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sábado, 20 de enero de 2024

NOS IMPORTABA UNA MIERDA


Olía a bocadillos de tomate, atún en conserva. Por entonces, más de la mitad de los tíos de la clase ya bebíamos cerveza, aunque no nos gustara su sabor. La escuela secundaria es uno de esos limbos que deciden el porvenir de tu vida sin darte cuenta cómo ni cuándo. En aquellos días, lamentablemente, el resto de mi historia estaba más que resuelta.

   Sentados en un banco de madera esperando a que sonara la campana del recreo, algunas chicas desayunaban bollería en un extremo de la pista de baloncesto mientras otras miraban con recelo para mantener su delgadez.

   El tiempo les pasaría factura.

   A todas.

   La envidia es pasajera. Las mujeres con el tiempo enferman entre ellas, sufren histeria y dedican frente al espejo más tiempo que a su familia para que después, algún idiota las destroce emocionalmente con dos frases. Eso es lo que aprendí de mi hermana.

   Los días eran un completo aburrimiento, cumpliendo horarios marcados por un grupo de profesores que no les importaba el final de nuestras carreras, sufriendo el miedo de ser penalizados por no terminar el trabajo en casa.

   Si he de ser sincero, nuestra relación era equilibrada.

   Nos importaba una mierda.



   Aunque muchos de los que estudiaban conmigo tenían su pase para acabar en centros de rehabilitación, era difícil comprender cómo los demás aceptaban las reglas que nos imponía una panda de docentes con carreras de tres años. Lamentablemente, mi experiencia me avaló durante años como el exponente del servilismo, la sumisión y la ausencia de agallas.

   Mi padre era un completo cabrón, uno de los auténticos. No era necesario saber mucho de él cuando alguien lo escuchaba hablando por teléfono. Un depredador grandote y con ojos azules, capaz de hacerle la vida imposible a todo el que le llevara la contraria. Algunos decían que en el fondo no era más que un tipo con gran corazón preocupado por el bienestar de su familia. Para mí no era más que un desgraciado, aunque no dejaba de ser mi padre.

   Mi hermano Ismael se había convertido en su mano derecha después de terminar la carrera de Derecho y formar parte del bufete que regentaba. El siguiente era yo.

   Con mi hermana fue distinto, era su hija, y al menos tuvo alternativa para largarse a Londres, estudiar inglés y no regresar jamás. Aún recuerdo la noche en que se marchó. Helia vino hasta mi habitación y me despertó. Estaba oscuro, yo tenía siete años y ninguna idea sobre lo que ocurría. Me dio un beso en la frente y desapareció por la puerta. Ahora es cirujana y vive felizmente casada con Mark, un inglesito de Nottingham con aspecto de hooligan.

   Con carácter autoritario, mi padre era el tipo de hombre que solía dar consejos. Desde la niñez, todo lo que salía por su boca era lo correcto, y mi madre, una mujer dócil y humilde, no tenía más opción que apoyarle. Por tanto, así era yo, parte de la escoria adolescente que vivía con el miedo de defraudar a su familia conservadora.

PABLO POVEDA - "Ella es punk rock" - (2015)


Imágenes: Bill Domonkos

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