Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 31 de julio de 2024

NO HACE FALTA QUE DIGA CUÁL ES LA MORALEJA


De todas las historias que me sé sobre madres, esta es la más realista. Una joven estadounidense está visitando París con su madre cuando la señora comienza a sentirse mal. Deciden pasar unos días en un hotel para que la madre pueda descansar, y la hija llama a un médico para que la atienda.

   Tras un breve reconocimiento, el médico le dice a la hija que lo único que su madre necesita son unos medicamentos. Acompaña a la hija hasta un taxi, le da instrucciones al taxista en francés y le explica a la joven que el taxista va a llevarla a su casa, donde su mujer le proporcionará el tratamiento adecuado. El trayecto en coche es largo; al llegar, la muchacha se desespera ante la intolerable lentitud de la mujer del médico, que prepara meticulosamente las pastillas a partir de unos polvos. Una vez de vuelta en el taxi, el conductor vaga por las calles, llegando incluso a cruzar una misma avenida en ambos sentidos. A la chica se le agota la paciencia y se apea del taxi para volver a pie al hotel. Cuando consigue llegar, el empleado de recepción le dice que no la ha visto nunca. Sube corriendo las escaleras hasta la habitación donde su madre estaba descansando para encontrarse unas paredes de color distinto, un mobiliario diferente del que ella recuerda, y ni rastro de su madre.



   Esta historia tiene muchos finales. En uno, la chica hace gala de una constancia y determinación magníficas; acaba seduciendo a un joven que trabaja en la lavandería para descubrir así la verdad: que su madre había muerto de una enfermedad fatal y altamente contagiosa; que había abandonado este mundo poco después de que el médico sacase a la hija del hotel. Para evitar que cundiese el pánico en la ciudad, los empleados habían enterrado el cadáver para desembarazarse de él, pintado la habitación, cambiado los muebles y sobornado a todos los involucrados para que negasen conocer siquiera a aquellas mujeres.

   En otra versión de la historia, la muchacha pasa años vagando por París, creyendo que se ha vuelto loca, que su madre y su vida con ella eran fruto de su imaginación enfermiza. La hija va dando tumbos de hotel en hotel, confusa y afligida, aunque no sabe por quién. Cada vez que la echan de un vestíbulo llora por una pérdida. Su madre está muerta y ella no lo sabe. No lo sabrá hasta que ella misma muera; y eso si crees en el cielo.

   No hace falta que diga cuál es la moraleja de la historia. Creo que ya lo sabes.

CARMEN MARIA MACHADO - "Su cuerpo y otras fiestas" - (2017)


Imágenes: Banksy

lunes, 29 de julio de 2024

UN HIJO DE LA NATURALEZA


A menudo he pensado que si tuviera que ir a un psiquiatra, me preguntaría por mis antecedentes familiares, como es natural, así que tendría que empezar por hablarle de mi hermano, y el psiquiatra ni siquiera esperaría a que acabara, seguro, me encerraría.

   Le dije eso a mamá; se echó a reír.

   —Eres dura con ese chico, Val.

   —¿Chico? —le dije—. Ese hombre.

   Se rio, lo admitió.

   —Pero recuerda que los lunáticos también son hijos de Dios —dijo.

   —¿Cómo lo sabes, si eres atea? —contesté.

   Había cosas que mi hermano no había podido evitar. Nacer, por ejemplo. Nació la misma semana que empecé a ir a la escuela, ¿se puede ser más oportuno? Yo estaba asustada; no era como ahora, que los niños llevan ya años yendo a la guardería y al parvulario. Iba a la escuela por primera vez y a todos los demás niños los acompañaba su madre, ¿y dónde estaba la mía? En el hospital teniendo un bebé. Qué bochorno pasé. Esas cosas daban mucha vergüenza entonces.

   No tuvo la culpa de nacer y tampoco tuvo la culpa de vomitar en mi boda. Imaginaos. El suelo, la mesa, se las ingenió incluso para salpicar el pastel. No iba borracho, como algunos supusieron, la verdad es que cogió una gripe criminal, que de hecho a Haro y a mí nos tumbó también durante la luna de miel. Nunca he oído que nadie más con una gripe haya vomitado encima del mantel de encaje y los candelabros de plata y el pastel en el banquete de una boda, pero podría achacarse a la mala suerte; quizá todos los demás cuando les entraron las ganas estaban más cerca de un aseo. Y tal vez todos los demás se aguantaran un poco más las ganas, tal vez, porque nadie es tan especial ni se siente tanto el centro del universo como mi hermano pequeño. Llamadlo simplemente un hijo de la naturaleza. Así se haría llamar él mismo, más adelante.

