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domingo, 16 de octubre de 2022

Y SE PUSO A HABLARTE DE LOS PECES


Y se puso a hablarte de los peces, de los arrecifes de coral que rodeaban la isla. Te animó a acercarte a la costa para conocerlos. Bardamu te podía llevar. Bastaba con sumergirse unos metros para quedarse maravillado por el espectáculo inagotable de colores y formas. Era extraño el mundo. Extraño preguntarse por la razón de su infinita variedad. Preguntarse si había alguna razón para que fueran precisamente los seres que había en él y no otros los que habían sido creados. La niebla cubría el agua del estanque, dando al lugar un aire de irrealidad y misterio. Había gente sin fantasía, siguió diciéndote miss Hansson, y ésos eran los peores, porque se mostraban incapaces de comprender. Sólo aquellos que tenían fantasía eran capaces de ver la verdadera esencia de las cosas, y todas las puertas se abrían para ellos. Y tomando tu mano, te recitó unos versos: «Lo que ahora existe, ya existía; / y lo que ha de existir, existe ya. / Dios hace que la historia se repita».



Era la hora de los ejercicios respiratorios y de fonación, y refunfuñando la llevaste a su cuarto para realizarlos. Al terminar, Rose te pidió que le leyeras uno de los libros que estaban sobre la mesa. Era una recopilación de las cartas de Darwin. Te contó que cuando Darwin comenzó su viaje en el Beagle era una persona bastante religiosa, e incluso leía algunos pasajes de la Biblia a la tripulación. Pero todo lo que vio durante la travesía le hizo cambiar. El golpe definitivo fue la muerte de su hija con sólo diez años. Desde entonces, se declaró agnóstico. «Me parece que hay mucha miseria en el mundo», escribió en una carta. «No puedo persuadirme de que un Dios benévolo y omnipotente hubiera creado adrede los icneumónidos con la intención expresa de que comieran desde dentro del cuerpo vivo de las orugas, o de que un gato tenga que jugar con los ratones.» Darwin pensaba, continuó Rose, que Dios sólo era un producto de la fantasía de los seres humanos. Y sin embargo, una parte de nosotros lo necesitaba. Era el otro nombre de la piedad, la belleza y el dolor. El vínculo que nos mantenía unidos a los otros seres de la creación, y aliviaba la soledad de nuestros corazones. Hablaba a nuestra capacidad de alegría y de admiración, a todo lo que era un don en nosotros.

GUSTAVO MARTÍN GARZO - "La ofrenda" - (2018)


Imágenes: Steven Kovacs

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