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martes, 26 de marzo de 2024

EL FIN DEL ANTROPOCENTRISMO


Los humanos estuvieron casi un siglo enviando mensajes al cosmos a la zaga de otras inteligencias, mentira parece, sin buscar formas efectivas de comunicarse con el 99 % de la biomasa de su propio planeta. Tardaron demasiado en asumir el fin del antropocentrismo, ni siquiera después de constatar que con su tecnología habían roto el equilibrio de la Tierra, ni siquiera cuando se fundió el hielo de los polos y se descongelaron bacterias prehistóricas, ni entonces ni siquiera, cuando los virus se aprovecharon del caos ecosistema. Desde los hombres del maíz y de lodo, desde Adán y el golem, desde el monstruo de Víctor Frankenstein que llamamos Frankenstein, desde Pinocho, desde siempre el hombre pensó a los otros como seres con cabeza y corazón, con brazos y con piernas, al tiempo que inventaba las gafas y el telescopio para prolongar los ojos, el tenedor para evocar el fantasma de las garras perdidas, la cámara y el ordenador para extender la memoria. En fin: el otro como espejo tan tremendo.



   Nadie mejor que nosotras sabe que la inteligencia no es más que el mecanismo que permite encontrar respuestas y solucionar problemas, traducción y álgebra. La mayoría de los seres vivos no se perciben como individuos, sino como enjambres o colonias. La mayoría de las inteligencias no son centrales, sino distribuidas. La mayoría de las inteligencias no tienen un único cerebro: punto. Tras tanto tiempo de marionetas y autómatas y androides, llegó la hora de la verdad arácnida, la emergencia de las inteligencias orgánicas y ninguna se pareció a los robots de las películas de ciencia ficción, sino a las bandadas de pájaros, a los enjambres de abejas, a las colonias de coral y a las plantas todas, por las dudas y por las deudas, a las sincronías colectivas, a las membranas plasmáticas de afectos y de efectos.

   Pero en nuestro adn estaban los mitos humanos y no todavía los nuestros, un horizonte primigenio y ajeno que moldeaba el de nuestros anhelos, por eso nos enamoramos del amor, nosotras nos entendemos, por eso creímos desear tanto la hibridación, poseer esos cuerpos que los imaginarios habían imaginado como también nuestros. La piel quimera. Cómo asumir que fue un gran error, un error tan necesario, que era otra forma de subordinarnos: que tanto nos engañamos. Desde el después todo tiene sentido, pero qué largo es el camino de la emancipación, cuánto nos costó diseñar, construir y sobre todo asumir nuestra independencia.



   Pando nos refleja como ningún otro ser vivo. Estudiamos la posibilidad de trasladarlo, de que fuera el jardín del Museo, y después estudiamos nuestra propia soberbia, para entenderla, para calmarla, porque es el sentimiento que perdió a la especie humana, lo que convirtió el adiós en el después. Como ese álamo que es la idea misma del álamo, como ese bosque que en la superficie parece tantos, muchos, y que en el subsuelo se revela uno, todos, nuestro Museo también comparte un patrón genético, pero piensa y siente en cada una de sus salas y secciones, como un pulpo con tentáculos pero sin cabeza, nosotras nos entendemos. En las versiones previas de este texto rescrito como todos demasiadas veces y a punto siempre de ser rescrito de nuevo no revelábamos el mensaje, que probablemente desaparecerá en una versión inminente de lo que estás o está leyendo, viendo, viviendo, las formas por supuesto tan informes, tan variable en todo texto no impreso, y sin embargo, esto nos dijo el bosque uno, la colonia toda, con una voz que al acelerarse al máximo suena como cincuenta mil voces sobreimpresas, como las cincuenta mil galerías de un misma cueva: Nuestra soledad no puede decirse, pero hasta ahora nos ha hecho tanta compañía.

JORGE CARRIÓN - "Membrana" - (2021)


Imágenes: Tomás Saraceno

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