ALICE MUNRO - "Algo que quería contarte" - (1974)


Imágenes: Dinara Kasko

sábado, 27 de julio de 2024

VE A PASÁRTELO BIEN EN EL LUNA PARK

 


Casi todos los días paseaba con el perro por los alrededores de la puerta de Maillot. Había allí aún por entonces una feria, el Luna Park. Una tarde mi madre me había preguntado si me gustaría ir al Luna Park. Yo creí que tenía la intención de ir conmigo. Pero qué va. Cuando lo recuerdo ahora creo que, sencillamente, quería que la dejara sola aquella tarde. Tal vez había quedado con el individuo cuyo nombre nunca supo nadie y merced al cual vivíamos en aquel piso. Abrió la puerta empotrada en la pared del salón, me alargó un billete grande y me dijo: «Ve a pasártelo bien en el Luna Park.» Yo no entendía por qué me daba todo aquel dinero. Parecía tan preocupada que no me atreví a llevarle la contraria. Ya en la calle, me planteé no ir al Luna Park. Pero existía el riesgo de que a la vuelta me pidiera que le enseñase la entrada o los tickets de las atracciones, porque con frecuencia tenía ideas fijas y no había que intentar mentirle. Y yo por entonces no sabía mentir.

   Cuando compré la entrada, en la puerta, al señor pareció sorprenderle que le pagase con un billete tan grande. Me dio el cambio y me dejó pasar. Un día de invierno. Parecía que fuera de noche. En medio de esa feria, me daba la impresión de estar metida en un mal sueño. Lo que más me llamaba la atención era el silencio. La mayoría de las casetas estaban cerradas. Los tiovivos giraban en silencio y no iba nadie en los caballitos de madera. Y nadie por los paseos. Llegué al pie del tiovivo grande y me fijé en tres chicos mayores que yo. Llevaban zapatos viejos y agujereados y que no eran iguales en ambos pies. Y batas grises demasiado cortas y rotas. Habían debido de entrar en el Luna Park a escondidas, porque miraban a derecha e izquierda como si los persiguieran. Pero tenían cara de querer subir al tiovivo grande. Me fui hacia ellos. Le di al mayor los billetes de banco que me quedaban. Y eché a correr con la esperanza de que me dejasen salir.

PATRICK MODIANO - "Joyita" - (2017)


Imágenes: Micaël Reynaud

jueves, 25 de julio de 2024

EL BUTACÓN AZUL


Es un hecho bien conocido (aunque no abiertamente admitido), que los objetos captan, absorben las energías de las personas que están en contacto con ellos. Actúan como esponjas. Y como tales, vuelven a soltar, a "escurrir" esas energías a otras personas que, posteriormente, los usen.

¿Por qué, si no, casi nadie se pondría la ropa, los zapatos de un muerto? Y más si este alcanzó su estado de forma violenta, cruel, dolorosa.

Esos objetos, tan íntimos, se hallan empapados de ese dolor, esa crueldad, esa violencia.

Así mismo, el caso contrario: los creyentes gustan de recolectar y llevar consigo en estrecho contacto las llamadas "reliquias" de personas consideradas santas, con la nada fútil esperanza de que parte de esa dudosa santidad pase a ellos o, al menos, los proteja.

Cuando, hace años, estuve visitando a una psicóloga y ella me pidió que me sentase en un butacón de aspecto muy cómodo, tapizado en azul oscuro que reinaba sobre un rincón de su consulta, tuve mis reparos. Me indicó que aquel día íbamos a practicar una relajación.



Habitualmente, yo me sentaba frente a ella, en una butaquita tipo "director de cine", sin muchas pretensiones, y hablaba y contestaba a todo lo que me inquiría, con dosis variables de mentira, cachondeo y burla que lograba mantener con la más encantadora de mis miradas. Cuarenta y cinco, cincuenta minutos, 6.000 pelas y adiós.

Pero aquel día tocaba "relajación". Ya dije que aparecieron mis "reparos". Cuánto majara no se habría sentado allí. 

Sí. En la otra butaquita de a diario, también. Pero esta era como más aséptica, menos "esponjosa".

Cuántas fobias, paranoias, esquizofrenias y dislexias habrían asentado sus posaderas en el butacón azul. Estaría infectado (¿infestado?) hasta lo más hondo de sus comodísimas médulas maderianas.

¿Cómo pretendía esa señora con vestimentas de aspecto hindú (pero de los ricos) que yo me relajase allí?

Fue imposible. Se lo comenté. Me rebatió científico-cognoscitivamente. Ella, tan ricamente,  se había relajado. La cinta, el cedé o lo que fuera, hacía todo el trabajo.

Achaqué (achacamos) mi falta de relajo a que el primer día, en un sitio relativamente desconocido...



Pero así, varias veces más. Yo seguía empapándome de todas las dolencias psíquicas allí depositadas y nada de relajación ni de visualización positiva ni de caminitos de colores.

Posiblemente, seguramente, yo también dejase allí mis historias: en aquel empapadero psíquico. Y otros, pobres, se "beneficiarían" de ellas.

De los "otros" yo sólo conocía a alguno con el que coincidía en la sala de espera: casi siempre una madre con su hijo de unos 10 años con problemas de esos que siempre ha habido, pero que ahora...

Bueno, miento: cuando alguien la llamaba por teléfono (a la psicóloga) y salía de la consulta, yo curioseaba en una gran torre de carpetillas con expedientes de los "otros". Algún nombre conocido (e inesperado) hallé en la pila que, afortunadamente, nunca llegó a desplomarse.

