Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 15 de enero de 2022

LAS TÍPICAS METÁFORAS OVINAS



Vienen de nuevo los catequistas, pero esta vez sin la mujer. Son los mismos dos muchachitos de siempre, el que tuerce la boca y el que dice poco y nada, y aunque objetivamente nada distinto hay en ellos, lucen más tiesos y más anodinos, vanos granaderos en el frío, postes rectos de un campo sin alambrar. A punto estoy de preguntarles por ella: dónde está, qué le pasó, por qué no vino. Pero no alcanzo a hacerlo; son ellos los que empiezan de inmediato con sus sermones monocordes y engañosos; incluso el que nunca habló, ahora habla, la voz le sale en un hilo delgadito y sin matices, silba palabras que no esperan ser escuchadas.

   Quieren saber si he tenido tiempo de leer el folleto que me dejaron la vez pasada. Les digo que no, que no lo he leído, que no he tenido tiempo. Me sugieren que lo haga: si abro mi alma a la palabra del Señor, me sentiré (conjugan en futuro) en paz conmigo mismo. Yo lamento lucir ahora tan fastidiado, y hasta quisiera revelarles a estos dos monigotes la razón de ese fastidio, que es que vinieron sin la mujer. Lo lamento porque si les lanzo mi propia verdad, que es que estoy perfectamente en paz conmigo mismo desde que vine a vivir a Bahía Blanca, no van a creerme: me veo ahora un tanto alterado y sin sosiego, propenso a mover mucho las manos al expresarme, proclive al balbuceo, muy listo a interrumpir.



   Su feroz parsimonia en el decir es lo que acaba de una vez por irritarme. Son profesionales consumados en el arte de la calma chicha; no habrá cosa que yo diga o haga que pueda llegar a sacarlos de ese lago de equilibrio en el que flotan. De tan apacibles, me exasperan; y en el fondo parecen saberlo. Quién sabe si no es ésa su estrategia: despojarme de mi paz para después ofrecerme la suya. Proceden igual que su iglesia: primero fabrican el malestar para después dispensar el alivio. Y yo podría soportar todo eso, como de hecho lo he venido soportando; pero hoy llegan a mi puerta y no estaba con ellos la mujer: ni el pelo en bucle sobre la nuca ni la nuca despejada por el pelo recogido. ¿Serían capaces de responderme, si yo les preguntara por ella?

   Dicen que Dios conoce bien cada secreto que esconde mi alma. A veces dicen alma y a veces dicen conciencia, pero siempre dicen secreto y siempre dicen Dios. Se equivocan: están pensando en el secreto tradicional, en las formas habituales del secreto. Que funciona de este modo: ocultando su contenido pero revelando su propia existencia. El secreto por lo común se activa así; guarda algo, lo esconde, lo escamotea, pero al mismo tiempo que tapa y mezquina algo, otra cosa está dando a ver, y esa cosa es que existe el propio secreto, que hay algo justamente que está siendo guardado, escondido, escamoteado. Si existe un Dios y conoce los secretos, conoce esa clase de secretos, los imperfectos. Porque los secretos perfectos no son cofres imposibles de abrir que no dejan saber qué es lo que guardan, sino cofres invisibles o intocables que no dejan saber que ellos mismos existen, que no permiten que aparezca ni tan siquiera la curiosidad, ni tan siquiera la pregunta.



   Escucho con crispación las típicas metáforas ovinas; el pastor, el rebaño, la pobre oveja extraviada. A todos les dicen las mismas cosas de siempre, no es que se hayan formado alguna idea en particular acerca de mí o de mi vida. Recitan a cada vecino su monserga idéntica y venenosa, todo en nombre de la bondad. Impulsado al fin por la presión de mi impaciencia, les suelto improperios mezclados: les hablo del gusano que se arrastra y no puede quejarse si lo pisan, maldigo la desgracia de la transvaloración de los valores, escupo sobre la moral del débil, me cago en la trampa sutil del remordimiento inducido.

   Ellos dos todo lo escuchan, serenos y receptivos. No hay cosa que no sean capaces de comprender y de aceptar. Advierto por eso que lo mejor es no prolongar ya más la charla.

   —Si tiro la primera piedra —les digo—, es porque estoy exento de culpa.

   Cierro mi puerta sin suavidad.

MARTÍN KOHAN - "Bahía Blanca" - (2012)


Imágenes: Guajiro Bampo

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