Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 3 de enero de 2022

UN REGUERO DE DESGRACIAS

 


Puedo hablarle de mi amigo Andrew, el científico cognitivo. Pero no es agradable. Una noche se presentó con un bebé en brazos ante la puerta de su exmujer, Martha. Porque Briony, su joven y encantadora esposa posterior a Martha, había muerto.

   ¿De qué?

   A eso ya llegaremos. No puedo hacer esto yo solo, dijo Andrew cuando Martha fijó la mirada en él desde el umbral de la puerta abierta. Casualmente esa noche nevaba, y Martha quedó subyugada por los blandos copos, semejantes a diminutas criaturas, que se posaban en la visera de la gorra de los Yankees que llevaba Andrew. Así era Martha, siempre encandilada por detalles periféricos como si les pusiera música. Incluso en circunstancias normales, era una persona de reacciones lentas, y te miraba con una expresión de incredulidad en sus ojos saltones, grandes y oscuros. Después llegaba la sonrisa, o el gesto de asentimiento, o el cabeceo. Mientras tanto el calor de su casa escapaba por la puerta abierta y empañaba las gafas de Andrew. Él permanecía allí inmóvil detrás de sus lentes empañadas como un ciego bajo la nieve, carente de toda voluntad, cuando por fin ella tendió los brazos, cogió con delicadeza al bebé bien arropado, retrocedió y le cerró la puerta en las narices.

   Eso ocurrió, ¿dónde?



   Martha vivía por entonces en New Rochelle, un barrio residencial de las afueras de Nueva York con casas grandes de distintos estilos —tudor, colonial holandés, neogriego—, construidas en su mayoría a lo largo de las décadas de 1920 y 1930, edificaciones apartadas de la calle, siendo los árboles predominantes los arces reales, altos y viejos. Andrew corrió hasta su coche y regresó con un maxicosi, una maleta y dos bolsas de plástico con los artículos necesarios para un bebé. Aporreó la puerta: ¡Martha, Martha! Tiene seis meses, tiene un nombre, tiene una partida de nacimiento. Está todo aquí, abre la puerta, Martha, por favor; no pretendo abandonar a mi hija, ¡solo necesito un poco de ayuda, necesito ayuda!

   La puerta se abrió y apareció el marido de Martha, un hombre corpulento. Deja todo eso en el suelo, Andrew, dijo. Andrew obedeció, y el marido corpulento de Martha volvió a plantarle al bebé en los brazos. Siempre has sido una calamidad, dijo el marido corpulento de Martha. Lamento la muerte de tu joven esposa pero me figuro que ha muerto por alguno de esos estúpidos errores tuyos, alguna negligencia inoportuna, uno de tus experimentos mentales o tus famosas distracciones intelectuales, pero en cualquier caso algo que nos recordaría a todos ese don tuyo para dejar a tu paso un reguero de desgracias.

E. L. DOCTOROW - "El cerebro de Andrew" - (2014)


Imágenes: Joan Ponc

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