Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 29 de octubre de 2022

AQUELLA NOCHE NO PUDO SER MÁS ACIAGA


Aquella noche no pudo ser más aciaga. El bar Forty Five del D.F. se había encargado de pagarle el avión en clase turista y el taxi desde el aeropuerto, reservarle por dos noches una habitación con baño en un hotel cercano y colocar su nombre en la puerta del local con bombillos de colores incansables. Allí el Ruiseñor de las Américas compartiría camerino con todas las bailarinas del bar y, entre un inagotable mar de tetas, plumas y pantaletas de lentejuelas, tendría a la mano su par de maracas a las que tanta fama debía. Ya en el recinto, Sandalio estuvo casi seguro de haber retomado su carrera y de volver a recibir ese trato de estrella que cada vez parecía más esquivo a su leyenda. Cuando estuvo solo en el camerino, se puso a practicar con la mayor lentitud un maraquear acompasado para calentar los brazos, y todo el discurso que tenía que decirle al selecto público mexicano en esta primera visita que realizaba a suelo azteca. No bien desgranaba algunas muecas frente al espejo, cuando interrumpió su concentración un grupo de sujetos que no conocía en absoluto. Sandalio no llegó a contar la cantidad de hombres que se le plantaron, quizá media docena, aunque sí logró ver que el que encabezaba el tropel era un tipo joven, que cogía a una mujer por el brazo. Éste, con el hablar pastoso de los borrachos, le espetó:



—Ruiseñor, aquí traigo a mi vieja, y quiero que la beses. Así que ya sabes, ¡la besas!
Uno de los amigos del extraño invitado tomó a Sandalio y, como si fuera un peluche de tamaño natural, lo levantó y arrimó hacia la mujer. El Ruiseñor, que parecía ser el centro de una fiesta de gatos, intentó acudir a la cordura:
—Tranquilo, muchacho, tranquilo, que la dama se va a enojar con tus chistes, chico —dijo en tono conciliador.
—Oye, Ruiseñor, no te apures, que ella no se enoja. ¡Bésala!
Sandalio mantuvo su desconcierto. En muchas ocasiones se consideró un lince en eso de negar paternidades e incluso lisuras con menores de edad. Pero esta situación resultaba inédita, aun en una vida tan transitada como la suya. Ahora era un viejo de mierda rodeado de cuates que no pasaban de los cuarenta años, frente a una mujer al acecho de su reacción otoñal. Pensó que no había que darle mayor importancia al momento, porque sabía que los mexicanos eran gente rara e infantil en sus conductas, como alguna vez le comentó un colega de la canción que había triunfado por estas tierras. Era posible que estas personas sólo buscaran una deferencia por parte del artista tan admirado, y que lo más caballeroso de todo era no hacerlos esperar en su demanda, enérgica, pero de indudable cariño mexicano. En esas fracciones de reflexión sobre un mismo tema, el Ruiseñor se decidió y besó a la dama en una de sus mejillas.


La patada en el pecho vino sola. Sandalio cayó de culo al suelo, mucho antes que sus dos maracas, y el grupo de personas se fue por donde había entrado. El Ruiseñor quedó inconsciente por algunos minutos, y quienes momentos antes lo habían visto entretenido en su soliloquio, pensaron que era otra de sus conocidas borracheras que tantos de sus espectáculos habían empañado, esas en las que cambiaba las letras por rimas hacia sus problemas domésticos o de impotencia sexual, y en las que acababa escupiendo y maldiciendo al respetable en cuestión de minutos, no sin antes elevar alguna maraca asesina hacia la concurrencia. Pero esta vez Sandalio no podía estar más sobrio. En años lo habían contratado para algo de mediana importancia, y sabía que lo poco que le quedaba de su carrera dependía de esta actuación.
DANIEL CENTENO MALDONADO - "La vida alegre" - (2019)

Imágenes: Monica Marioni

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.