Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 8 de febrero de 2022

ALGO EN SU MODO DE COMPORTARSE

 


Pensé que el chiquillo sufría maltratos, lo pensé enseguida, quizá no los primeros días pero no mucho después de la vuelta a clase, era algo en su modo de comportarse, de sustraerse a la mirada, sé lo que me digo, sé perfectamente lo que me digo, una manera de fundirse con el entorno, de dejarse traspasar por la luz. Solo que conmigo eso no funciona. Los golpes los recibí cuando era cría y las señales las oculté hasta el final, o sea que a mí no me la dan. He dicho el chiquillo porque lo cierto es que hay que verlos, a los chicos de esa edad, con su cabello fino como el de las chicas, su voz de pulgarcito, y esa indecisión consustancial a sus movimientos, hay que verlos asombrarse abriendo ojos como platos, o aguantar un rapapolvo con las manos entrelazadas en la espalda, el labio temblequeante y cara de no haber roto un plato. Sin embargo, es indudable que a esa edad empiezan las gilipolleces de verdad.



 Unas semanas antes de la vuelta a clase, pedí ver al director para hablar sobre Théo Lubin. Tuve que explicárselo varias veces. No, ni indicios ni confidencias, era algo en la actitud del alumno, una suerte de enclaustramiento, una manera sui géneris de hacerse el distraído. El señor Nemours se echó a reír: hacerse el distraído, pero ¿no era ese el caso de media clase? Sí, claro, sabía a qué se refería: esa costumbre que tienen de encogerse en el asiento para que no se les pregunte, de fijar los ojos en la mochila o de abstraerse de pronto en la contemplación de su mesa como si fuera en ello la vida de todo el distrito. A esos los detecto sin siquiera alzar la vista. Pero no era ese el caso. Pregunté qué se sabía del alumno, de su familia. Seguro que habría alguna referencia en el expediente, observaciones, una notificación anterior. El director repasó con atención los comentarios aparecidos en los boletines de notas, varios profesores habían observado en efecto su mutismo el año anterior, pero nada más. Me los leyó en voz alta, «alumno muy introvertido», «ha de participar en clase», «buenos resultados pero alumno muy silencioso», y un largo etcétera. Padres separados, el muchacho en custodia compartida, todo de lo más normal. El director me preguntó si Théo había trabado amistad con algún otro chico de la clase, imposible negarlo, andan siempre juntos los dos, hacen buena pareja, la misma cara angelical, el mismo color de pelo, la misma tez clara, parecen gemelos. Los observo por la ventana cuando están en el patio, forman un solo cuerpo, hirsuto, una suerte de medusa que se contrae de golpe cuando se acerca alguien y vuelve a estirarse una vez pasado el peligro. Los raros momentos en que veo sonreír a Théo se producen cuando está con Mathis Guillaume y ningún adulto traspasa su perímetro de seguridad.

DELPHINE DE VIGAN - "Las lealtades" - (2018)


Imágenes: Stefan Doru Moscu

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