Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 28 de marzo de 2024

A LOS TRECE AÑOS CASI TODAS LAS OPCIONES SON MALAS

 


No me acostumbro a coger las llaves por la mañana. Hace ya tres años que tengo mi propio juego y le di mil vueltas al tema de qué llavero colocarle antes de elegir un candado que me pareció muy carismático. Al principio, por la novedad, me las llevaba a todas partes. Llegar a tu portal, sacarlas del pantalón enchufadas al candado gordo y brillante, escoger una e introducirla en la cerradura era todo un signo de prestigio y madurez, una declaración de independencia. Con aquel gesto le dejabas claro a la calle entera que podías entrar y salir cuando quisieras y a tus padres les parecía bien. Pero por algún motivo a aquello solo le vi sentido por las tardes y aún no he sido capaz de cambiarlo. Me convendría. Lo intenté y no me hizo gracia. Sentarse en clase con las llaves clavadas en el pantalón es incómodo. Dejarlas en la mochila me crispa los nervios porque en mi instituto hay montones de robos y no las quiero perder. Me acerco al porterillo. La calle sigue llena de tensión y el peligro está a punto de extinguirse pero no hay que confiarse, hasta el último momento queda lugar para un coletazo de miseria. A los trece años casi todas las opciones son malas.



   Aprieto el botón que corresponde a mi casa. Quisiera que mi madre me abriera la puerta sin decir nada porque sabe perfectamente que soy yo pero a ella le gusta contestar, le gusta incluso poner voces, hacer chistes, demostrarle al barrio desde la cocina que ella no es una madre aburrida, que ella es una fiesta de espontaneidad y frescura, y con ello pone en riesgo mi integridad. En el fondo la comprendo, las estrictas normas que hay que seguir a mi edad para mantenerse a flote le parecen ridículas. Es verdad que lo son. Los padres y madres bromean mucho sobre lo difíciles que nos volvemos cuando pasamos de los doce años. Yo diría que a los once ya estaba todo perdido, es que se dieron cuenta tarde. Ahora, en primero de ESO, con el segundo trimestre avanzado, mis grandes temores se han hecho realidad. Cuando en clase nos enseñan esquemas en forma de pirámide identifico mi lugar siempre abajo. Con los cereales, con el plancton.

   A esta hora el bloque suele estar muy transitado pero hoy he tenido suerte, tal vez sea un buen augurio. Nadie ha entrado conmigo en el ascensor. Detesto esos momentos con vecinos con los que todo es incómodo. Te dicen fingiendo sorpresa que estás muy grande, te preguntan cómo te va en el colegio cuando no hay tema más tedioso en el mundo, se quedan mirando al vacío pensando en sus propios problemas, y lo agradecería si no se les diera tan mal el silencio. El silencio tiene que ser una cosa elegante, que salga con naturalidad. Si es tenso puede ser incluso peor que una mala conversación. No, nada puede ser peor que una mala conversación. Prefiero pelearme con alguien a quien detesto. Eso tampoco lo tengo muy claro, a menudo me quedo en blanco y las respuestas buenas sólo se me ocurren en la ducha. Cuántas broncas habré ganado mientras me aclaraba el jabón.

ELISA VICTORIA - "El quicio" - (2021)


Imágenes: Mireia Pérez
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.