco, a quienes llamábamos «viejos»), queríamos probarlo todo, ¡queríamos ser europeos!, y no, no teníamos ningún miedo a la muerte, nos daba la impresión de que nuestra juventud nos hacía invulnerables, pero la vida nos sorprendió alternando los funerales de nuestros amigos con los de nuestros abuelos.
CLARA USÓN - "El asesino tímido" - (2018)

Imágenes: Ahren Hertel

sábado, 25 de enero de 2020

EL CLUB DE LECTURA DEL FINAL DE TU VIDA


Una de las muchas cosas que me gustan de los libros es su pura corporeidad. Los libros electrónicos quedan fuera de la vista y caen en el olvido. Pero los libros impresos tienen cuerpo, presencia. Algunas veces, claro, te eluden ocultándose en lugares improbables: en una caja llena de viejos marcos de fotos, pongamos por caso, o en el cesto de la colada, envueltos en una sudadera. Pero otras veces te reconfortan, y uno literalmente tropieza con volúmenes en los que llevaba semanas o años sin pensar. Veo libros electrónicos a menudo, pero nunca me persiguen. Me hacen sentir, pero no puedo sentirlos. Son alma sin carne, sin textura ni peso. Se te pueden meter en la cabeza, pero no pueden asestarte un golpe físico.


(...) Había una manera imbatible de evitar que nos encargaran de improviso hacer alguna tarea en casa -ya fuera sacar la basura u ordenar la habitación-, y era tener las narices metidas en un libro. Al igual que las iglesias en la Edad Media, los libros ofrecían asilo inmediato. Una vez entrabas en uno, no se te podía molestar. No te otorgaba inmunidad si habías hecho alguna diablura, solo un respiro temporal. Pero aprendimos enseguida que uno tenía que estar totalmente absorto en un libro y también tener aspecto de que lo estaba; pasar las páginas sin más no contaba.

WILL SCHWALBE - "El club de lectura del final de tu vida" - (2013)

Imágenes: Jacob Van Loon

miércoles, 22 de enero de 2020

LA VOZ QUE LE HABÍA OBLIGADO A HUIR


Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar. Berreos como jaras calcinadas. Tumbado sobre un costado, su cuerpo en forma de zeta se encajaba en el hoyo sin dejarle apenas espacio para moverse. Los brazos envolviendo las rodillas o sirviendo de almohada, y tan sólo una mínima hornacina para el morral de las provisiones. Había dispuesto una tapadera de varas de poda sobre dos ramas gruesas que hacían las veces de vigas. Tensó el cuello y dejó suspendida la cabeza para poder escuchar con mayor claridad y, entrecerrando los ojos, aguzó el oído en busca de la voz que le había obligado a huir. No la encontró, ni tampoco distinguió ladridos y eso le alivió porque sabía que sólo un perro bien adiestrado podría descubrir su guarida. Un perdiguero o un buen trufero cojo. Quizá un sabueso inglés, uno de esos animales de cortas patas leñosas y orejas lacias que había visto una vez en un periódico llegado de la capital.


   Por suerte para él, el llano no daba para exotismos. Allí sólo había galgos. Carnes escurridas sobre largos huesos. Animales místicos que corrían tras las liebres a toda velocidad y que no se detenían a olfatear porque habían sido arrojados a la Tierra con el único mandato de la persecución y el derribo. Flameaban líneas rojas en sus costados como recuerdos de las fustas de los amos. Las mismas que en el secarral sometían a niños, mujeres y perros. Corrían, al fin y al cabo, y él estaba parado en su pequeña cueva arcillosa. Perdido entre los cientos de olores que la profundidad reserva a las lombrices y los muertos. Olores que no debería estar oliendo, pero que él había buscado. Olores que lo alejaban de la madre.
JESÚS CARRASCO - "Intemperie" - (2013)

