Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 16 de abril de 2024

COMO UNA ESPOSA DE CHISTE MALO


«Igual que un niño». No me di cuenta de que Marta había entrado en el salón. Deambulaba por la casa despeinada y aún envuelta en el eterno albornoz de guata gris, aunque ya eran casi las dos de la tarde. Como una esposa de chiste malo. Estaba de pie, bajo el quicio de la puerta, pálida, con un cigarrillo en una mano y mordiéndose un padrastro de esa misma mano, con una mirada minuciosa de rencor, de no encontrar ya las palabras apropiadas para expresar un odio tan desgastado por el tiempo. Pero sí las encontró: «¿Piensas pasarte el día ahí, como un retrasado mental, jugando con tu trencito? ¿O te vas a decidir de una vez a intentar encontrar un trabajo, si no por mí, para poder comprarte otra gilipollez de plástico?».



   No me afectó. Quiero decir, que llega un momento en que las palabras son lo de menos, porque ya se sabe que no son más que una manera de ocultar algo mucho peor, un flujo más profundo, más sucio; por eso ya ni siquiera se les presta atención, se oye el ruido de fondo que emerge de esa figura sólita, abatida, pero las palabras no cambian nada, pertenecen a la casa como el papel pintado, el zumbido del frigorífico, el baldosín desconchado que bascula al pisarlo, la infelicidad de cada día. Y por eso mismo uno no reacciona, igual que hace tanto que se desistió de cerrar con fuerza ese grifo que de todas maneras va a seguir goteando, y se continúa con lo que se estaba haciendo, a no ser que al otro esa vez no le basten las palabras para expresar el malestar represado día a día en la garganta y se atreva a la agresión directa. Como Marta esa tarde, que, al dirigirse a la cocina, probablemente a prepararse un café, aunque el café nunca le sienta bien, empujó con la punta del pie un TALGO que avanzaba despacio, al aproximarse a una barrera bajada, haciéndolo descarrilar y precipitarse pausadamente por una pendiente nevada. Marta contempló impertérrita la catástrofe, sin preocuparse de todas las vidas que mi fantasía había montado en ese tren, del pánico probable de los viajeros.

JOSÉ OVEJERO - "Cuentos para salvarnos todos" - (1996)


Imágenes: Aleia Murawski

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