Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 20 de marzo de 2024

TE TIRAS A LA PISCINA

 


Te tiras a la piscina.

   Atraviesas el agua de golpe. Te pones tú también un poco azul y un poco brillante. Se te empapa la piel y el pelo se te esparce como si estuviera hecho de un material distinto. Tu pelo. Es liso y suave, y mamá intenta hacerte dos coletas, pero se te acaban deshaciendo y vas despeinada. Tu pelo. Dentro de ocho años te lo vas a cortar a lo chico. Dentro de ocho años y catorce minutos te vas a arrepentir. Dentro de dieciséis años vas a sufrir un desamor y le vas a decir al peluquero: «Haz lo que quieras». Y lo hará. Dentro de veintidós años —⁠veintidós años, que son más del triple de los años que tienes ahora⁠— te vas a descubrir una cana en la sien. La achacarás a un enero estresante. Quedará oculta bajo tu flequillo. Tendrás flequillo. Tu pelo seguirá pareciendo de un material distinto cuando te metas debajo del agua, como ahora que se esparce en todas direcciones. El sonido exterior se mitiga. Estás en el mundo y no, y eso te gusta.

   Cierras los ojos con fuerza, porque odias abrir los ojos debajo del agua. Si los abres, te escuecen por el cloro y no ves nada. Notas las burbujas que salen de tu nariz y buceas hasta donde haces pie. Las puntas de tus dedos rozan los azulejitos del suelo. Tus dedos que son pequeños, pero no: son del tamaño exacto. Sacas la frente. Sacas las orejas. Te detienes a la altura de la barbilla escuchando el silencio total de esta siesta de agosto. Te aburren las siestas. Te aburrirán siempre. Mentira: un día te parecerán el momento perfecto para el sexo. Pero hoy el sexo no existe y te aburren las siestas. Todos están dormidos y ni el aire ni el agua se mueven a tu alrededor. Yo te miro como tú te miras. Observas desde fuera tu cuerpo submarino. Absorta, miras tu mano deformada. Qué extraña es. No llegas con los pies al suelo desde las sillas ni a las perchas aunque estires los brazos. Eres pequeña. Pero cómo vas a ser pequeña si no eres pequeña, si ese es para ti tu tamaño natural. De repente, el sobresalto.



   —¡Me cagüen el copote santo y adorao! ¡Mira que os tengo dicho que a la hora de la siesta no os bañéis!

   La abuela. La abuela descalza y sin gafas agitando su mano en lo alto de la escalera. Como si no lo supieras. Parece mentira que no te hayas preocupado al menos de no hacer ruido.

   —¡Pero abuela, que ya sé nadar!

   —¡Ni sé nadar ni sé nadar! ¿Y el niño?

   —¡Y yo qué sé!

   —¡Sal ahora mismo de ahí! Y que no te vuelva yo a ver tirarte al agua a la hora de la siesta.

   Se da media vuelta y se va. El niño, el niño. El satélite gorrinero, lo llama. Qué culpa tienes tú de que el niño tenga apenas un año. Sales del agua, subes las escaleras. Y qué tiene que ver el niño con que te bañes a la hora de la siesta. Pisas varias veces en cada escalón para dejar huellas de agua, como en 101 Dálmatas. Qué culpa tienes tú de ser la mayor. Culpa, ninguna. Estás cansada ya de ser la mayor y solo tienes siete años. Para lo responsable que eres, qué poco te gusta la responsabilidad. La que no has elegido tú, al menos. Si pudiera avisarte. Si pudiera decirte: Ve haciéndote a la idea, porque vas a ser la mayor siempre. También dentro de ocho años, cuando te cortes el pelo —⁠ay, si alguien mayor que tú te hubiera dicho que no era buena idea⁠—, y dentro de dieciséis, cuando llores contra la almohada —⁠si alguien te hubiera explicado⁠—, y dentro de veintidós, cuando te salga una cana —⁠ese enero en que sabes que estás sola⁠—, vas a seguir siendo la hermana mayor.



   Entras al salón chorreando y la abuela riñe a tu prima muy bajito, porque también ha perdido de vista al niño. Tu prima te mira como diciendo «mira que eres tonta» y la abuela sigue su mirada hasta el umbral de la puerta y se posa en ti:

   —¡No entres aquí mojada!

   Lo grita bajito. Cuando está contenta eleva la voz y cuando está enfadada se contiene. Al revés que papá. Sales al porche y te quedas de pie. Te secas rápido, pero eres impaciente. Aún con gotitas de agua por el cuerpo te cuelas en la cocina a por un yogur de fresa. Los mayores se van despertando. Ellos llegan a los yogures sin taburete. La merienda. Atraviesas el revuelo de gente que cruza el salón en busca de una cucharita o de una raja de melón. La abuela se acerca sonriendo, te agarra la cabeza con las manos y te planta un beso en la frente.

   —¡Qué tunanta estás hecha, madre mía!

MARTA JIMÉNEZ SERRANO - "Los nombres propios" - (2021)


Imágenes: Maria Svarbova

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