Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 24 de noviembre de 2023

YA PRONTO SE VA A BORRAR


Pocos minutos después de ser atropellado por un Peugeot 3008, que prosiguió sin detenerse hacia la avenida Almirante Brown, Antonio Graziani se incorporó en medio de la calzada desierta de Paseo Colón y cruzó hacia Parque Lezama. No dudó siquiera un instante de que estaba muerto, pero esta certeza no le impidió respirar hondamente el aire ya fresco, esa brisa que alivia el calor a fines de una noche de diciembre. Aún no eran las cinco y ya empezaba a clarear con la primera, tímida luz del día.

     No le llamó la atención la ausencia de heridas visibles, de todo dolor. Se sacudió someramente el polvo adherido a la ropa, pasó sin detenerse ante la iglesia ortodoxa de la calle Brasil, que tanto lo intrigaba en su infancia, y echó una mirada rápida a las persianas bajas del restaurante que en años recientes había frecuentado. Se dirigía al bar Británico, confiado en que estaría abierto, como solía, las veinticuatro horas. No se equivocaba. Dos mesas solamente estaban ocupadas y en una de ellas reconoció a Gustavo Trench, un amigo muerto dos años atrás.

     —Antonio… No sabía… —Trench se mostró auténticamente sorprendido—. ¿Desde cuándo?

     —Hace unos minutos. Me atropelló un auto cuando cruzaba Paseo Colón.

     Una mujer sin edad salió de atrás de la barra y se acercó a ellos. Sus ojos se hundían en una intrincada red de arrugas, el maquillaje de colores vivos parecía señalar el lugar que habían ocupado rasgos ya vencidos, el pelo se elevaba en una rígida composición color caoba. Sin una palabra, interrogó con la mirada a Antonio. Este señaló lo que bebía su amigo. La miró alejarse: le había parecido curiosamente ausente bajo la efusión de maquillaje y tintura, ahora le parecía casi transparente. Trench percibió su extrañeza.



     —Ya pronto se va a borrar —informó—. Hace casi tres años que murió.

     La mujer volvió con un vaso de fernet. Antonio bebió un trago, otro, y se quedó mirando el líquido oscuro donde flotaban dos cubitos de hielo; no dijo una palabra, pero Trench, de nuevo, creyó necesario explicar.

     —Sí, tiene el mismo gusto. ¿Qué esperabas? —Tras un momento de silencio, continuó—. Vas a encontrar todo igual. Pero a los que no vas a encontrar es a los que todavía no cruzaron la línea. Solamente nos vas a ver a nosotros, en los mismos lugares, con la misma cara y la misma voz. A los otros no los vas a ver ni vas a poder comunicarte con ellos.

     Antonio no respondió. Se sentía perplejo, menos por la existencia nueva que le iban descubriendo que por su falta de asombro, más aún: por su serena aceptación de lo que, minutos antes, lo hubiera llenado de miedo. Se quedó mirando a la mujer del bar, que parecía hacer unas cuentas en un cuaderno de tapas duras y cada tanto se llevaba a la boca un lápiz para mojar la punta con saliva.

     Trench se sentía obligado a guiar los primeros pasos del amigo en territorio incógnito.

     —Como te dije: tres años.

     —¿Y después?

     —No sé. Los que saben ya no pueden contar.

EDGARDO COZARINSKI - "En el último trago nos vamos" - (2017)


Imágenes: Duy Huynh

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