Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 12 de julio de 2024

NUESTRO TERROR PORTÁTIL

 


Mi infancia (la verdadera, esa que dura hasta los ocho o nueve años, justo en el momento en que nos damos cuenta de que llorar no sirve para nada) fue como casi todas: la miniatura de un mundo en el que los muñecos hablan con nuestra voz y los jinetes de plástico recorren un desierto infinito en el espacio de una baldosa. Fue también, claro está, el ámbito de los monstruos invisibles, tanto en el sueño como en la vigilia, aunque mi infancia tuvo un monstruo de carne y hueso: aquel hombre que iba siempre descalzo, con los pies hinchados y costrosos, enorme y bamboleante, con la mano eternamente extendida, invocando caridad, y al que llamaban —nunca he sabido por qué— el Florentino, dedicado a rondar por las calles como una criatura deforme escapada de un cuento infantil. El Florentino nos sobresaltaba cuando aparecía por la plazuela en que jugábamos a los futbolistas, a los toreros o al circo romano y se quedaba mirándonos con asombro, como si no diese crédito a nuestra alegría, con sus ojos de un celeste aterrador, tirando a la transparencia, y se espesaban entonces el aire y el tiempo: «¡Que viene el Florentino!», nuestro terror portátil.

FELIPE BENÍTEZ REYES - "El azar y viceversa" - (2016)

Imágenes: Diego de la Rosa

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