No nos conocíamos, pero a través de (gracias a) aquel butacón azul se creó una suerte de ósmosis psíquica entre todos nosotros: los afectados.

   -Hoy haremos relajación.

   -La harás tú, so bruja (pensaba yo con la boca y sólo lo decía con la mirada).

Y son 6.000.

(Publicado originalmente por El Secretario en su desaparecido blog "La Zona Libre" el día 8 de julio de 2008)

Imágenes: Brooke DiDonato

martes, 23 de julio de 2024

¿QUIERE SABER CÓMO TRABAJO?


Se había sentado en el borde de la cama. La habitación no tenía más luz que la de una bombilla sin pantalla colocada en la punta de un trípode alto. La bombilla era muy pequeña y de un voltaje demasiado bajo. Al lado de la cama, en vez de mesilla de noche, un aparato de radio enorme con frente de tela. Yo había visto uno así en Fossombronne-la-Forêt. Se percató de la mirada que le eché.

   —Me gusta mucho este aparato —me dijo—. A veces lo uso para el trabajo. Cuando puedo hacerlo en casa…

   Se inclinó y giró el botón. Se encendió una luz verde.

   Se oía una voz sorda que hablaba en una lengua extranjera.

   —¿Quiere saber cómo trabajo?

   Había cogido un bloc de papel de cartas y un bolígrafo que estaban encima del aparato de radio y escribía mientras escuchaba la voz, sobre la marcha.

   —Es muy fácil… Lo cojo todo en taquigrafía.

   Se acercó y me alargó el papel. A partir de aquella noche, siempre he llevado ese papel conmigo.



   Ponía, algo más debajo de los signos taquigráficos:

   Niel lang geleden slaagden matrozen er in de sirenen, enkele mijlen zuidelijd van de Azoren, te vangen.

   Y la traducción: «Hace poco, unos marineros consiguieron atrapar unas sirenas a pocas millas al sur de las Azores.»

   —Está en neerlandés. Pero lo ha leído con un leve acento flamenco de Amberes.

   Giró el botón para que dejásemos de oír la voz. Había dejado la luz verde. Bueno, pues en eso consistía su trabajo. Le daban una lista de los programas que tenía que oír, de día o de noche, y tenía que traducirlos para el día siguiente.

   —A veces son programas que llegan desde muy lejos…, locutores que hablan lenguas muy raras.

   Los oía de noche, en su cuarto, para practicar. Me lo imaginaba tendido en la cama, en la oscuridad que perforaba aquella luz verde.

   Se había vuelto a sentar en el borde de la cama. Me dijo que desde que vivía en aquel piso no utilizaba casi la cocina. Había otra habitación, pero la tenía vacía y no entraba nunca en ella. Por lo demás, a fuerza de oír todas esas lenguas extranjeras, acababa por no saber muy bien en qué país estaba.

PATRICK MODIANO - "Joyita" - (2017)


Imágenes: Cent LDN

sábado, 20 de julio de 2024

TODAS LAS GUERRAS SE HACEN POR LAS PROPIEDADES

 


Todas las guerras se hacen por las propiedades. También la guerra pasada se hizo por las propiedades, al menos es lo que queda demostrado después de sumar y restar. Algunos las han perdido, otros las han conquistado, unos se han metido dentro, otros han salido fuera, unos derribaron los monumentos de los otros, los otros quemaron las casas de esos unos, unos, al echar a los otros, conquistaron fábricas, bancos, medios de comunicación, posiciones políticas, minas, astilleros, puestos de embajador, ferrocarriles, carreteras… La sangre se derramó por las propiedades. Los directores de la guerra llamaron patria a las propiedades, para que la gente no se sintiera incómoda. ¿Por qué decir «cayó por la propiedad» cuando suena mucho mejor «cayó por la patria»? Por trapichear con las propiedades se recibe una comisión y por defender la patria, una condecoración. Los hábiles participantes en la contienda pasada recibieron las dos cosas, y también la tercera, es decir, la propiedad.

DUBRAVKA UGRESIC - "Zorro" - (2017)


Imágenes: Travis Durden

viernes, 19 de julio de 2024

TOAS QUERÍAMOS EL CUERPO IDEAL

 


 El miedo a los médicos es lo único que no he heredao de mi padre, eso y lo de pegar a las niñas. A mí me flipan. Tú dame un hospital con su consulta, su sala de espera, su silla de espera, su revista de espera, su silloncito de piel que se echa patrás, su guante blanco que hace plas, su médico bueno con su bata buena y su caligrafía de escándalo, tú dame de eso y dame un cubo pa la baba que ya me tienes contenta pa rato. Pina Pina Pina. ¿Por qué te dan tanto miedo, papá? ¿Por lo de las amígdalas? ¿Tanto te dolió? ¿De verdá te las rebanaron con un cuchillo? Al pobre le dan pánico, yo por suerte no he heredao eso. Pura potra, porque las fobias se heredan igual que se heredan las orejas saltonas. Eso he heredao yo, la cara duende triste con unas orejas que asoman pa fuera queriendo ver mundo. No entienden que ellas no tienen que ver na, que ellas tienen que escuchar na más, que bien pegaítas al cráneo están más bonitas. Mis orejas rebeldes buscan la independencia y no me extrañaría que algún día se fugasen y me dejaran sola, si es que en parte las entiendo, ¿qué ganan estando conmigo?



