Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 13 de noviembre de 2023

ME DESPERTÓ EL OLOR DE LA SANGRE


Me despertó el olor de la sangre, un olor que no estaba solo en mi nariz sino que me impregnaba todo el cuerpo. El olor resonaba y se amplificaba en mi interior como un sonido que pasara por un tubo. En mi mente desfilaban insólitas imágenes a la deriva, hileras de farolas blancas y amarillas en la niebla, las arremolinadas aguas de un río, un paraguas rojo rodando por una carretera encharcada, una lona de plástico sacudida por el viento. Y en alguna parte un hombre cantaba arrastrando las palabras:

   

     Una mujer inolvidable bajo la lluvia…

     No me la quito de la cabeza.  


   No tardé demasiado en comprender lo que estaba ocurriendo, y tampoco es que se requiriera mucha imaginación para aventurar lo que estaba a punto de suceder. Aquello no era real, ni siquiera los vagos restos de un sueño. Se trataba de una señal que mi mente le enviaba a mi cuerpo: «No te muevas; sigue tumbado… Es el precio que tienes que pagar por no haber tomado las pastillas».



   La interrupción del tratamiento era una lluvia en el desierto de mi vida, incluso cuando caía en forma torrencial y me ocasionaba un ataque epiléptico. Los fenómenos de los que acababa de tomar conciencia, esos delirios tipificados clínicamente como «síntomas preictales», no eran sino emisarios de lo que estaba a punto de suceder. No había puerto en que pudiera resguardarme. Nada podía hacer sino esperar a que pasara. Al estallar, la tempestad me empujaba a un pozo de oscuridad donde me veía caer indefenso, y del que, atendiendo a experiencias previas, ni siquiera conservaba recuerdos. Hasta que llegaba el despertar espontáneo de la conciencia, permanecía sumergido en un prolongado y profundo sueño. Y después me notaba agotado y sin pizca de energía, como si hubiera hecho un esfuerzo físico duro e intenso. Me lo merecía; sabía perfectamente dónde me metía cuando decidía dejar el tratamiento. Era una adicción; a pesar de conocer los riesgos lo hacía una y otra vez.

   Muchos adictos se drogan para tener alucinaciones. En mi caso era lo contrario: dejaba la medicación precisamente para experimentar delirios. Al poco tiempo de dejar las pastillas, entraba en una dimensión mágica. Desaparecían los dolores de cabeza y los zumbidos en el oído —efectos secundarios de la medicación—, y los sentidos se me agudizaban. Mi olfato se volvía sensible como el de un perro, la mente me iba más rápido que nunca y captaba la realidad por intuición antes que por la razón. Me sentía dueño de mi vida, y me parecía que todo era fácil y sencillo.

YOU-JEONG JEONG - "El buen hijo" - (2016)


Imágenes: ChangKi Chung

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