Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

UN RUIDO COMO NUNCA HABÍAMOS OÍDO


Mil hombres que se tapan los ojos con el brazo, como las jovencitas en el cine, mientras escuchan la voz solitaria del megáfono que comienza la cuenta atrás a partir de diez. Estamos en junio de 1957, antes de que la cuenta atrás se asocie al lanzamiento de los cohetes que enviarán a los astronautas más allá de la atmósfera de la Tierra.

   Y entonces un ruido como nunca habíamos oído. El volumen al máximo. Hasta con los ojos cerrados vemos el fogonazo, de un blanco candente, de una bomba cuatro veces más poderosa que la de Nagasaki, tan brillante que no proyecta sombras. Contamos hasta diez y miramos, y lo que vemos es la sangre que nos corre por las venas y el esqueleto de los hombres que tenemos delante. La radiografía de mil soldados, una diapositiva de huesos proyectada en el desierto. Las yucas se recortan en relieve, las montañas son de aluminio.

   Los megáfonos gritan que nos pongamos en pie, y nos levantamos, atontados, moviéndonos como autómatas, menos los que están en el fondo del agujero, llorando y rezando. Sentimos la bofetada de un viento caliente que parece que va a arrancarnos la cabeza y nos lanza al suelo otra vez. Estamos demasiado asustados para cuestionar la lógica de las órdenes. Obedecemos porque es la única manera de salir con vida.

   El aire está oscuro como en un Juicio Final de cómic. ¿De qué modo explicar que nos hemos tomado esto como algo personal?



   Otra ola, una pared de tierra y escombros, piedras, palos y objetos que no podemos imaginar nos acribillan y a algunos casi los sepultan. Un momento de una calma extraña, semejante a la pausa de respeto antes del himno. Luego ya no podemos respirar. Falta el aire cuando la presión retrocede para volver al punto cero, calmada, apagada ahora que la detonación empieza a replegarse, produciendo un vacío que parece que va a aspirarlo todo. Cuando el polvo se posa, tratamos de respirar, y entonces lo vemos, vemos el motivo que nos ha traído aquí: una bola de fuego gigante que sube montada en una nube en forma de hongo, como si el diablo ascendiera al cielo. Es lo más hermoso que has visto en tu vida, hierve en su propia sangre, se eleva hasta doce mil metros de altura, extendiéndose hasta oscurecer el sol, abriéndose sobre nuestras cabezas y arrojándonos una lluvia de restos de desierto. No podemos pensar. En nuestra mente no hay espacio para nada más que esto.

   A unos veinte kilómetros, en el Puesto de Control, la explosión ha arrancado las puertas. Los contadores Geiger se encabritan y hay que calmarlos. Los automovilistas paran a un lado de la carretera y se bajan de sus vehículos, alucinados, escudriñando el cielo en busca de extraterrestres. La explosión se oye en Mercury y en Indian Springs, y se percibe como un trueno lejano en California y en Reno. En Utah, una oleada de aire caliente revuelve el pelo y pega la camiseta al cuerpo a los niños que corren de un lado a otro bajo una lluvia de ceniza.

   Cuando por fin se hace el silencio, nos levantamos y avanzamos al asalto del punto cero: mil hombres, con las placas detectoras tan coloradas como jovencitas que acaban de recibir su primer beso.

NICOLE KRAUSS - "Llega un hombre y dice" - (2002)


Imágenes: Fabian Oefner

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