 Cuando las niñas de mi clase de balé me pellizcaban hasta hacerme llorar yo ni me quejaba ni na. Porque la verdá es que nos metíamos mucha caña entre toas. Ninguna callaba y ninguna se escapaba sana y salva. A una por gafotas, a otra por ecuatoriana, a otra por guarra, a otra por pelirroja, a otra por fea, a otra por pelúa, a otra por mormona y a mí por orejona. Pero porque toas escudriñábamos nuestros cuerpos abiertamente durante horas y horas buscando la perfección y lo hacíamos mejor que cualquier máquina de rayos equis ultravioleta y suprawachinai. Toas queríamos el cuerpo ideal, ese cuerpo delgadísimo volátil flexible prieto suave afilao con las nalgas en forma de T. Al principio odiaba la forma de T. Me negaba a apretar el culo en las clases, me gustaba verlo en forma de u, relajao. Desde luego, así como iba a conseguir yo saltar, siempre se me han dao fatal los padechás y me costaba la vida abrirme de piernas en el aire con el tombé padeburé glisá granyeté. Saltar, en general, yo, fatá. Tendría que haber entendío desde pequeña que saltar es cosa de gente alegre y que yo no tengo tanta alegría en mí como para levitar unos segundos y estafar al alma humana. Por eso, en los saltos, reconozco que a veces me escaqueaba.

GRETA GARCÍA - "Solo quería bailar" - (2023)


Imágenes: Melika Dez

miércoles, 17 de julio de 2024

UNOS POETAS DEVORAN ESPACIO Y OTROS, TIEMPO

 


Entonces llegó el nuevo maestro de Literatura, aunque nadie supo quién había sido el anterior. Se los presentaron. Ninguna alumna habló, contemplaban como foto o estatua su cabello negro a lo beatnik, la sonrisa indeleble, casi irónica. Su mirada traspasó a Artemisa. Cuando ella le platicó a su hermano Félix del maestro ya estaba enamorada de él. Era un poeta incomprendido, cual debían ser todos los poetas, según le contó a ella y a sus amigas cuando les invitó nieves en el Kiko’s de avenida Hidalgo, donde se multiplicaban las librerías de viejo. Mientras el incrédulo Félix escuchaba a su hermana soltar nombres —Kerouak, Burroughs— que había apuntado en su cuaderno junto con el teléfono del profesor, sonreía tratando de entender el Binomio de Newton en sus propios apuntes. Estaban en casa, sentados a la mesa del comedor y la luz del ocaso se reflejaba en la vitrina de madera blanca, distorsionada desde el cristal cortado, herencia de Carmelita Guerrero, la bisabuela, descendiente directa del héroe Vicente Guerrero, según decía el abuelo, culpable genética de los ojos casi verdes de Artemisa y azulosos de su hermano. Ese guapo maestro les había encargado leer La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón, pero a ella no le importaba. Sin poderse concentrar en la edición de Porrúa, con torturantes dobles columnas, Artemisa se veía desbordada por las tesis del poeta: quería tomar de la calle sus recodos sorprendentes y buscaba «mantener el equívoco». Lo citaba: «Unos poetas devoran espacio y otros, tiempo; los espaciales hacen poemas pájaros y los temporales hacen poemas gatos». Ejemplo del primero es Whitman, del segundo tipo es el más gatuno: Poe, cuyos poemas se trepan a rasguños, aunque los habite un cuervo. ¿Le parecía a Félix si debía ver al maestro fuera del aula?



   ¡Nunca jamás! Se burló su hermano.

   En contra del programa oficial, el maestro los hizo leer La bruja, de Michelet (a Félix le sonaba a nombre de calle). Para Michelet las mujeres son algo muy diferente de los hombres: piensan hablan y actúan de otra manera; tienen otros gustos; su sangre se precipita como tormenta; respiran con las cuatro costillas superiores, de ahí su seno ondulante; y su pelvis es mar de variables emocionales. Los peces e insectos permanecen mudos, el ave canta. El hombre tiene un lenguaje distinto, la palabra clara y luminosa; pero la mujer, con algo de gato, posee un lenguaje enteramente mágico: el silencio.

   También le contó del profesor a la tía Lolita: casi un prodigio, fusionaba la aburrida preparatoria con la magia de fugas a otros planetas. Al escuchar a su sobrina hablar con tanto entusiasmo del profesor surrealista trasnochado, licuado con existencialismo, olvidadas las etimologías, Lolita le recomendó la píldora anticonceptiva. Nunca se la venderían a su sobrina, pero ella tenía de sobra en un cartoncito plateado con flechas y guía.

