Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 4 de octubre de 2022

LA PESADILLA VOLVÍA A COMENZAR


Se levantó con desgana y se dirigió hacia el pequeño cuarto de aseo.

Alzó la vista, y no se reconoció en la chica escuálida de mirada vacía que le devolvió el reflejo en el espejo. Solo unas semanas habían bastado para transformarla por completo. Incluso su cabello, una preciosa melena rubia de la que tanto le había gustado presumir, había perdido su brillo y se le adhería lánguidamente al rostro.

Hacía hoy tres días y tres noches que había dejado de luchar. Tres días y tres noches que algo había cambiado en su interior. Primero había creído que se trataba de un error. Había intentado en vano explicarles, que se apiadaran de ella, que comprendieran su sufrimiento. Después había pedido ayuda. Había gritado día y noche, con todas sus fuerzas, confiando en que alguien pudiera escuchar sus lamentos y acudir en su auxilio. Como el príncipe azul que rescataba de la torre del castillo a la princesa secuestrada en los cuentos que no hacía tanto había dejado de leer. Pero los príncipes azules no existían. Al menos no en la vida real, al menos no para ella. En aquellas semanas había visto de todo menos eso.

La única respuesta a sus voces habían sido las palizas, cada vez mayores. Aún podía ver en su cuerpo los restos de los cardenales.

Más tarde, había depositado sus esperanzas en un descuido. Alguien que olvidara cerrar la puerta y le permitiera escapar para siempre de allí. Daba igual hacia dónde. En su mente no podía imaginar nada peor.

Pero la oportunidad de huir tampoco llegaba y recordaba perfectamente el momento en que había sentido ese clic en su interior, cuando aquel joven había abandonado la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Aquel joven con una apariencia inicial tímida, con cara aniñada, que le había hecho por un momento pensar que podría confiar en él. Entonces se atrevió a mirarle a los ojos buscando algo. Bondad, quizá. O empatía. Él le devolvió la mirada y supo que se había equivocado. Su apariencia anterior había dado paso a una personalidad distinta, sádica, más sádica aún que la de sus captores. No es que hubiera sido el peor, pero había sido el que lo había desencadenado. Ese nuevo atisbo de esperanza frustrado le había hecho sobrepasar su límite. Y se había rendido.



La furia, la desesperación y la tristeza habían dado paso a una indolencia permanente que la envolvía desde entonces. Había entrado en una fase en la que nada le importaba. Solo sabía que algo en su interior le impulsaba a sobrevivir. Desplazó la vista hacia su hombro derecho, hacia el tatuaje que lo decoraba, y lo acarició. Un trébol de cuatro hojas, con una letra mayúscula bellamente ornamentada en cada una de sus hojas. Dos letras «A» y dos letras «S» que lo habían significado todo para ella. Era la conexión con su pasado, pero era también algo más. De alguna forma, sentía que seguía siendo importante.

Retiró la mirada del espejo y regresó, justo a tiempo para escuchar el sonido de una llave introduciéndose en la cerradura. No era la hora en la que solían traerle la comida. Suspiró. La pesadilla volvía a comenzar.

SUSANA MARTÍN GIJÓN - "Más que cuerpos" - (2013)


Imágenes: Kylli Sparre 

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