Imágenes: Jonathan Darby

sábado, 18 de enero de 2020

EN UNAS COORDENADAS DIFERENTES


R. L. Stevenson. Fenimore Cooper. Karl May. Emilio Salgari… Recordaba las tardes de invierno pasadas en el sillón de su casa, hundiendo la nariz en aquellos libros polvorientos que sacaba de las estanterías del despacho de su padre. A veces, antes de emprender la lectura, descubría que la polilla había empezado a hacer estragos en las páginas de papel barato, y entonces intentaba pasar las páginas del libro con un cuidado impropio de un chaval de siete años. Trataba los libros con tanto mimo que —pensaba su madre— cuando estaba leyendo parecía un viejo, un misterioso anciano menguado por una maldición o milagrosamente rejuvenecido por algún hechizo, que conservaba sin embargo las maneras de la edad y era capaz de tocar los libros con la delicadeza que hubiese empleado un entomólogo para rozar las alas de una mariposa perteneciente a alguna especie rara. Menkell leía aquellas historias desarrolladas en tierras desconocidas, protagonizadas por una raza singular de hombres audaces, y lo hacía convencido de que todo lo que contaban aquellas novelas había sucedido alguna vez, en otro lugar, en un tiempo distinto, en unas coordenadas diferentes. Cuando era niño, Menkell ni siquiera se había planteado la existencia del fértil territorio de la imaginación. Estaba convencido de que las historias, igual que las cosas, vienen todas de alguna parte. 



Por eso pensaba que en el Londres victoriano había habido un caballero empeñado en dar la vuelta al mundo en ochenta días, y en las orillas del Misisipi de los esclavos había nacido la amistad entre un niño blanco y otro negro, y que un hombre con una particular forma de cordura había buscado durante años un duelo a muerte con la gran ballena blanca. Mario no había dudado nunca de la existencia del capitán Nemo, de Sandokán o del mismísimo Sherlock Holmes, y cuando alguien —quizá un maestro del colegio, quizá su propia madre— le sacó de su error y le dijo que todos aquellos personajes habían nacido del privilegiado cerebro de hombres y mujeres dotados para la escritura, se sintió doblemente admirado y, por primera vez en su vida, limitado y torpe. A pesar de su juventud, supo admitir en él la ausencia total del talento creador que tenían los padres de aquellas criaturas hechas de palabras, y envidió el don de la inventiva como no había envidiado nunca las habilidades físicas de sus compañeros de clase, de las que también carecía.
MARTA RIVERA DE LA CRUZ - "La importancia de las cosas" - (2009)

Imágenes: Charlie Terrell

miércoles, 15 de enero de 2020

TENGO MIL PELUCAS


Pelucas

Viviana

Desde que trabajo en el Xanadú, suelo ponerme peluca todas las noches. Ayer, Irina, la nueva, me pidió prestada una de melena larga, oscura y rizada, que casi no uso. Supongo que para ella, tan rubia y tan pálida, supone una novedad verse morena.

   No sé si te he hablado de Irina. Es rumana y lleva aquí apenas un mes. Casi no habla, pero yo ya conozco su historia. Es la historia de todas las Irinas. Irina quiere sacar a su familia de Rumanía. Seguramente tuvo un hijo joven. Probablemente le debe mucho dinero a quien la trajo a Madrid. O está pagando una deuda de familia. Cree que dentro de cuatro años estará fuera de este mundo. Casada o viviendo con alguien que la sacará de aquí. Cree que será capaz de pasar por delante de las puertas del Xanadú sin pensar en lo que está sucediendo de puertas adentro.

   Lo que no sabe es que las puertas del Xanadú son como las puertas giratorias de los aeropuertos. Giras y giras dentro de ellas, sin encontrar la salida.



   Yo intento ayudarla, como a todas. «Primera lección: cobra siempre por adelantado. Segunda: no regales ni un minuto». Hay mil lecciones. «Enciende el cronómetro antes de empezar. Repite conmigo estas tres palabras en mi idioma: “No sin condón”. Si se ponen violentos, protégete la cara. Si la cosa se complica, toca el timbre que hay en todos los cuartos». Roscof no les pasa una a los clientes conflictivos. «Sonríe mucho. Chilla muy alto. Como si gozases como una perra. Algunos dejan muy buenas propinas solo por eso. Guarda el dinero en un lugar seguro. Ahorra. Las drogas, ni en pintura».