ENRIQUE RENTERÍA - "En los ojos de los gatos" - (2008)


Imágenes: Rein Kooyman

lunes, 15 de julio de 2024

ODIABA SU NOMBRE

 


Odiaba su nombre: Casandra. En su cuaderno, en lugar de escribir la historia de María Alacoque, nacida en Borgoña, y fundadora del Sagrado Corazón de Jesús, destripaba su nombre: Ardnasac, Casi anda, Sandraca, Sandra acá, Saca draga, Casada, Daga casa, Sangra hada. Esperaba ver la sangre opaca de su nombre brotar de la hoja, caer en cascada del pupitre, en medio de las alumnas del Colegio Francés del Pedregal. Sangre saturnina, según la profesora de anatomía, Mirelle.

   Tenían dos tipos de profesoras en ese colegio de paga: las monjas y Mirelle. Ella también era monja, aunque debía ocultar una cola demoniaca, con remate puntiagudo, pues les abría otras dimensiones. Satán, les explicaba, es el principio masculino de rebeldía y la hechicera es su vía de venganza. La risa es poder, destruye, estalla las cosas, germina, por eso el macho casi nunca sonríe, nada más se burla o su risa deriva de alguna intoxicante sustancia, reír le parece femenino, sin darse cuenta de su poder. La mujer hada, sibila, hechicera, es iniciación, suelta la risa loca, agita sus pechos. La perfección de un pecho y sus vasos es el lugar más delicado para sentir dolor. Y más a ellas, pues les crecían día a día. Si tuvieran raíz de beleño o mandrágora, se curarían ellas mismas, masticando leves dosis, pues en demasía serían veneno.



   Por suerte para Mirelle, ya todas menstruaban y ejercían ese tabú genético. Sangre menstrual con la que se rocían aún sembradíos en el África más oscura, para lograr buena cosecha; ofrenda del sexo femenino sobre la tierra. Les mostraba en el proyector de opacos los esquemas anatómicos de sus órganos genitales. En el siglo XVI, Falopio le descubrió a la mujer la fons viventum, el órgano de la matriz. Tiene la función procreadora pero da la crisis sagrada en ciclo lunar. Un órgano que contiene el misterio. ¿Trasplante de corazón, de hígado, de páncreas, de pulmón, de riñón? Sí, nunca de matriz. Sus alumnas ya eran mujercitas.

   Casandra salía de esa clase con los ojos más abiertos y compartía su nuevo saber con su amiga Roxana. Le contaba también a su mamá, quien se sorprendía de la monja liberal.

   —¿No será lesbiana? —escandalizaba a la hija, mientras comían en una fonda de San Cosme, pues la mamá quería contactarla con la realidad. Si estaba en ese colegio de niñas bien era porque el abuelo pagaba. Él también era responsable, según su mamá, de su nombre, aunque ella lo hubiera decidido. El bisabuelo de Casandra era fanático de griegos y romanos. Aunque para rebajarle años de edad había quedado en «el abuelo». Murió por un trastorno sanguíneo a los setenta y nueve.

ENRIQUE RENTERÍA - "En los ojos de los gatos" - (2008)


Imágenes: Lola Dupré

domingo, 14 de julio de 2024

OBRA DE FANTASMAS O DE SATÁN

 


Las asambleas han sido organizadas a la carrera por Agata Friesen y Greta Loewen en respuesta a las extrañas agresiones que llevan ya varios años atormentando a las mujeres de Molotschna. Prácticamente todas las mujeres y niñas han sido violadas desde 2005, y en su momento muchos de la colonia creyeron que era obra de fantasmas o de Satán, en teoría como castigo por sus pecados. Las agresiones sucedían de noche. Mientras las familias dormían, dejaban inconscientes a las niñas y mujeres rociándolas con un espray del anestésico que utilizamos para los animales de la granja y que elaboramos con belladona. A la mañana siguiente se despertaban doloridas y aletargadas, a menudo sangrando, sin entender a qué podía deberse. No hace mucho que se ha sabido que los ocho demonios responsables de las agresiones han resultado ser hombres de carne y hueso de Molotschna, la mayoría de ellos parientes cercanos -hermanos, primos, tíos, sobrinos- de las mujeres en cuestión.



 A uno de los hombres lo reconocí vagamente. Jugábamos juntos de pequeños. Se sabía el nombre de todos los planetas o, si no, al menos se los inventaba. Su apodo era Froag, que significa «pregunta» en nuestro idioma. Me acuerdo de que quise despedirme de aquel chico antes de abandonar la colonia con mis padres, pero mi madre me dijo que mi amigo estaba pasándolo mal con los molares de los doce años y que había contraído una infección y no podía salir de su cuarto; ahora no tengo tan claro que eso fuese verdad. Pero el caso es que en la colonia no se despidieron de nosotros cuando nos fuimos, ni ese niño ni nadie.

 Los demás asaltantes son mucho más jóvenes que yo y no habían nacido, o eran críos de pecho o de dos o tres años, cuando me fui con mis padres, de modo que no los recuerdo de nada.

