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domingo, 28 de abril de 2024

PERO DIOS TAMBIÉN ERA MIEDO


El Seminario dejó todo aquello atrás. Hipólito se sintió tan indefenso como orgulloso ante aquel edificio, el más grande que había visto en su vida, lleno de pasillos laberínticos, construcciones adosadas, salones en los que resonaban las voces como cuando se ahuecan las manos y uno imita al viento. El miedo de los demás era un consuelo. Ese aprendizaje fue importante, podría decirse incluso que determinante, en su vida. Hipólito sabía que los demás también tenían temores, y podía medirlos.

   Descubrió que podía influir en los otros. En los miedos y en quienes los padecían. Román Román mojaba las sábanas. Ni las plegarias antes de dormir ni el cíngulo apretado con el que se rodeaba el vientre lograban contener la evacuación en mitad de la noche. Julio de la Trinidad Reina lloraba cada sábado antes de la confesión, cada domingo después de las visitas, cada vez que en el dormitorio Núñez Negro, grande, con su boca cruel, susurraba su nombre y amenazaba con untarle la cabeza con resina mientras dormía, la vergüenza mayor del Seminario. Silva Pereda lloriqueaba cada vez que entraba en la sala de las duchas, aquellas paredes tan altas con los ventanales de morgue al fondo. El niño se inclinaba tembloroso sobre la fila de lavabos que había en el centro y que le recordaban la pequeña acequia del matadero de su pueblo, por donde corría la sangre de los animales degollados.



   Niños que veían presencias y tinieblas por los rincones, tumbas que se abrían allí donde solo había una piedra mal colocada, un mueble oscuro que la mente infantil transformaba en féretro. Tantos miedos de los que Hipólito estaba libre y a los que iba accediendo gracias al papel de confesor no sacramental que se fue ganando entre los más débiles. Atento, comprensivo y al mismo tiempo distante. Pronunciando siempre la palabra de consuelo adecuada, apenas un monosílabo acompañado de alguna mención a las Escrituras. Y siempre dejando en el aire la sensación de que él había atravesado infortunios que superaban cualquier desgracia que los otros pudieran vislumbrar.

   Los miedos, el temor. Qué gran invención, qué gran ocurrencia divina. El miedo inclinaba a la humildad y a la hermandad, el miedo unía las almas. Propiciaba la confesión. El miedo conducía a tener la conciencia limpia. El infierno, el temor a un sufrimiento eterno eran un gran estímulo. El azote que necesita el asno. Dios era Amor, estaba escrito por todas partes, manaba por todos lados ese amor, sí, pero Dios también era Miedo, y eso también estaba escrito en mil pasajes de la Biblia. Látigo y Venganza, Castigo y Terror, la voz de Dios podía ser dulce como la miel o un trueno rompiendo el Cielo y la Tierra.

ANTONIO SOLER - "Sacramento" - (2021)


Imágenes: Jason Limon

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