Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 2 de febrero de 2022

VA A SER OTRO DÍA AGOBIANTE

 


Calor, calor. Un calor que despierta a Gretta justo al amanecer, la arroja de la cama, la impulsa escaleras abajo. Un calor que ronda por la casa como un invitado inoportuno: recorre los pasillos, se arremolina alrededor de las cortinas, se apoltrona en sillas y sillones. El aire en la cocina es como una entidad sólida que lo llena todo, que empuja a Gretta contra el suelo y contra la mesa.

   Sólo a ella se le ocurre ponerse a hornear pan con este calor.

   Fijémonos en ella: está abriendo el horno para sacar el molde del pan y hace una mueca ante la abrasadora ráfaga que la asalta. Va en camisón, con los rulos todavía en el pelo. Retrocede dos pasos y echa la humeante hogaza en el fregadero. Su peso le recuerda, como siempre, a un bebé, un recién nacido, ese bulto de calor húmedo.

   Lleva toda su vida de casada haciendo pan casero tres veces a la semana, y no va a dejar que una minucia como una ola de calor se lo impida ahora. Como en Londres es imposible conseguir suero de leche, tiene que apañárselas con una mezcla mitad leche, mitad yogur. Una mujer le contó en misa que funcionaba, y funciona hasta cierto punto, pero no es lo mismo.

   Al oír un chasquido en el suelo de linóleo a su espalda, dice:

   —¿Eres tú? El pan está listo.

   —Va a ser… —comienza él, y se interrumpe.



   Gretta aguarda un momento antes de volverse. Robert está entre el fregadero y la mesa, con las manos tendidas, las palmas hacia arriba como si llevara una bandeja. Tiene la vista clavada en algo. El cromo deslustrado del grifo, tal vez, los regueros del escurridor, esa oxidada sartén de esmalte. Todo alrededor de ellos resulta tan familiar que a veces es imposible saber en qué se ha posado la mirada, como el que ya no oye las notas individuales de una canción conocida.

   —¿Va a ser qué? —pregunta. Él no contesta. Gretta se acerca y le apoya una mano en el hombro—. ¿Estás bien? —Últimamente se encuentra con asiduos recordatorios de su edad: el repentino encorvamiento de su espalda, su expresión levemente aturdida.

   —¿Qué? —Robert vuelve la cabeza para mirarla, como sobresaltado por el contacto—. Ah, sí. Decía que va a ser otro día agobiante.

   Se acerca arrastrando los pies, como ella sabía que haría, hacia el termómetro, colgado mediante una ventosa humedecida con saliva en la parte exterior de la ventana.

   Ya hace diez días que la temperatura excede los treinta y cinco grados. No llueve desde hace días, semanas, meses. Tampoco pasan nubes lentas y majestuosas como navíos sobre los tejados.

   Con un chasquido metálico semejante al de un martillo hundiendo un clavo, un punto negro aterriza en la ventana, como atraído por una fuerza magnética. Robert, todavía mirando el termómetro, da un respingo. El insecto tiene el abdomen estriado y seis patas tendidas hacia fuera. Aparece otro detrás del cristal, luego otro, y otro.

MAGGIE O'FARRELL - "Instrucciones para una ola de calor" - (2013)


Imágenes: Helin Bereket

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