 Molotschna, al igual que todas nuestras colonias, es autárquica y aplica sus propias leyes. En un principio Peters pensó en encerrar varias décadas a los hombres en un cobertizo (parecido al mío), pero no tardó en hacerse evidente que la vida de los hombres corría peligro. Salome, la hermana pequeña de Ona, agredió a uno con una guadaña, mientras que un grupo de colonos borrachos y airados, parientes de las víctimas, colgó a otro por las manos de la rama de un árbol. Murió, al parecer olvidado, cuando los hombres borrachos y airados perdieron el sentido allí mismo en el sembrado de sorgo, junto al árbol. Después de eso, Peters decidió, con el apoyo de los ministros, llamar a la policía para que los detuvieran -es de suponer que por su propia seguridad- y se los llevaran a la ciudad.



 El resto de los hombres de la colonia (salvo por los que están seniles o inválidos, y mi persona, por razones que no me honran) han ido a la ciudad para depositar la fianza para los agresores detenidos, con la esperanza de que los dejen volver a Molotschna mientras siguen a la espera de juicio. Y cuando los responsables vuelvan, a las mujeres se les concederá la oportunidad de perdonarlos, lo que garantizaría un lugar en el Cielo para todos. Por lo que ha dicho Peters, si las mujeres no perdonan a los hombres, tendrán que abandonar la colonia y vivir en el mundo exterior, del que nada saben. Las mujeres tienen muy poco tiempo, sólo dos días, para organizar su reacción.

Según me ha contado Ona, las mujeres de Molotschna votaron ayer. Se podía votar por tres opciones.  

 1. No hacer nada.

 2. Quedarse y luchar.

 3. Irse.

MIRIAM TOEWS - "Ellas hablan" - (2018)


Imágenes: Robert Strati

viernes, 12 de julio de 2024

NUESTRO TERROR PORTÁTIL

 


Mi infancia (la verdadera, esa que dura hasta los ocho o nueve años, justo en el momento en que nos damos cuenta de que llorar no sirve para nada) fue como casi todas: la miniatura de un mundo en el que los muñecos hablan con nuestra voz y los jinetes de plástico recorren un desierto infinito en el espacio de una baldosa. Fue también, claro está, el ámbito de los monstruos invisibles, tanto en el sueño como en la vigilia, aunque mi infancia tuvo un monstruo de carne y hueso: aquel hombre que iba siempre descalzo, con los pies hinchados y costrosos, enorme y bamboleante, con la mano eternamente extendida, invocando caridad, y al que llamaban —nunca he sabido por qué— el Florentino, dedicado a rondar por las calles como una criatura deforme escapada de un cuento infantil. El Florentino nos sobresaltaba cuando aparecía por la plazuela en que jugábamos a los futbolistas, a los toreros o al circo romano y se quedaba mirándonos con asombro, como si no diese crédito a nuestra alegría, con sus ojos de un celeste aterrador, tirando a la transparencia, y se espesaban entonces el aire y el tiempo: «¡Que viene el Florentino!», nuestro terror portátil.

FELIPE BENÍTEZ REYES - "El azar y viceversa" - (2016)

Imágenes: Diego de la Rosa

martes, 9 de julio de 2024

LA CASA DE LA ABUELA


La casa de la abuela está a cinco minutos andando de las últimas casas del pueblo. Después ya no queda más que la carretera polvorienta, pronto cortada por una barrera. Está prohibido ir más lejos, un soldado monta guardia allí. Tiene una metralleta y unos prismáticos, y cuando llueve se mete dentro de una garita. Sabemos que más allá de la barrera, oculta entre los árboles, hay una base militar secreta, y detrás de la base la frontera y otro país.

La casa de la abuela está rodeada por un jardín al fondo del cual corre un río, y después el bosque.

En el jardín tiene plantadas todo tipo de verduras y árboles frutales. En un rincón hay una conejera, un gallinero, una pocilga y una caseta para las cabras. Hemos intentado subirnos al lomo del cerdo más gordo de todos, pero es imposible permanecer encima.



La abuela vende las verduras, las frutas, los conejos, los patos y los pollos en el mercado, así como los huevos de las gallinas y patas y quesos de cabra. Los cerdos los vende al carnicero, que le paga con dinero, pero también con jamones y salchichones ahumados.

También hay un perro para cazar a los ladrones y un gato para cazar ratas y ratones. No hay que darle de comer, para que tenga hambre siempre.

La abuela posee también una viña al otro lado de la carretera.

Se entra en la casa por la cocina, que es grande y está caliente. El fuego está encendido todo el día en el hogar de leña. Junto a la ventana hay una enorme mesa y un banco de rincón. En ese banco dormimos nosotros.

Desde la cocina, una puerta lleva a la habitación de la abuela, que siempre está cerrada con llave. Sólo la abuela entra allí por las noches, a dormir.



Existe otra habitación donde se puede entrar sin pasar por la cocina, directamente desde el jardín. Esa habitación está ocupada por un oficial extranjero. La puerta también está cerrada siempre con llave.

Bajo la casa hay una bodega llena de cosas de comer y, debajo del tejado, un desván donde la abuela ya no sube desde que le serramos la escalera y se hizo daño al caer. La entrada del desván está justo encima de la puerta del oficial, y nosotros subimos con la ayuda de una cuerda. Allí es donde guardamos el cuaderno de las redacciones, el diccionario de nuestro padre y los demás objetos que nos vemos obligados a esconder.

