Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 26 de febrero de 2022

LOS MONSTRUOS SON LOS OTROS

 


Mi padre nunca quiso tener domicilio fijo y como era un apasionado de las películas se metió de representante en la Paramount. Iba de pueblo en pueblo, del desierto a la selva, del calor a la nieve. Era como si caminara delante de sus propios pasos, aunque quizá no hacía más que huir de ellos. Tenía hormigas en los pies y no estuvo con mi madre ni siquiera el día de mi nacimiento.

   Recuerdo como si fuera ayer el día que regresó de Chile. Mi madre daba una fiesta para sus amigas y de pronto tocó el timbre. Traía un cigarro enorme que dejaba aureolas de humo a su alrededor; estaba espléndido con un sobretodo de pelo de camello, sombrero marrón, traje cruzado y zapatos relucientes. No le faltaba más que ponerse a repartir puros y prenderlos con billetes de mil. Fue a besar a mi madre, aunque eso era asunto concluido y al verme abrió los brazos y me levantó hasta cerca del techo. «Mañana te lo traigo», le dijo a mi madre. Subimos a un Buick flamante que lo esperaba en la puerta y tardamos una semana en volver.



   Íbamos de un cine a otro y creo que esos fueron los días en que más cosas aprendí. Me compraba una caja de maní con chocolate y ni bien se apagaban las luces me dejaba en la primera fila para que nadie me tapara la pantalla. Se iba a la cabina, pero yo sabía que no se olvidaba de mí porque en algún momento de la función el Corsario Negro aparecía en la pantalla tapando las otras imágenes. Era la señal convenida para que fuera a reunirme con él. Apoyaba el alfiler de la corbata sobre la lente del proyector y lo que yo veía en la pantalla era la sombra del Corsario. Ocurría tan rápido que los espectadores no alcanzaban a protestar y yo salía al pasillo oscuro apenas marcado por las luces en el suelo. Subía la pendiente caminando hacia atrás para mirar la última escena y despedirme de los personajes. Así descubrí los besos apasionados y el inolvidable instante en que Frankenstein toma conciencia de que los monstruos son los otros. Años más tarde mi padre me contó que la primera película que había visto en su vida fue el Drácula de Bela Lugosi y que durante mucho tiempo su mundo había sido denso y sombrío como aquella cinta. Desde entonces me pregunto si no nos parecemos a las primeras historias que nos cuentan, si acaso las cosas no son tan simples como eso.

  OSVALDO SORIANO - "La hora sin sombra" - (1995)

  

Imágenes: Joshua Singh

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