Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 27 de octubre de 2022

DIOS ES DIOS


Dios es Dios y suele hablar de sí mismo en tercera persona.

Dios acaba de pensar en ella, en la niña huida, pero solo un segundo. No conviene hacerse ilusiones. Dios no puede dedicar mucho tiempo a cada una de sus criaturas, precisamente porque Dios tiene todo el tiempo, y esa es su enfermedad, la más grave. Dios padece el tiempo como los pobres humanos padecen males monstruosos. Crónicos. Dios se pregunta a veces cómo será morirse. Dejar de tener tiempo, sentir que el final de la vida existe, que es justo esa certeza la que hace que valga la pena el avistamiento fugaz de la belleza o del amor. Dios está tan ocupado pensando en todo ese tiempo que le queda por delante que apenas mira de reojo a las pequeñas luciérnagas que se encienden un segundo en medio de su noche. Dios se queja pero está solo. Nadie, al parecer, es el encargado de atender sus lamentos. Cada suspiro de Dios dura un siglo y arrastra varios cientos de miles de cadáveres. Y nadie se gira hacia él, nadie se compadece de lo largo que está resultando todo esto. Una enfermedad maligna, el tiempo. Dios mira a Dios, su perfecta desnudez. Contempla los brazos nervudos de mármol, sus manos enormes de creador, siempre impolutas. Mira su costillar, sus largas piernas y sus pies descalzos. Palpa con un interminable hastío su larga cabellera de león. Suspira de nuevo, sin que le importen demasiado las consecuencias.



Le basta girar el rostro en cualquier otra dirección y reparar en la belleza maldita del mundo, en su irresistible y forzosa brevedad, para que se le amargue el día. Le duele la cabeza y debe acostarse un rato a oscuras, desnudo como una estatua abatida por cualquier guerra en un museo. Dios se duele de su desgracia hasta que se duerme. Pueden darse varios cataclismos en su ausencia porque Dios tiene un mal día, uno de tantos, pero sus pequeños seres humanos no se lo reprocharán nunca. Porque Dios está en todas partes. Dios lo puede todo. Su pobre reino necesita creer que Dios se aparece cuando menos se le espera y más se le necesita, que no se esfuma del todo, que ayuda en la sombra, oculto discretamente como un amante en el armario de su dama.

Son tan ingenuos, los hijos de Dios.

Dios es Dios.

Y se aburre, inmortalmente.



A ratos siente que Dios está muerto.

No es capaz de emocionarse cuando lo que ve es hermoso o sumamente triste. Hace siglos que no siente nada si escucha una sinfonía, que se pregunta «qué pasaría si…» solo para dejar de estar ocioso, para ocupar su tiempo enfermizamente eterno en algo menos aburrido que mirar cómo algunos le rezan con los ojos cerrados.

Pero Dios sacude la cabeza, Dios no puede estar muerto porque nunca estuvo vivo. Es difícil comprender qué es la muerte cuando no se le conoce un contrario. Dios habla de oídas si se interroga sobre estos temas y termina agotado. Cuando el cansancio solo tiene comienzo, cuando se convierte en algo infinito, la ira de Dios se desencadena como una tormenta silenciosa, en una esquina del cuadro. Dios odia a los que mueren, los odia más si sonríen, odia su calavera risueña. Su temporalidad finita, feliz.

PATRICIA ESTEBAN ERLÉS - "Las madres negras" - (2018)


Imágenes: Noah Harders

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.