Pronto nos fabricamos una llave que abre todas las puertas y hacemos unos agujeros en el suelo del desván. Gracias a la llave podemos circular libremente por la casa cuando no hay nadie en ella, y gracias a los agujeros, podemos observar a la abuela y al oficial en sus habitaciones sin que ellos se den cuenta.

 AGOTA KRISTOF - "El gran cuaderno" - (1986)


Imágenes: Nicolás V. Sánchez

domingo, 7 de julio de 2024

EL AMOR SE PARECE MUCHO AL ODIO


 

Yo, querido, no creo en un amor de todos hacia todos. El amor es limitado. Una persona puede amar a cinco hombres y mujeres, tal vez a diez, a veces incluso a quince. Y eso, solo muy de vez en cuando. Pero si llega alguien y me dice que él ama a todo el tercer mundo, o que ama a Latinoamérica, o que ama al sexo femenino, eso no es amor, sino retórica. Palabrería. Eslóganes. No hemos nacido para amar a más de un pequeño puñado de personas. El amor es algo íntimo, extraño y lleno de contradicciones, pues muchas veces amamos a alguien por amor propio, por egoísmo, por codicia, por deseo físico, por deseo de dominar al amado y esclavizarlo, o al contrario, por el placer de ser esclavizados por el objeto de nuestro amor, y además, el amor se parece mucho al odio y está más cerca de él de lo que la mayoría de las personas imaginan. Por ejemplo, cuando amas a alguien u odias a alguien, en ambos casos ardes constantemente en deseos de saber dónde está, con quién está a cada instante, si se encuentra bien o mal, qué hace, qué piensa, qué teme. Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá?. Eso dijo el profeta Jeremías. Thomas Mann escribió en alguna parte que el odio no es más que amor al que se le ha añadido el signo matemático de menos. Los celos son la prueba de que el amor se parece al odio, pues en los celos se mezclan el amor y el odio. En el Cantar de los Cantares, en un mismo versículo, se nos dice que «fuerte como la muerte es el amor, duros como el sepulcro los celos».
AMOS OZ - "Judas" - (2014)

Imágenes: Erkin Demir

viernes, 5 de julio de 2024

YO NO GASTO PISTOLA

 


Bueno, en la anterior entrada, en la canción de
Kurt Cobain interpretada por Caetano Veloso, se repetía una y otra vez: “I don’t have a gun, I don’t have a gun…”. O sea: “No tengo pistola, no tengo pistola…”

   Yo tampoco tengo. No me gustan. Ni las pistolas ni ningún arma de fuego. Tengo un perro de cacería, eso sí. Un braco alemán, de color marrón; una bestia que responde (?) al nombre de Dingo de la que ya he hablado por aquí en alguna ocasión. Pero de puritita compañía, nada más. Me lo regalaron y ahí lleva 8 años…
   Pero las armas, no. Mi único contacto con ellas ha sido el de las barracas de feria y una vez que unos amiguetes de la dorada juventud compraron una caja de platos para dispararles. Mi balance fue de un honroso 50% (2 platos de cuatro disparos…).
Las llamadas armas blancas las he usado mucho como herramientas en el campo y en mi oficio, siempre con el máximo respeto y la mínima longitud. Nada más.
Bueno, sí. Y aquí viene la historia:
   Era mi época de estudiante, finales del franquismo; unos 16 años de pocas luces y mucha testosterona…
Para ayudarme en los estudios, durante las vacaciones, me dedicaba a dar clases particulares de Inglés, entonces muy bien cotizadas y con poca competencia. Para ello adapté una habitación de esas “comodines” que hay en muchas casas y allí, más que enseñar el idioma de las islas, enseñaba a aprobar exámenes…



   Había en casa una vieja mesa de escritorio que pertenecía a una de mis tías. Mi casa es grande y, siempre que había una mudanza, unas obras o remodelaciones, lo que no sabían dónde meter, venía a parar aquí… Escogí esa maciza y pesada mesa para mis actividades docentes. Llenos sus cajones de hojas con el membrete de la empresa que había sido de mi tía, yo los iba cogiendo para usarlos como borradores para mis explicaciones. A falta de pizarra… Llegó el momento en que empezaron a escasear. Pero, el cajón central, cerrado con llave, prometía incluir más. Así que, sacando el de arriba, metía la mano e iba sacando hojas. Hasta que un día, tropecé con algo metálico, de una forma… Lo diré ya: se trataba de una pistola. Una Star 45, según comprobé.
Impacto súbito. Además de ser el título de una peli de Clint Eastwood, fue lo que yo sentí en ese momento. Sorpresa, pánico, alegría, poder: mézclenlo todo y obtendrán una aproximación a lo que yo sentí…
   La saqué de allí en el más estricto secreto. Me la llevé a mi habitación y la oculté. ¿Qué hago con ella? Porque desde el primer momento quedó patente que era algo femenino, pese a su forma fálica. Como una amante secreta: oculta en mi cuarto.
Pues lo primero que hice fue… desmontarla. Sin tener la más mínima idea, empecé a desatornillar por un lado y otro y obtuve como resultado un cargador con 8 preciosas y rechonchas balas doradas…



