Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 1 de marzo de 2024

POR UNOS NIÑOS DE MÁS NO PASA NADA


Con un cuerpo tan desgarbado y aquella expresión agotada sería difícil seducir a las mujeres, pensó Aatami Rymättylä. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Aatami lanzó una mirada intencionada a una exponente del sexo femenino, él, que había sido un tipo tan lanzado. La vida erótica de un hombre en riesgo perpetuo de bancarrota es acomodadiza. A su mente regresó el recuerdo de su antigua mujer, Laura, de la que llevaba divorciado cinco años. Debido a los celos, su mujer se había marchado de casa, se había llevado a los tres hijos en común. La decisión de divorcio la había precipitado una noticia proveniente de la Clínica de Maternidad: el marido había sido padre de trillizas. Tres criaturas ilegítimas de un solo golpe, fue una gran sorpresa incluso para el propio Aatami. Los intentos de explicación no sirvieron de mucho. Y es que, ¿cómo explicas unas trillizas, un rebaño de chavalas que ha venido al mundo sin pedir permiso?

   A pesar de todo, Aatami Rymättylä habría continuado gustoso con el matrimonio, al que a su manera se había acostumbrado.

   —Perdóname, mujer, vamos a intentar hacer las paces, por unos niños de más no pasa nada…



   Su esposa Laura era la típica finlandesa autóctona, no estaba mal, una maestra de educación primaria, de físico pasable. En lo intelectual, se aproximaba al nivel de la educación primaria, así que se sentía cómoda en el trabajo y allí le iba de maravilla. Aatami recordó los arrebatos de perspicacia de su mujer. En una ocasión, la familia al completo se dirigía al campo y en la localidad de Kirkkonummi, Laura señaló una granja apícola situada en el linde entre un sembrado y el bosque. Una veintena de grandes colmenas habían sido dispuestas en dos filas.

   —Pues sí que son tremendos ahora los buzones de los campesinos —se admiró ella. Le parecía mal que el servicio postal obligara a los pobres habitantes del campo a recoger su correspondencia en medio de la nada en buzones gigantes como aquellos. Se puso a cavilar si es que los campesinos utilizaban aquellas cajas para enviar sus productos al mercado de la ciudad, o por qué motivo eran tan enormes. ¿Colocaban los campesinos allí sacos de patatas y luego se los llevaba el vehículo de correos?

   —Son colmenas, no buzones —intentó Aatami.

   —Ay, qué horror, pero si las abejas pueden picar a la gente cuando va a recoger sus cartas. Y para los alérgicos, algo así es problemático.

ARTO PAASILINNA - "Adán y Eva" - (1993)


Imágenes: Ava Roth

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