   Tengo mil lecciones para todas las Irinas. Esas que nadie me ha dado a mí.

   Está preciosa con esa peluca de rizos. A mí me gusta más la de media melena rubia. Me doy un aire a Doris Day. A ti te gustaba mucho Doris Day, ¿verdad, papá? Igual por eso es mi favorita. Me la pongo al menos un día a la semana, aunque Roscof siempre dice que a los hombres les gustan las pelucas rubias de melena larga, de modelo de Playboy.

   Tengo mil pelucas.

   Hay mil Vivianas.

   Mil Irinas.

   Un Xanadú.
                                      ARANTZA PORTABALES - "Deje su mensaje después de la señal" - (2017)

Imágenes: Matt Wisniewski

sábado, 11 de enero de 2020

NO ESTOY ACOSTUMBRADO A ESTAS SITUACIONES


Salieron a la calle y tomaron uno de los taxis estacionados afuera del local. Rumbo al clandestino, el Tira se acordó de algo que le había contado el chileno en el aeropuerto de Panamá. El caso del condón que no era condón. Había sucedido que el compatriota se fue con una joven a uno de estos clandestinos en una estrecha calle de La Habana Vieja. Luego de la previa correspondiente, el hombre sacó un condón que le había prestado de urgencia el portero del hotel donde se alojaba y al abrirlo saltó un chorro de líquido aceitoso: era un lubricante. A la jinetera se le habían acabado los condones y él, cubierto con una cortísima toalla y una erección a toda vela, tuvo que salir de la habitación a ver si el dueño de la casa tenía alguno que le vendiera. 



Resultó que este no tenía y le preguntó a su mujer. Ella dijo que le había cedido el último a la pareja anterior. El dueño de casa abrió entonces la puerta de calle y, muy campante, le gritó al vecino de enfrente si no tenía por ahí un condón para el compañero chileno. El vecino le gritó que no, pero que tal vez el singado de la derecha podría tener, y con la misma alegría y el mismo relajo, comenzó a llamarlo a los gritos diciendo, «ey, coño, que el compañero Salvador Allende necesita un condón»; el vecino de la derecha se asomó por la ventana gritando que él tampoco tenía, que acababa de usar el último con su mujer, pero que esto había que solucionarlo, coño, que de ninguna manera se podía dejar sin singar al compañero Pablo Neruda. Y empezó a llamar al vecino de arriba, y ese al de más arriba, y en un instante toda la puta cuadra estaba en candela pidiendo a gritos un condón para el compañero chileno Víctor Jara.



   El Tira Gutiérrez se imaginó viviendo esa escena y entró en pánico. No se había acordado para nada del condón. Se lo dijo a la mulata.

   —Tú no te preocupes, papi, a mí me queda un par —sonrió canchera ella.

   Sin embargo, lo que vivió el Tira aquella noche fue tan malo o peor que lo ocurrido al compatriota de Conce. El clandestino al que llegaron era una casa de familia común y corriente en la que se rentaba una habitación en la segunda planta. La dueña los hizo pasar amablemente y, mientras les preparaba la habitación, les ofreció asiento en el living. Allí, ocupando los sillones y el sofá de tevinil, estaba la familia en pleno viendo tele —el marido, una abuela, dos hijas en edad de merecer y dos niños que parecían ser gemelos—. Mientras la abuela lo miraba fijo (una honda mirada de conmiseración), y las hijas cuchicheaban entre ellas y se reían por lo bajo, los niños, como de seis años de edad, comenzaron a preguntarle cómo se llamaba, cuántos años tenía, si acaso la mulatica era su hija. El Tira Gutiérrez, obnubilado por la vergüenza veía y oía todo como en sordina, como sumergido en un pozo de agua turbia. Hasta que un golpe en el pecho de una pelota de béisbol lanzada por uno de los niños pareció volverlo de ese limbo, y al verse ahí, sentado junto a una jovencita que lo tenía del brazo como si fueran novios, respondiendo preguntas de dos diablillos que sabían perfectamente que él estaba ahí en espera de que la madre terminara de cambiar las sábanas a la cama de arriba para subir a echar un polvo, no pudo resistir la escena, se puso de pie, pidió permiso, y salió a la calle arrastrando a la mulata.

