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lunes, 20 de noviembre de 2023

MR. PINFOLD NO DEJABA ENTREVER NADA


Tal vez dentro de cien años se considere a los actuales novelistas ingleses en la misma forma en que nosotros consideramos y apreciamos a los artistas y escritores del siglo XVIII. Los originales, los hombres exuberantes se han extinguido, y en su lugar subsiste y florece una generación notable por la elegancia y variedad de sus ideas. También pudiera suceder que en años venideros nuestra posteridad contemple ávidamente a esta época, donde había tanta esperanza y tanta habilidad para gustar.

   Entre estos novelistas se destaca ampliamente Gilbert Pinfold. En la época de su aventura, a los cincuenta años, había escrito una docena de libros que todavía se leen y se encuentran a la venta. Fueron traducidos a varios idiomas, y en los Estados Unidos tuvieron su momento de éxito, lo cual le proporcionó una buena ganancia.

   Era elegido a menudo como tema de tesis por los estudiantes extranjeros, pero aquellos que buscaban encontrar una significación oculta en la obra de Mr. Pinfold para relacionarla con ideas filosóficas, problemas sociales o emociones psicológicas, se vieron sorprendidos por sus respuestas francas y concisas a esos temas; mientras que otros estudiantes de literatura inglesa, al elegir a autores más egoístas, encontraban a veces esas tesis ya a medias preparada. Mr. Pinfold no dejaba entrever nada. No a causa de una naturaleza reservada o poco amiga de exponerse; él no tenía nada que dar a esos estudiantes. Consideraba sus libros como si fueran objetos hechos por él, de los que se sentía completamente disociado, para ser usados y juzgados por los demás. Pensaba que estaban bien escritos, mejor que muchas obras de genios, pero no estaba orgulloso de su talento y menos aún de su reputación.



No deseaba borrar nada de lo que había escrito, pero le hubiera gustado mucho rehacer sus obras, envidiando a los pintores que pueden insistir sobre un mismo tema cuantas veces quieran, aclarándolo y enriqueciéndolo hasta llevarlo al límite de la perfección. Un novelista está condenado a producir una sucesión de novedades, nuevos nombres para sus personajes, nuevos incidentes para sus argumentos, nuevas escenas; pero Mr. Pinfold sostenía que la mayor parte de los hombres guardan solamente los gérmenes de uno o de dos libros; todo lo demás son trucos profesionales de los cuales hasta los maestros más endemoniados —aun Dickens y Balzac— eran flagrantemente culpables.

   Poco después de haber cumplido sus cincuenta años, Mr. Pinfold mostraba al mundo la mayor parte de los atributos del bienestar. Afectuoso, vivaz, inquieto cuando niño; disipado y a veces desesperante en su juventud; robusto y próspero al comienzo de su temprana virilidad; al llegar a la madurez, había degenerado menos que muchos de sus contemporáneos. Atribuía esa superioridad a sus largos y tranquilos días de soledad en Lychpole, un pueblito perdido a cien kilómetros de Londres.

   Quería a su mujer, algunos años menor que él, quien se ocupaba activamente de la pequeña granja de su propiedad. Sus hijos eran numerosos, sanos, bonitos y bien educados, y sus ingresos eran suficientes para su educación. En un tiempo había viajado mucho, pero ahora pasaba la mayor parte del año en la vieja casa que poco a poco había llenado de cuadros, libros y muebles de su gusto. Como soldado, había soportado de buen humor muchas incomodidades y algún peligro. Desde el fin de la guerra su vida había sido estrictamente privada. Sin darles mayor importancia, cumplía con los deberes de buen vecino que creía eran de su incumbencia. Contribuía con sumas adecuadas a las causas locales, pero no tenía ambiciones de mando ni mayor interés por el deporte o el gobierno comunal. Nunca había votado en una elección parlamentaria, manteniendo un típico conservadorismo que estaba muy poco representado en los partidos políticos de su tiempo, y que era considerado por sus vecinos como algo tan siniestro como el socialismo.

EWELYN WAUGH - "La odisea de Gilbert Pinfold" - (1957)


Imágenes: Søren Solkær

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