Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 25 de julio de 2024

EL BUTACÓN AZUL


Es un hecho bien conocido (aunque no abiertamente admitido), que los objetos captan, absorben las energías de las personas que están en contacto con ellos. Actúan como esponjas. Y como tales, vuelven a soltar, a "escurrir" esas energías a otras personas que, posteriormente, los usen.

¿Por qué, si no, casi nadie se pondría la ropa, los zapatos de un muerto? Y más si este alcanzó su estado de forma violenta, cruel, dolorosa.

Esos objetos, tan íntimos, se hallan empapados de ese dolor, esa crueldad, esa violencia.

Así mismo, el caso contrario: los creyentes gustan de recolectar y llevar consigo en estrecho contacto las llamadas "reliquias" de personas consideradas santas, con la nada fútil esperanza de que parte de esa dudosa santidad pase a ellos o, al menos, los proteja.

Cuando, hace años, estuve visitando a una psicóloga y ella me pidió que me sentase en un butacón de aspecto muy cómodo, tapizado en azul oscuro que reinaba sobre un rincón de su consulta, tuve mis reparos. Me indicó que aquel día íbamos a practicar una relajación.



Habitualmente, yo me sentaba frente a ella, en una butaquita tipo "director de cine", sin muchas pretensiones, y hablaba y contestaba a todo lo que me inquiría, con dosis variables de mentira, cachondeo y burla que lograba mantener con la más encantadora de mis miradas. Cuarenta y cinco, cincuenta minutos, 6.000 pelas y adiós.

Pero aquel día tocaba "relajación". Ya dije que aparecieron mis "reparos". Cuánto majara no se habría sentado allí. 

Sí. En la otra butaquita de a diario, también. Pero esta era como más aséptica, menos "esponjosa".

Cuántas fobias, paranoias, esquizofrenias y dislexias habrían asentado sus posaderas en el butacón azul. Estaría infectado (¿infestado?) hasta lo más hondo de sus comodísimas médulas maderianas.

¿Cómo pretendía esa señora con vestimentas de aspecto hindú (pero de los ricos) que yo me relajase allí?

Fue imposible. Se lo comenté. Me rebatió científico-cognoscitivamente. Ella, tan ricamente,  se había relajado. La cinta, el cedé o lo que fuera, hacía todo el trabajo.

Achaqué (achacamos) mi falta de relajo a que el primer día, en un sitio relativamente desconocido...



Pero así, varias veces más. Yo seguía empapándome de todas las dolencias psíquicas allí depositadas y nada de relajación ni de visualización positiva ni de caminitos de colores.

Posiblemente, seguramente, yo también dejase allí mis historias: en aquel empapadero psíquico. Y otros, pobres, se "beneficiarían" de ellas.

De los "otros" yo sólo conocía a alguno con el que coincidía en la sala de espera: casi siempre una madre con su hijo de unos 10 años con problemas de esos que siempre ha habido, pero que ahora...

Bueno, miento: cuando alguien la llamaba por teléfono (a la psicóloga) y salía de la consulta, yo curioseaba en una gran torre de carpetillas con expedientes de los "otros". Algún nombre conocido (e inesperado) hallé en la pila que, afortunadamente, nunca llegó a desplomarse.

No nos conocíamos, pero a través de (gracias a) aquel butacón azul se creó una suerte de ósmosis psíquica entre todos nosotros: los afectados.

   -Hoy haremos relajación.

   -La harás tú, so bruja (pensaba yo con la boca y sólo lo decía con la mirada).

Y son 6.000.

(Publicado originalmente por El Secretario en su desaparecido blog "La Zona Libre" el día 8 de julio de 2008)

Imágenes: Brooke DiDonato

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