Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 5 de julio de 2024

YO NO GASTO PISTOLA

 


Bueno, en la anterior entrada, en la canción de
Kurt Cobain interpretada por Caetano Veloso, se repetía una y otra vez: “I don’t have a gun, I don’t have a gun…”. O sea: “No tengo pistola, no tengo pistola…”

   Yo tampoco tengo. No me gustan. Ni las pistolas ni ningún arma de fuego. Tengo un perro de cacería, eso sí. Un braco alemán, de color marrón; una bestia que responde (?) al nombre de Dingo de la que ya he hablado por aquí en alguna ocasión. Pero de puritita compañía, nada más. Me lo regalaron y ahí lleva 8 años…
   Pero las armas, no. Mi único contacto con ellas ha sido el de las barracas de feria y una vez que unos amiguetes de la dorada juventud compraron una caja de platos para dispararles. Mi balance fue de un honroso 50% (2 platos de cuatro disparos…).
Las llamadas armas blancas las he usado mucho como herramientas en el campo y en mi oficio, siempre con el máximo respeto y la mínima longitud. Nada más.
Bueno, sí. Y aquí viene la historia:
   Era mi época de estudiante, finales del franquismo; unos 16 años de pocas luces y mucha testosterona…
Para ayudarme en los estudios, durante las vacaciones, me dedicaba a dar clases particulares de Inglés, entonces muy bien cotizadas y con poca competencia. Para ello adapté una habitación de esas “comodines” que hay en muchas casas y allí, más que enseñar el idioma de las islas, enseñaba a aprobar exámenes…



   Había en casa una vieja mesa de escritorio que pertenecía a una de mis tías. Mi casa es grande y, siempre que había una mudanza, unas obras o remodelaciones, lo que no sabían dónde meter, venía a parar aquí… Escogí esa maciza y pesada mesa para mis actividades docentes. Llenos sus cajones de hojas con el membrete de la empresa que había sido de mi tía, yo los iba cogiendo para usarlos como borradores para mis explicaciones. A falta de pizarra… Llegó el momento en que empezaron a escasear. Pero, el cajón central, cerrado con llave, prometía incluir más. Así que, sacando el de arriba, metía la mano e iba sacando hojas. Hasta que un día, tropecé con algo metálico, de una forma… Lo diré ya: se trataba de una pistola. Una Star 45, según comprobé.
Impacto súbito. Además de ser el título de una peli de Clint Eastwood, fue lo que yo sentí en ese momento. Sorpresa, pánico, alegría, poder: mézclenlo todo y obtendrán una aproximación a lo que yo sentí…
   La saqué de allí en el más estricto secreto. Me la llevé a mi habitación y la oculté. ¿Qué hago con ella? Porque desde el primer momento quedó patente que era algo femenino, pese a su forma fálica. Como una amante secreta: oculta en mi cuarto.
Pues lo primero que hice fue… desmontarla. Sin tener la más mínima idea, empecé a desatornillar por un lado y otro y obtuve como resultado un cargador con 8 preciosas y rechonchas balas doradas…



   La volví a montar. La guardé. Y lo siguiente que hice fue…; sí, contárselo a “mi mejor amigo” de aquella época. Un perla, llamado S., que trató por todos los medios a su alcance, que eran muchos, de convencerme para que la usáramos; aunque fuera en un descampado, disparando a latas. Después, podríamos… Pero no. Esta vez no me convenció. Las pocas luces de que yo disponía me alumbraron, aunque fuera en forma de miedo. Temía que ella nos estallase en las manos al intentar… 
   No sé si, técnicamente, esto será posible. S. argüía complicados mecanismos de disparo a distancia (a distancia de ella, claro…) Pero no. No cedí. Seguí guardándola “celosamente”, para mí solo. No sé el tiempo que transcurrió, meses, años… Fue mucho, pero no lo sé a ciencia cierta. Hasta que, otra vez se me encendió una lucecita, y decidí que lo mejor era contárselo a mi madre. Temiendo una bronca tormentosa, así lo hice. Pero, para mi asombro, la parte leonina del enfado no recayó sobre mí, sino sobre mi tía… La dueña de la empresa. La “dueña” de la pipa. La Star 45 había pertenecido a su difunto marido. En la empresa se manejaba pasta. Había que pagar a los obreros, los sábados. Y allí se juntaba una pequeña fortuna. Había riesgos. Y el difunto tenía un “seguro”…



   El difunto falleció en un accidente y mi tía, analfabeta, se hizo cargo de la empresa, que defendió como pudo y supo hasta su quiebra. Pero la pipa se quedó allí, en su cajón; e hizo el viaje hasta mi casa y…
   Mi madre, con aires de tragedia griega, una noche se encaminó con ella bien envuelta y metida en su bolso, hacia lo de mi tía, matriarca prepotente en su ignorancia y su quiebra. Hizo de tripas corazón, le largó un discurso: que si el niño está estudiando, que si está en una edad muy mala, que si las amistades, que si la política… Y volvió a dejar la estrella de esta historia en el sitio que le correspondía. No sé qué hicieron con ella posteriormente. Se habló vagamente de un río o de un pantano; a partir de aquel momento fue tabú. Nadie volvió a mencionarla. Hasta ahora…

   Ya digo. Yo de armas, nada, aparte de esta aventurilla. Pero hay ocasiones, alguien que conozco las llama “pensamientos paralelos”, en que a uno le pasa muy, muy fugazmente por el coco una imagen: y si yo ahora tuviera a mano...
No, no sigo. no puedo seguir. Mis principios me lo impiden. Pero quizás, alguno de ustedes, en una remota ocasión, con un gran enfado...
   A ver si me entienden, no quiero pensar mal de nadie. Pero somos humanos y...
   Bueno. Si alguien quiere contarlo. Si alguna vez le pasó por la mente (inocente mente...), que si hubiera dispuesto de una...
   Pero no, no. Dejémoslo. 
   ¿O no?

(Publicado originalmente por El Secretario en su desaparecido blog "La Zona Libre" el miércoles 31 de octubre de 2007)

Imágenes: Pedro Reyes


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