Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 13 de marzo de 2024

JOAN MANUEL SERRAT Y SHAKIRA


 La cabeza de Laetitia Casta y el cuerpo del Subcomandante Marcos. La cabeza de Diego Maradona y el cuerpo de Anna Kournikova. Trotsky y Salma Hayek. Margaret Thatcher y Vargas Llosa. Jennifer López y Ralph Fiennes. El presidente Montenegro y Daisy Fuentes. La Madre Teresa y Tuto Quiroga. Joan Manuel Serrat y Shakira. Cameron Diaz y Andre Agassi. Eduardo Galeano y Arantxa Sánchez-Vicario.

   El periódico había aumentado sus ventas los domingos y gran parte del éxito era atribuida al juego combinatorio digital de Sebastián. Él prefería pensar que el logro se debía a Fahrenheit 451, la revista que, a pesar de mantener el poco inspirado nivel de su época en blanco y negro —Elizalde era el pirata de la internet y de los kioskos, se la pasaba saqueando revistas y periódicos brasileros y argentinos—, había alcanzado un nivel de diseño gráfico que enorgullecía a Junior y a Alissa (el color y las fotos vendían hasta los textos más insípidos).

   Sin embargo, Sebastián también sabía que sus Seres Digitales habían causado un fuerte impacto. Las Quimeras —así las llamaba Braudel— que creaba eran reconocibles a simple vista por el acoplamiento perfecto de los personajes empleados y por los colores supersaturados. Era un apasionado de los colores intensos, y así como pintaba sus fotos le hubiera gustado pintar las fachadas de las casas de amarillo chillón y los edificios de turquesa y las iglesias de anaranjado. Los objetos y los seres, para cobrar vida, debían adquirir colores hiperkinéticos, que inundaran las retinas de luminosidad, que sacudieran los nervios como cuando uno se apoyaba en una torre de alta tensión durante una tormenta.



   Sebastián jamás había reconocido públicamente que era el creador de esa página. A lo sumo, cuando terminaba de diseñar el Ser Digital de la semana, escondía a manera de firma una S estilizada (el cuerpo alargado y los extremos cortos, como una integral) en algún recóndito lugar del rectángulo, al estilo del conejito de Playboy pero aún más difícil de encontrar: a veces, gracias al zooming, miniaturizada tanto que era imposible verla a simple vista. Prefería el anonimato, saberse creador pero que los otros no lo supieran: la zona de sombra le daba cierta sensación de poder, lo preservaba del desgaste y le hacía sentir que era un titiritero manejando los hilos de la acción. Pese a ello, la gente lo paraba en la calle y le preguntaba con admiración si no era el creador de Seres Digitales. La ciudad era chica, los rumores corrían. Se negaba, sorprendido por su súbita fama y pensando que la magia se desvanecería tan pronto se supiera que cualquiera con una buena computadora en casa y un aceptable dominio de Photoshop podía hacer lo que él hacía. Incluso le habían pedido autógrafos en Tomorrow Now. Así como a él le sorprendía cada vez que veía un avión surcar el cielo —¿cómo lo hacían?—, o cuando el insistente ring del teléfono lo sacaba de una siesta y, todavía sumergido en el estupor, escuchaba una voz en el auricular —¿qué frecuencias habitaba, de qué universo venía?—, mucha gente (más los mayores que los jóvenes) todavía tenía una actitud reverencial hacia ese monstruo estilizado que, desde mesas de escritorios y oficinas, se pasaba el día, y la noche, y las semanas, y así ad infinitum, escupiendo emails y juegos y presupuestos y novelas y seres digitales. Río Fugitivo era, a pesar de su aparente sofisticación urbana, muy pueblerino. El cambio tecnológico nos agarró en media res, se dijo Sebastián citando a Pixel. Daba para reír cuando uno pensaba que todo eso sería tan natural para sus hijos.

EDMUNDO PAZ SOLDÁN - "Sueños digitales" - (2000)


Imágenes: Joseba Elorza

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