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jueves, 25 de enero de 2024

¿HACE CUÁNTO QUE NO LLUEVE?


Amanece y es domingo. Quizá jueves. Da igual. De ahora en adelante los días empezarán a acumularse sin medida, lo cual no significa nada porque si algo tiene este lugar es que los días son insoportablemente parecidos unos a otros. Nadie conoce el orden de los meses del año. Nadie sabe el día exacto de su nacimiento. Nadie recuerda con precisión la última vez que cayó agua del cielo. De hecho, cuando Lila pregunte: «¿Hace cuánto que no llueve?», los nativos le responderán: «Desde el último rugido del jaguar». Así entenderá que, en un lugar donde el tiempo se mide con sucesos, la última vez de la lluvia puede ser el más extraordinario de todos, a no ser que vuele el manglar y un cardumen de peces blancos sea arrastrado por las olas. O que llueva al revés después de que el felino ruja tres veces a una distancia demasiado corta para emprender la huida y demasiado larga para descifrar el mensaje oculto en las rosetas de su pelaje. Tal vez sea domingo y no ocurra nada de eso. O jueves, qué más da. Por ahora, amanece en un día cualquiera y merodean una, dos, tres moscas. Son molestas y sin embargo serán la menor de las molestias de Lila, pero ella aún no lo sabe. Lila no es una flor, es una mujer con nombre de flor, pese a no tener pétalos ni espinas ni raíces. A veces huele a abril. A veces a perfume caro. Hoy no es una de esas veces. Lo único importante ahora es que la mujer con nombre de flor se acuerde adónde amaneció y cómo llegó hasta allá y cuál fue la razón que la obligó a refundirse en aquel lugar recóndito en donde el tiempo se mide con sucesos extraordinarios, porque existe una razón, aunque ella se empeñe en esconderla.



   El zumbido de las moscas aumenta su intensidad. Cuatro moscas, cinco moscas, seis moscas. Anoche había sangre en la mano de Miguel. Ya está coagulada y, aun así, las moscas la sobrevuelan como si fuera un manjar. Tiene visos morados y verdosos que recuerdan a las auroras boreales, Lila las vio el otro día en la televisión. ¿Adónde está Lila y por qué hay sangre y auroras boreales? Sigue demasiado dormida para recordarlo. De anoche solo tiene algunos chispazos que aún no logran materializarse en recuerdos: una cama, cuatro piernas corriendo hacia un colchón desconocido, plagado de ácaros, polvo y mal de tierra; dos viajeros cansados y sudorosos intentando no rozarse entre sí para no generar más calor, para no provocar un incendio en aquella cabaña en medio de ninguna parte. Lila estaba cansada. Miguel estaba herido. Si estuvieran en la ciudad y fuera jueves, nada de lo anterior sería grave, pero la ciudad y el tiempo eran eso que habían dejado atrás hacía muchos kilómetros.

   A la medianoche, quizá un poco antes o después, Lila sintió unas patitas rasguñando la madera, merodeando por el borde de la cama. Imposible saber si fueron parte de un sueño o no. Eso es lo malo de dormir por primera vez en un lugar al que nunca antes se ha ido. No se conocen los sonidos. No se sabe quién pisa el mismo suelo, quién surca el mismo aire, quién habita el techo de hojas entrelazadas, quién se mete en los sueños. Chicharras, gruñidos, zancudos, un vasto coro de aullidos retumbando en el bosque. Miguel se rascaba. Lila se rascaba. Tres veces el currucutú, el crujir de hojas secas.

SARA JARAMILLO KLINKERT - "Escrito en la piel del jaguar" - (2023)


Imágenes: Firelei Báez

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