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martes, 30 de abril de 2024

EL ABISMO SIEMPRE ESTÁ SEDIENTO


Las hipolitinas. Las adeptas. Las había proclives a la concupiscencia, las había obedientes, las había lúbricas y lascivas, las había ingenuas. Maríasmagdalenas de misa diaria a las que ni el agua bendita ni la comunión conseguían borrarles la tentación, la turbia inclinación. Descendientes remotas de Sodoma habitando ese país que en su superficie era un páramo, un desierto para la sensualidad. Pero allí, bajo la aparente sequedad, se iban hundiendo ellas, visitando los sótanos del alma, descendiendo por escaleras resbaladizas de humedad, el moho del pecado, el olor del cuerpo que se corrompe dulcemente.

   Las había piadosas, desorientadas en busca de una verdad más profunda, más real, nacida de las entrañas mismas de la Virgen María, del Cuerpo de Cristo, de la Mente Divina. Las había creyentes en la palabra de don Hipólito, en la pureza de don Hipólito, en su bondad demostrada día tras día con palabra y obra. Renacidas ante el nuevo mundo, ante una religión más íntegra y verdadera. La Fe que don Hipólito predicaba, la que practicaba. Como un santo. Como un nuevo profeta.



   Sí. Las hubo con ansias místicas, las hubo mansas, las hubo con delirios febriles, con ojos vendados y las hubo resabiadas, deseosas, anhelantes, atormentadas, entregadas, afligidas, angustiadas, sumisas, complacidas. Pero todas eran devotas, todas profundamente creyentes o ávidas de creer. Y a todas, durante mucho tiempo, don Hipólito las supo medir.

   Lo fundamental era no errar, no dar nunca un paso en terreno dudoso, ante muchachas o mujeres precavidas, esquivas. Siempre lanzar el anzuelo definitivo en aguas conocidas, donde los días de confesión han formado un currículum preciso de la candidata. Las que esperaban una excusa para entregarse a la lujuria y las inocentes que llamaban a las puertas del Cielo con los ojos vendados.



   La biografía de sus culpas y sus deseos, sus debilidades, sus flancos más accesibles. Y a partir de ahí empezar a hacer el trabajo paciente de la araña, tejiendo su tela de hilos invisibles, glutinosos. «El abismo siempre está sediento, hija mía, yo te entiendo, yo te comprendo, te amparo y te perdono, Dios también fue Hombre y conoció nuestras debilidades y supo hacer de ellas virtud.»

Siempre midiendo, siempre auscultando la respiración, el tono, los silencios. Esas palabras que quedaban en suspenso. La duración del silencio era un cronómetro infalible, un lenguaje sin sonidos en el que se podía medir la emoción, el deseo. La entrega ciega. Paloma que embucha cada miga, cada grano, y lo agradece. El beso en la mano. La mano en la rejilla, los labios pegados a la madera oscura, la respiración, el tiempo suspendido en el criccrac de la carcoma.

   La primera. La primera fue una inocente. Un atardecer de verano. En el Salón Parroquial. Se oía el husmeo de la gente en la calle al otro lado de los muros. Risas y adioses. El aire flotando como una materia algodonosa. Después de echar los cerrojos y atravesar el portón con el perno grande, pesado como una penitencia, los dos permanecieron allí de pie, como dos estatuas a las que acariciara ese aire pesado y caliente.

ANTONIO SOLER - "Sacramento" - (2021)


Imágenes: Eckart Hahn

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