   —Discúlpame, muchacha —le dijo—. Pero no estoy acostumbrado a estas situaciones.

   Le puso un billete de veinte dólares en la mano y escapó a perderse.
HERNÁN RIVERA LETELIER - "La muerte se desnuda en La Habana" - (2017)


Imágenes: Fares Micue

miércoles, 8 de enero de 2020

CURRICULUM VITAE


He dado la vuelta al mundo, he recorrido veinte mil leguas de viaje submarino, he montado en globo, he sido secuestrado por contrabandistas, he conocido a un hombre que estaba loco y a una mujer que detestaba a su marido, he visto sirenas, me han seducido hombres maduros, he sido un traidor, he sido un héroe, he sido un gusano. He vivido con una prostituta que no tenía nariz, he visto cómo ejecutaban a un inocente, y yo mismo he cometido atrocidades de las que prefiero no hablar. He capturado malhechores y he chupado sangre. He residido temporalmente en Alemania y conozco Francia como la palma de mi mano. He recorrido China, he viajado en el tiempo. Me he batido con caballeros que unas veces me han vencido y otras no. He ido a la guerra, he sido recluido en campos de exterminio, sé qué es la tortura y la desesperación, también conozco la felicidad y el amor; me han atormentado los celos. He muerto. He resucitado. He sentido miedo y me he sumergido en el viscoso mundo de los ciegos.


He sido rico, he pasado hambre y frío, he vivido con animales. También he sido normal y corriente. En cierta ocasión estuve ingresado en un sanatorio de tuberculosos y luego pisé la Luna. He tenido superpoderes. He descubierto delitos. He engañado, he sido herido, he probado la carne humana, he sobrevivido en islas desiertas, he tenido amigos íntimos, he tenido hijos, he tenido nietos. Sé qué es vivir con culpa y vivir sin esperanza; he sido rey, he visitado el cielo, he sido alcohólico, he escrito versos, he visto nacer a un hombre y lo he visto morir ya muy anciano, he cazado ballenas y he hablado con los muertos. He leído, en definitiva, algunos libros, lo he pasado bien; pero tengo la sensación de no saber mucho sobre la vida y de haber visto poco mundo.
ANTONIO OREJUDO - "Grandes éxitos" - (2018)

Imágenes: Jean-Claude Boucher

sábado, 4 de enero de 2020

MIGRAÑAS (LA BELLEZA DE LO INEXPLICABLE)


Paso la tarde leyendo Migraña, el ensayo de Oliver Sacks. De entrada advierte que no hay tratamientos infalibles. En la mayoría de los casos los enfermos se convierten en peregrinos que van de médico en médico y de remedio en remedio. Eso soy, desde hace ya demasiados años.

   El libro demuestra que la migraña es interesante y que no está exenta de belleza (la belleza que late en lo inexplicable). Pero de qué sirve saber que uno sufre una enfermedad bella o interesante.

   Sacks dedica pocas páginas a la variante de migraña que yo padezco (a mi migraña), que es la más salvaje de todas, pero no la más común. Los nombres de la mía son neuralgia de migraña, dolor de cabeza histamínico, cefalea de Horton, migraña en cluster, en salvas, en racimos. Pero mucho más revelador es el sobrenombre: suicide headache. Ese es el impulso que sobreviene durante las crisis. No son pocos los enfermos que intentan mitigar el dolor dando cabezazos contra la pared. Yo lo he hecho.



