Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 29 de enero de 2022

FABRICADO CON REMIENDOS DE JAZZ


 Le conocí hace dos años cuando yo aún vivía en el Harlem Español y mantuvimos una conversación sobre jazz en tres tiempos, entre el piso 0 y -3, durante tres días distintos. Su enorme cuerpo negro estaba encajado en una esquina del ascensor tras una especie de pupitre que se había esforzado en hacer habitable: un ventilador de juguete que apuntaba hacia la sudorosa cabezota de titán, un cactus pálido que demostraba su capacidad para sobrevivir en cualquier parte y un equipo de música del cuaternario que escupía, testarudo, el saxo de Dexter Gordon. Tenía apoyado el codo sobre el mostrador con una de las mangas de la camisa del uniforme remangada, dejando entrever el brazo que parecía el tronco de un árbol viejo sobre el que hubieran acuchillado mensajes de amor los pandilleros del barrio.

   Cuando entré, se abanicaba con un ejemplar arrugado de Los Vengadores, congestionado, pero sin perder la sonrisa. Me llamó la atención su forma de abordar a los viajeros, destemplados a esas horas, con un buenos días amigos, abróchense los cinturones, y que antes de hundir su dedazo color cacao en el botón ya había conseguido robar alguna sonrisa pesada. ¡Vamos, hijos! Decidle buenos días al viejo Barry y sabré que no estáis muertos. Para mi sorpresa, cuando alcanzamos el primer piso escuché un tímido pero disciplinado buenos días, de un coro extravagante de funcionarios, oficinistas, estudiantes y una monja que seguían envasados en el ascensor. Barry abrió las puertas jaleando al grupo, ¡a la arena, gladiadores, Nueva York os espera!, mientras algunos de ellos, los más orgullosos, disimulaban una sonrisa.



   Me quedé solo para continuar hasta el piso 0. Sentía cómo él me observaba con una mezcla de guasa y compasión difícil de soportar en silencio. Así que cuando mi estómago intuyó la parada le miré directo a los ojos, algo impensable en esta ciudad si no quieres follar o batirte en duelo, y sentencié:

   —La verdadera música de Dexter Gordon está en el silencio. En su último aliento dentro del saxo.

   Sus ojos me observaron oscuros, casi inválidos por los derrames, preñados por la experiencia.

   —Dexter Gordon era un alcohólico —contestó, creo que con orgullo.

   Al día siguiente cuando entré en el ascensor, Barry estaba sentado en el mismo lugar, lanzando su voz de trombón a los viajeros mientras el ventilador removía a duras penas el aire sofocante de su cubículo, solo respirable gracias a que flotaba también el limpio quejido de Billie Holiday.

   Cuando apretó el botón de la planta 0 y me miró, supe que me recordaba. Y para no decepcionarle demasiado me acerqué a la puerta y afirmé que Billie Holiday había sido la voz más apasionada del jazz, a lo que él respondió con una sonrisa:

   —Billie era una drogadicta neurótica.

   La tercera y última entrega de esta charla fue la que nos unió para siempre. Y no por el hecho de que nos pusiéramos de acuerdo sobre nuestros gustos musicales, sino porque cuando Barry entró tarareando a Louis Armstrong a las seis de la mañana para comenzar su turno, yo ya estaba allí, esperándole como la secuela cutre de una mala noche, en el suelo, recostado contra la pared igual que un fardo de huesos y con la cara reventada a golpes. Uno de tantos episodios nocturnos que luego recordaba en blanco y que se repetían siempre que cenaba juego y alcohol. Cuando se me acercó su enorme cuerpo uniformado, me cubrí instintivamente la cabeza con las manos, pero al reconocerle escupí en el suelo un coágulo de sangre y articulé como pude:

   —La garganta de Armstrong era el más perfecto instrumento del jazz.

   El resopló mientras me ayudaba a sentarme en su silla y me tendía una botella de agua que bebí de un trago.

   —Armstrong era un puto negro.

   Y no hubo más que hablar esa mañana porque de un plumazo se me había revelado aquel hombre, un gigante fabricado con remiendos de jazz: compartía con Dexter su mala vida, con Billie su corazón herido y con Armstrong que era el negro más negro de Nueva York.

VANESSA MONTFORT - "Mitología de Nueva York" - (2010)


Imágenes: Tim Tadder

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