Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 14 de febrero de 2022

INSTITUTO PARA EL ARTE SINIESTRADO

 


Alena, junto con otro artista amigo suyo, Peter, que también era abogado, llevaba tiempo trabajando en un proyecto —no un proyecto artístico, insistía ella sin parar— que me había descrito a menudo, pero que yo siempre me había tomado por una mera fantasía: estaban intentando convencer a la mayor aseguradora de arte del país de que les regalase las obras declaradas «siniestro total». Cuando un cuadro valioso sufre algún desperfecto durante un traslado, incendio, inundación, ataque, etcétera, y un perito conviene con el propietario de la obra que esta no puede restaurarse debidamente o que el coste de dicha restauración excedería al valor de la reclamación, entonces la compañía aseguradora paga el valor total de la obra de arte dañada, que acto seguido se declara legalmente de «valor cero». Cuando Alena me preguntó qué pensaba que pasaba con el arte siniestrado, le dije que suponía que lo destruían, pero resultó que la aseguradora poseía un almacén gigante en Long Island repleto de esos objetos indeterminados: obras de artistas, muchos de ellos famosos, que, tras sufrir algún deterioro, eran degradadas formalmente de la categoría de arte a la de mero objeto y retirados de circulación, expulsados del mercado, relegados a aquel limbo extraño.



   Desde que Peter, que tenía un amigo en una compañía de seguros, le había conseguido una visita al almacén, Alena estaba obsesionada con la idea de adquirir alguna de aquellas obras supuestamente carentes de valor, muchas de las cuales consideraba más convincentes —estética o conceptualmente— que antes de sufrir los daños. Su plan, que a mí me parecía ingenuo, había consistido en decirle al agente de seguros que Peter y ella habían fundado un instituto «sin ánimo de lucro» para el estudio del arte siniestrado y animar a la compañía a hacer una donación. Redactaron una declaración de objetivos que yo corregí, se afiliaron a una organización artística sin ánimo de lucro presidida por una de las amistades de Alena, se vistieron de adultos responsables y consiguieron una cita con la directora de la aseguradora, que resultó que también era pintora. La directora coincidía con ellos en que las obras de arte declaradas siniestro total poseían un interés tanto estético como filosófico y —para sorpresa de Alena y Peter— se mostró receptiva a la idea de donar una selección de las mismas para una exposición a pequeña escala y un debate crítico del tema, ya pulirían los detalles. Peter dedicó varios meses a preparar un acuerdo que sonara lo bastante oficial con la aseguradora (no se divulgarían los datos personales de las partes, etcétera) y Alena visitó varios locales donde podrían exponer los objetos y organizar debates sobre aquellas exobras de arte y sus implicaciones para artistas, críticos y teóricos. Al final, todo un bombazo, la aseguradora decidió donar una galería entera de obras de «valor cero» al «instituto» de Alena e incluso corrió con los gastos del transporte. Esa mañana había recibido un mensaje de Alena diciéndome que a Peter y a ella les encantaría que fuera el primer visitante del «Instituto para el Arte Siniestrado».

BEN LERNER - "10:04" - (2014)


Imágenes: Aurelio Riello

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