   La volví a montar. La guardé. Y lo siguiente que hice fue…; sí, contárselo a “mi mejor amigo” de aquella época. Un perla, llamado S., que trató por todos los medios a su alcance, que eran muchos, de convencerme para que la usáramos; aunque fuera en un descampado, disparando a latas. Después, podríamos… Pero no. Esta vez no me convenció. Las pocas luces de que yo disponía me alumbraron, aunque fuera en forma de miedo. Temía que ella nos estallase en las manos al intentar… 
   No sé si, técnicamente, esto será posible. S. argüía complicados mecanismos de disparo a distancia (a distancia de ella, claro…) Pero no. No cedí. Seguí guardándola “celosamente”, para mí solo. No sé el tiempo que transcurrió, meses, años… Fue mucho, pero no lo sé a ciencia cierta. Hasta que, otra vez se me encendió una lucecita, y decidí que lo mejor era contárselo a mi madre. Temiendo una bronca tormentosa, así lo hice. Pero, para mi asombro, la parte leonina del enfado no recayó sobre mí, sino sobre mi tía… La dueña de la empresa. La “dueña” de la pipa. La Star 45 había pertenecido a su difunto marido. En la empresa se manejaba pasta. Había que pagar a los obreros, los sábados. Y allí se juntaba una pequeña fortuna. Había riesgos. Y el difunto tenía un “seguro”…



   El difunto falleció en un accidente y mi tía, analfabeta, se hizo cargo de la empresa, que defendió como pudo y supo hasta su quiebra. Pero la pipa se quedó allí, en su cajón; e hizo el viaje hasta mi casa y…
   Mi madre, con aires de tragedia griega, una noche se encaminó con ella bien envuelta y metida en su bolso, hacia lo de mi tía, matriarca prepotente en su ignorancia y su quiebra. Hizo de tripas corazón, le largó un discurso: que si el niño está estudiando, que si está en una edad muy mala, que si las amistades, que si la política… Y volvió a dejar la estrella de esta historia en el sitio que le correspondía. No sé qué hicieron con ella posteriormente. Se habló vagamente de un río o de un pantano; a partir de aquel momento fue tabú. Nadie volvió a mencionarla. Hasta ahora…

   Ya digo. Yo de armas, nada, aparte de esta aventurilla. Pero hay ocasiones, alguien que conozco las llama “pensamientos paralelos”, en que a uno le pasa muy, muy fugazmente por el coco una imagen: y si yo ahora tuviera a mano...
No, no sigo. no puedo seguir. Mis principios me lo impiden. Pero quizás, alguno de ustedes, en una remota ocasión, con un gran enfado...
   A ver si me entienden, no quiero pensar mal de nadie. Pero somos humanos y...
   Bueno. Si alguien quiere contarlo. Si alguna vez le pasó por la mente (inocente mente...), que si hubiera dispuesto de una...
   Pero no, no. Dejémoslo. 
   ¿O no?

(Publicado originalmente por El Secretario en su desaparecido blog "La Zona Libre" el miércoles 31 de octubre de 2007)

Imágenes: Pedro Reyes


miércoles, 3 de julio de 2024

SI EXISTIERA ALGO DESPUÉS DE LA MUERTE...

 


—¿Usted qué piensa? —le preguntó el anciano pelirrojo a Andrés Bouza—. ¿Quiere probar a hacer carne con la madeira o madeira con la carne? Y señaló a la sirena antes de encorvar su cuerpo para meterse detrás del mostrador.

   —No pienso. Porque cuando pienso me duele la cabeza —dijo Andrés Bouza con indiferencia.

   —Pero creerá en Dios, supongo…

   Andrés Bouza negó rotundo con la cabeza y añadió:

   —No, yo en Dios no creo.

   Se hizo el silencio de nuevo y duró peligrosamente hasta que la voz litúrgica del cura vino a romperlo.

   —Si por un momento Dios no existiera, qué pasaría. Sería una enorme injusticia. Todo lo que nos ocurre sería culpa nuestra. Me imagino que si no cree en Dios… tampoco cree en el Diablo, ¿verdad?

   Tras lanzar la pregunta, Andrés Bouza pareció caer en una profunda meditación que duró unos instantes para luego alzar el rostro y asegurar:

   —Si existiera algo después de la muerte, la muerte no tendría sentido.

   —¿Usted cree?

   Andrés Bouza no contestó; no creía en Dios aunque tenía sus dudas en lo que respecta al Diablo. No era para menos, pues, albergaba la sensación de que el mismísimo Diablo se le había metido en el alma. Andrés Bouza podía señalar el momento en el que le había entrado y cómo se había apoderado de él, llevándolo a encallar con su barco en un arenal perdido. Había sentido la quemazón de Satán en la cueva de las costillas. También en lo más vivo, miserable y egoísta de su corazón.

MONTERO GLEZ - "Carne de sirena" - (2022)


Imágenes: Josh Keyes