   Duele un lado de la cabeza, específicamente la zona que cae bajo la influencia del nervio trigémino. Es una sensación trepidante acompañada de fotofobia, fonofobia, lagrimeos, sudoración facial, congestión nasal, entre otros síntomas. Memorizo las cifras, recito las estadísticas: solo diez de cada cien mil personas sufren migraña en racimos. Y ocho o nueve de esas diez personas son hombres.

   Los ciclos, los racimos, se desatan sin motivaciones aparentes, y duran de dos a cuatro meses. El dolor surge incontrolable, sobre todo durante la noche. Solo cabe resignarse. Hay que aceptar con buena cara la variedad de consejos, todos inútiles, que los amigos nos dan. Hasta que un buen día desaparecen —los dolores, no los amigos, aunque algunos amigos también se hartan de nuestros dolores de cabeza, pues durante esos meses nos ausentamos, nos concentramos inevitablemente en nosotros mismos.

   La felicidad de volver a ser normales puede durar uno o dos años. Y cuando ya creíamos que nos habíamos curado del todo, cuando pensábamos en las jaquecas como se piensa en un antiguo enemigo al que incluso llegamos levemente a valorar, a querer, el dolor vuelve, primero con timidez y luego con su habitual insolencia.



   Recuerdo un capítulo en que Gregory House trata a un paciente aquejado de cluster directamente con hongos alucinógenos. «Nada más da resultado», dice House, para escandalizar a su equipo médico. Pero tampoco los hongos funcionaron conmigo. Ni dormir sin almohada, ni hacer yoga, ni recibir con avidez las agujitas de acupuntura. Ni repasar la vida entera al compás del psicoanálisis (y descubrir muchas cosas, algunas de ellas funestas, pero ninguna que ahuyente el dolor). Ni dejar el queso, el vino, las almendras, los pistachos. Ni consumir una farmacia y media de agresivos medicamentos. Nada de eso me ha librado del despunte insidioso y repentino de los dolores. Lo único que no había probado era esto, dejar de fumar. Y claro, para más remate, Sacks dice que no hay pruebas sobre la relación entre las migrañas y el cigarro. En el momento en que subrayé ese pasaje sentí vértigo y desesperanza.

   Lo que más me inquieta es que estoy en plena tregua de la enfermedad. Que puedo dejar de fumar y creer que todo está bien, y lo mismo comenzar un racimo dentro de un año. Mi neurólogo, en cambio, está seguro. Estudió siete años medicina general, después otros tres para sacar la especialidad, y todo para terminar diciéndome esto: que fumar es dañino para la salud.
ALEJANDRO ZAMBRA - "Mis documentos" - (2013)

Imágenes: Genevive Zacconi 

miércoles, 1 de enero de 2020

ESPERAR EL FIN DEL MUNDO


Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo. Las condiciones son inmejorables. El apartamento está en una calle silenciosa. Por el balcón se ve a lo lejos el río. El río se ve también desde la pequeña terraza de la cocina, que da a jardines y balcones traseros de la calle contigua, a miradores con barandas de hierro en las que hay ropa tendida, ondeando en la brisa. Al fondo de la calle, más allá del río, está el horizonte de colinas de la otra orilla y el Cristo con los brazos abiertos como a punto de levantar el vuelo. En Siberia hay ahora mismo temperaturas de cuarenta grados. En Suecia el fuego alimentado por un calor inaudito arrasa los bosques que se extienden más allá del Círculo Polar Ártico. En California incendios que abarcan centenares de miles de hectáreas llevan ardiendo varios meses seguidos y reciben nombres propios, como los huracanes del Caribe. 


Aquí los días amanecen frescos y serenos. Cada mañana hay una niebla húmeda y muy blanca que el sol traspasa poco a poco y que trae río arriba el olor profundo del mar. Las golondrinas surcan el cielo y vuelan por encima de los tejados como en las mañanas frescas de los veranos de la infancia. En cuanto llegue Cecilia no me quedará más que pedir. Probablemente el fin del mundo ha empezado ya pero aún parece estar lejos de aquí. 
ANTONIO MUÑOZ MOLINA - "Tus pasos en la escalera" - (2019)

Imágenes: Dominic Besner